El Londres victoriano tiene un encanto innegable. Quizá es por esa visión "romántica" (dicho sea con las reservas pertinentes) que siempre lo adorna. Los carruajes, la moda, las costumbres, las mansiones señoriales rivalizando con los barrios más oscuros, la niebla envolviéndolo todo, ese cierto halo de misterio... Desde luego, parece el escenario ideal tanto de tramas negras al estilo Jack el Destripador como de romances caballerescos con hermosas damas, envueltos en modales y cortejos impecables. Luces y sombras. Y, en la literatura, las sombras son mucho más atrayentes.
Lamentablemente y por imponderables personales, me perdí el encuentro con el autor que se celebró esta semana en Madrid y me quedé con ganas de haber compartido con él algunas refñexiones y hacerle un par de preguntas. Porque, leyendo El jardín de los enigmas me retrotraía en muchos de sus pasajes a la fantástica Tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado (rebautizada como Londres, 1861): los peores barrios y las peores calles, los tétricos teatros de variedades en los que se exhibían "monstruos" de todo tipo y condición... y un personaje principal que se mueve con facilidad en los bajos fondos. Pero vamos por partes.
Londres, 1950. Rick Hunter trabaja como cazarrecompensas al margen de la ley en las calles más lúgubres de la ciudad. Junto a su socio, Joe Sanders, un individuo de la peor calaña, se encarga, por un precio, de solucionar "problemas" y atajarlos sin demasiados escrúpulos. Rick arrastra tras de sí un pasado terrible y doloroso que quedó en Calcuta y parece rendido a su suerte, hasta que una emboscada en la que casi pierde la vida le lleva casi por casualidad a una curiosa floristería. Su dueña se ha granjeado la confianza de burgueses y aristócratas e, incluso, va a participar con arreglos florales en la Gran Exposición Universal que se celebrará al año siguiente en la ciudad. La necesidad de esconderse y de trazar un plan para librarse de quienes le persiguen, le llevará a comenzar a trabajar en el negocio, ganándose la confizanza de la propietaria. Pero este será solo el inicio de una trama de crímenes, intrigas políticas y mensajes encriptados en la que se verá envuelto y, en cuyo centro, parece hallarse la hermosa Daphne Loveray, una mujer tan fascinante como misteriosa y de la que Rick no sabe realmente qué pensar.
La historia en sí misma resulta muy atrayente para el lector. Es sencillo dejarse llevar por lo que Antonio Garrido nos va contando y perdernos en esas calles peligrosas y muy poco recomendables en las que se mueve lo peor de la sociedad. La ambientación, sin duda, es lo más brillante especialmente cuando salta de esos lugares sórdidos a los barrios más pudientes, los de las grandes mansiones y las fiestas de lujo. O para describirnos las obras que, a marchas forzadas, tratan de acabar las obras del imponente Crystal Palace, en Hyde Park que, en menos de un año, mostrará todo el progreso de todo el mundo y los avances industriales que no dejan de surgir.
El personaje de Daphne Loveray está basado en Ada Lovelace, hija del poeta Lord Byron y de la matemática y activista política Anne Isabella Byron, una mente brillante que avanzó el funcionamiento de los ordenadores y que creó el primer algoritmo para ser procesado por una máquina de cálculo. Daphne y Rick ponen el toque romántico y apasionado a una historia que es mucho más de lo que parece. Lo que en principio parece una trama orquestada contra Rick y su pasado se va complicando hasta tocar las más altas esferas, incluido el Foreing Office.
Interesante descubrir el lenguaje que las flores pueden tener para enviar determinados mensajes y que el autor ha sabido contar con precisión pero sin abrumar con datos (similar, salvando las distancias, al de los abanicos, que es todo un arte). Y mucho más interesante, en mi opinión, es esa convivencia de dos mundos tan diferentes en la misma ciudad, como si se tratase de un primer piso luminoso y un sótano oscuro y húmedo. Las peleas ilegales, los individuos de la peor calaña, la prostitución y los fumaderos de opio (a los que acudían también gentes de buena posición buscando "relajarse") están dibujados en la novela con maestría hasta el punto de que te parece estar en ellos. También me ha gustado especialmente, dentro de ese paisaje por el que se mueven los protagonistas, el caos reinante dentro del Crystal Palace, en el que todo son prisas, ir y venir, obreros, cajas y desorden en una carrera contra reloj para que nada empañe la inauguración del gran evento que está por llegar.
