Había visto la portada de la novela en redes, pero tenía (y tengo) tanto pendiente por leer que casi no le presté atención. Hasta que leí un comentario de Noelia Terciado, del blog Leer al acostarme, en el que hablaba maravillas de ella. Su opinión es de las que más de fío y más cuando me aseguró que era un libro que me iba a gustar, que tenía que leerlo, que era diferente y muy intenso. Y aquí estoy dispuesta a darle la razón por completo.
Sylvia no tiene nada que ver con nada que podamos leer. No sólo por el estilo utilizado por Celso Castro, con su absoluta falta de mayúsculas, sino también por la manera con el protagonista se dirige a nosotros: en primera persona y casi lanzándonos sus verdades y su existencia a la cara, a veces de forma caótica, como haríamos cualquiera en una conversación en un bar o entre amigos. Soprende la profundidad con que habla de sus sentimientos, de sus miedos, de su vida. Del amor devastador que siente por Sylvia que duele, sí, pero que también le ofrece esperanza.
Nacido en La Coruña en 1962 (o en 1957, depende de quién y cómo se le pregunte) comenzó enla literatura escribiendo poesía. Sus primeras obras las publicó con el seudónimo de M de Venganza. Colabora con revistas de poesía y crítica literaria como Nordés y Clave Orión. Además de dos obras de antología poética, la narrativa de Celso Castro está muy influída por la poesía. La ausencia de mayúsculas da a sus obras una estética muy particular que sumerge al lector en un universo muy especial.
Sylvia es la historia de un amor que desgarra y que redime, una historia nada fácil narrada en primera persona por un casi adolescente de apenas veinte años (quizá algo más, muy poco). Es su historia de amor, de la pasión que el protagonista siente por Sylvia, una mujer bella, culta, cosmopolita, mayor que él, subdirectora de la revista de poesía Minotauro. Pero también es su propia historia, bajo los recuerdos de un padre muerto en circunstancias traumáticas, con la presencia y los cuidados casi obsesivos de su madre, con sus problemas de autocontrol aumentados por las drogas y el alcohol.
Discrepo mucho con el resumen de la contraportada del libro cuando habla de que el amor del protagonista por Sylvia no es correspondido. A veces los resúmenes ayudan poco, y este es un ejemplo claro.
El protagonista de Sylvia no tiene nombre. Celso no nos lo da en ningún momento. Y esto, junto con su modo de escribir sin mayúsculas, es marca de la casa desde siempre. Es un anonimato buscado, para que quienes leemos podamos sentirnos dentro de él, podamos entenderle cuando habla desde sus propias entrañas. También es muy joven, casi adolescente, algo que se ha repetido en novelas anteriores del autor como entre culebras y extraños (está bien escrito, ya sabéis, en minúsculas), aunque en ese caso lo es aun más. Y, como un hilo conductor, también está sobreprotegido por su madre.
La manera de narrar de Celso Castro es visceral, extraña, pero llega dentro. No necesita las mayúsculas para que nos quedemos pegados a sus páginas. Sí utiliza signos de puntuación y aparece de modo constante el uso de guiones, a veces explicando, a veces como segundos pensamientos y, a priori, esto puede echar para atrás a más de un lector "normal" (con todo mi respeto a esa definición). Para mí ha sido una delicia, a pesar de que el constante discurrir del monólogo del protagonista a veces se hace a mordiscos con la vida, a puro dolor.
No es el primer autor que escribe saltándose las normas oficiales de la gramática. Recordemos la obra Cómo Es de Samuel Beckett, un libro de ochenta páginas que el autor escribió sin ningún signo de puntuación. O las frases eternas, llenas de subordinadas, de Marcel Proust en En busca del tiempo perdido, porque Proust detestaba los puntos y sentía un amor desaforado por las comas. En el caso de Sylvia Celso se limita a evitar las mayúsculas. Sólo eso. Pero llega un momento en que ni siquiera eres consciente de que es así.
Como os decía antes, discrepo profundamente con el resumen de la contraportada del libro cuando habla de un amor no correspondido. Sylvia sí ama al protagonista a pesar de la diferencia de edad y a pesar de los muchos problemas que el chico arrastra, con un historial de desequilibrios y violencias ya amplio. Si no le amase ¿para qué casarse con él? ¿por qué su enorme tristeza cuando él quiere dejarla? Nuestro protagonista, a pesar de tener un interior devastado por su propia historia personal, se considera poeta. Y es capaz de pensamientos tan intensos y llenos de metáforas que nos quitan el aliento:
"...noto un chasquido en la cabeza, como una descarga cerebral, como un chispazo eléctrico que me recorre el cuerpo entero, me lo atraviesa de arriba abajo ¿entiendes? y al momento esa electricidad se transforma en un desfile de muertos apretujados, una hilera larguísima, interminable de muertos (...) y...lo que te decía, que siento todos esos muertos dentro de mí, arrastrándose ¿no? arrastrando los pies por unos senderos de color azul pálido, muy sucio y desvaído, y desapacible, frío... y me van caminando por dentro..."
