jueves, 31 de marzo de 2022

LAS OTRAS NIÑAS de Santiago Díaz

Hay hechos que, aunque pasen los años, se quedan en nuestra memoria y en la de nuestra generación por el impacto que nos causaron. Creo que todos pordemos recordar dónde estábamos o qué hacíamos el 11 de septiembre o el 11 de marzo, no hace falta ni decir el año. El caso Alcasser es algo similar. ¿Quiénes de más de cuarenta años no nos estremecemos todavía con la desaparición de las tres niñas y el posterior hallazgo de sus cadáveres, con los detalles de las autopsias, con la huída del sospechoso número uno, con aquel juicio tan mediático al segundo implicado? Nunca es sencillo escribir sobre algo que levantó tantas ampollas en su día, pero creo que Santiago ha sido valiente. Y no solo eso: ha sido original, huyendo del efectismo y del morbo, cambiando por completo las reglas del juego en cuanto a lo que es la resolución de un crimen. 

Cierto es que, incluso pocos días antes de la publicación, ya circulaban reseñas, notas de prensa y comentarios que anticipaban parte del argumento de la novela y "descubrían" quién era el criminal tan buscado al que se hace referencia en la contraportada. Es lo que tiene la inmediatez de las redes en estos tiempos. Pero, a pesar de todo, creo que eso no empaña el resultado final de la novela, que sabe mantenerte en una constante tensión. Santiago dosifica muy bien esa tensión, como os contaré ahora; para el lector eso es un aliciente. Sí que hay un par de cosas que me han "chirriado" un poquito, aunque estemos hablando de ficción en la que, de una manera u otra, todo puede valer a veces. Es ese "a veces" el que a mí me araña, pero ahora os doy más detalles.

VOLVER A MATAR

Tras todo lo sucedido en la novela anterior, El buen padre, la inspectora Indira Ramos está a punto de terminar su excedencia en un pueblecito extremeño en el que ahora vive con su madre. Han pasado casi tres años y debe reincorporarse a la policía, pero, personalmente, se ve incapaz de volver a tener delante al subinspector Ivan Moreno y más por algo que lleva ocultándole todo este tiempo. Pero casi no habrá tiempo para saludos: los dos deberán trabajar codo con codo para resolver el mayor rompecabezas criminal de la historia más reciente de España. Y es que, en una gasolinera, y casi por azar, aparecen las huellas dactilares del que, durante muchos años, fue el hombre más buscado del país. Su crimen, atroz y muy mediático, según las leyes ya ha prescrito y la policía sabe que no tiene razones para mantenerle detenido. Él lleva años viviendo bajo una identidad falsa, parece un ciudadano normal y corriente, pero Indira Ramos tiene la certeza de que un asesino como él tuvo que volver a matar en algún momento. Comienza una febril cuenta atrás para encontrar el crimen que impida que el monstruo quede libre.

Esta es la vuelta de tuerca de la que os hablaba: tenemos al criminal, ahora hay que encontrar el crimen. Un crimen que, realmente, no se sabe si sucedió, ni dónde, ni cómo. Indira, Ivan y todo su equipo van a tener que hacer encaje de bolillos para ir hacia atrás en el tiempo, reconstruir una vida inventada y encontrar algo que les marque el camino a seguir. Y no es tarea fácil. Por si esta trama no fuese suficiente, también habrán de investigar el asesinato de un arquitecto, con un escenario del crimen impoluto y sin ninguna prueba, que va a afectar de forma inesperada a la agente Lucía Navarro.


La premisa de partida me pareció francamente original. Os decía al principio que Santiago ha sido valiente por meterse en ese "avispero" que aún colea y que no ha terminado de cerrarse, con todo el ruido mediático que causó y que aún, cuando se habla de él, causa. Creo que ponernos ante los ojos a un criminal que se ha convertido casi en un mito de la encarnación del mal y que veamos que ha llevado una vida aparentemente tranquila y bastante normal, nos hace plantearnos muchas cuestiones. ¿Un asesino puede amar, puede convertirse en otra persona? Incluso yendo más allá: ¿puede haber cambiado?