Ya conocéis mi facilidad para encontrar paralelismos y, además de los que os mencionaba al principio con la novela de Juan Ramón Biedma (si bien esta es mucho más gótica, más tenebrosa y, si me apuráis, cruel y sórdida, en el estilo de su autor que ya sabéis cuánto me gusta) hay en la historia personal de Rick Hunter una reminiscencia del protagonista de El fugitivo que no voy a explicar para no hacer spoilers. Y, quizá, un levísimo toque a lo James Bond en sus maneras. Siendo una novela que me ha gustado, hay una escena concreta en un den (fumadero de opio) a la que no le he encontrado demasiada lógica (y que me hubiese encantado comentar con el autor) pero que no afecta al conjunto en absoluto.
Los personajes, en general, están bien diseñados y son coherentes con el argumento de la novela aunque, en ocasiones, reporten sorpresas inesperadas que favorecen la intriga. El rico filántropo Lord Bradbury, que ayudó a la dueña de la floristería a reflotar su negocio; Gustav Gruner, a quien desde el primer momento cogeremos una manía importante porque se ve que no es trigo limpio, y el misterioso Karum, sibilino y peligroso, cumplen perfectamente con su misión de mantenernos interesados en cada capítulo. Aunque mi secundario favorito, sin duda, es Memento, el gran amigo de Rick Hunter, todo un robaescenas, un ser extraño que vive por decisión propia en un manicomio y que es un auténtico genio. Es a través de él como el autor nos llevará a una moda muy en boga en esa época: las fotografía de difuntos. Una costumbre fascinante que hoy, quizá, vemos terrible y que consistía en hacer fotografías de los recién fallecidos como si estuviesen vivos para que las familias tuviesen un recuerdo de su ser querido.
El jardín de los enigmas es, pues, una novela de las que te hacen viajar hasta un pasado que no está tan lejano en el tiempo pero que resulta muy evocador. Plantea una intriga creciente, con acción, algunos giros argumentales y sospechas que van tomando forma. Lo que en principio parece solo una historia de venganza se va transformando en una conspiración que puede afectar al propio gobierno de Inglaterra. Bien escrita y desarrollada, manteniendo el interés hasta el final, alternando escenas de gran acción con otras en que el suspense se adueña de todo y con un sólido argumento que no deja cabos sueltos, El jardín de los enigmas ha llegado para darnos muy buenos ratos de lectura. ¿Viajamos al Londres de 1850?
Lamentablemente y por imponderables personales, me perdí el encuentro con el autor que se celebró esta semana en Madrid y me quedé con ganas de haber compartido con él algunas refñexiones y hacerle un par de preguntas. Porque, leyendo El jardín de los enigmas me retrotraía en muchos de sus pasajes a la fantástica Tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado (rebautizada como Londres, 1861): los peores barrios y las peores calles, los tétricos teatros de variedades en los que se exhibían "monstruos" de todo tipo y condición... y un personaje principal que se mueve con facilidad en los bajos fondos. Pero vamos por partes.
LA VENGANZA ENVUELTA EN OLOR DE FLORES
Londres, 1950. Rick Hunter trabaja como cazarrecompensas al margen de la ley en las calles más lúgubres de la ciudad. Junto a su socio, Joe Sanders, un individuo de la peor calaña, se encarga, por un precio, de solucionar "problemas" y atajarlos sin demasiados escrúpulos. Rick arrastra tras de sí un pasado terrible y doloroso que quedó en Calcuta y parece rendido a su suerte, hasta que una emboscada en la que casi pierde la vida le lleva casi por casualidad a una curiosa floristería. Su dueña se ha granjeado la confianza de burgueses y aristócratas e, incluso, va a participar con arreglos florales en la Gran Exposición Universal que se celebrará al año siguiente en la ciudad. La necesidad de esconderse y de trazar un plan para librarse de quienes le persiguen, le llevará a comenzar a trabajar en el negocio, ganándose la confizanza de la propietaria. Pero este será solo el inicio de una trama de crímenes, intrigas políticas y mensajes encriptados en la que se verá envuelto y, en cuyo centro, parece hallarse la hermosa Daphne Loveray, una mujer tan fascinante como misteriosa y de la que Rick no sabe realmente qué pensar.
