lunes, 24 de febrero de 2020

ELLAS de Esteban González Pons

Cuando me llegó la noticia de la publicación de este libro, me sorprendió muchísimo ver a un político en la posición de narrador de algo que no fuesen sus memorias, un manual de política comunitaria (al ser Esteban González Pons miembro del Parlamento Europeo) o alguna suerte de ensayo sobre estrategias electorales. Pero no, se trataba de una novela que, en su resumen de presentación tenía una frase que me llamó profundamente la atención: "una historia de amor sobre las segundas oportunidades en la que se sentirán representados quienes nacieron en la España de los 60 y los 70". Quienes me conocéis, sabéis bien cómo huyo de cualquier novela de las llamadas "de amor". Y eso incluye películas también. Jamás he visto Pretty woman ni Titanic, pero disfruto a lo grande con Depredador. Es solo por poner un ejemplo gráfico. Pero yo nací cuando ya morían los 60 y, además, la editorial nos iba a facilitar un encuentro con el autor, así que me puse con ella con la mejor disposición.

Mi sorpresa fue aumentando: no solo estaba muy bien escrita, con unos recursos narrativos de alta calidad y un desarrollo original, sino que, realmente, no era una historia de amor al uso. Encerraba muchas sorpresas y acabé bebiéndome, literalmente, los capítulos para saber hacia dónde nos quería llevar el autor. Obviamente, no voy a destripar ni la trama ni el final, eso es mejor que lo descubráis vosotros. Y creedme, es mucho más de lo que parece

FOTOGRAFÍAS, RECUERDOS, VIDA


Jaime Monzón nunca ha destacado por nada en especial. Es un funcionario de vida gris, trabajo gris, aspecto gris y con un matrimonio finiquitado de bastante mala manera a sus espaldas. Sus dos hijos ya son mayores y no le necesitan, su ex mujer se volvió a casar con un tipo al que llaman el Genio y ha tenido otro bebé. No hay nada en la existencia de Jaime que le impulse a querer seguir viviendo, así que toma la decisión de suicidarse. Pero, antes de hacerlo, se atreve a escribir a la que fue su amor de verano, aquella niña rubia de trece años que le robó el corazón y a la que, de un modo u otro, jamás a podido olvidar a pesar de que nunca volviese a verla. 

En lo que Jaime escribe a Marina, a Eme, como él la llama, hay mucho de nostalgia por el tiempo perdido y por aquellos veranos de la infancia. Pero también hay toques de humor y hasta de ternura. La muerte de Jaime va a provocar un pequeño cataclismo en sus hijos, de quienes está muy distanciado: Luisa, a la que todos llaman Pelarañas (mote que le puso su padre), y Pablo, que vive con su novia Mariola y que están en plena fase de ebullición amorosa. El telón de fondo lo pone Valencia, esa ciudad luminosa que lo tuvo todo y que ahora parece diluirse.

Ellas habla de amor pero no solo del amor romántico. Hay muchos tipos de amor en ella. El amor a los recuerdos, a lo que pudimos ser, a los hijos, a los amigos... incluso a los lugares. Jaime, que es un hombre culto y con una sensibilidad especial, ha acabado por refugiarse en sí mismo y eso le ha convertido en un ser extremadamente común, con poco protagonismo incluso en su propia vida. Pero el amor, ese que le cambió y le marcó cuando apenas salía de la infancia, es lo que le hace diferente porque, recordándolo,  se siente y se sabe excepcional. Eme siempre estuvo ahí, dentro de él, como un ancla que le sujeta a los momentos más bonitos de su vida,.

Me han gustado especialmente las páginas en las que Jaime recuerda sus veranos en Frontera de Aragón, en un complejo de apartamentos en los que pasaba los tres meses de vacaciones. Ha sido sencillo recordar mis propios veranos, porque Esteban convierte la memoria en una película en la que cualquiera podría verse deflejado. Quizá sus colores están algo desvaídos por el paso del tiempo, pero lo que nos hace sentir llega con una potencia inesperada. Aquellos meses que se nos hacían eternos, en los que cabía una vida entera. Los días largos y calurosos, que no acababan nunca. Los amigos, los rincones propios, el primer amor.

