martes, 21 de enero de 2020

RÓMPETE CORAZÓN de Cristina López Barrio

Es verdad que muchas veces una portada o un título nos pueden decir bastante de lo que nos vamos a encontrar dentro de un libro. En ocasiones son tan evocadoras que sentimos la necesidad imperiosa de descubrir lo que esconde en sus páginas; otras veces echan para atrás sin remedio aunque el contenido sea fantástico y de, cuando en cuando, las hay que no tienen nada que ver con lo que vamos a leer. Cuando tuve en mis manos Rómpete corazón, de Cristina López Barrio, no supe muy bien a qué tipo de lectura me enfrentaba y, como tampoco me gusta leerme los resúmenes de la contraportada (anda que no me han estropeado lecturas o me han contado cosas que no tenían nada que ver con el argumento), llegué a la novela con curiosidad, aunque con la idea de una trama tirando a romántica y, quizá, con un toque de saga familiar.

Ahora puedo decir que el toque de saga familiar está, aunque diluido en un mar mucho más profundo de lo que a priori podía imaginar. Que no es romántica, aunque haya historias de amor en ella, porque es un amor que se maquilla para esconder otras cosas. Pero sí es profundamente original en su planteamiento y en manera de narrar y te acabas dejando llevar por un entramado de situaciones y sentimientos que te atan fuerte a la historia. 

LUCES QUE SE APAGAN


Cuando comencé a leer Rompete corazón me sorprendió la estructura. Hasta seis voces narradoras, cada una en primera persona, y continuos saltos adelante y atrás en el tiempo. Y me alegré, la verdad, por la originalidad y porque aunque pueda parecer una lectura complicada no lo es. Te va trazando círculos concentricos alrededor de dos hechos paralelos, ambos terribles. Como pájaros volando en círculo sobre una presa, esperando el momento propicio para que todo acabe. 

A la casa familiar del monte Abantos, cerca de El Escorial, ha regresado a vivir Blanca con su nuevo marido y sus hijas (de su primer matrimonio) Aurora y Clara. No es una decisión que le llene de alegría ya que de esa casa desapareció, doce años atrás, otra de sus hijas, Alba de quien nunca se volvió a tener noticias. Jamás hubo pistas ni se encontró rastro alguno, excepto una cinta roja en la valla de la casa: simplemente se esfumó. Un tarde, en plena hora de la siesta, la historia se repite y Clara, la pequeña de las dos hermanas que viven ahora en la casa, desaparece también. Y también vuelve a haber una cinta roja en la valla. Por si eso no fuese suficiente, el policía que se encarga del caso es el mismo que llevó el de la primera niña desaparecida. Todo parece regresar, como si la historia se doblase sobre sí misma para coincidir en un punto de partida. 

Tal como os decía antes, vamos a escuchar seis voces diferentes que nos van a ir contando el pasado y el presente: las de Aurora, Blanca, Arturo, Roger, Ricardo y Estela. Aurora es la hija mayor de Blanca, gemela de Alba (la primera niña desaparecida), una adolescente apasionada de las imágenes que obtiene a través de su cámara de vídeo y que no lleva nada bien haber tenido que mudarse a la casa del monte Abantos. Se siente sola, desarraigada y, además, carga con una escayola en su pierna por una lesión que no termina de curar.  Blanca, la madre, una mujer hermosa y lejana, que ha decidido abandonar su profesión para estar junto a su nuevo esposo y apoyarle en sus proyectos. Arturo, el escritor con el síndrome de la página en blanco, que ha alquilado una habitación en la casa de Blanca y que observa todo con interés creciente. Roger, el policía ya casi jubilado, que vuelve a encontrarse con los fantasmas de un caso que no pudo resolver y le quitó el sueño. Ricardo, el reciente marido de Blanca, pendiente de todo y de todos. Y Estela, la vecina de la finca de al lado, una anciana extraña, que fue gran amiga de la madre de Blanca y que es también casi parte de la familia.


Son seis narradores y también seis visiones diferentes de lo que sucede y sucedió. Pero cada uno va aportando piezas a un caleidoscopio que parece al principio no tener una forma definida y que va adquiriendo perfiles cada vez más inquietantes. Porque Rómpete corazón es fundamentalmente eso, en mi opinión: inquietud creciente. Una inquietud que a veces se torna en algo mucho más visceral, cuando de la narración de los protagonistas vayamos obteniendo datos que desconocíamos al principio y que van recolocando y definiendo la imagen real del pasado y del presente. Cristina López Barrio ha sido valiente eligiendo ese modo de presentar su novela y creo que es un acierto para enganchar al lector y meterle por completo en la historia.

