PASIÓN, GUERRA Y RECUERDOS
En su novela Muerte en la tarde, Ernest Hemingway dijo: "Madrid es la más española de las ciudades de España. Cuando uno ha podido tener el Prado y al mismo tiempo El Escorial (...) y Toledo al sur y un hermoso camino a Ávila y otro bello camino a Segovia, que no está lejos de La Granja, se siente dominado por la desesperación al pensar que un día habrá de morir y dejar todo aquello.". A pesar de los tiempos duros que le tocó vivir aquí, siempre decía que habían sido los mejores años de su vida.
Y es que todos sabemos que el premio Nóbel visitó en muchas ocasiones España, y más concretamente Madrid, y se confesaba completamente enamorado. Ya en los años 20 del pasado siglo venía acompañado de su familia y lo hizo así hasta en nueve ocasiones. Posteriormente, durante la Guerra Civil, en los años 1937 y 1938, llegó a Madrid como corresponsal del North American Newspaper Alliance para cubrir como periodista el conflicto y en los años 50, como tantas fotografías y documentos gráficos lo avalan, era muy habitual su presencia en nuestro país, sobre todo para asistir a espectáculos taurinos.
Muchas calles, bares, hoteles y parques de Madrid han quedado inmortalizados para siempre en sus obras y en la mayoría de ellos también queda su recuerdo. Por ejemplo en el Restaurante Botín, lugar en el que transcurre la última escena de su novela Fiesta. Hemingway se hizo muy amigo de Emilio, entonces gerente del local, y le rogó encarecidamente que le enseñase a hacer paella. Pero el resultado fue un total desastre y, tras varios intentos, el escritor aseguró dejar las cocinas y seguir dedicándose a la literatura.
También solía frecuentar el restaurante El Callejón, en la calle de la Ternera número 6 (calle en la que tuvo su vivienda nuestro héroe del 2 de mayo, el capitán Luis Daoiz), del que dijo en la revista Life que tenía "la mejor comida de la ciudad". Y, por supuesto, era un habitual de Chicote, el mítico local de la Gran Vía. En su relato La denuncia usa este bar como ejemplo del afecto que sentían sus clientes extranjeros por España y vuelve a darle protagonismo en su novela La quinta columna, en la que hay una amplia escena que se desarrolla en su interior.
Pero no solo de pan, buena comida y buenos vinos vive el hombre y Hemingway tenía varios hoteles de referencia en Madrid a los que le gustaba volver, como el Hotel Gran Vía (hoy Tryp Gran Vía) que cuenta con una placa en su entrada como recuerdo de la presencia del escritor, aunque a pesar de haberse alojado en varias ocasiones y haber escrito en él algunas de sus mejores crónicas sobre la Guerra Civil, en un artículo manifestó que el lugar "siempre le ponía furioso", sin dar demasiadas explicaciones. A pesar de ello, solía volver y también aparece como uno de los escenarios en La quinta columna. En sus primeros viajes a Madrid, con su familia, se quedaban en la habitación número 7 de la Pensión Aguilar (hoy Hostal Aguilar), en la Carrera de San Jerónimo.
Otro hotel que solía frecuentar era el Hotel Florida, que estaba en la Plaza del Callao y que, por desgracia, ya no existe. Este hotel sí que fue el escenario principal de La quinta columna, que, como vemos, es una novela profundamente madrileña, y tenía una característica única: era uno de los pocos edificios madrileños que en plena Guerra Civil contaba con agua caliente. Fue en sus pasillos y habitaciones donde Hemingway conoció a la reportera Martha Gelhorn, de la que se enamoró hasta el tuétano y en él vivieron buena parte de ese amor.
En la que es quizá la novela más conocida de Hemingway, Por quién doblan las campanas, se menciona al Hotel Gaylord, sito en la calle Alfonso XI, hotel que fue el más importante durante el transcurso de la Guerra Civil por todos los políticos, periodistas y personajes de cierta fama que se alojaron allí. El protagonista de la novela, Robert Jordan, dice de él una frase muy elocuente: "es demasiado bueno para una ciudad sitiada". De la mano de Jordan visitaremos también en la novela el Cuartel de las Brigadas Internacionales, que estaba en la calle Velázquez 63 y que hoy es un edificio precioso y único, además del Retiro y el Jardín Botánico.
Aunque de lo que sí le gustaba hablar (y disfrutar) a Ernest Hemingway en sus artículos era sobre la gastronomía de la que disfrutaba en Madrid. Era muy asiduo a la Cervecería Alemana, que sigue abierta y en perfecto estado de revista en la Plaza de Santa Ana y del desaparecido bar Álvarez, que se encontraba en la calle del Príncipe, donde le gustaba pasar las horas bebiendo cerveza y degustando raciones de gambas.
Pero si hay un lugar que impresionó a Hemingway fue el edificio que estaba en la calle Pintor Rosales número 14, justo frente al Cuartel de la Montaña, un edificio que, durante la Guerra Civil era una ruina absoluta, con el hueco del ascensor retorcido, la escalera destrozada y las puertas, milagrosamente intactas, abriéndose hacia un terreno totalmente yermo. Estaba tan cerca de la línea de fuego que podían verse las trincheras republicanas que estaban un poco más abajo. Para el escritor, esta finca desolada representaba fielmente el Madrid abatido por los bombardeos, destrozado por una guerra cruel. Tal fue la impresión que siempre le causó, que le dedicó un relato llamado Landscape with figures. Poco tiempo después, cuando le propusieron colaborar como guionista en la película The spanih earth, pidió que el edificio saliese en ella y hay un buen número de escenas en las que aparece, con su portal desvencijado y casi cayéndose a pedazos.
Puede que muchas de las cosas que escribió y contó Hemingway sobre España y sobre Madrid se hayan convertido en estereotipos, pero nos puso en el mapa de millones de estadounidenses y ciudadanos del mundo que lo desconocían todo sobre nuestro país. Solo por eso merece la pena escuchar sus los susurros que fue dejando por nuestras calles.