El resto de personajes que acompañan en recorrido vital de Jaime son todo un hallazgo. Están muy bien perfilados, llenos de matices. La ex mujer de Jaime, que parece haberle borrado hasta de sus recuerdos y ni siquiera es capaz de un mínimo de empatía ante su pérdida. Pablo, el hijo mayor, tan distante de su padre por muchos motivos (casi todos suyos e intransferibles) pero que se rompe en lágrimas al perderle. Pero es Luisa, Pelarañas, la hija pequeña, la que se nos mete en el bolsillo por completo. Deslenguada, malhablada y hasta faltona, con un modo de vestir "peculiar", es la única que siente de corazón lo sucedido con Jaime, la única que nota que le han arrancado un trozo de sí misma. La única que parece ser capaz de recordar con cariño a su padre. La que es capaz, en su desgarro, de plantarse ante la Virgen de los Desamparados, la Mare de Deu, para rezar por él, aunque la religión y ella no vayan precisamente de la mano.

He estado leyendo aquí y allá algunas críticas sobre Ellas en las que califican la novela poco menos que de erótica por ciertas escenas en las que el sexo se hace presente. Pero ¿qué es el amor sin sexo? Además se trata de un amor maduro, con más de media vida ya detrás, del descubrimiento de lo que puede sentirse cuando ya creías que ese renacer te estaba vedado. Es cierto que Esteban González Pons habla de él con libertad y valentía, sin perderse en escenas azucaradas pero tampoco cayendo en la procacidad o el mal gusto. Quedarse solo con estas escenas, dentro de una novela en la que hay tanto por descubrir, es hacer una lectura muy sesgada. 

Hay tiempo también en Ellas para la crítica, como cuando se abordan los episodios de lo sucedido en el metro de Valencia y el despilfarro y la locura que trajo la visita del Papa a la ciudad. Es de agradecer que Esteban se meta en esos charcos, por decirlo de alguna manera.

Escrita con calma, con un ritmo que permite una lectura tranquila, disfrutando de los matices y hasta de los colores, los olores y la luz, Ellas tiene muchos ingredientes para hacer disfrutar al lector. Nada es lo que te esperas a priori y, para los que ya tenemos una edad, encontramos en ella la oportunidad de reconocernos y mirar hacia dentro. Recordar lo que fuimos y ver en lo que nos hemos convertido. Y sonreir, quizá, al volver a vernos tostados por el sol, con el sol cayendo por el horizonte y con los ojos clavados en quien te robó el corazón aunque solo fuese durante un verano.

Me quedo, para finalizar, con una reflexión que Esteban nos hizo el día de nuestro encuentro: "Historias de amor todos tenemos unas cuantas, pero amores verdaderos seguramente no. El amor verdadero es excepcional. Y, al final, es lo que justifica la vida de cada uno porque consigue que nos sintamos inmortales. Es lo más grande que nos pasa en la vida". Dicho queda.




martes, 18 de febrero de 2020

LA CHICA A LA QUE NO SUPISTE AMAR de Marta Robles

En los últimos tiempos suelo huir de las sagas y de las series de libros con el mismo protagonista, pero no porque no me gusten, sino porque tengo que elegir. Y ante un tiempo limitado, me suelo decantar por novelas autoconclusivas, más que nada por economía de emociones: me evito estar expectante hasta la salida del siguiente. Que no es que sea nada malo, desde luego, es solo que prefiero quedarme con el presente porque nunca se sabe dónde la vida te va a hacer torcer una esquina que no esperabas. No, no voy a ponerme trascendente. Y sí, en este post reseño la tercera parte de una serie, la del detective Tony Roures, porque me gusta el personaje, por su autora y por su argumento, así que ya veis la firmeza de algunas de mis convicciones. 

La chica a la que no supiste amar, como os decía, es la tercera entrega de las "aventuras y desventuras" (si se me permite la licencia) de Tony Roures, un personaje que ha ido creciendo, y de qué manera, en las sucesivas novelas de Marta Robles y que ya cuenta con la solidez suficiente para marcar terreno. Esta vez se verá metido hasta el cuello en un asunto oscuro y cruel, el de la trata de mujeres, en el que se ve implicado por ayudar a un amigo. Un asunto que nos lleva a descubrir las facetas más sórdidas de la prostitución, un lucrativo "negocio" para algunos que, además, tiene largas ramificaciones y muchas voluntades compradas. 