Muy conseguido también el ambiente de la casa, de la finca y de los alrededores, envuelto todo en un halo extraño y opresivo en el que los recuerdos parecen caminar con la misma soltura que los habitantes. De hecho tenía la sensación, mientras leía, que cuando alguno de los protagonistas dejaba la casa para ir a Madrid o a El Escorial salían de una burbuja, de una realidad paralela. La casa, con su torreón, su finca de naturaleza desatada y sus silencios, siempre está en el centro de esa burbuja.  Pero también lo está Blanca, un personaje con el que no he conseguido empatizar ni un momento. Hermosa y fascinante, sí, pero no termina de quedar claro si es a su pesar o si lo tiene muy claro y lo explota. Un madre que se muestra excesivamente fría y como desapegada tras la desaparición de su segunda hija, pero que se agarra con una enfermiza dependencia a su actual marido. 

De cada uno de los personajes vamos a ir conociendo su vida, sus certezas y sus miedos desde dentro de ellos mismos. El bloqueo creador de Arturo y su visión de la familia, al principio periférica y más tarde mucho más personal. Los demonios que acosan a Roger, el policía, y lo que esconde entre los muros de su piso. Estela y su historia común con la madre de Blanca, además de depositaria de un cuento de hadas que parece tener relación con todo pero que acabará siendo el lienzo de una locura. Aurora, sus miedos, su rebeldía y su pierna escayolada, como una metáfora de su propia vida que no la deja avanzar y la tiene anclada en un presente que detesta. El amor casi desesperado de Ricardo por Blanca. 

Rómpete corazón me ha supuesto una muy agradable sorpresa y me ha mantenido pegada a sus páginas hasta el final, hasta que el caleidoscopio ha dejado de girar y se ha colocado la última pieza. Todo ha cuadrado, aunque la inquietud se ha mantenido. A veces mirar de cerca ciertos aspectos de la naturaleza humana tiene ese resultado y Cristina ha desbrozado muy bien el bosque que cada uno de  los personajes lleva a su alrededor. Blanca, Alba, Aurora y Clara tienen luz en sus nombres, aunque esa luz no traspase más allá de los límites de la finca del monte Abantos.

Y es que no siempre los cuentos de hadas son luminosos. Todos, de un modo u otro, tienen mucha crueldad en su interior.











T


martes, 14 de enero de 2020

SIDI de Arturo Pérez Reverte

Eran otros tiempos, desde luego. La educación ha cambiado bastante y no tengo demasiado claro si ha sido para bien. Pero para los alumnos de mi generación, leer el Cantar del Mio Cid (al igual que el Libro del buen amor, las coplas de Jorge Manrique o las serranillas del Marqués de Santillana) era no solo obligado, sino un motivo más para adentrarnos en la historia de España. Siempre sentí devoción por la figura del Cid, quizá porque tuve la inmensa suerte de contar con un profesor de literatura de su mismo nombre, don Rodrigo, que nos hacía vivir cada una de sus andanzas, al igual que hizo con tantos otros como Machado, Miguel Hernández, don Juan Manuel... y aquella maravillosa Flor nueva de romances viejos que aún releo de cuando en cuando y de la que puedo recitar muchos de sus versos gracias a esta bendita maldición que es mi memoria. También, y lo saben todos los que me conocen, soy revertiana convencida y confesa, aunque haya algún libro de don Arturo que no me ha emocionado especialmente. Y, dentro del universo Reverte, me rendí con armas y bagajes hace ya mucho ante el capitán Alatriste. Por eso, la noticia de la publicación de Sidi me tocó la fibra sensible, una fibra que quedó tensa, dispuesta a vibrar (estaba muy segura de ello) con cada una de sus páginas. Hoy ya puedo asegurarlo: Sidi es un pedazo de libro. Un relato poderoso, lleno de vigor narrativo, con un "crescendo"que se te agarra a la boca del estómago y te lanza hacia adelante, en una cabalgada formidable. Una novela para disfrutar como el mejor cine de aventuras y aplaudir y gritar, en los momentos más álgidos ¡Santiago! ¡Castilla y Santiago!