Santiago Díaz se mueve con soltura en la narración. Su trabajo como guionista para cine y televisión  aporta al ritmo y a la alternancia de escenarios una fluidez especial. Dosifica la tensión, como ya os comentaba, realmente bien, creando constantes "picos de sierra" a lo largo de las páginas, provocando en el lector la necesidad de seguir avanzando, de querer saber qué va a pasar a continuación. Sabe introducir, en ocasiones, pequeños destellos de humor, sobre todo respecto a las manías de Indira, procurando, eso sí, que nunca resulten demasiado caricaturescos. Y aquí es donde aparece mi primer "pero", con Indira. Es verdad que es un personaje potente, lo ha venido demostrando desde las entregas anteriores. Está perfilada con originalidad y es de todos sabido que padece un trastorno obsesivo compulsivo muy fuerte con una causa probada y cierta. Es una gran policía y, al parecer, la mantienen en su puesto por su pericia, su buen trabajo y su instinto. Pero, en mi opinión, son demasiadas "manías". La escena con la alfombra de su superior, de alguna manera, fue como si hubiesen arañado una pizarra a mi lado. Tengo la suerte de conocer tanto a policías como guardias civiles en activo y, hablando de esto con uno de ellos en concreto, me aseguraba que por una simple crisis de ansiedad puedes verte abocado a dejar el cuerpo o que te jubilen anticipadamente. Por muy buena hoja de servicios que tengas. Más que nada porque van armados y cualquier inestabilidad emocional es un riesgo. Estamos ante una novela y una ficción e Indira puede funcionar bien ahí, pero dudo mucho que en la vida real siguiese en activo.

No lo puedo evitar, a pesar de todo no acabo de cogerle el punto a Indira. Ya no son solo sus obsesiones, es su carácter en general. Incluso con los que más quiere, a veces, más que hablar, suelta auténticas bofetadas. Siento decirlo así, pero no me cae simpática, qué le voy a hacer. Supongo que es de ese tipo de personajes a los que amas u odias, pero no dejan indiferente a nadie y eso sí que se lo reconozco a Santiago. Ha hecho de ella un referente y eso hay que aplaudirlo, aunque a mí la inspectora Ramos se me atragante mucho.

El otro aspecto que no me ha convencido es el de la niña que aparece en la novela. Tiene dos años, por edad se la consideraría prácticamente un bebé aún. Y, aún siendo cierto que hay crios que con esa edad son loritos y no paran de hablar (los míos por ejemplo, sobre todo la pequeña, que desde que arrancó con sus primeras palabras, y lo hizo muy pronto, todavía no se ha callado) lo de utilizar la lógica o el razonamiento casi adulto, como demuestra esta pequeña, no es normal. Pueden repetir frases elaboradas que han escuchado a sus padres o abuelos, a sus hermanos, pero usar hasta el chantaje emocional con solo dos añitos no me resulta muy real. Se comporta más como una cría de seis o siete años. Santiago, en el encuentro que tuvimos con el club de lectura para hablar del libro, nos decía que, al no tener hijos, había preguntado a amigos por el tema. E insisto: como en el caso de Indira, estamos en una ficción. Pero me gustaría mucho contrastar con vosotros estos extremos.

Salvando estos dos detalles, que son exclusivamente opinión mía y no un dogma de fe, la novela es un puro entretenimiento de los buenos. Un ejercicio muy original para ir a esos "primeros principios" de los que hablaban en El silencio de los corderos y para sentir un escalofrío muy real ante lo que es la maldad humana con nombre y apellidos. Y creo que, a todos los que lo hemos leído, ahora nos ha quedado un pequeño posito de inquietud. ¿Seríamos capaces de darnos cuenta de que a nuestro lado vive un asesino?



viernes, 18 de marzo de 2022

LA NIÑA DEL MERCADO de Olga Mínguez Pastor

Ya lo he comentado en post anteriores: las novelas negras que publica M.A.R. Editor me gustan especialmente. Son originales, tienen planteamientos diferentes a las corrientes mayoritarias y suelen ser más oscuras, más intensas. De nuevo me he encontrado en esta ocasión con estas premisas, aunque reconozco que, al finalizar le he visto algunos "peros" que os contaré después. La historia central te engancha y te mantiene en una tensión constante, pero lo que la rodea, quizá, y esta solo es mi opinión, a veces peca un poquito de histriónico. ¿Me ha gustado? Sí, ya sabéis que a mí me pones una novela con muertitos, investigación y misterio y soy feliz y La niña del mercado tiene de eso para dar y tomar. Y, además, la trama nos va a llevar a hechos terribles sucedidos en Alicante durante la Guerra Civil, especialmente el atroz bombardeo de su mercado central. Lo que sucede es que ha habido varios aspectos en ella que no han terminado de "redondearla", por decirlo de alguna manera.