"TODA BENDICIÓN NO ACEPTADA SE TRANSFORMA EN MALDICIÓN" (PAULO COELHO)

 
En plena madrugada e inesperadamente, Tony Roures recibe la alterada visita de su antiguo amigo Alberto Llorens. Hecho un manojo de nervios, le confiesa a Roures que su matrimonio (en apariencia feliz y cómplice) hace tiempo que naufragó y que, por ese motivo, comenzó a visitar un famoso club de alterne de Castellón. Allí comenzó a tratar con Blessing, una nigeriana prostituida, joven y hermosa, que , según cuenta, le hizo recuperar la ilusión. Pero a Blessing le detectaron un cáncer de mama y un médico "colaborador" de los proxenetas que manejan el club le hizo una auténtica carnicería, amputándole los dos pechos y dejándole dos enormes y feas cicatrices. Eso convirtió a la chica en "mercancía defectuosa" a ojos de sus explotadores. Llorens confiesa a Roures que quiso ir a sacarla del club, pero que ella había desaparecido y, al poco, se enteró de la noticia del hallazgo del cadáver de una chica negra. Llorens tiene la certeza de que es Blessing y más aún cuando ha comenzado a recibir amenazas muy directas de ciertos tipos negros, amenazas con elementos de vudú en las que también incluyen a su mujer, porque, al parecer, le culpan de su muerte.

Roures, movido por lealtad a su amigo, se traslada a Castellón para empezar a investigar lo sucedido y qué esta pasando en la vida de Llorens. Pero se va a dar de bruces con un asunto tenebroso y de una crueldad casi inconcebible en el que las mujeres nigerianas captadas y sometidas por las redes de prostitución son el escalón más cercano al infierno de todos los que pueden descenderse. 

Son especialmente desgarradores los capítulos en los que "escuchamos" la historia de Blessing, desde su dura infancia hasta ser vendida por su propia madre. El horror de su viaje y lo que se encuentra al llegar, la deuda contraída que no para de crecer porque se le cobran hasta los tampones que usa. El terror al vudú que se le ha practicado para tenerla sometida, un terror que nuestras mentes del primer mundo desprecian pero que para ella y tantos miles de personas es una realidad muy peligrosa y, si llega el caso, mortal. Su tristísima soledad en esa habitación en la que le han enclaustrado tras la operación, llena de dolores, sin entender nada, sin una mano amiga. Y, a pesar de ello, siente los recuerdos de su niñez como felices, a pesar de los golpes. Esos recuerdos son su único refugio.

Tony Roures, como personaje, ha crecido en las tres entregas de la serie y en La chica a la que no supiste amar es más sólido, más "real" (si se me permite la licencia). Ya conocemos su historia, buena parte de su pasado y en esta novela parece haber alcanzado un cierto equilibrio personal, gracias a una actividad profesional más estable y a su relación con Carlota, la juez. Sus autorreflexiones acerca del amor, sobre saber amar y cómo y, sobre todo, respecto a la realidad de la trata de mujeres en España, con todas sus cifras terribles, son de las mejores páginas de la novela por el modo en que son capaces de llegar al lector. Golpean duro.

La pareja formada por Roures y Carlota nos brinda pasajes intensos y de gran complicidad. Marta Robles ha creado dos personajes  que se complementan a la perfección y que, además, enganchan al lector: él seduce a las mujeres y cae bien a los hombres y ella cae bien a las mujeres y seduce a los hombres. No necesariamente en ese orden, pero sus personalidades y el modo en que encajan y se comportan, en que nos hacen formar parte de su intimidad, les convierten en cercanos y nos convierten en privilegiados testigos. Sin embargo Roures siente que hay cosas de Carlota que no sabe, que se le escapan. Como esa canción que recordamos perfectamente la melodía pero la letra se resiste a venir a la memoria.