EL QUE EN BUENA HORA CIÑÓ ESPADA


Sidi encuentra su marco en el Cantar del Mio Cid, con de la jura de Santa Gadea y la niña de Burgos que se atreve a enfrentarse a él para decirle que, si les ayudan, el rey arrasará la hacienda de de padre y sus propias vidas. Sí, hay estudios y documentos que aseguran que el Cantar contiene hechos que no fueron ciertos y otros que están magnificados, pero ¿y qué? ¿Importa? Desde mi humilde opinión, en absoluto. Cualquier héroe, de la nacionalidad que sea, tiene muchas capas doradas forjando y adornando su leyenda, pero eso no desmerece lo que fueron. Fijaos en Nelson, de quien los hijos de la Gran Bretaña dicen que jamás perdió un combate y el tipo se dejó un brazo y mucha dignidad frente a Tenerife, cuando los barcos ingleses hubieron de huir tras una derrota de las buenas. O ese silencio clamoroso en los libros de historia franceses acerca de que a las tropas de Napoleón les dieron las suyas y las de un bombero en Bailén, por no hablar de que el 2 de mayo ni siquiera saben lo que es. Tenemos en este país nuestro la fea costumbre de olvidar a nuestros héroes y, cuando son inolvidables, como el caso de Ruy Díaz de Vivar, tratar de ensombrecerlos, negarlos o catalogarlos de asesinos sin entrañas. A ver si nos quitamos ya los estúpidos complejos y empezamos a sentir orgullo de lo que fuimos.

En Sidi no vamos a leer las hazañas completas de Ruy Díaz, sólo una parte de ellas, una parte apasionante, dura a veces, intensa, con personajes que dejan los versos en castellano antiguo y las fórmulas corteses para volverse de carne y hueso, con sus virtudes y defectos. Con sus miedos y sus deseos, pero con sus lealtades sólidas. Ruy ya ha sido desterrado por Alfonso VI tras la jura de Santa Gadea, ha dejado en el monasterio de San Pedro de Cardeña a su esposa, Jimena, y a sus hijas, y "trabaja" para señores que pueden pagar sus servicios persiguiendo a aceifas moras que saquean pueblos y haciendas. La suya es una hueste de hombres fieles que decidieron seguirle en su exilio, que le guardan respeto y que no dudan ni por un instante de cada orden que da. Pero también merecen comer y un lecho donde dormir, ganar un sueldo, tener su honra a salvo. 

Esto llevará a Ruy Díaz a presentarse ante Berenguer Ramont II, conde de Barcelona, para pedirle trabajo, ofreciéndole poner a su servicio las doscientas lanzas de su mesnada. El conde, soberbio y arrogante, no solo no acepta, sino que trata de Ruy y a los suyos con desprecio. Eso hará que Ruy se dirija a Zaragoza para hacer el mismo ofrecimiento al rey musulmán de la ciudad (no hay que olvidar que, en aquel momento, reyes cristianos y musulmanes podían colaborar unos con otros, unirse para guerrear, pagarse impuestos, jurarse lealtad... y cambiar de opinión al día siguiente), ofrecimiento que este acepta de buen grado, ya que tiene planes muy concretos a corto plazo.

En Sidi vamos a encontrar a los conocidos compañeros de mesnada de Ruy Díaz: Minaya Alvar Fáñez, Diego Ordóñez, Pedro Bermúdez...y otros que se añaden, como Galín Barbués o Muño García. Cada uno de ellos está lleno de matices pero, sobre todo, de humanidad, incluso la más bárbara, como la que manifiesta Diego Ordóñez cada vez que va a entrar en combate. Pero es la figura de Ruy Díaz la que se erige ante nuestros ojos con toda la grandeza de ser humano excepcional, por mucho que él ni siquiera lo considere de ese modo. Él, como todos, hace lo que tiene que hacer, lo que le toca hacer. Estamos en la segunda mitad del siglo XI y casi todo el territorio de la hoy España era tierra de frontera, tierra peligrosa por la que había que luchar. Ruy Díaz pelea, combate, mata, captura esclavos, pacta con quien le de garantías, pero manteniendo alto su estandarte de honor y lealtad. Es un hombre de su época, a quien no podemos medir con los estándares actuales ni pedir cuentas ni juzgarle con nuestros ojos. Es una insensatez y, seguramente, saldríamos perdiendo.

