Para los que hicimos el Bachillerato por la rama de letras puras, la asignatura de Griego resultaba peculiar. Si en COU te decidías por otra optativa, solo se impartia en tercero y, durante ese año, al menos en mi caso, dimos declinaciones, alfabeto, algo de vocabulario y formación de frases y, sobre todo, historia de la Grecia clásica. Y mitología, bastante mitología. Fue a nuestra profesora de Griego a la que primero escuché hablar de Alcibíades, al que ella definía con mucha gracia como "todo un pieza", y de sus idas y venidas. Aunque en su día me interesó lo que nos contó de él, no había vuelto a recordarle muy a menudo (para mi vergüenza) hasta que llegó a mis manos El ateniense, escrito por Pedro Santamaría, que nos trae un retrato del personaje y de la época histórica digno de los paladares más exigentes. Una novela que se devora y se disfruta, que hace viajar en el tiempo sin dificultad y que resulta apasionante no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. La Grecia de Pericles, la guerra con Esparta, los filósofos que hoy estudiamos, el teatro, la vida en las calles, la alta política y la vida más popular en las calles... todo se nos presenta en color, con un planteamiento brillante y una manera de narrar vital y yo diría que poderosa sin parecerlo. ¿Me acompañáis a visitarla?
EL PERRO DE ALCIBíADES NO TIENE RABO
Os contaré al final de la reseña el porqué de este título, que refleja muy a las claras el espíritu del personaje que es el protagonista principal de la novela, pero que jamás se muestra como tal. Corre el año 432 a.d.C y Grecia entera bulle ante una guerra de Atenas con Esparta que se antoja inevitable. Las dos ciudades aspiran a hacerse con el control absoluto de la región y esto les llevará a treinta años de conflicto de los que ninguna de las dos saldrá siendo lo que era.
El ateniense, como os decía, es la historia de Alcibíades, un personaje amado y odiado por igual, tremendamente controvertido, capaz de los hechos heroicos más nobles y de las traiciones más bajas. Platón llegó a hablar de él en alguna de sus obras. Un hombre que lo tenía todo para ser una figura preponderante en su momento: sobrino de Pericles, amigo personal de Sócrates, gran estratega y orador, rico, valiente, gran guerrero... y también implacable, cínico, maquinador y cruel. Poseedor de una belleza extraordinaria y de una gran inteligencia, era el prototipo y el ejemplo de aquella Grecia que aún hoy asombra al mundo y que sentó las bases de nuestra actual sociedad.
El gran acierto de Pedro Santamaría en El ateniense ha sido no poner a Alcibíades como voz principal. Él es el hilo conductor de la novela, sí, pero iremos conociéndole y reconstruyendo su vida, sus decisiones y sus muchos vaivenes a través de los ojos de otros. Como un caleidoscopio, en el que las piezas son siempre las mismas pero, según cómo lo movamos, toma una forma u otra. Le veremos desde los ojos de amigos, enemigos, gente del pueblo, soldados o políticos. Incluso desde ciudadanos de a pie que se cruzan con él y asisten a algún hecho concreto. Presente siempre y siendo protagonista sin hacerlo con voz propia, un reto que Pedro Santamaría ha superado con nota.
Alcibíades es un hombre de su tiempo. Lo tuvo todo y jugó sus cartas siempre para su propio beneficio. Sirvió a Grecia, a Esparta y a Persia, cayó en desgracia varias veces y de todas ellas salió de nuevo triunfante, pero no es lo que podríamos considerar un personaje histórico muy edificante porque, a pesar de sus buenas cualidades, era un gran cínico, alguien a quien sus coetáneos consideraron un traidor ( y traicionó mucho y bien) y al que la moral y las normas le importaban más bien poco a no ser que le beneficiasen. Pero se ha convertido en un mito. Conocerle es apasionante.
A pesar de ser una novela de casi quinientas páginas no se hace larga ni pesada en absoluto. Y eso también es mérito del autor, que ha sabido narrar cada capítulo con gran agilidad y de manera realmente amena, con descripciones fantásticas que no abruman nunca pero que nos hacen imaginar sin dificultad las calles de Grecia, los palacios, los campos de batalla. Y respecto a esto, a las batallas que se relatan, resultan completamente reales, mantienen una tensión que a mí, como lectora, ha llegado a emocionarme. En una novela en que encontramos a colosos históricos como Pericles, Platón o Sócrates, que generalmente los tenemos en mente como estatuas de mármol o como entelequias perfectas pero sin alma. Y aquí se nos muestran brillantemente vivos, con sus alegrías y sus miedos, con sus deseos, con sus conversaciones. Al igual que en la presentación que nos hace de la época y los escenarios, es evidente que la labor de documentación que el autor ha llevado a cabo ha sido inmensa y rigurosa, pero no nos la hace árida ni pretenciosa. Todo en El ateniense fluye, sin muros narrativos que entorpezcan.
