La historia de nuestro país está jalonada por crímenes que siguen en la memoria colectiva. Creo que todos podemos recordar el caso de Los Galindos, Puerto Hurraco, los asesinatos de presidentes del gobierno como Juan Prim o Canalejas o algunos más recientes como los casos de Alcácer o Guadalajara. Cuando pensamos en el concepto de "prensa sensacionalista" siempre nos vienen a la memoria noticias como estas y creemos que es un fenómeno relativamente reciente. Pero el suceso que realmente "creó" este tipo de prensa en España fue el crimen de la calle Fuencarral, un hecho que provocó corrientes de opinión muy encontradas y que, a día de hoy, no ha terminado de ser aclarado del todo.
Este crimen es el punto de partida de esta novela de Carlos Mayoral. Un episodio nacional nos sumerge en el Madrid de finales del siglo XIX, un Madrid muy distinto al actual pero que ya contaba con una personalidad muy acusada, y en el que se movían tanto literatos, políticos y personas acomodadas como gentes venidas de otras provincias a ganarse el pan, obreros, criados y buscavidas de todo pelaje. Un Madrid de dos caras y dos luces, con acusados contrastes, en el que el autor coloca a los personajes de su novela y los va moviendo en una brillante partida de ajedrez.
A primera hora de la mañana del 2 de julio de 1888 el humo y el fuerte olor a quemado que salían del segundo piso del número 109 de la calle Fuencarral despertaron y alertaron a los vecinos de la calle. Cuando se consiguió entrar en la vivienda se descubrió el cadáver de la dueña de la casa, Luciana Borcino, que había sido apuñalada y su cuerpo envuelto en trapos empapados en petroleo a los que se había prendido fuego. En la habitación contigua yacían sin conocimiento la criada, Higinia Balaguer, y el perro de la señora de la casa. Higinia es acusada del asesinato de su patrona y ella, a su vez, acusa al hijo de Luciana, conocido como "el pollo Varela", de ser el culpable.
Paralelamente, Melquiades, un aspirante a escritor, acaba de llegar a Madrid con la esperanza de que Benito Pérez Galdós, en ese momento en la cumbre de su carrera, le ayude y le enseñe cómo llegar a escribir una gran novela. Galdós había conocido al padre del chico y decide tomarle como secretario. Ambos se acabarán viendo inmersos en la marea del crimen de Fuencarral que está cubriendo Madrid y decidirán investigar por su cuenta qué es lo que sucedió y quién está detrás del asesinato de Luciana Borcino. Hay muchos cabos sueltos en la historia y muchos rincones oscuros que sería conveniente sacar a la luz, pero también van encontrando muchos impedimentos a sus pesquisas. El caso parece complicarse cada vez más.
También, en la trama, es importante y fundamental la relación que Galdós mantenía en ese instante con Emilia Pardo Bazán, una mujer avanzada a su tiempo, inteligente, sarcástica, escritora brillante, de fuerte personalidad y que no dudó en ponerse el mundo por montera para hacer lo que le viniese en gana. Las escenas que comparten son una delicia, sobre todo en los diálogos.
Escrita a dos voces (en primera persona cuando narra Melquiades y en tercera cuando el protagonismo es para Galdós), Un episodio nacional recrea, hasta cierto punto, el modo de escribir decimonónico y nos ofrece una imagen nítida de ese Madrid de barrios ricos y pobres, con todas sus abismales diferencias, incluso en el habla de las gentes que lo habitan. Melquiades, que ha llegado en busca de inspiración, se ve superado por lo que ve y vive, Madrid le deja sin palabras. Asistiremos de su mano y de la de Galdós a las tertulias de café, en las que intelectuales y escritores hablaban de lo divino y lo humano, caminaremos con ellos por las calles de una ciudad que a veces es reconocible y otras no, pero que cuenta con vida propia.
Cuando Melquiades conoce a Laura, una jovencita segura de sí misma y que sabe perfectamente lo que quiere para su vida, se enamora por completo. Laura y Emilia Pardo Bazán son personajes fuertes, que reivindican el papel de la mujer en una sociedad que las trataba casi como pertenecientes a una casta inferior. Los propios intelectuales de la época no dudaban en justificar que no pudiesen votar o que cobrasen menos por su trabajo que los hombres y hasta dudaban de sus capacidades intelectuales y críticas. En el caso de Higinia, la criada acusada del asesinato, sufre muchos más ataques por ser mujer y pobre, algo que sus "partidarios" (quienes creían firmemente en su inocencia) echaban en cara a quienes la acusaban.
