martes, 19 de abril de 2022

LAS MANOS TAN PEQUEÑAS de Marina Sanmartín

En los últimos años, con el auge de la novela negra y todos sus mestizajes (la mayoría interesantes, al menos a priori), los autores buscan explorar nuevos caminos que lleven a que el lector se quede pegado a las páginas, que disfrute y sufra a partes iguales, que se involucre para saber quién es "el malo" o los motivos que este tiene para hacer lo que hace. En ocasiones, la obsesión por rizar el rizo ha provocado resultados un tanto peculiares; en otras, por suerte las menos, pero con mucha repercusión, el exceso se esas peculiaridades las hace complicadas de creer. Y es cierto que, en muchas, hay estereotipos que se repiten, personajes que parecen cortados por el mismo patrón, o errores flagrantes legales y de procedimiento. Eso no es impedimento para que el género siga fuerte y que me encante, por eso agradezco tanto cuando una novela calificada de "negra", aún cuando esta etiqueta a veces sea muy, muy genérica, me sorprende por su originalidad. Las manos tan pequeñas, de Marina Sanmartín, lo ha conseguido con creces. No solo por el planteamiento y el lugar en que se ambienta, sino por sus personajes, tan alejados de los moldes habituales. Y por su prosa, bellísima, fluida, sin artificios que distraigan.

Cierto es que hay en ella un crimen con detalles algo escabrosos, pero, a pesar del misterio que supone y de las presuntos culpables, es casi una excusa para que su protagonista principal, Olivia Galván, tome la palabra y nos hable de su vida, de su relación con César Andrade, de su dualidad, de sus miedos y sus certezas, de la verdad. Su verdad. 

"NADIE, NI SIQUIERA LA LLUVIA, TIENE LAS MANOS TAN PEQUEÑAS"

El matrimonio formado por Olivia Galván y César Andrade llega a Japón para que él imparta un curso de posgrado en la universidad. César es catedrático de Literatura Comparada y toda una eminencia en su campo; Olivia, una conocida autora de novela negra con una muy vendida saga de novelas protagonizada por Lolita Richmond. Ya en Tokio, Olivia recibe un mensaje a través de redes sociales de Gonzalo Marcos, miembro de la Embajada española en la capital nipona, en el que se ofrece a hacerle de guía por los lugares menos conocidos de la ciudad. Al día siguiente de su llegada, mientras almuerzan con Gonzalo, llega la noticia de que las manos cortadas de la famosa bailarina Noriko Aya han aparecido tiradas en el estrecho espacio antisísmico que hay junto a su hotel. En uno de sus dedos, un delicado anillo de oro y rubíes que en pocas horas señalará a César como principal sospechoso del asesinato. Olivia se refugia en Gonzalo y acabará por abrirse a él y contarle cosas de ella misma y de su matrimonio que nadie sabe. Quizá la solución del caso esté ahí. O quizá la verdad, como una piedra preciosa bien tallada, tenga muchos matices.

Os decía antes que, si algo prima en la novela, es la originalidad. Primero por su extensión, apenas doscientas páginas intensas, duras en muchos momentos, hermosísimas en otros. En segundo lugar, por el lugar en el que se desarrolla, Tokyo, una ciudad que para los occidentales resulta tan extraña como otro planeta y que aquí se nos muestra hostil y bella a la vez, cubierta buena parte de la trama por el gris y la lluvia, con paisajes que alternan la más fría modernidad con la tradición milenaria. Y finalmente, por la propia Olivia, una "mujer caleidoscopio", con una cara pública y otra privada tan diferentes que puede resultar más que inquietante. 


Partiendo del último día de la estancia en Japón de Olivia hacia atrás, sus conversaciones con Gonzalo nos llevan a conocer los pormenores del viaje de ella con César pero, sobre todo, los detalles de una relación tóxica y consentida, en la que ella ha convertido a su marido en alguien que, quizá y solo quizá, no quisiese ser. Una relación de dependencia pedida, casi exigida, que para Olivia es la que la mantiene viva y de la que no quiere desprenderse. Pero es Olivia la que nos habla en primera persona en todo momento y lo hace empujada por Gonzalo. ¿Realmente lo que ella cuenta es la verdad? ¿O está dando un curso perfecto de creación literaria, en el que la confusión se enseñorea de todo? ¿Está tan segura de lo que dice o solo trata de desorientar a su oyente?