Ambientada en La Coruña, es fácil reconocer las calles y lugares por las que el protagonista se mueve. Suele reunirse con amigos de inquietudes parecidas en un bar, que es donde conoce a Sylvia. Y ella pasa a ser su amor con mayúsculas en un mundo de minúsculas. Pasa a ser destino, inspiración, obsesión, único punto de referencia. Pero también inseguridad, temor a perderla casi sin tenerla aun, dolor cuando ella no dirige sus ojos a él en exclusiva. Sylvia también le ama. Hay algo muy tierno en el amor de Sylvia. Quizá ve el desvalimiento de él, su necesidad de ser querido... pero es diez años mayor, tiene una vida hecha y no podemos reprocharle que quiera seguir con ella porque su mundo, al contrario que el del protagonista, es más grande que sólo amor. El protagonista vive, se nutre, duerme y siente sólo por Sylvia y para Sylvia. Ella, aun amándole, tiene más amplias sus fronteras.
La relación del protagonista con su madre es algo más que sobreprotección. El padre murió de forma extraña y su figura permanece sobrevolando el hogar familiar, con recuerdos dentro de una vitrina que más parece un exvoto al que adorar. Ahí está su pasado, un pasado que no le gusta y que le tiene lleno de costuras sin cerrar, pero no puede dejar de mirarlo. Quizá por eso, en una de sus crisis, la emprende a golpes con ella y la destroza, para no tener que seguir mirándola. Su madre hace lo posible y lo imposible por él y, como no podía ser de otra manera, no ve con buenos ojos a Sylvia. Una Sylvia de la que sólo sabemos lo que el protagonista nos cuenta de ella; nada de sus pensamientos, de sus decisiones. Pero creo que los actos hablan por ella: por las veces que le consuela, por el modo en que le trata, por la dulzura de su cariño. Incluso cuando en un momento tiene que irse unos días, lo único que tenemos delante es la desesperación creciente del protagonista, que lo toma como un abandono y que le va hundiendo en un pozo cada vez más oscuro. Pero Sylvia vuelve. Y con ella la luz y el amor.
Nuestro joven protagonista apenas tiene nada más en su vida que sus recuerdos, su inestabilidad, su mal control de los impulsos y sus adicciones (de las que se nos habla como de algo que a él le ayuda a controlarse). No trabaja, no estudia, no tiene nada más en su vida que el amor por Sylvia. Y esa sensación que que a quien ama es lo único verdadero y lo único que le ata a la vida. Es algo fácil de entender, a pesar de todo. Cuando a nuestro alrededor todo se ha derrumbado con estrépito y acumulamos un desastre tras otro, sentir que amamos y que nos aman es lo más parecido a una redención. Pero también puede hacernos caer en la locura. La simple ausencia del amado nos destroza porque sólo deseamos estar con ella, con él, sentir su calor, escuchar su voz. Y la distancia nos hace pensar que el amor que nos tiene desaparecerá con la misma velocidad con que se aleja. Para el protagonista, Sylvia acaba por ser lo más parecido a un dios: es su referencia, su pasión y su credo. Todo lo que hay alrededor no es nada, ella es la luz, la que le dice esas cosas que lleva toda la vida queriendo escuchar y que le acaricia no sólo con las manos, sino con su atención y su cariño.
Por eso la posibilidad de perderla se vuelve enfermedad, dolor físico y gritos. Y a pesar de lo que la quiere, sabe darle donde más duele. Ahí seremos conscientes también de la fragilidad de Sylvia, de cómo no es cierta la afirmación de que ella no le ama. Simplemente su amor es, creo, más maduro y tranquilo, no arrasa con todo. Lo vive con pasión pero no lo sufre desangrándose a cada paso, como él.
No todo en Sylvia es tan demoledor. Hay golpes de humor realmente geniales, reacciones del protagonista con las que no sabes si echarte a reir o pegarle dos gritos. Pero sobre todo es una novela que, en su brevedad, sabe meterse debajo de nuestra piel. ¿Que no es una lectura con las habituales? Cierto, pero ahí está su magia. Dadle la oportunidad de que os toque con su varita.
