Conocí la estación de Canfranc en mi segundo año de universidad. Estaba
pasando unos días de verano cerca de Jaca junto con mi familia y una mañana de
sábado subimos hasta allí. No puedo olvidar la impresión que me causó la
hermosísima estación que, a pesar de parecer hundida en un mar de abandono,
surgía imponente, casi irreal. Dentro, los escombros y las maderas tiradas por
todas partes provocaban una especie de tristeza vieja, aunque al mirar las
preciosas taquillas de madera, las ventanas, el acceso a los andenes podías
intuir su pasado brillante envuelto en millones de partículas de polvo en
suspensión. Entramos a tomar algo en un bar cercano y un señor amabilísimo nos
contó cosas de la estación. Recuerdo que nos habló de judíos huyendo desde
Francia pero es un recuerdo que se me había borrado de la memoria hasta que leí
este libro, “Volver a Canfranc”.
Me apasionan los hechos históricos poco conocidos. Saber sobre ellos,
tener detalles. Poder verlos hasta con la imaginación. Y la estación de
Canfranc ha vivido episodios que darían para películas, series y hasta
documentales. Pero es España y no hablamos de la resistencia francesa (aunque
en los hechos que aquí se narran está presente de forma tangencial) ni de los
espías ingleses o alemanes. Parece que le falta glamour cuando la realidad de
los hechos fue terrible pero también esperanzadora. Todo muy español: cómo nos
gusta ningunearnos, olvidar lo que fuimos, tirar a los pies de los caballos a
nuestros héroes o figuras históricas. Así nos va. Esta novela nos reconcilia
con unos sucesos que cambiaron la vida y el rumbo de la historia para muchos,
con protagonistas que se hacen grandes, enormes, aun cuando no tuviesen conciencia
de ello y sólo aspirasen a salvar vidas. Incluso las suyas propias.
LA AUTORA: ROSARIO RARO
Nacida en Castellón en 1971, se doctoró en Filología y estudió Técnicas
de Escritura Creativa en la
durante casi diez años. También cursó un Postgrado en Comunicación Empresarial y otro de Pedagogía en la Universidad de Valencia. Imparte numerosas conferencias y dirige un Aula de Escritura Creativa en la Universidad Jaime I de Castellón. Entre sus obras encontramos “Carretera de la Boca do Inferno”, “Surmenage”, “La llave de Medusa” y “El alma de las máquinas” entre otras. Muchas de sus novelas han sido traducidas a otros idiomas, como el japonés y el francés y ha sido galardonada con varios premios literarios tanto a nivel nacional como internacional.
DESCUBRIENDO “VOLVER A CANFRANC”
Corre el año 1943. Varios empleados de la estación de Canfranc y del
hotel que alberga en sus instalaciones se juegan la vida a diario en la tarea
de conseguir pasar por delante de las miradas de los soldados nazis, que
ostentan el control de la estación, a decenas de judíos europeos que huyen de
la deportación y la muerte. No les importa el precio a pagar ni los riesgos que
puedan correr: Canfranc es una esperanza, una puerta de paso hacia la libertad,
hacia otras patrias en las que no resuenen los cristales rotos ni haya
chimeneas en campos de exterminio que lancen miles de almas hacia las nubes.
En el hotel de la estación, una habitación secreta sirve como alojamiento
breve para quienes ya lo han perdido todo excepto el deseo de vivir. En esa
habitación, Jana Belerma, camarera del hotel, se encarga de facilitarles
comida, descanso y nuevos documentos tras haber llegado escondidos en trenes
que se ocultan a la luz del sol. El jefe de la aduana, Laurent Juste, dirige
una red que trata de salvar a cuantas personas lleguen por ese camino,
atravesando el túnel de Somport. Los dos, y todos quienes saben y callan en
Canfranc, conocen perfectamente los riesgos, pero igualmente actúan. Cuentan
con la ayuda inestimable de Esteve Durandarte, una especie de bandolero y
hombre para todo de infinitos recursos, que se esconde en las montañas y que
colabora para que los refugiados que huyen consigan su objetivo.