Ruy Díaz, el Cid, Sidi Qambitur para los musulmanes, es un hombre fiel a sus principios. Leal a un rey que le ha desterrado pero que es "su señor natural", con un concepto del honor y la honra que hoy día ni siquiera concebimos. Es implacable si es necesario, matar a los enemigos es algo natural, pero también es ecuánime y justo. Respeta profundamente a quien tiene enfrente y a los muertos de todos los bandos cuando el combate ha sido en buena lid. Tiene sus propios miedos y sus propios recuerdos, pero sabe que sus hombres dependen de él y de sus decisiones. Unos hombres que se dejarán despedazar por él si llega la ocasión.


He disfrutado especialmente con la narración de las batallas, quizá porque desde que visité el Museo de las Navas de Tolosa y me explicaron de forma detallada cuáles eran los modos de combate de cada bando, las entiendo mucho mejor. El tornafuye de los musulmanes, más ligero y con menos enfrentamiento frontal, frente a la carga de caballería castellana. Debía ser impresionante ver un muro de caballos, jinetes y lanzas pegados, casi unidos por los estribos, ir cogiendo velocidad hasta el ataque final. Pérez Reverte ha conseguido dar a estas escenas una intensidad que te hace contener el aliento, describiendo no solo la parte más obvia de sangre y cuerpo a cuerpo, sino los olores, los sonidos, el caos, el polvo levantado, las gargantas rotas de gritar, el miedo, la sensación de soledad del que pelea por su vida. Sé que suena muy manido, pero Reverte consigue que puedas "ver" lo que él te cuenta, como una gran película de aventuras.

Y a lo mejor es que mi mente, como de costumbre, enlaza y relaciona cosas que, a priori, tienen poco que ver, pero hay algunos guiños cinéfilos que me han sacado media sonrisa, como cuando Ruy Díaz decide que ya está bien de estar casado pero no hacer uso del matrimonio y se lleva la puerta del dormitorio de Jimena por delante. Me acordé muchísimo de una escena similar de la gran película El hombre tranquilo, de John Ford, aun cuando haya algunas diferencias. O esa imagen de Diego Ordóñez con un collar de orejas cortadas a los enemigos, igual que el que luce el personaje interpretado por Dolph Lundgren en Soldado universal.

Sidi me ha hecho pasar unas cuantas horas de lectura de absoluta burbuja feliz. He disfrutado, me he emocionado, he vivido junto a las huestes de Ruy Díaz, he sufrido y he gozado. Y hasta ganas he tenido a veces de dar saltos en mi butaca con gritos tan poco políticamente correctos como "¡¡dales caña, Sidi!!"  No puedo pedirle más a un libro. Gracias, don Arturo, por volver a darme tanta felicidad.

jueves, 9 de enero de 2020

FOLLONES DEL SIGLO XIX de David Botello

A estas alturas decir que me encanta la Historia casi sobra. Pero sobre todo siento debilidad por escucharla, contarla y leerla de modo que no resulte una sucesión de fechas y hechos que, de tanto repetirlos, casi nos suenan extraños, ajenos, decorados de cartón piedra. Por eso libros como el que hoy os traigo resultan tan atractivos y tan amenos de leer, porque, aunque te cuentan todo con detalle, van también a los cotilleos y a la intrahistoria, busca en las esquinas que quedaron sin barrer y que no se ven a simple vista y, además, nos lo hacen pasar genial explicándolo de tal modo que te saca muchas sonrisas y más de una carcajada. 

El subtítulo de Follones del siglo XIX es "amoríos, sinrazones, enredos, trapicheos y otros tejemanejes". Y es que el siglo XIX en España fue de aúpa, porque tuvimos de todo: monarquía, república, rey constitucional, rey impuesto, rey felón, progresistas, moderados, conservadores, guerras de independencia y carlistas, pérdida de parte de imperio, matrimonios morganáticos, hijos de no consortes, invasiones, gabachos... un no parar. Este libro hace un repaso fabuloso a todo aquel periodo que culminó con el desastre del 98 y que marcó el devenir de lo que nos esperaba en el siglo XX. Además ya sabéis de mi admiración y cariño por el autor, David Botello, un gran conocedor de la Historia y, sobre todo, un gran divulgador. Si os apetece podéis disfrutarle en los programas de El punto sobre la Historia y Esto es otra Historia que se emitieron en Telemadrid y que podéis encontrar en diferentes plataformas.