Siempre se ha dicho que una novela negra, para serlo, debe contar con una profunda denuncia social. Y, en este caso, la norma se cumple hasta las últimas consecuencias, porque pocos temas hay tan sangrantes como la trata de mujeres, su explotación sexual, la existencia de burdeles que se exhiben sin pudor, las redes de captación que convierten a las mujeres en esclavas, la compra-venta de carne humana. Los proxenetas que se mueven a sus anchas a pesar de que el proxenetismo está penado por el Código Penal, sus relaciones que llegan a los más altos niveles y que les ayudan a seguir prosperando en un negocio basado en el sufrimiento, la violencia e, incluso, la muerte. Y los puteros, que son quienes realmente mantienen y hacen crecer este espanto, que cada vez son más jóvenes y más crueles y que suelen esconder su faceta más sucia y oscura detrás de fachadas más o menos intachables. Una ambigüedad moral que da hasta miedo.

Pero en La chica a la que no supiste amar vamos a encontrar también otras subtramas inesperadas que abren frentes delicados para Roures y que colaboran a darle más profundidad como personaje. Personalmente, creo que en esta novela, la mejor de la serie en mi opinión, la manera de narrar de Marta fluye con fuerza, no hay esquinas ni recodos que interrumpan una corriente que nos lleva casi sin respirar hasta su última página. Sin forzar, con los giros más sorprendentes dosificados y colocados en los lugares correctos.

Basándose en el relato real de mujeres prostituidas nigerianas, Marta Robles nos lleva allí donde ellas acaban siendo arrastradas. Un pozo negro, lleno de dolor y humillaciones del que nunca van a salir. Nunca van a ver la luz. Ellas solo quieren lo que todos queremos: que nos quieran, tener una vida tranquila, ser felices, pero acaban en un universo paralelo y atroz al que, quizá por costumbre o porque ya nos afectan pocas cosas, no prestamos ninguna atención aunque pasemos por delante de muchos de esos "bares de lucecitas" que jalonan nuestras carreteras y que encierran tanta miseria moral. 

Se nota que La chica a la que no supiste amar ha sido escrita desde las tripas, desde el convencimiento y desde la verdad. Desde su inicio, con una escena durísima, nos hace reflexionar y estremecernos, al tiempo que nos mantiene en una constante intriga que no deja de retorcerse. Y nos veremos reflejados, seguramente, en el modo en que el amor nos nubla la vista o la amistad nos hace dejar de lado las señales de que algo va mal. Ojalá esta novela sirva para remover conciencias además de para disfrutar de una estupenda trama que esconde muchas sorpresas. Descubridla.












lunes, 10 de febrero de 2020

LOS AÑOS IMPARES de María Sirvent

A estas alturas decir que mis géneros favoritos, en lo que a lecturas se refiere, son la novela negra y la histórica es señalar lo obvio. Pero nunca he estado cerrada a leer lo que cayese en mis manos, algo que llevo haciendo desde una edad muy temprana porque era mi forma de escapar de una realidad muy poco acogedora. Adoro a Cortázar, por ejemplo, y me gusta retomar los clásicos de cuando en cuando (de hecho estoy calibrando la posibilidad de darles hueco en este blog). Los cuentos, los relatos cortos, el teatro y hasta el ensayo: no suelo apartar un libro sin más. Que después los acabe o no, ya es otra cosa. Tampoco me gusta fiarme mucho de las contraportadas de los libros, porque últimamente me he llevado más de una sorpresa desagradable, pero en el caso de Los años impares la leí volviendo en el tren a casa y me quedé enganchada al fragmento que allí se reproducía. 

"Mi madre es ese tipo de mujer a la que siempre le sobra día.", comenzaba el párrafo. Y ahí me quedé, queriendo saber más. Al ser una novela corta, apenas me llevó un par de días terminarla y os confieso que, sin ser una lectura fácil (sin el sentido peyorativo del término), sin ser lineal, hablando muchas veces a base de sentimientos y no en palabras o diálogos, la novela de María Sirvent me descolocó para volver a colocarme al llegar a su final. Y me ha gustado mucho, es el mejor resumen que puedo hacer. Por diferente, por arriesgada y por contar una historia llena de historias aparentemente sencillas, pero que esconden muchas esquinas a las que no llega luz.

"TODO MUY BIEN. HACE FRESCO. ME ABURRE VIVIR."