La figura camaleónica de Alcibíades se erige en todo momento como referente, pero, junto a él, todo lo que le rodea, todos quienes le conocen, todo lo que se cuenta, conforman un dibujo espléndido de esa Grecia clásica que fue el faro de tantas civilizaciones (y lo sigue siendo) pero que también contaba con sus cuartos oscuros y sus esquinas no tan limpias. El ateniense es un libro que se disfruta desde la primera página y que, cuando cerramos, parece que salimos de una burbuja de tiempo, como cuando se vuelve de un viaje lleno de momentos únicos. Cuesta dejarlo atrás, creedme.
Respecto a lo que os decía al principio del perro de Alcibíades, es un claro ejemplo de su cinismo. La anécdota nos la contó aquella profesora de Griego y creo que, en aquel momento, no la entendimos demasiado bien. Contaba Plutarco (el gran historiador griego) que Alcibíades solía pasearse por las calles de Atenas con un perro hermosísimo que lucía una soberbia cola. La gente admiraba el porte del can y era la comidilla de la ciudad. Hasta que un día Alcibíades ordenó que se le costase la cola al perro y, cuando lo vieron, le llovieron las críticas por haber hecho tal cosa. Pero él, en su línea, y sin alterarse lo más mínimo, dijo que mientras todo el mundo estaba pendiente de la cola de su perro no se daban cuenta de su mal gobierno. Con un par.
Incluso si no sois muy entusiastas de la novela histórica, dadle una oportunidad a esta novela porque os va a sorprender y, estoy segura, os va a fascinar como a mí. Creo que Pedro Santamaría, que ya era un extraordinario escritor de novela histórica, ha dado un largo salto de calidad y madurez literaria, se nota en cada página y en el resultado final. Hacía tiempo que no volvía a Grecia y ha sido un auténtico placer descubrirla de nuevo de su mano.
Alcibíades es un hombre de su tiempo. Lo tuvo todo y jugó sus cartas siempre para su propio beneficio. Sirvió a Grecia, a Esparta y a Persia, cayó en desgracia varias veces y de todas ellas salió de nuevo triunfante, pero no es lo que podríamos considerar un personaje histórico muy edificante porque, a pesar de sus buenas cualidades, era un gran cínico, alguien a quien sus coetáneos consideraron un traidor ( y traicionó mucho y bien) y al que la moral y las normas le importaban más bien poco a no ser que le beneficiasen. Pero se ha convertido en un mito. Conocerle es apasionante.
A pesar de ser una novela de casi quinientas páginas no se hace larga ni pesada en absoluto. Y eso también es mérito del autor, que ha sabido narrar cada capítulo con gran agilidad y de manera realmente amena, con descripciones fantásticas que no abruman nunca pero que nos hacen imaginar sin dificultad las calles de Grecia, los palacios, los campos de batalla. Y respecto a esto, a las batallas que se relatan, resultan completamente reales, mantienen una tensión que a mí, como lectora, ha llegado a emocionarme. En una novela en que encontramos a colosos históricos como Pericles, Platón o Sócrates, que generalmente los tenemos en mente como estatuas de mármol o como entelequias perfectas pero sin alma. Y aquí se nos muestran brillantemente vivos, con sus alegrías y sus miedos, con sus deseos, con sus conversaciones. Al igual que en la presentación que nos hace de la época y los escenarios, es evidente que la labor de documentación que el autor ha llevado a cabo ha sido inmensa y rigurosa, pero no nos la hace árida ni pretenciosa. Todo en El ateniense fluye, sin muros narrativos que entorpezcan.
La figura camaleónica de Alcibíades se erige en todo momento como referente, pero, junto a él, todo lo que le rodea, todos quienes le conocen, todo lo que se cuenta, conforman un dibujo espléndido de esa Grecia clásica que fue el faro de tantas civilizaciones (y lo sigue siendo) pero que también contaba con sus cuartos oscuros y sus esquinas no tan limpias. El ateniense es un libro que se disfruta desde la primera página y que, cuando cerramos, parece que salimos de una burbuja de tiempo, como cuando se vuelve de un viaje lleno de momentos únicos. Cuesta dejarlo atrás, creedme.
Respecto a lo que os decía al principio del perro de Alcibíades, es un claro ejemplo de su cinismo. La anécdota nos la contó aquella profesora de Griego y creo que, en aquel momento, no la entendimos demasiado bien. Contaba Plutarco (el gran historiador griego) que Alcibíades solía pasearse por las calles de Atenas con un perro hermosísimo que lucía una soberbia cola. La gente admiraba el porte del can y era la comidilla de la ciudad. Hasta que un día Alcibíades ordenó que se le costase la cola al perro y, cuando lo vieron, le llovieron las críticas por haber hecho tal cosa. Pero él, en su línea, y sin alterarse lo más mínimo, dijo que mientras todo el mundo estaba pendiente de la cola de su perro no se daban cuenta de su mal gobierno. Con un par.
Incluso si no sois muy entusiastas de la novela histórica, dadle una oportunidad a esta novela porque os va a sorprender y, estoy segura, os va a fascinar como a mí. Creo que Pedro Santamaría, que ya era un extraordinario escritor de novela histórica, ha dado un largo salto de calidad y madurez literaria, se nota en cada página y en el resultado final. Hacía tiempo que no volvía a Grecia y ha sido un auténtico placer descubrirla de nuevo de su mano.