martes, 20 de junio de 2023

EL QUEBRANTAHUESOS de Blas Ruiz Grau

 Si hay algo que le reconozco a Blas Ruiz Grau es su capacidad de trabajo. Su manera de sobreponerse incluso a los peores días, a que la inspiración no llegue, a la falta de sueño, a tener que borrar varias páginas de un plumazo. Trabajo, trabajo y trabajo. Hace unos años quiso cumplir su sueño y ser escritor y, desde entonces, ha pasado de autoeditado o publicar con una gran editorial, ha ido dejando atrás algunos complejos y ripios de principiante y ha conseguido que su narrativa sea cada vez más sólida. Cierto es que el estilo "Ruiz Grau" es muy particular, nada canónico y que, en ocasiones, aún (supongo que por su modo de pensar, que viaja a más velocidad que sus manos en el teclado) le hace cometer pequeños errores que cada vez son menos. Su personaje fetiche, Nicolás Valdés, como Blas, ha ido cambiando con el tiempo y, en la novela que hoy os traigo, El Quebrantahuesos, no solo ha de enfrentarse a sus demonios profesionales y personales, sino también con los familiares y los que se alojan en los recuerdos de los que quiso alejarse y ahora vuelven para explotarle en la misma cara. Esta vez nos vamos a la sierra de Madrid, a Caedes, que es el pueblo y el pasado de Nicolças Valdés. Como ocurre siempre que volvemos a los lugares de infancia y juventud, todo es igual pero también todo es diferente. O quizá es que somos nosotros los que regresamos con otra mirada, esa que se nos queda cuando el filtro de los recuerdos se cae con estrépito.

LA VIDA SERÍA IMPOSIBLE SI TODO SE RECORDASE

Años atrás, Nicolás Valdés se alejó por completo de su pueblo natal para centrarse en su carrera. Ni siquiera su fiel compañero, Alfonso Gutierrez, tiene noticias de esa parte de su vida. Una extraña llamada de su madre le avisa de que se ha cometido un crimen allí y, desde ese momento, sabemos y sentimos que la relación entre ambos es algo más que tensa. Nicolás tratará de quitarse de encima la responsabilidad que su madre le ha arrojado sobre los hombros, pero al final la curiosidad gana al malestar. Su presencia en Caedes será como agitar un avispero. La Guardia Civil, encargada del caso, no ve con buenos ojos la presencia de Valdés y Alfonso en el pueblo y menos que nadie Irene, amiga de juventud de Nicolás, y que ahora pertenece al instituto armado. 

Al conocer que la víctima también era conocida suya, decide implicarse en la investigación, lo que le lleva a tener que lidiar de muchas maneras (y con bastante tirantez) con las autoridades locales. Solo obtendrá cierto apoyo de la juez Pacheco. Los habitantes de la zona han comenzado a a recordar la historia de una criatura asesina que retoma sus crímenes cada cuarenta años: el Quebrantahuesos. Y muchos están convencidos de que, de nuevo, habrá una orgía de sangre y muerte. Pero ¿qué hay de verdad en esa leyenda? ¿Realmente hay una presencia que decide matar cada cuarenta años? ¿O la leyenda le está viniendo muy bien a alguien para sus crímenes?

Lo que da de sí un pueblo pequeño, ¿verdad? Siempre he sostenido que los peores crímenes y los odios más enconados se dan en lugares así, en los que las ofensas se heredan aunque ya no se recuerden los motivos. El asesinato de Sandra, novia de Bruno, muy conocida en Caedes, supone una convulsión en la pacífica vida de sus habitantes. Y la llegada de Nicolás termina por rematar la faena. He de confesaros que Nicolás Valdés no es santo de mi devoción. Sé que, en cierto modo, es lo que pretende Blas: mostrarnos a un tipo brillante en su trabajo, pero con la empatía de una piedra caliza y a quien se estrangularía con gusto en cuanto hubiese ocasión. Nicolás se marchó de Caedes sin mirar atrás, sin despedirse, sin una explicación ni a familia ni amigos y claro, verle de vuelta con toda su aura de triunfador (allí llegan las noticias, saben de sobra de sus éxitos policiales) hace que se le reciba de uñas. Y él no colabora a suavizar el golpe, porque en todo momento se erige en protagonista, toma decisiones, manda, da su opinión aunque no la pidan. Se salta a la torera el tema de las competencias en la investigación y, encima, se pone estupendo. ¿Que puede tener razón? Seguramente, pero su actitud no abre muchas puertas.