Gracias Noelia, por recomendármela. Y gracias a Alba Fité y a Destino por la complicidad.
Sylvia no tiene nada que ver con nada que podamos leer. No sólo por el estilo utilizado por Celso Castro, con su absoluta falta de mayúsculas, sino también por la manera con el protagonista se dirige a nosotros: en primera persona y casi lanzándonos sus verdades y su existencia a la cara, a veces de forma caótica, como haríamos cualquiera en una conversación en un bar o entre amigos. Soprende la profundidad con que habla de sus sentimientos, de sus miedos, de su vida. Del amor devastador que siente por Sylvia que duele, sí, pero que también le ofrece esperanza.
EL AUTOR: CELSO CASTRO
Nacido en La Coruña en 1962 (o en 1957, depende de quién y cómo se le pregunte) comenzó enla literatura escribiendo poesía. Sus primeras obras las publicó con el seudónimo de M de Venganza. Colabora con revistas de poesía y crítica literaria como Nordés y Clave Orión. Además de dos obras de antología poética, la narrativa de Celso Castro está muy influída por la poesía. La ausencia de mayúsculas da a sus obras una estética muy particular que sumerge al lector en un universo muy especial.
ENTONCES LLEGÓ SYLVIA, LLEGÓ EL AMOR DE MI VIDA
Sylvia es la historia de un amor que desgarra y que redime, una historia nada fácil narrada en primera persona por un casi adolescente de apenas veinte años (quizá algo más, muy poco). Es su historia de amor, de la pasión que el protagonista siente por Sylvia, una mujer bella, culta, cosmopolita, mayor que él, subdirectora de la revista de poesía Minotauro. Pero también es su propia historia, bajo los recuerdos de un padre muerto en circunstancias traumáticas, con la presencia y los cuidados casi obsesivos de su madre, con sus problemas de autocontrol aumentados por las drogas y el alcohol.
Discrepo mucho con el resumen de la contraportada del libro cuando habla de que el amor del protagonista por Sylvia no es correspondido. A veces los resúmenes ayudan poco, y este es un ejemplo claro.
¿CUÁNTOS LABIOS CABEN EN UN BESO?
El protagonista de Sylvia no tiene nombre. Celso no nos lo da en ningún momento. Y esto, junto con su modo de escribir sin mayúsculas, es marca de la casa desde siempre. Es un anonimato buscado, para que quienes leemos podamos sentirnos dentro de él, podamos entenderle cuando habla desde sus propias entrañas. También es muy joven, casi adolescente, algo que se ha repetido en novelas anteriores del autor como entre culebras y extraños (está bien escrito, ya sabéis, en minúsculas), aunque en ese caso lo es aun más. Y, como un hilo conductor, también está sobreprotegido por su madre.
La manera de narrar de Celso Castro es visceral, extraña, pero llega dentro. No necesita las mayúsculas para que nos quedemos pegados a sus páginas. Sí utiliza signos de puntuación y aparece de modo constante el uso de guiones, a veces explicando, a veces como segundos pensamientos y, a priori, esto puede echar para atrás a más de un lector "normal" (con todo mi respeto a esa definición). Para mí ha sido una delicia, a pesar de que el constante discurrir del monólogo del protagonista a veces se hace a mordiscos con la vida, a puro dolor.
No es el primer autor que escribe saltándose las normas oficiales de la gramática. Recordemos la obra Cómo Es de Samuel Beckett, un libro de ochenta páginas que el autor escribió sin ningún signo de puntuación. O las frases eternas, llenas de subordinadas, de Marcel Proust en En busca del tiempo perdido, porque Proust detestaba los puntos y sentía un amor desaforado por las comas. En el caso de Sylvia Celso se limita a evitar las mayúsculas. Sólo eso. Pero llega un momento en que ni siquiera eres consciente de que es así.
Como os decía antes, discrepo profundamente con el resumen de la contraportada del libro cuando habla de un amor no correspondido. Sylvia sí ama al protagonista a pesar de la diferencia de edad y a pesar de los muchos problemas que el chico arrastra, con un historial de desequilibrios y violencias ya amplio. Si no le amase ¿para qué casarse con él? ¿por qué su enorme tristeza cuando él quiere dejarla? Nuestro protagonista, a pesar de tener un interior devastado por su propia historia personal, se considera poeta. Y es capaz de pensamientos tan intensos y llenos de metáforas que nos quitan el aliento:
"...noto un chasquido en la cabeza, como una descarga cerebral, como un chispazo eléctrico que me recorre el cuerpo entero, me lo atraviesa de arriba abajo ¿entiendes? y al momento esa electricidad se transforma en un desfile de muertos apretujados, una hilera larguísima, interminable de muertos (...) y...lo que te decía, que siento todos esos muertos dentro de mí, arrastrándose ¿no? arrastrando los pies por unos senderos de color azul pálido, muy sucio y desvaído, y desapacible, frío... y me van caminando por dentro..."
