LA VIDA SERÍA IMPOSIBLE SI TODO SE RECORDASE
Años atrás, Nicolás Valdés se alejó por completo de su pueblo natal para centrarse en su carrera. Ni siquiera su fiel compañero, Alfonso Gutierrez, tiene noticias de esa parte de su vida. Una extraña llamada de su madre le avisa de que se ha cometido un crimen allí y, desde ese momento, sabemos y sentimos que la relación entre ambos es algo más que tensa. Nicolás tratará de quitarse de encima la responsabilidad que su madre le ha arrojado sobre los hombros, pero al final la curiosidad gana al malestar. Su presencia en Caedes será como agitar un avispero. La Guardia Civil, encargada del caso, no ve con buenos ojos la presencia de Valdés y Alfonso en el pueblo y menos que nadie Irene, amiga de juventud de Nicolás, y que ahora pertenece al instituto armado.
Al conocer que la víctima también era conocida suya, decide implicarse en la investigación, lo que le lleva a tener que lidiar de muchas maneras (y con bastante tirantez) con las autoridades locales. Solo obtendrá cierto apoyo de la juez Pacheco. Los habitantes de la zona han comenzado a a recordar la historia de una criatura asesina que retoma sus crímenes cada cuarenta años: el Quebrantahuesos. Y muchos están convencidos de que, de nuevo, habrá una orgía de sangre y muerte. Pero ¿qué hay de verdad en esa leyenda? ¿Realmente hay una presencia que decide matar cada cuarenta años? ¿O la leyenda le está viniendo muy bien a alguien para sus crímenes?
Lo que da de sí un pueblo pequeño, ¿verdad? Siempre he sostenido que los peores crímenes y los odios más enconados se dan en lugares así, en los que las ofensas se heredan aunque ya no se recuerden los motivos. El asesinato de Sandra, novia de Bruno, muy conocida en Caedes, supone una convulsión en la pacífica vida de sus habitantes. Y la llegada de Nicolás termina por rematar la faena. He de confesaros que Nicolás Valdés no es santo de mi devoción. Sé que, en cierto modo, es lo que pretende Blas: mostrarnos a un tipo brillante en su trabajo, pero con la empatía de una piedra caliza y a quien se estrangularía con gusto en cuanto hubiese ocasión. Nicolás se marchó de Caedes sin mirar atrás, sin despedirse, sin una explicación ni a familia ni amigos y claro, verle de vuelta con toda su aura de triunfador (allí llegan las noticias, saben de sobra de sus éxitos policiales) hace que se le reciba de uñas. Y él no colabora a suavizar el golpe, porque en todo momento se erige en protagonista, toma decisiones, manda, da su opinión aunque no la pidan. Se salta a la torera el tema de las competencias en la investigación y, encima, se pone estupendo. ¿Que puede tener razón? Seguramente, pero su actitud no abre muchas puertas.
En el pueblo, Valdés se reencuentra con su familia. Con su madre la relación es especialmente complicada y tensa y poco a poco iremos descubriendo los motivos. También sus amigos de juventud aparecen, con sus vidas, sus problemas y lo que quieren contar o lo que no y, aunque hay momentos en que todo parece reconducirse, el reproche a Nicolás en evidente: nadie entiende cómo fue capaz de largarse y olvidarse de todo y de todos. Esta es una seña de identidad de Valdés: en el momento en que las cosas no salen como él quiere (o cuando se le lleva la contraria) pone tierra de por medio. Recuerdo haberle comentado a Blas, con motivo de las entregas de la Saga del No, previas a esta novela, que el que de verdad necesitaba un estudio y tratamiento psiquiátrico es el propio Nicolás. Y lo mantengo, pero mis motivos para afirmarlo son demasiado extensos para detallarlos aquí, otro día hablamos.
La presencia del mal en un entorno rural y aparentemente tranquilo y la supuesta certeza de que una criatura mitológica y sedienta de sangre acecha en la oscuridad están en la base de la novela. Pero Valdés y el resto de las autoridades están convencidos de que detrás del Quebrantahuesos hay alguien muy real. Los capítulos en los que el asesino se erige en protagonista, explicando cómo se siente, su impulso asesino, sus motivaciones o cómo lleva a cabo sus planes le dan a la trama una perspectiva diferente: la de cómo el mal puede estar en nosotros mismos.
A lo largo de las páginas de El Quebrantahuesos iremos siendo testigos no solo de los crímenes que se cometen; también de los recuerdos de Nicolás, de lo que pasó para se marchase, del papel de su padre en la vida de Caedes, de los miedos comunes y las certezas personales, de la metodología científica y forense, de cómo los hechos del pasado nos marcan, del peso de la tradición y las leyendas, de los lazos familiares y la responsabilidad que a veces conllevan. Esta novela es un paso más en la maduración del estilo de Blas Ruiz Grau y aunque sigue sacándose más de un conejito de la chistera, el resultado está perfectamente cerrado. Todo tiene una explicación y un porqué y, como en toda novela de misterio que se precie, los giros inesperados van a estar ahí hasta el final.
Seguro que este verano sois muchos los que pasáis alguna temporada en el pueblo de vuestros mayores o en el que disfrutabais cuando erais pequeños. Un buen momento para coger El Quebrantahuesos al caer la tarde o en la tranquilidad de la siesta y disfrutar de una novela muy entretenida y que sorprende. Y quizá para que os preguntéis si aquello que os contaban sobre los sonidos del bosque cercano la noche de San Juan o lo que se esconde en el fondo del embalse puede ser verdad. ¿Os atrevéis a descubrirlo?
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