La sociedad madrileña, fuertemente dividida entre quienes consideraban a Higinia culpable (la criada ladrona y traidora que solo buscaba robar y que mordió la mano que le daba de comer) y quienes ponían en la picota al "pollo Varela" (que como coartada tenía estar preso en la cárcel Modelo de Madrid, pero era de dominio público que los pudientes que se encontraban en ella entraban y salían a su antojo), esperaba cada día la salida de los periódicos para conocer de primera mano las últimas investigaciones. Y esto era una novedad que había que agradecer a la nueva Ley de Imprenta de 1883 por la que solo se podían exigir responsabilidades a periódicos y periodistas si sus escritos podían ser constitutivos de delitos según el Código Penal. Eso disparó la libertad a la hora de contar y publicar con todo lujo de detalles hechos como este.
Aunque Carlos Mayoral ficciona desde el punto de partida de algunos hechos ciertos, es verdad que Pérez Galdós se interesó por el crimen de la calle Fuencarral y que escribió una serie de cartas al periódico argentino La Prensa contando los pormenores del caso. En la novela, Mayoral juega un poco también con lo que pudo haber sido, como el modo en que se conocieron Galdós y Baroja. Y, como decía antes, las escenas compartidas de Galdós con Emilia Pardo Bazán son fantásticas. Cuenta lo que debe contar, no se recrea en detalles o noches que todos sabemos que sucedieron porque no es necesario. Ahí reside su elegancia.
Para los amantes de la novela histórica Un episodio nacional es una lectura fantástica porque, además, mezcla un crimen real, una investigación y muchísimas perlas costumbristas que muestran claramente la labor de investigación que Carlos Mayoral ha llevado a cabo. Las descripciones de las calles de Madrid, de sus cafés, bares, pensiones y viviendas están tratadas con mimo y es fácil hacernos una idea mental de cómo eran. Hasta el calor del verano en la ciudad, que puede ser delirante. Estoy segura de que muchos lectores acabarán por interesarse por la vida del gran escritor canario y por el crimen de la calle Fuencarral, que a fecha de hoy sigue sin estar claro.
En el mismo año en que Jack el Destripador aterraba Londres, Madrid vivía pendiente de un crimen que dividió a la opinión pública. El número 109 de la calle Fuencarral ya no es el de entonces, por los cambios de numeración producidos posteriormente. De hecho ni siquiera existe un número 109, salta del 107 al 111. Hay una versión (la más fiable) que dice que es el actual número 95 y otra que asegura que es el 1 de la Glorieta de Bilbao. Hasta en eso hay cierto misterio. Como lo son las últimas palabras, nunca explicadas, de Higinia antes de ser ejecutada por garrote vil dirigidas a su supuesta cómplice (que fue condenada a 18 años de cárcel): "¡¡Dolores!! ¡¡Catorce mil duros!!"
Este crimen es el punto de partida de esta novela de Carlos Mayoral. Un episodio nacional nos sumerge en el Madrid de finales del siglo XIX, un Madrid muy distinto al actual pero que ya contaba con una personalidad muy acusada, y en el que se movían tanto literatos, políticos y personas acomodadas como gentes venidas de otras provincias a ganarse el pan, obreros, criados y buscavidas de todo pelaje. Un Madrid de dos caras y dos luces, con acusados contrastes, en el que el autor coloca a los personajes de su novela y los va moviendo en una brillante partida de ajedrez.
EL NÚMERO 109 DE LA CALLE FUENCARRAL
A primera hora de la mañana del 2 de julio de 1888 el humo y el fuerte olor a quemado que salían del segundo piso del número 109 de la calle Fuencarral despertaron y alertaron a los vecinos de la calle. Cuando se consiguió entrar en la vivienda se descubrió el cadáver de la dueña de la casa, Luciana Borcino, que había sido apuñalada y su cuerpo envuelto en trapos empapados en petroleo a los que se había prendido fuego. En la habitación contigua yacían sin conocimiento la criada, Higinia Balaguer, y el perro de la señora de la casa. Higinia es acusada del asesinato de su patrona y ella, a su vez, acusa al hijo de Luciana, conocido como "el pollo Varela", de ser el culpable.
Paralelamente, Melquiades, un aspirante a escritor, acaba de llegar a Madrid con la esperanza de que Benito Pérez Galdós, en ese momento en la cumbre de su carrera, le ayude y le enseñe cómo llegar a escribir una gran novela. Galdós había conocido al padre del chico y decide tomarle como secretario. Ambos se acabarán viendo inmersos en la marea del crimen de Fuencarral que está cubriendo Madrid y decidirán investigar por su cuenta qué es lo que sucedió y quién está detrás del asesinato de Luciana Borcino. Hay muchos cabos sueltos en la historia y muchos rincones oscuros que sería conveniente sacar a la luz, pero también van encontrando muchos impedimentos a sus pesquisas. El caso parece complicarse cada vez más.