La niña del mercado es la continuación de La absurda existencia de Dalila Conde, aunque yo desconocía este dato antes de empezar a leer. Y tampoco ha tenido demasiada importancia, porque las referencias que se hacen a la novela anterior siempre se explican, con lo cual la lectura puede hacerse de forma independiente y casi acabas sabiendo a grandes rasgos lo que sucedió en la otra entrega. Al menos a mí no me ha resultado nada complicada la lectura ni me he ido tropezando con datos que desconocía, porque, como os digo, cuando aparecen siempre hay una aclaración o alguna línea de diálogo que nos da respuesta, y eso es muy de agradecer. Dicho esto, vamos con la novela.

CELOS, AMBICIÓN Y VENGANZA

El inspector Leo Vélez, mientras está en su tiempo libre en un local de copas, recibe un sobre extraño, decorado con una cenefa griega y un lacre rojo. Dentro, una carta le anuncia que ha empezado un macabro juego, una espiral de muerte, en que las víctimas ya están marcadas. El asesino busca completar un círculo de sangre muy personal. Antes de que amanezca, Candela Satorre, una anciana viuda que vive sola, despierta sobresaltada por un ruido: alguien ha entrado en su casa, pero no para robar. Piensa llevarse algo mucho más valioso: la vida de la anciana. Vélez comienza una frenética carrera contra el reloj y tratará de encajar las piezas de un puzle complejo y extraño, ya que el escenario del crimen de Candela Satorre está preparado en cada detalle: un número escrito con sangre, manzanas rojas sobre la cama y un intenso olor a fruta. Junto con su mano derecha, Juanjo Arjona, y la ayuda de Irene Garrido y Carlos Linares, con quien mantiene muchas diferencias, vivirá un caso que se va complicando y poniendo a prueba la inteligencia y el olfato policial de los miembros de la brigada, obligándolos a retroceder hasta un hecho acaecido ochenta años atrás: el bombardeo del Mercado Central de Alicante.

Un asesino en serie, una trama que nos lleva atrás en el tiempo para dar sentido a unos crímenes actuales, cartas extrañas... elementos ideales para dejarse llevar por la lectura. La autora, además, nos va relatando hechos del pasado, los únicos que, en su cabecera, tienen fecha y lugar, trasladándonos al Alicante de la Guerra Civil. Ambas tramas van a converger, pero lo interesante es saber cómo. Y cuándo. 

Leo Vélez, en esta novela, es un inspector de policía de gran experiencia que salió muy tocado, y no sólo físicamente, de un caso anterior. Ahora es reconocido incluso por la calle. Tiene un insinto muy especial para descubrir motivaciones ocultas o para interpretar las pruebas. Mantiene una relación amorosa (de hecho viven juntos) con Martín Rueda, un luthier que sabe cómo ponerle los pies en el suelo y sabe organizar su brigada como un grupo de trabajo bien engrasado, aunque Carlos Linares trate siempre de ponérselo difícil debido a su animadversión personal.

Un personaje carismático, sin duda, pero no he logrado nunca empatizar con él. En ningún momento. Por capítulos me ha ido pareciendo inestable, soberbio, pagado de sí mismo y hasta arrogante. Presume de que siempre tiene razón en sus intuiciones. La autora lo dibuja, además, como un tipo atractivo, de muy buena planta, al que sus jefes consideran "el mejor policía del país". Cierto que lleva a sus espaldas episodios terribles y una vida personal muy complicada, hoy ya un mar de calma gracias a Martín. Pero, como personaje, me ha dejado fría. Después os detallaré más.

Toda la trama paralela de lo sucedido en Alicante en la guerra sí que me ha gustado mucho, y eso que ya sabéis que no soy muy fan de ese periodo histórico, que creo ya muy machacado. Pero la autora aporta datos que desconocía y que me han interesado hasta el punto de ir a buscarlos para enterarme de primera mano de cómo fueron aquellos años allí. También están muy bien contadas las vidas de quienes lo vivieron, con descripciones muy reales, mostrándonos sus alegrías, sus penas y hasta sus miserias. Es curioso que, habiendo crímenes de por medio, me haya fijado tanto en esa otra parte.

