Hay veces que, sin esperarlo, un libro te agarra con fuerza y se niega a soltarte hasta que no has llegado a su última página. Esa es la magia de la lectura, llegar a autores a quienes no conoces y que, de pronto, sientas que lo que escriben podría ser tuyo. O podrías ser tú quien está en esas líneas contando pedazos de tu vida. Esto es lo que ha conseguido el israelí Eskhol Nevo con su libro Tres pisos: ha creado tres historias que suceden en un edificio, en tres pisos diferentes, historias que nada tienen que ver una con otras pero que, en menos de cinco líneas, consiguen que te quedes allí, escuchando, confiando en que no paren de hablar. Como cuando en la mesa de al lado de la tuya en cualquier restaurante escuchas a alguien narrar algo inesperado, quizá un poco aterrador, y tratas de oir todo como sea. En realidad las tres historias que se nos presentan en Tres pisos son un poco eso: confesiones de hechos que han ido saliendo al paso de sus protagonistas y que son mucho más de lo que a priori pudiesen parecer.
En el encuentro que tuvimos en Madrid, en Sefarad (la Casa de Israel ), Eshkol Nevo nos contó que el germen de este libro le surgió en la temporada en que tuvo que dejar su coche y utilizar el transporte público. En los trenes que cogía a diario eran muchos los viajeros que hablaban por el móvil sin ningún recato, contando cosas personales que podían ser escuchadas por cualquiera. Recordaba una en especial en que una chica le explicaba a una amiga que tenía su boda prevista en pocos días pero que había decidido no casarse y anularla, aunque nadie lo sabía. Ni el novio, ni las familias... nadie. Y en esa conversación, para sorpresa de Nevo, lo que más le importaba a la chica era qué iba a pasar con el vestido de novia. Como si todo lo demás no existiese. Pensar en la cantidad de hechos que podemos pasar o sufrir en nuestra vida y cómo necesitamos contarlos a alguien fue lo que le encendió la chispa.
En Tres pisos se nos narran tres historias diferentes y cada una sucede en uno de los apartamentos de un edificio en Israel. Un edificio normal en un barrio normal habitado por familias y personas que, a primera vista, también son muy normales. Los tres relatos, muy distintos entre sí, tienen un factor común: la soledad. Esa soledad que nos hace no atrevernos a decir lo que nos da miedo o lo que nos preocupa porque pensamos que nadie nos va a entender o nos van a juzgar.
El primer piso (y primera historia) cuenta con dos viviendas. En una viven Arnon, que es quien le cuenta a un amigo escritor todo lo que le está sucediendo, su esposa Ayelet y sus dos hijas. Justo enfrente, un matrimonio anciano, Ruth y Hermann, encantadores y amabilísimos que cuidan a la hija mayor de Arnon y Ayelet de cuando en cuando a un precio muy módico. Para el joven matrimonio es un alivio contar con ellos y para Ruth y Hermann una alegría ya que su familia vive lejos y apenas ven a sus nietos. Pero Arnon empieza a ver cosas que no le gustan. O quizá no las ve pero se las imagina. Y se queda solo en esa sospecha porque nadie le da la razón, ni siquiera su mujer. De las tres historias es la que más me ha gustado por la tensión con la juega el autor y por la vuelta de tuerca final que te descoloca y te hace elaborar muchas teorías sobre ella.
En el segundo piso otro matrimonio, Hani y Asaf, con sus hijos aunque Asaf es el eterno ausente. Viaja constantemente por trabajo y Hani se siente sola y sobrepasada por cargar siempre con todo y por sentirse un cero a la izquierda. Hani escribe a su amiga de toda la vida, Neta, sobre su hartazgo de vida, de rutinas, de no poder mantener conversaciones "de adultos" con nadie porque las mamás del colegio de sus hijos no comparten ni una sola de sus inquietudes o sus gustos. La soledad es algo tangible y desesperante. Es como si la casa y la vida se le viniesen encima. Hasta que un día alguien llama a la puerta...
El tercer y último piso está habitado por Débora, una juez ya retirada que enviudó hace poco. Por azar, y mientras recoge cosas de su difunto esposo, encuentra un antiguo contestador automático en el que está grabada la voz de él... y Débora comienza a dejar mensajes grabados como si estuviese hablando con su marido. Ella está sola, también sola. Su único hijo hace años que rompió relaciones con ellos (ni siquiera asistió al funeral por su padre) y desapareció de sus vidas y ahora, con tiempo y vida por delante, Débora se siente como un naúfrago en alta mar. El relato que Débora va desgranando a ese contestador, en el que se deslizan su historia en común, sus nuevos intereses y hasta algunos reproches me recordó lejanamente a la magistal Cinco horas con Mario... con sus enormes distancias, claro.