Con nuevas identidades, decenas y decenas de exiliados van cogiendo
nuevos trenes desde Canfranc hacia Portugal o hacia el sur de la península,
muchos intentando llegar a puertos en los que embarcar hacia América. Laurent,
Jana y Esteve, a pesar de los riesgos y del miedo por verse descubiertos, mantienen fija y
fuerte la red que procura la libertad a tantas personas. Y todo bajo la bandera
de la cruz gamada que ondea insolente sobre la estación y los fríos ojos de los
soldados nazis.
LA ESPERANZA SE LLAMA CANFRANC
Comentaba al principio lo que nos narró a mi familia y a mí un hombre
mayor en un bar de Canfranc. Nunca había vuelto a recordarlo hasta que leí la
novela de Rosario Raro y me pareció volver a verle, acodado en la barra,
diciéndonos una y otra vez “por aquí se salvo mucha gente de los alemanes”. Si
en aquel momento mi cabeza y mi corazón hubiesen estado a pleno rendimiento, lo
poco que nos contó aquel amable señor habría bastado para que me lanzase a
buscar información. Pero no corrían buenos tiempos para mí. Supongo que mi
cabeza decidió guardar el recuerdo en espera de mejores momentos. Como éste.
La estación de Canfranc impresiona. Tanto por su tamaño y la belleza de
sus líneas, como por su magnificencia delante de las montañas eternas que la
cobijan. Es como volver a un pasado que quiere volver a salir a la luz, como si
gritase bajito que merece la pena descubrir lo que en ella se vivió. Inaugurada
en 1928 por el rey Alfonso XIII y construida con una clara influencia de la
arquitectura francesa, destacan por encima de ella sus tejados curvos de
pizarra. Se construyó para conseguir un paso a través de los Pirineos que
conectase Francia con España a través del túnel de Somport y en su construcción
se usaron principalmente el cristal, el hierro y el cemento, como primaba en la
arquitectura modernista del momento. Actualmente las vías están cubiertas de
hierba y el edificio de la estación, aunque se trata de recuperar y restaurar,
es como un gran navío varado. En la parte francesa todo ha desaparecido, se
desmanteló. En la española llegan algunos trenes, apenas dos al día. Nada que
ver con el tráfico constante de su época de esplendor, con los peregrinos de
Lourdes, vagones y vagones de mercancías, amantes del esquí, viajeros de todo
tipo.
Los nazis se hicieron con el control de la estación como si fuese parte
de la Francia ocupada, ignorando con su habitual soberbia que también había una
parte española. Pero el gobierno Franco consintió la presencia y el mencionado
control. El descubrimiento real de cómo los nazis utilizaron esta estación y la
ruta desde Francia para sacar el famoso oro nazi y también cómo fue la vía de
escape para muchos judíos, comenzó a finales del año 2000 , cuando Jonathan
Díaz, un francés hijo de emigrantes españoles, descubrió por casualidad en las
vías del tren unos documentos que hablaban sobre el tráfico de toneladas de oro
del expolio nazi durante la Segunda Guerra Mundial con destino a España y
Portugal.
En “Volver a Canfranc” Rosario
Raro utiliza los hechos reales sucedidos en esta estación para contarnos una historia apasionante, en la que podemos
sentir la angustia de los que escapan del horror dejando todo atrás y de los
que les ayudan, jugándose su propia vida. Laurent Juste, un hombre cabal,
recto, valiente, es la cabeza de una organización compuesta por franceses y
españoles que intenta salvar cuantas vidas sean posibles. Lo tienen todo
organizado y establecido, pero la continua presencia de los alemanes, casi
respirándoles en el cuello, aumenta su angustia. Esta es una de las cosas que
Rosario mejor nos transmite: el valor inmenso de los protagonistas que se hace
más heroico por estar revestido del miedo a ser descubiertos. Casi podremos
sentirlo dentro de nosotros mismos. Laurent Juste y Jana Belerma están en la
propia estación, son quienes cargan con mayor responsabilidad. Están dibujados
de forma muy precisa, terminaremos por conocerlos a la perfección sobre todo
porque veremos dentro de sus corazones. El temor de Laurent de que lo que hace
perjudique a su familia. La historia personal de Jana, llena de rincones
oscuros pero también llena de esperanza, de compromiso. De amor.