Olivia fue alumna antes que esposa de César. Nunca han tenido hijos. De cara al exterior son una pareja brillante, exitosa, con carisma. Pero una vez que cierran la puerta de su hogar, la realidad es otra. La sumisión consentida, las infidelidades, los celos, las palabras convertidas en látigos deseados, el placer conseguido ¿a qué precio? Gonzalo consigue que Olivia hable, pero él se mantiene en la sombra, sin aportar nada sobre sí mismo. Busca conseguir la verdad sobre lo sucedido con Noriko, aunque eso le haga escuchar cosas demasiado íntimas y dolorosas. En los días posteriores al crimen, se van viendo en lugares emblemáticos de Tokio, en restaurantes, librerías, parques... la ciudad se abre a nuestros ojos a través de los suyos, tan atrayente como extraña.

He disfrutado cada página de Las manos tan pequeñas. Por diferente, por intensa, por todas las dudas que crea, por ese juego de verdades que lo son de quien las dice, pero puede que no sean las de otro. Por, como Gonzalo, saber quién miente. Y por qué las pequeñas manos de Noriko fueron desgajadas de su cuerpo. ¿Os atrevéis con el reto?



miércoles, 6 de abril de 2022

YO NO MATÉ A FEDERICO de Carlos Mayoral

Jorge Guillén decía que "cuando estás con Federico no hace ni frío, ni calor, hace Federico". Y de Federico jamás es necesario ya decir sus apellidos. No hace falta. Todos sabemos quién es, todos creemos conocerle, a él y a su historia de vida y de muerte. Pero siempre parece rodeado de la aureola de los mitos, como si nos perteneciera a todos sin ser de nadie y que, al mismo tiempo, hay muchos aspectos de su existencia, de su poesía y de su obra en general que se nos escapan. Como esa melodía que nos viene a la cabeza y de la que somos incapaces de recordar la letra. Carlos Mayoral me fascinó con su novela anterior, Un episodio nacional, en el que, al hilo del misterioso crimen de Fuencarral, nos ponía delante a Benito Pérez Galdós en una faceta diferente: investigando el caso y sacando conclusiones. 

En Yo no maté a Federico su protagonista principal es el poeta, incluso cuando no está presente en la acción. Partiendo de hechos reales y de los últimos días de su vida, Carlos ha creado una hermosa ficción utilizando a Germán Monteverde, un niño al que Federico da clases de piano en la casa de la Huerta de San Vicente y con el que acaba teniendo una gran complicidad, para contar el entonces y el después. El entonces, en la Granada de antes de la Guerra Civil. El después, en la posguerra, con todas las heridas abiertas. Una novela que recuerda y reivindica y que se lee con ese poso de nostalgia que deja lo que pudo ser y no fue. 

QUE AL AMANECER DEN DOS CLAMORES DE CAMPANAS

Corre el verano de 1935 y el joven Germán Monteverde acompaña a su padre en su habitual visita a los terratenientes para quienes recoge el tabaco en la Vega de Granada. Cuando llegan a la Huerta de San Vicente, les recibe don Federico García para abonar los pagos pertinentes y Germán queda embelesado por la música de piano que se escucha. Don Federico da permiso al chico para que se acerque a un salón en el que su hijo, Federico García Lorca, está tocando y el poeta, al ver el interés del jovencito, se ofrecerá para darle clases de piano. Al poco, Federico irá descubriendo en Germán un talento innato y tremendo, talento que le abrirá las puertas a un mundo nuevo, lleno de promesas y completamente inesperado.

Unos años después, en plena posguerra, Germán malvive en la escasa trastienda del estanco en el que ha conseguido trabajo gracias a su madre. La música ya no forma parte de su vida y la ausencia de Federico en su vida le duele como una llaga. Por un azar del destino, un militar, el capitán Nestares, de quien se dice que participó en la muerte del poeta, detiene a Germán por un delito de estraperlo. Germán no lo conoce, pero Nestares sí sabe quién es él y el talento que Federico supo ver será el que salve a Germán de la cárcel.