DE CARLOS IV A LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS


Hay que perderle el miedo a la Historia. Dejar de sentirla como algo muerto y que no nos atañe, porque lo que somos se debe a lo que fuimos. Pero, por encima de todo, hay que dejar de juzgarla con nuestros ojos del siglo XXI, alegando buenismos y criterios que en nada se parecen a los que tuvieron que vivir aquellos que la protagonizaron. Hay que dejar de interpretarla a nuestro modo, de retorcerla para que diga lo que queremos que diga, de golpearla con saña cuando no se adapta a lo que nos conviene. La Historia de España es riquísima, compleja y está llena de héroes y malvados, de luces y sombras, de honor y gloria y también de barro. Pero es la nuestra y debemos estar orgullosos de ella, no arrojarla a los pies de los caballos con la cobardía de quien nada ha de perder por hacerlo. 

Un gran ejemplo de todo esto que os digo está en nuestro siglo XIX, un periodo que nos trajo lo peor y lo mejor y que, en cierto modo, sentó las bases de lo que actualmente tenemos y vivimos. David Botello ha hecho un repaso extenso pero también muy entretenido, con epígrafes cortos y capítulos muy bien compartimentados para que nadie, ni siquiera los más legos en la materia, pierdan un solo detalle. Se permite, además, hacerlo con un tono muy alejado de lo pedagógico y formal para conseguir la atención del lector usando, para ello, no solo su amplio conocimiento histórico sino iluminándolo todo con anécdotas, cotilleos, chascarrillos de la corte y de los diferentes gobiernos. Y lo mejor de todo: desmontando algunos de los bulos más conocidos y manidos que han llegado incluso a nuestros días. Eso eran "fake news" de pata negra y no los de Twitter.


Fue un siglo lleno de guerras de todo tipo y condición: desde la de Independencia,  a las Carlistas y las de Cuba y Filipinas. Una época en la que España apenas era ya una sombra de lo que había llegado a ser y eran muchos los buitres, tanto patrios como extranjeros, que pugnaban por hacerse con lo que quedaba. Por si fuera poco, nuestros gobernantes se movían al sol que más calentaba, había casos clamorosos y sangrantes de corrupción (qué suerte que eso ya no pasa, ¿verdad?) e importaba más defender las propias posiciones que el bien de la nación. Es curioso cómo nos repetimos. 

En Follones del siglo XIX vamos a descubrir que lo de Godoy con la reina pudo ser un rumor malintencionado que llegó demasiado lejos. Que el pobre Pepe Botella (que hizo lo que pudo) en realidad no probaba el alcohol. Que la lotería nacional comenzó en 1811 en Cádiz, durante la resistencia contra los franceses y mientras se escribía la Constitución de 1812. Que Maria Cristina, viuda de Fernando VII, en cuanto se vio libre de semejante impresentable, se casó con un guardia de corps y se llenó de hijos, además de llenarse los bolsillos a costa de tejemanejes muy poco claros. Que a Isabel II la casaron por las bravas con un primo al que ella misma llamaba "la prima Paquita" y que en la noche de bodas llevó más encajes que ella. Que hay muchas cosas por aclarar todavía en la muerte de Prim. Que el primer rey constitucional de España fue Amadeo de Saboya, que también hizo lo que pudo y que nos acabó dejando por imposibles. Que la I República ya nació herida de muerte.

Este es un libro que puede leerse a pedacitos, sin prisa, disfrutándolo y dejando que nos vaya calando poco a poco. Seguramente servirá para entender mejor ciertas cosas y para conocer otras de las que no teníamos ni idea, pero que resultan fascinantes.  Pero sobre todo para darnos cuenta de que todo se repite siempre, que no hay nada nuevo bajo el sol, y que conocer la Historia, la de verdad, la que no está tergiversada, evitará que nos tomen el pelo o que nos hagan comulgar con ruedas de molino. Creo, sinceramente, que libros como este son necesarios para hacernos con un criterio propio y dejar de creer solo en lo que nos cuentan, sobre todo cuando ese relato se basa en realidades impostadas o, pura y simplemente, mentiras. Como dice el propio autor, "el siglo XIX es un jaleo" pero es nuestro jaleo. Conocerlo merece mucho la pena.

Decía Nicolás Avellaneda que "los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetir sus errores" y muchas veces tengo la sensación de que pecamos de un exceso de olvido y desmemoria. Por eso caemos en lo que caemos, tropezando en las mismas piedras cada vez. Venid de viaje al siglo XIX, no encontraréis mejor quía que David Botello, os lo aseguro. Y os vais a reir mucho, eso también os lo garantizo.