De amor, sí, porque Jana es capaz de amar incluso en unas circunstancias
como las que le están tocando vivir. Sus ojos sólo miran hacia Esteve
Durandarte, el bandolero, el hombre de las montañas, apuesto y duro, que les
ayuda con toda la logística de la huída de los judíos. Durandarte es casi un
antihéroe, porque a pesar de hacer todo por ayudar a sus amigos de Canfranc hay
algo en él oculto, desconocido. Una especie de sombra que no acertamos a
descubrir. Nada vamos a saber de la historia de Durandarte excepto lo poco que
la gente habla. Y la mayor parte de las cosas son suposiciones. Pero cuenta con
un atractivo innegable y lo aprovechará en su favor. Jana le atrae, pero es
prudente.
Con un lenguaje vigoroso, que nos sumerge con facilidad en la historia y
nos hace empatizar completamente con los protagonistas, vamos a sentir como
nuestros sus planes, sus nervios, el miedo a que los soldados nazis les
descubran. A ellos o a sus protegidos. La llegada de Gröber, un alto mando
alemán, dificultará mucho el trabajo de Laurent y Jana. Y también la de
Durandarte, que aunque no vive en el pueblo, organiza maniobras de distracción
para que los soldados alemanes miren hacia otro lado mientras Los que escapan
logren refugiarse en la estación.
Nada en esta historia está ahí por casualidad. Laurent Juste es el alter
ego de Albert Le Lay, el auténtico héroe de Canfranc, un hombre comprometido
con la misión que había elegido. Tal era su compromiso que, tras finalizar la
guerra, el propio De Gaulle le ofreció un puesto importante en el gobierno y el
prefirió volver a Canfranc. Como muchos de los que salvaron la vida y que
vuelven, año tras año, a mostrar a sus hijos o nietos la puerta por la que
escaparon del horror. Jana Belerma y Esteve Durandarte toman sus nombres del
Romancero Viejo español, apareciendo incluso en El Quijote. Belerma es una
creación de los juglares que recorrían con sus romances los pueblos y que se
recupera en el siglo XVI. Con ese nombre se designa a la dama ideal, llena de
hermosura y virtudes. Durandarte es su enamorado, un caballero leal y valiente
que ha de partir a la guerra y en la que muere heroicamente, pidiendo a su fiel
Montesinos que le arranque el corazón y se lo lleve a Belerma.
Es evidente cómo Rosario ha querido marcar de alguna manera el carácter valeroso
de Jana y Esteve. Y su historia de amor, que es, quizá, la que aporta algo de
luz en sus almas. Insisto en que nada es accesorio en esta novela. Ni la
crueldad de los nazis, convertidos en una amenaza constante. Ni las miradas
aterradas pero esperanzadas de los que escapan. Ni el compromiso de Laurent a
pesar de todo a lo que se expone. El amor de Jana y Esteve es como un punto de
luz entre tanto sufrimiento, a pesar de que Esteve no deja de ser un perfecto
extraño. Las historias paralelas en Canfranc y Zaragoza son el marco perfecto a
la historia central.
“Volver a Canfranc” nos mantiene en una tensión continua que nos obliga a
seguir leyendo. Y uno de sus méritos más importantes es que, al finalizar la
lectura, queremos saber más de Canfranc, de lo sucedido allí. Crea curiosidad y
eso es impagable, sobre todo cuando sepamos que personajes históricos tan
conocidos como Josephine Baker o Alma Mahler consiguieron escapar de la
barbarie nazi por allí. Es una historia redonda, apasionante, novelando hechos
que sucedieron en realidad. El trabajo de documentación es brillante, de los
que merecen reconocerse y el modo en que está escrito, dosificando la tensión
con maestría, consigue que nos sumerjamos por completo en sus páginas.
Para mí, una lectura que recomiendo. Y eso, viniendo de alguien como yo,
que no soy nada amante de las novelas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial,
creo que significa algo.
Para finalizar, dar las gracias a Rosario por la bonita dedicatoria en
este libro, que tuve la suerte de ganar en el sorteo de la Yincana Histórica.
Confío en tener la suerte de que nos crucemos alguna vez y hablemos de Laurent,
de Jana y de Durandarte. Va a ser apasionante.
Esta reseña participa en la Yincana Histórica, en el apartado de Segunda Guerra Mundial.