La historia en sí misma resulta muy atrayente para el lector. Es sencillo dejarse llevar por lo que Antonio Garrido nos va contando y perdernos en esas calles peligrosas y muy poco recomendables en las que se mueve lo peor de la sociedad. La ambientación, sin duda, es lo más brillante especialmente cuando salta de esos lugares sórdidos a los barrios más pudientes, los de las grandes mansiones y las fiestas de lujo. O para describirnos las obras que, a marchas forzadas, tratan de acabar las obras del imponente Crystal Palace, en Hyde Park que, en menos de un año, mostrará todo el progreso de todo el mundo y los avances industriales que no dejan de surgir.
El personaje de Daphne Loveray está basado en Ada Lovelace, hija del poeta Lord Byron y de la matemática y activista política Anne Isabella Byron, una mente brillante que avanzó el funcionamiento de los ordenadores y que creó el primer algoritmo para ser procesado por una máquina de cálculo. Daphne y Rick ponen el toque romántico y apasionado a una historia que es mucho más de lo que parece. Lo que en principio parece una trama orquestada contra Rick y su pasado se va complicando hasta tocar las más altas esferas, incluido el Foreing Office.
Interesante descubrir el lenguaje que las flores pueden tener para enviar determinados mensajes y que el autor ha sabido contar con precisión pero sin abrumar con datos (similar, salvando las distancias, al de los abanicos, que es todo un arte). Y mucho más interesante, en mi opinión, es esa convivencia de dos mundos tan diferentes en la misma ciudad, como si se tratase de un primer piso luminoso y un sótano oscuro y húmedo. Las peleas ilegales, los individuos de la peor calaña, la prostitución y los fumaderos de opio (a los que acudían también gentes de buena posición buscando "relajarse") están dibujados en la novela con maestría hasta el punto de que te parece estar en ellos. También me ha gustado especialmente, dentro de ese paisaje por el que se mueven los protagonistas, el caos reinante dentro del Crystal Palace, en el que todo son prisas, ir y venir, obreros, cajas y desorden en una carrera contra reloj para que nada empañe la inauguración del gran evento que está por llegar.
Ya conocéis mi facilidad para encontrar paralelismos y, además de los que os mencionaba al principio con la novela de Juan Ramón Biedma (si bien esta es mucho más gótica, más tenebrosa y, si me apuráis, cruel y sórdida, en el estilo de su autor que ya sabéis cuánto me gusta) hay en la historia personal de Rick Hunter una reminiscencia del protagonista de El fugitivo que no voy a explicar para no hacer spoilers. Y, quizá, un levísimo toque a lo James Bond en sus maneras. Siendo una novela que me ha gustado, hay una escena concreta en un den (fumadero de opio) a la que no le he encontrado demasiada lógica (y que me hubiese encantado comentar con el autor) pero que no afecta al conjunto en absoluto.
Los personajes, en general, están bien diseñados y son coherentes con el argumento de la novela aunque, en ocasiones, reporten sorpresas inesperadas que favorecen la intriga. El rico filántropo Lord Bradbury, que ayudó a la dueña de la floristería a reflotar su negocio; Gustav Gruner, a quien desde el primer momento cogeremos una manía importante porque se ve que no es trigo limpio, y el misterioso Karum, sibilino y peligroso, cumplen perfectamente con su misión de mantenernos interesados en cada capítulo. Aunque mi secundario favorito, sin duda, es Memento, el gran amigo de Rick Hunter, todo un robaescenas, un ser extraño que vive por decisión propia en un manicomio y que es un auténtico genio. Es a través de él como el autor nos llevará a una moda muy en boga en esa época: las fotografía de difuntos. Una costumbre fascinante que hoy, quizá, vemos terrible y que consistía en hacer fotografías de los recién fallecidos como si estuviesen vivos para que las familias tuviesen un recuerdo de su ser querido.
El jardín de los enigmas es, pues, una novela de las que te hacen viajar hasta un pasado que no está tan lejano en el tiempo pero que resulta muy evocador. Plantea una intriga creciente, con acción, algunos giros argumentales y sospechas que van tomando forma. Lo que en principio parece solo una historia de venganza se va transformando en una conspiración que puede afectar al propio gobierno de Inglaterra. Bien escrita y desarrollada, manteniendo el interés hasta el final, alternando escenas de gran acción con otras en que el suspense se adueña de todo y con un sólido argumento que no deja cabos sueltos, El jardín de los enigmas ha llegado para darnos muy buenos ratos de lectura. ¿Viajamos al Londres de 1850?