Ambientada en La Coruña, es fácil reconocer las calles y lugares por las que el protagonista se mueve. Suele reunirse con amigos de inquietudes parecidas en un bar, que es donde conoce a Sylvia. Y ella pasa a ser su amor con mayúsculas en un mundo de minúsculas. Pasa a ser destino, inspiración, obsesión, único punto de referencia. Pero también inseguridad, temor a perderla casi sin tenerla aun, dolor cuando ella no dirige sus ojos a él en exclusiva. Sylvia también le ama. Hay algo muy tierno en el amor de Sylvia. Quizá ve el desvalimiento de él, su necesidad de ser querido... pero es diez años mayor, tiene una vida hecha y no podemos reprocharle que quiera seguir con ella porque su mundo, al contrario que el del protagonista, es más grande que sólo amor. El protagonista vive, se nutre, duerme y siente sólo por Sylvia y para Sylvia. Ella, aun amándole, tiene más amplias sus fronteras.
La relación del protagonista con su madre es algo más que sobreprotección. El padre murió de forma extraña y su figura permanece sobrevolando el hogar familiar, con recuerdos dentro de una vitrina que más parece un exvoto al que adorar. Ahí está su pasado, un pasado que no le gusta y que le tiene lleno de costuras sin cerrar, pero no puede dejar de mirarlo. Quizá por eso, en una de sus crisis, la emprende a golpes con ella y la destroza, para no tener que seguir mirándola. Su madre hace lo posible y lo imposible por él y, como no podía ser de otra manera, no ve con buenos ojos a Sylvia. Una Sylvia de la que sólo sabemos lo que el protagonista nos cuenta de ella; nada de sus pensamientos, de sus decisiones. Pero creo que los actos hablan por ella: por las veces que le consuela, por el modo en que le trata, por la dulzura de su cariño. Incluso cuando en un momento tiene que irse unos días, lo único que tenemos delante es la desesperación creciente del protagonista, que lo toma como un abandono y que le va hundiendo en un pozo cada vez más oscuro. Pero Sylvia vuelve. Y con ella la luz y el amor.
Nuestro joven protagonista apenas tiene nada más en su vida que sus recuerdos, su inestabilidad, su mal control de los impulsos y sus adicciones (de las que se nos habla como de algo que a él le ayuda a controlarse). No trabaja, no estudia, no tiene nada más en su vida que el amor por Sylvia. Y esa sensación que que a quien ama es lo único verdadero y lo único que le ata a la vida. Es algo fácil de entender, a pesar de todo. Cuando a nuestro alrededor todo se ha derrumbado con estrépito y acumulamos un desastre tras otro, sentir que amamos y que nos aman es lo más parecido a una redención. Pero también puede hacernos caer en la locura. La simple ausencia del amado nos destroza porque sólo deseamos estar con ella, con él, sentir su calor, escuchar su voz. Y la distancia nos hace pensar que el amor que nos tiene desaparecerá con la misma velocidad con que se aleja. Para el protagonista, Sylvia acaba por ser lo más parecido a un dios: es su referencia, su pasión y su credo. Todo lo que hay alrededor no es nada, ella es la luz, la que le dice esas cosas que lleva toda la vida queriendo escuchar y que le acaricia no sólo con las manos, sino con su atención y su cariño.
Por eso la posibilidad de perderla se vuelve enfermedad, dolor físico y gritos. Y a pesar de lo que la quiere, sabe darle donde más duele. Ahí seremos conscientes también de la fragilidad de Sylvia, de cómo no es cierta la afirmación de que ella no le ama. Simplemente su amor es, creo, más maduro y tranquilo, no arrasa con todo. Lo vive con pasión pero no lo sufre desangrándose a cada paso, como él.
No todo en Sylvia es tan demoledor. Hay golpes de humor realmente geniales, reacciones del protagonista con las que no sabes si echarte a reir o pegarle dos gritos. Pero sobre todo es una novela que, en su brevedad, sabe meterse debajo de nuestra piel. ¿Que no es una lectura con las habituales? Cierto, pero ahí está su magia. Dadle la oportunidad de que os toque con su varita.
Gracias Noelia, por recomendármela. Y gracias a Alba Fité y a Destino por la complicidad.