En el siglo II de nuestra era, Roma sigue siendo el imperio más poderoso sobre la tierra y una ciudad que lo tiene todo. Lo mejor y lo peor. La brillantez de sus monumentos y avenidas contrasta vivamente con la oscuridad de sus calles menos afortunadas, esas en las que viven los más pobres y las gentes más peligrosas. Es ahí donde, desde hace un tiempo, varias prostitutas han sido asesinadas. No hay sospechosos, pero tampoco hay una voluntad real de investigar. A nadie importan. Solo un hombre, un abogado, Valerio Iucundo, quiere buscar la verdad y encontrar a los culpables. De buena posición y una labrada reputación, vive con sus dos hijas, Valeria y Domicia, a las que trata de educar en el conocimiento y la libertad.
En Nicomedia, lejos de la gran urbe, Helena y su abuela viven como esclavas en el hogar del procónsul Catilio Severo. Ambicioso y con el deseo de volver a Roma al precio que sea, va a recibir la visita de Adriano, el césar. Sabe que es la mejor oportunidad para conseguir a lo que aspira, pero nada sale bien. Tampoco para Helena, que verá como Antinoo, su amado, es seducido por el césar y apartado de su lado. El nuevo destino al que se ve obligado Catilio Severo le obliga a deshacerse de sus esclavos que son vendidos y arrastrados, en un terrible viaje, hasta Halicarnaso.
La esposa de Adriano, Vibia Sabina, permanece en Tibur sintiéndose cada vez más sola y con el dolor de haber perdido dos hijos antes de nacer. Es consciente de que no tiene el cariño de su esposo y su corazón apenas soporta ya tanto desprecio y desamor. Aunque el destino acabará poniéndole delante la posibilidad de resarcirse.
Era tan hermoso y yo le amaba tanto que su partida me rasgó el alma de arriba a abajo. Los augurios le vaticinaban un futuro de riquezas y vida plena, pero cómo dolió que Antinoo, mi Antinoo, ni siquiera echase la vista atrás para mirarme. El suplicio y las humillaciones vividas en aquel terrible viaje a Halicarnaso solo fueron arañazos, en comparación. A veces he intentado sacar de su mutismo a mi rival, a Achilia. ¿Tú amaste? ¿Te amaron? ¿Conociste la pasión, el calor del abrazo más íntimo? Jamás me contesta y su silencio es ensordecedor.
Spiculus abrió el camino. En su primera novela, Juan Tranche nos sumergió en la historia de dos amigos que acabaron enfrentándose en el circo y también en el mundo de la gladiatura. Y ahí, aunque no las viésemos, estaban las gladiadoras. Que las hubo, aunque su legado haya quedado desdibujado por el tiempo y la Historia. Con Gladiadoras, Juan alarga sus pasos, lanzándose hacia adelante con una trama bien elaborada, unos personajes que se quedan en la memoria y una recreación fantástica del mundo romano, tanto de la vida en la ciudad como lo que ocurría en los ludus, los lugares donde se entrenaba y formaba a los gladiadores. Nos muestra una Roma de contrastes, un coloso con los pies de barro en cuyos barrios más pobres se esconde lo peor de la sociedad. Ello le sirve para crear una línea paralela a la historia principal en la que se producen varios crueles asesinatos de prostitutas a las que dejan con el rostro desfigurado y en cuya investigación se implicará Valerio Iucundo.
Sus hijas, Valeria y Domicia, a pesar de su juventud, tienen las ideas muy claras. Son valientes y capaces de enfrentarse a cualquiera. A ambas, especialmente a Valeria, les apasionan los combates de gladiadores: la lucha, la destreza, el esfuerzo... pero su condición de mujer y su pertenencia a la clase alta les cierra las puertas para poder dedicarse a ello. Helena no pudo elegir, pero sí decide qué hacer con lo que le ha llegado. Vibia Sabina optará por la astucia para reivindicarse.