Las tres historias, como veis, están narradas en primera persona. Son confesiones, quiza desahogos y necesidad de ser escuchados. Y se confiesan con tres personas que están pero a quienes apenas conoceremos más que en pequeños esbozos: el escritor conocido de Arnon, en quien él busca que le ayude a buscar respuestas; la amiga de Hani, que vive en Estados Unidos, y que siempre estuvo ahí para echarle una mano; el marido ausente ya para siempre de Débora, que nunca podrá contestar. Los tres protagonistas están muy solos porque no hay soledad más terrible que cuando no podemos compartir lo que nos pasa. Cuando nos guardamos lo que sentimos porque sabemos que nos juzgarán, nos regañarán o se escandalizarán. Muchas veces lo único que necesitamos es que nos escuchen, solo eso. Y es lo que los tres protagonistas hacen.
También son tres historias que nos demuestran que lo cotidiano y el día a día pueden convertirse en regiones oscuras. Que las sonrisas amables pueden ser los dientes de un depredador. Que la imaginación, los deseos y la tristeza son la madera seca que mejor arde cuanto todo en nosotros parece convertirse en una hoguera que abrasa nuestras certezas. Que las apariencias ocultan esquinas que no se han limpiado hace mucho.
Eshkol Nevo ha dibujado en estos tres relatos un desgarrador mapa de la soledad y de lo que callamos, pero lo hace también desde una perspectiva esperanzadora. Incluso con puntos de humor ligero que descargan un poco lo que nos pone ante los ojos. Lo hace, además, con un estilo aparentemente sencillo, en el que es fácil dejarse caer y con el que nos hace empatizar con cada uno de los protagonistas. Los vamos a juzgar, claro que sí. Pero también los vamos a escuchar, que es realmente lo que quieren. Lo que necesitan. Nos vamos a sentir, en más de una ocasión, muy identificados porque ¿quién no ha necesitado poder desahogarse y no ha encontrado a nadie que le escuche? ¿Cuántas veces nos hemos guardado secretos, sospechas o pensamientos que se nos han enquistado y convertido en piedras pesadas en el alma por no ser capacer de pedir ayuda?
En el encuentro que tuvimos en Madrid, en Sefarad (la Casa de Israel ), Eshkol Nevo nos contó que el germen de este libro le surgió en la temporada en que tuvo que dejar su coche y utilizar el transporte público. En los trenes que cogía a diario eran muchos los viajeros que hablaban por el móvil sin ningún recato, contando cosas personales que podían ser escuchadas por cualquiera. Recordaba una en especial en que una chica le explicaba a una amiga que tenía su boda prevista en pocos días pero que había decidido no casarse y anularla, aunque nadie lo sabía. Ni el novio, ni las familias... nadie. Y en esa conversación, para sorpresa de Nevo, lo que más le importaba a la chica era qué iba a pasar con el vestido de novia. Como si todo lo demás no existiese. Pensar en la cantidad de hechos que podemos pasar o sufrir en nuestra vida y cómo necesitamos contarlos a alguien fue lo que le encendió la chispa.
VIVIR EN COMUNIDAD Y EN COMPLETA SOLEDAD
En Tres pisos se nos narran tres historias diferentes y cada una sucede en uno de los apartamentos de un edificio en Israel. Un edificio normal en un barrio normal habitado por familias y personas que, a primera vista, también son muy normales. Los tres relatos, muy distintos entre sí, tienen un factor común: la soledad. Esa soledad que nos hace no atrevernos a decir lo que nos da miedo o lo que nos preocupa porque pensamos que nadie nos va a entender o nos van a juzgar.
El primer piso (y primera historia) cuenta con dos viviendas. En una viven Arnon, que es quien le cuenta a un amigo escritor todo lo que le está sucediendo, su esposa Ayelet y sus dos hijas. Justo enfrente, un matrimonio anciano, Ruth y Hermann, encantadores y amabilísimos que cuidan a la hija mayor de Arnon y Ayelet de cuando en cuando a un precio muy módico. Para el joven matrimonio es un alivio contar con ellos y para Ruth y Hermann una alegría ya que su familia vive lejos y apenas ven a sus nietos. Pero Arnon empieza a ver cosas que no le gustan. O quizá no las ve pero se las imagina. Y se queda solo en esa sospecha porque nadie le da la razón, ni siquiera su mujer. De las tres historias es la que más me ha gustado por la tensión con la juega el autor y por la vuelta de tuerca final que te descoloca y te hace elaborar muchas teorías sobre ella.