A estas alturas supongo que todos tenemos una idea formada sobre Federico. No ya solo por esa categoría de mito de la que os hablaba antes, sino por su obra, por todo lo que se ha hablado sobre su evolución literaria, por su marcada personalidad y, sobre todo, por la crueldad de su muerte. Lo que Carlos Mayoral hace en esta novela es sacar a Federico de la categoría de mito y humanizarle. Porque Federico fue niño, fue hombre, fue alguien físico, con alegrías y penas. Alguien que marcó mucho a quienes le conocieron y que tenía fama de buena gente, de disfrutar de un gran sentido del humor y con un talento inmenso, del que era consciente y del que disfrutaba mostrándolo a los demás. Curiosamente, no sé si por una mal entendida conciencia de clase (Lorca no dejaba de ser un "señorito bien" de Granada), a quien no soportaba era al pobre Miguel Hernández, con quien procuraba no coincidir nunca.

En Yo no maté a Federico se narra la curiosa y fructífera relación que Germán Monteverde y Lorca afianzan a través de la música y el piano, pero también nos lleva a los últimos días de la vida del poeta y a conocer a José María Nestares, un hombre de fama terrible en Granada. Cómo Germán va desarrollando su talento bajo la atenta mirada de Federico, que hace lo que sea para que mejore y para lanzarle adelante. Incluso le lleva a casa de Manuel de Falla para que lo conozca. Un pigmalión que grabará a fuego las lecciones de música y de vida en su discípulo y con quien mantendrá una relación llena de cariño y complicidad. 

La otra cara de la moneda sería José María Nestares, militar que estaba al mando de la La Colonia, un centro de detención del bando nacional recién sublevado en Viznar, y en el que se fusilaron a cientos de "disidentes". Allí fue llevado Federico García Lorca antes de ser asesinado. El Nestares de Yo no maté a Federico tenía cierto poder en 1936, pero en 1942 lo ha aumentado. Han pasado seis años de aquel fatídico verano y el nuevo régimen se ha enseñoreado de todo. Pero también guarda una historia personal que le corroe.

En capítulos muy cortos, a veces de una sola página, Carlos Mayoral nos va llevando a 1935, 1936 y 1942. Sigo, como siempre, sintiendo escalofríos en esas horas previas a la muerte de Federico, esa crónica de una muerte anunciada que hoy hemos interiorizado pero que, en aquel momento, nadie se esperaba. Porque más que un tema político (Federico tenía amigos en ambos bandos), quienes llevaron a la muerte a Lorca pertenecían a su familia y hubo más de venganza en su asesinato que ninguna otra motivación. Y desde hace unos años se trata de "descargar" de algún modo a Nestares de la decisión final, que ya estaba tomada cuando a él le llegó la orden. Él la cumplió, como con tantos otros, pero no lo decidió. Sobre esto hay mucha tela que cortar y como os he dicho otras veces: investigad, investigad.

La maestría de Carlos Mayoral con la ambientación consigue que nos parezca que los paisajes y las calles se vayan tiñendo de gris a medida que avanzamos en la lectura. Al principio conseguimos ver los colores, aspirar el olor de los jazmines y el calor del verano, pero hay algo frío y acerado que se va colando por todos los rincones. Más que descripciones, Carlos nos brinda sensaciones. El paisaje y la ciudad las vemos a través de los personajes, que, a su vez, nos los presenta llenos de matices y aristas, profundamente humanos, adaptándose al tiempo que les toca vivir. 

Yo no maté a Federico merece, a pesar del ritmo que el autor le da, una lectura pausada. Quizá un poco de introspección y de mirar algo más allá en el horizonte. Federico jamás perderá su aureola de mito, pero esta novela nos aclara ciertos porqués y algunos quiénes. De muchos de ellos ya os hablé AQUÍ, pero creo que merece la pena ir descubriéndolos. Hay mucho de poesía en esta novela. Mucho de nostalgia, de oportunidades perdidas, de esperanza, de redención. Disfrutadla y, como escribió Federico en Mariana Pineda, "No interrumpas la lectura. Un corazón necesita lo que pide en la escritura".