Y es que los personajes de Gladiadoras, todos, están vivos, son creíbles y sólidos. Cada uno con sus defectos y virtudes, pero sobre todo capaces de los sentimientos más intensos. Podemos identificarnos con muchas de sus reacciones o pensamientos, sentir su dolor o su rabia, su pena, admirarnos con la complejidad de sus personalidades, vivir con ellos todos los matices del amor: el que se perdió, el que la vida nos arrebató, el que llega como un regalo del destino, el de un padre a sus hijas, el que se ansía y no se consigue, el que nos puede llevar a lo peor.
Sin duda estamos ante una novela de mujeres fuertes. Mujeres que, a pesar de romperse y de sufrir dolor, desprecio, negación o los tormentos más inimaginables vuelven a levantarse y a plantar cara a la vida para conseguir lo que desean. Mujeres que tienen en común que, en algún momento de sus vidas, algo las arrojó al infierno y tuvieron que encontrar valor y coraje para salir de allí, enfrentarse a sus miedos y pelear para vencerlos.
Eso sí lo recuerdo bien. La arena, los gritos de la gente que poblaba las gradas, el sol arriba, en lo alto, como si quisiera asomarse también para no perderse el espectáculo. Aquel combate marcó un antes y un después en Roma, pero también nos marcó a nosotras, ¿verdad Achilia? Sé que puedes oírme, que tu silencio es solo para acrecentar el castigo de tu odio. Aquí estamos, con nuestros cascos en el suelo, mirándonos frente a frente. Te reconozco, Achilia, Veo en tus ojos la misma determinación que hay en mi espíritu, aunque su origen sea muy diferente a la que a mí me impulsa.
La ambientación que Juan Tranche ha hecho de la época es espléndida. No solo nos hace caminar por el trazado de las calles romanas y sus vericuetos más sórdidos. También nos ofrece los resultados de una documentación exhaustiva sobre cómo se ventilaban los juicios públicos en Roma, algunas fórmulas de belleza de las mujeres, recetas, cómo se organizaban los banquetes, el trato a la servidumbre, la organización del hogar o las normas que, en determinados momentos, regían en el imperio. Hasta cómo curar las heridas. Nos regala una inmersión total, en la que podemos sentir el tacto de las telas, los olores, el alboroto de las calles. Vuelve a hacernos un dibujo muy detallado de cómo eran los combates en la arena del circo y cómo entrenaban quienes se enfrentaban en ellos. Y encontramos un par de guiños a su anterior novela, Spiculus, en dos de los personajes, como buscando la complicidad de sus lectores.
Obviamente, destaca por encima de todo el conocimiento que tiene sobre la gladiatura, cómo se llevaban a cabo los combates, las armas que portaban los gladiadores, sus defensas, sus tácticas. Y lo hace sin lanzarnos un manual del tema a los ojos, introduciéndolo en la acción con gran naturalidad.
Gladiadoras es una gran novela que esconde mucho más de lo que, a priori, puede parecer. Tiene momentos duros, de los que erizan la piel. Pero también hay lugar para la ternura, el honor, el amor, la pasión, la venganza, la familia, la intriga. La lucha por la supervivencia. La amistad. Sin duda estamos ante una de las grandes historias que la literatura nos deja este año y, estoy segura, también ante un escalón más (y muy brillante) en la prometedora carrera de Juan Tranche. Vividla. La recordaréis durante mucho tiempo.
En ocasiones me invade la sensación de que mi paso por la vida solo fue una sucesión de dolor y esclavitud. Pero aquí, erguida frente a quien supo estar a la altura, he tenido tiempo para comprender que también hubo momentos hermosos. Que amé y me amaron. Que encontré un motivo para seguir adelante. Que lo que soñé se cumplió. Ojalá alguno de quienes pasan contemplándonos cada día quiera conocer lo que se esconde detrás de la piedra cincelada que nos acoge a Achilia y a mí. Tenemos tiempo. Nos queda toda la eternidad.