Los años impares, en su brevedad, es una historia muy coral, en la que varios personajes se mueven en sus páginas y a lo largo de sus vidas. De algunos conoceremos más detalles que de otros, pero el conjunto es el que arma una estructura peculiar, de giros en el tiempo, hacia adelante y hacia atrás. De vez en cuando María Sirvent nos deja una pieza, un detalle, algo que al principio nos sorprende y nos deja en un "¿cómo?" que apenas dura unos segundos, porque la pieza cae, silenciosamente, y se coloca justo donde debía estar. Formando la imagen adecuada.

La novela tiene un solo narrador, en tercera persona, aunque haya fragmentos de diarios que, evidentemente, van en primera, pero son varios los personajes por lo que va pasando y a quienes iremos conociendo a poquitos. Y no ya tanto por lo que el narrador cuente de ellos, sino porque sus pensamientos están ahí de forma constante. Sus soliloquios, sus miedos, sus derrotas y sus triunfos. Por eso es complicado hacer un resumen de su contenido. En realidad, creo, Los años impares es la historia de una familia de Argamasilla de Alba a la que su pueblo le aprieta y se le queda pequeño, que intentan salir de él y, cuando lo consiguen, un cordón umbilical invisible los mantiene atados a su casa y a sus calles. Es la historia de Manolo, que bien joven se dejó convencer por su primo para ir a trabajar de camarero a Mallorca, en un momento en que el "boom" turístico empezaba a despuntar. Y allí sigue, anclado al mismo bar, regresando al pueblo de vacaciones, con una vida gris y predecible en la que su mayor logro es no haber perdido jamás el abrebotellas que le entregaron el primer día de trabajo.

Es la historia de Nieves, que quiso ser cantante desde pequeña y muestra una rebeldía feroz ante su madre y ante el mundo, dentro del pueblo que parece estar cerrado por paredes de cristal que no le permiten avanzar. Vive soñando en lo que podría convertirse pero, sobre todo, soñando con triunfar, con ser querida, aplaudida, llevada en volandas por las masas. La de Jose Antonio, que acaba de empezar a trabajar en mismo bar que Manolo, que ya está en horas bajas, y al que todo le viene grande y le supera. José Antonio tuvo cierta fama tiempo atrás al ganar un concurso de talentos musicales en la tele y ahora ya no es nadie. Howard, el amigo de juventud de Manolo en Mallorca, que viajó en vacaciones para acompañarle a visitar el pueblo y ya no salió de él. Adela, la hermana de Manolo, abandonada por su marido y que realmente no sabe qué es vivir. Y Paca, la abuela Paca, perdida ahora en el páramo de su mente, en el que siempre sopla viento y le emborrona los recuerdos.

Todos ansían romper las barreras que el pueblo les pone. El pueblo les limita y se les queda pequeño. Pero incluso así, la autora tiene momentos de feliz sentido del humor y de ironía como ese diario que Paca llevó durante años y que es un prodigio de lógica en su brevedad. Los años impares es una novela sobre la necesidad de buscar un futuro mejor, sobre la relatividad del éxito y del fracaso y sobre hasta qué punto queremos y podemos "vendernos" por conseguir destacar. Es también una imagen certera de la mujer rural, con todo lo que eso conlleva; del turismo y de cómo ha cambiado; de cómo no siempre podemos hacer lo que queremos ni destacar.

El modo de escribir de María Sirvent es distinto, a veces requiere que nos centremos y escuchemos por debajo de las líneas. Personalmente he de decir que me ha gustado mucho y que he disfrutado con ese microcosmos de personajes que parecen moverse ante tus ojos como si los mirases a través de un mocroscopio. Quizá al principio el modo de narrar parezca errático, pero una vez dentro todo va tomando forma y adquiriendo sentido, porque sus protagonistas son reales, de carne y hueso, ante los que tomamos partido de un modo u otro.

Es también un libro sobre la soledad, porque cada personaje lleva la suya a la espalda de modos muy diferentes. Quizá, de todas, me quedo con la de Manolo y su bocadillo de jamón y la de José Antonio comprobando que, después de muchas horas, no tiene ni una llamada perdida ni un mensaje pendiente.

Todos tenemos nuestros años impares. Merece la pena leer la novela de María Sirvent, creedme.