En el segundo piso otro matrimonio, Hani y Asaf, con sus hijos aunque Asaf es el eterno ausente. Viaja constantemente por trabajo y Hani se siente sola y sobrepasada por cargar siempre con todo y por sentirse un cero a la izquierda. Hani escribe a su amiga de toda la vida, Neta, sobre su hartazgo de vida, de rutinas, de no poder mantener conversaciones "de adultos" con nadie porque las mamás del colegio de sus hijos no comparten ni una sola de sus inquietudes o sus gustos. La soledad es algo tangible y desesperante. Es como si la casa y la vida se le viniesen encima. Hasta que un día alguien llama a la puerta...
El tercer y último piso está habitado por Débora, una juez ya retirada que enviudó hace poco. Por azar, y mientras recoge cosas de su difunto esposo, encuentra un antiguo contestador automático en el que está grabada la voz de él... y Débora comienza a dejar mensajes grabados como si estuviese hablando con su marido. Ella está sola, también sola. Su único hijo hace años que rompió relaciones con ellos (ni siquiera asistió al funeral por su padre) y desapareció de sus vidas y ahora, con tiempo y vida por delante, Débora se siente como un naúfrago en alta mar. El relato que Débora va desgranando a ese contestador, en el que se deslizan su historia en común, sus nuevos intereses y hasta algunos reproches me recordó lejanamente a la magistal Cinco horas con Mario... con sus enormes distancias, claro.
Las tres historias, como veis, están narradas en primera persona. Son confesiones, quiza desahogos y necesidad de ser escuchados. Y se confiesan con tres personas que están pero a quienes apenas conoceremos más que en pequeños esbozos: el escritor conocido de Arnon, en quien él busca que le ayude a buscar respuestas; la amiga de Hani, que vive en Estados Unidos, y que siempre estuvo ahí para echarle una mano; el marido ausente ya para siempre de Débora, que nunca podrá contestar. Los tres protagonistas están muy solos porque no hay soledad más terrible que cuando no podemos compartir lo que nos pasa. Cuando nos guardamos lo que sentimos porque sabemos que nos juzgarán, nos regañarán o se escandalizarán. Muchas veces lo único que necesitamos es que nos escuchen, solo eso. Y es lo que los tres protagonistas hacen.
También son tres historias que nos demuestran que lo cotidiano y el día a día pueden convertirse en regiones oscuras. Que las sonrisas amables pueden ser los dientes de un depredador. Que la imaginación, los deseos y la tristeza son la madera seca que mejor arde cuanto todo en nosotros parece convertirse en una hoguera que abrasa nuestras certezas. Que las apariencias ocultan esquinas que no se han limpiado hace mucho.
Eshkol Nevo ha dibujado en estos tres relatos un desgarrador mapa de la soledad y de lo que callamos, pero lo hace también desde una perspectiva esperanzadora. Incluso con puntos de humor ligero que descargan un poco lo que nos pone ante los ojos. Lo hace, además, con un estilo aparentemente sencillo, en el que es fácil dejarse caer y con el que nos hace empatizar con cada uno de los protagonistas. Los vamos a juzgar, claro que sí. Pero también los vamos a escuchar, que es realmente lo que quieren. Lo que necesitan. Nos vamos a sentir, en más de una ocasión, muy identificados porque ¿quién no ha necesitado poder desahogarse y no ha encontrado a nadie que le escuche? ¿Cuántas veces nos hemos guardado secretos, sospechas o pensamientos que se nos han enquistado y convertido en piedras pesadas en el alma por no ser capacer de pedir ayuda?
Ya lo dice el autor en boca de uno de sus personajes: "Y si no hay nadie que escuche, entonces ni siquiera hay historia. Si no hay nadie a quien revelarle secretos, contarle recuerdos y con quién consolarse, entonces estamos hablando con un contestador automático". Y, pensándolo bien, es realmente triste que pase.
¿Venís a conocer a los vecinos de este edificio? Os aseguro que no os van a defraudar.
Cuando se cierra la puerta de una casa nadie solo sus habitantes saben de verdad lo que hay al otro lado. Besos.
ResponderEliminarPues estaba muy interesada en esta novela pero lo cierto es que me he ido enfriando y olvidando de ella. Ahora, después de leerte, creo que me gustaría mucho y la vuelvo a tener en cuenta.
ResponderEliminarBesos
No la conocía y me dejas con ganas, con muchas ganas.
ResponderEliminarBesos.
hola! es que vengo de Transilavania y ya sabes el ambiente se te queda pegado, probare con este asi que ya te contare, es bastante diferente!jijiji, saludosbuhos.
ResponderEliminar