Con esto no quiero decir que la parte actual, con los asesinatos y la investigación del grupo de Vélez no me haya gustado. Todo lo contrario, me ha mantenido interesada hasta el final para saber qué pasaba y quién estaba detrás de lo que sucedía. Mi problema, simplemente, se llama Leo Vélez. Es inestable, tiene estallidos de ira y se considera imprescindible. Además mantiene una cierta obsesión con la supuesta homofobia de los demás y hay reacciones de él, en ese sentido, que no tienen demasiada explicación. Sí que es un buen policía, tiene instinto, sabe leer las pruebas como nadie y enlazar unos hechos con otros, pero le encanta demostrar que tiene razón.

El asesino, por su parte, no ha dudado en dejarse ver desde el primer momento, convencido de que su juego sangriento es perfecto. No se esconde, no se disfraza, pero se escurre entre los dedos de la policía como el agua. Hay, entonces, una constante lucha de egos entre él y Vélez. También es un hombre de los que llaman la atención. En su caso me han chirriado algunos pensamientos personales suyos, muy físicos: busca hundir a Vélez pero también le desea... Peculiar, como poco.

Lo mejor de la novela es el ritmo, que la autora dosifica muy bien: rápido en los capítulos de la trama policia y los asesinatos y más pausado en el "histórico" y los hechos que acaecen en Alicante. Pero juntos funcionan bien y la lectura gana muchos enteros con esa combinación. Los diálogos también colaboran en esa impresión general, porque no suenan acartonados ni falsos y aportan realidad a lo que sucede. 

Respecto a los "peros", además de lo que os contaba del personaje de Leo Vélez, están los clichés. Para mi gusto, hay demasiados. El asesino que lleva años pergeñando las muertes, las cartas con características especiales, los mensajes que van en ellas, crípticos, para poner a prueba a los investigadores, las puestas en escena de los címenes... Mucho estereotipo, quizá. Eficaces dentro del argumento, pero conocidos en exceso. Y también pequeños detalles de redacción. A veces repite una cierta característica de un personaje en más de una ocasión casi con las mismas palabras, hay algunos errores tipográficos que, sin ser nada extraordinario, sí que me llaman la atención porque la editorial suele ser muy puntillosa con eso. Y, sobre todo, el uso de las comas, mal colocadas en muchas frases, especialmente entre sujeto y predicado. Cierto que todo esto no influye en la trama y en el buen argumento, pero a mí me saltan a los ojos, no lo puedo evitar.

¿La recomiendo? Sí, por supuesto, creo que es una novela capaz de mantener nuestra atención hasta el final, con una buena dosis de crímenes "originales" y una segunda línea temporal muy interesante. Si la leéis, por favor, contadme si compartís mis apreciaciones. Seguro que da para una conversación muy interesante.

miércoles, 16 de marzo de 2022

SI TE DIGO QUE LO HICE de Jaime de los Santos

No acostumbro a leer los resúmenes de los libros ni las contraportadas, generalmente porque lo que cuentan o es mucho y te desguaza la novela, o se parece al contenido lo que un huevo a una castaña. Así que llegué a Si te digo que lo hice sin más información que una portada con media cara de mujer y que su autor, Jaime de los Santos, es senador. Pero apenas empecé a leer descubrí a mi propio yo en muchos momentos de mi vida, pasados y actuales. Una descripción sobre la pena y la soledad tan desgarradora que era como mirarme dentro y ver el vacío. "La soledad es caprichosa. Se instala en el corazón y te hunde en la amargura. Te confunde. Te acompaña. Y, da lo mismo si tienes uno o un ciento de amigos, su sabor amargo te despierta por las noches. Te persigue". Tras terminarla me di cuenta de que de su protagonista, Elvira, todas llevamos pedacitos dentro y, cuantos más años acumulamos, más pesa todo. O quizá es que ese todo está compuesto de muchos todos más pequeños que se suman, se amontonan, a veces se rebelan, y ya no caben en la mochila.