También, en la trama, es importante y fundamental la relación que Galdós mantenía en ese instante con Emilia Pardo Bazán, una mujer avanzada a su tiempo, inteligente, sarcástica, escritora brillante, de fuerte personalidad y que no dudó en ponerse el mundo por montera para hacer lo que le viniese en gana. Las escenas que comparten son una delicia, sobre todo en los diálogos.
Escrita a dos voces (en primera persona cuando narra Melquiades y en tercera cuando el protagonismo es para Galdós), Un episodio nacional recrea, hasta cierto punto, el modo de escribir decimonónico y nos ofrece una imagen nítida de ese Madrid de barrios ricos y pobres, con todas sus abismales diferencias, incluso en el habla de las gentes que lo habitan. Melquiades, que ha llegado en busca de inspiración, se ve superado por lo que ve y vive, Madrid le deja sin palabras. Asistiremos de su mano y de la de Galdós a las tertulias de café, en las que intelectuales y escritores hablaban de lo divino y lo humano, caminaremos con ellos por las calles de una ciudad que a veces es reconocible y otras no, pero que cuenta con vida propia.
Cuando Melquiades conoce a Laura, una jovencita segura de sí misma y que sabe perfectamente lo que quiere para su vida, se enamora por completo. Laura y Emilia Pardo Bazán son personajes fuertes, que reivindican el papel de la mujer en una sociedad que las trataba casi como pertenecientes a una casta inferior. Los propios intelectuales de la época no dudaban en justificar que no pudiesen votar o que cobrasen menos por su trabajo que los hombres y hasta dudaban de sus capacidades intelectuales y críticas. En el caso de Higinia, la criada acusada del asesinato, sufre muchos más ataques por ser mujer y pobre, algo que sus "partidarios" (quienes creían firmemente en su inocencia) echaban en cara a quienes la acusaban.
La sociedad madrileña, fuertemente dividida entre quienes consideraban a Higinia culpable (la criada ladrona y traidora que solo buscaba robar y que mordió la mano que le daba de comer) y quienes ponían en la picota al "pollo Varela" (que como coartada tenía estar preso en la cárcel Modelo de Madrid, pero era de dominio público que los pudientes que se encontraban en ella entraban y salían a su antojo), esperaba cada día la salida de los periódicos para conocer de primera mano las últimas investigaciones. Y esto era una novedad que había que agradecer a la nueva Ley de Imprenta de 1883 por la que solo se podían exigir responsabilidades a periódicos y periodistas si sus escritos podían ser constitutivos de delitos según el Código Penal. Eso disparó la libertad a la hora de contar y publicar con todo lujo de detalles hechos como este.
Aunque Carlos Mayoral ficciona desde el punto de partida de algunos hechos ciertos, es verdad que Pérez Galdós se interesó por el crimen de la calle Fuencarral y que escribió una serie de cartas al periódico argentino La Prensa contando los pormenores del caso. En la novela, Mayoral juega un poco también con lo que pudo haber sido, como el modo en que se conocieron Galdós y Baroja. Y, como decía antes, las escenas compartidas de Galdós con Emilia Pardo Bazán son fantásticas. Cuenta lo que debe contar, no se recrea en detalles o noches que todos sabemos que sucedieron porque no es necesario. Ahí reside su elegancia.
Para los amantes de la novela histórica Un episodio nacional es una lectura fantástica porque, además, mezcla un crimen real, una investigación y muchísimas perlas costumbristas que muestran claramente la labor de investigación que Carlos Mayoral ha llevado a cabo. Las descripciones de las calles de Madrid, de sus cafés, bares, pensiones y viviendas están tratadas con mimo y es fácil hacernos una idea mental de cómo eran. Hasta el calor del verano en la ciudad, que puede ser delirante. Estoy segura de que muchos lectores acabarán por interesarse por la vida del gran escritor canario y por el crimen de la calle Fuencarral, que a fecha de hoy sigue sin estar claro.
En el mismo año en que Jack el Destripador aterraba Londres, Madrid vivía pendiente de un crimen que dividió a la opinión pública. El número 109 de la calle Fuencarral ya no es el de entonces, por los cambios de numeración producidos posteriormente. De hecho ni siquiera existe un número 109, salta del 107 al 111. Hay una versión (la más fiable) que dice que es el actual número 95 y otra que asegura que es el 1 de la Glorieta de Bilbao. Hasta en eso hay cierto misterio. Como lo son las últimas palabras, nunca explicadas, de Higinia antes de ser ejecutada por garrote vil dirigidas a su supuesta cómplice (que fue condenada a 18 años de cárcel): "¡¡Dolores!! ¡¡Catorce mil duros!!"