Si te digo que lo hice es la narración de una vida, la de Elvira, y la de quienes la compartieron: sus padres, sus hermanos, sus hijas, su marido. Puede parecer algo sencillo, pero os aseguro que no lo es, como para ninguno de nosotros es sencillo enfrentarnos a nuestra propia vida con un mínimo de objetividad. Los recuerdos infantiles, sobre todo los que dolieron y nos hirieron, permanecen como cicatrices molestas. Y nunca podremos volver al lugar al que fuimos felices alguna vez, porque no es solo que el paisaje haya cambiado y hasta los olores sean otros, es que nuestro yo de entonces ya murió. Supongo que, a lo largo de la vida, morimos muchas veces: con cada decepción, con cada buena noticia, con cada pérdida, con cada cambio. Quiero pensar que nos reinventamos o, al menos, aprendemos a sobrevivir que es, exactamente, lo que Elvira consiguió.

TODO PARECE MÁS TRISTE CUANDO DESPUNTA EL INVIERNO

Sentada en la misma cama en la que nació, Elvira trata de aceptar que su hermano Gonzalo acaba de morir. La desoladora pena por su pérdida comienza a mezclarse con recuerdos de su vida, con otras pérdidas, con el frío que la agarrota. Solo ella y sus cinco hijas asisten a la misa funeral por Gonzalo. Es el inicio de un monólogo emocionante de Elvira consigo misma, llevándonos desde antes de su nacimiento hasta el momento presente. Una vida llena de carencias en la infancia, de educación rigurosa, de aceptar las cosas gustasen o no, de tristezas y también de algunos amores que colorearon su existencia. Pero Elvira sabe que nunca aprendió a querer, ni tampoco supo dejar que la quisieran.

"Si las palabras no se las dices a alguien no son nada" decía Menchu mientras velaba a su marido en la inmortal Cinco horas con Mario. Algo hay de Menchu en la narración de Elvira, solo que Menchu, delante del cadáver de Mario, por fin se atreve a hablar aunque nadie la escucha, a veces de forma exasperante, demostrando que nunca le conoció. Y Mario tampoco a ella, supongo, a pesar de los años y de los hijos. Elvira, igual que ella, solo habla para sí misma, pero para recordarse y recordar. La culpa es solo la suya.

Elvira ya es anciana, pero aún sigue teniendo muy presente la niña que fue. Una niña que perdió a su madre demasiado pronto y que vio a su padre deshacerse ante sus ojos, consumido por la tristeza y el alcohol. Siendo consciente de que el cariño y el amor le faltaban cada día, una carencia que se hizo enorme, que se filtró en su cuerpo y en su mente, y que la dejó llena de goteras. Conoció el amor con su marido, Claudio, y tuvo cinco hijas a las que sobreprotegió porque fue su manera de quererlas. El recuerdo de sí misma, esperando a su padre, que nunca regresó, en una boca de metro, está tatuado en su alma.

Escrito en primera persona, con frases cortas que a veces son como arañazos, es la voz de Elvira la que escuchamos y es su alma la que se desnuda. La que nos habla de esa educación dura y represiva que le tocó vivir en plena posguerra, que también cercenó de muchas maneras su modo de enfrentarse a los afectos. De sus cuatro hermanos, que nunca acabaron de entenderla. De su instinto de protección con Gonzalo, el más frágil de todos ellos, que se perdió muy pronto en un mar de abandono y, también como su padre, de alcohol. De sus hijas, especialmente de Adela, la que le confesó que amaba a otra mujer y Elvira solo pudo aprender, a tropezones, a aceptarlo. De Claudio y su vida juntos. 

El monólogo de Elvira es, ante todo, una reflexión sobre la soledad y la muerte en esa España de lutos eternos en los que las mujeres se convertían en sombras y que, cuando llegaron los vientos del cambio y la libertad, no supieron qué hacer con ellos. Elvira aún no acaba de enterderlo demasiado bien, aunque sus hijas ya han crecido bajo su amparo y lo ven todo de otra manera. 

Si te digo que lo hice toca muchas teclas, pero sobre todo sabe tocar la de la emoción y la de la cercanía, porque todos, de un modo u otro, hemos sentido o sentiremos cosas similares a las que Elvira hace frente. Jaime de los Santos nos envuelve con una prosa preñada de sensibilidad, en ocasiones con poesía sin versos ni métrica, en este viaje sentimental por buena parte de nuestro siglo XX. La travesía está llena de tormentas, pero a mí me ha encantado encararlas.

**Jaime de los Santos es Historiador del Arte, madrileño, y un apasionado de la belleza y de Lorca. Colabora habitualmente con varios medios de comunicación como El Confidencial, Antena 3 y Onda Cero y es senador y exconsejero de Cultura de la Comunidad de Madrid