En el pueblo, Valdés se reencuentra con su familia. Con su madre la relación es especialmente complicada y tensa y poco a poco iremos descubriendo los motivos. También sus amigos de juventud aparecen, con sus vidas, sus problemas y lo que quieren contar o lo que no y, aunque hay momentos en que todo parece reconducirse, el reproche a Nicolás en evidente: nadie entiende cómo fue capaz de largarse y olvidarse de todo y de todos. Esta es una seña de identidad de Valdés: en el momento en que las cosas no salen como él quiere (o cuando se le lleva la contraria) pone tierra de por medio. Recuerdo haberle comentado a Blas, con motivo de las entregas de la Saga del No, previas a esta novela, que el que de verdad necesitaba un estudio y tratamiento psiquiátrico es el propio Nicolás. Y lo mantengo, pero mis motivos para afirmarlo son demasiado extensos para detallarlos aquí, otro día hablamos. 

La presencia del mal en un entorno rural y aparentemente tranquilo y la supuesta certeza de que una criatura mitológica y sedienta de sangre acecha en la oscuridad están en la base de la novela. Pero Valdés y el resto de las autoridades están convencidos de que detrás del Quebrantahuesos hay alguien muy real. Los capítulos en los que el asesino se erige en protagonista, explicando cómo se siente, su impulso asesino, sus motivaciones o cómo lleva a cabo sus planes le dan a la trama una perspectiva diferente: la de cómo el mal puede estar en nosotros mismos.

A lo largo de las páginas de El Quebrantahuesos iremos siendo testigos no solo de los crímenes que se cometen; también de los recuerdos de Nicolás, de lo que pasó para se marchase, del papel de su padre en la vida de Caedes, de los miedos comunes y las certezas personales, de la metodología científica y forense, de cómo los hechos del pasado nos marcan, del peso de la tradición y las leyendas, de los lazos familiares y la responsabilidad que a veces conllevan. Esta novela es un paso más en la maduración del estilo de Blas Ruiz Grau y aunque sigue sacándose más de un conejito de la chistera, el resultado está perfectamente cerrado. Todo tiene una explicación y un porqué y, como en toda novela de misterio que se precie, los giros inesperados van a estar ahí hasta el final.

Seguro que este verano sois muchos los que pasáis alguna temporada en el pueblo de vuestros mayores o en el que disfrutabais cuando erais pequeños. Un buen momento para coger El Quebrantahuesos al caer la tarde o en la tranquilidad de la siesta y disfrutar de una novela muy entretenida y que sorprende. Y quizá para que os preguntéis si aquello que os contaban sobre los sonidos del bosque cercano la noche de San Juan o lo que se esconde en el fondo del embalse puede ser verdad. ¿Os atrevéis a descubrirlo?


miércoles, 14 de junio de 2023

LA CARRETERA de Cormac McCarthy



Nunca he tenido muy claro de dónde viene esta vena mía de sentir auténtica atracción por los escenarios postapocalípticos. Me fascinan de un modo intenso. Quizá porque en ellos ya no eres lo que eras, ya no hay lo que había y el olvido es casi dueño y señor de todo. Sí, los protagonistas de estas historias recuerdan, pero los recuerdos son como fotografías en blanco y negro que se van difuminando por efecto del tiempo y su contenido casi deja de tener sentido. También me apasionan narraciones y películas de  desastres y cataclismos, sean naturales o provocados. Incluso, por muy malas que sean, esas cutrecillas de invasiones extraterrestres con mala baba que lo dejan todo convertido en un erial.

Llegué a “La carretera” por un profesor de literatura de mi hijo mayor, que estaba empeñado es descubrirles lecturas diferentes. Es un libro extraño al menos, con una manera de narrar distinta y una forma de presentar los diálogos que a veces es casi descarnada. Desde luego no es una novela que guste a todos y provoca sentimientos encontrados: o te entusiasma o no te gusta en absoluto, pero jamás te deja indiferente. Ni frío. Pero frío es lo que destila cada una de las páginas, un frío gris, sucio, inclemente y aterrador. Quizá lo mejor sea caminar nosotros también en La carretera para entender ese mundo desolado que Cormac McCarthy dibujó con maestría.

 

EL AUTOR: CORMAC MCCARTHY

 
Nacido en 1933 en Providence pero criado en Knoxville (EEUU), su padre era abogado y tuvo una educación católica y bastante conservadora antes de ingresar en la universidad. Pasó unos años en el ejército del aire de Estados Unidos sin haber terminado sus estudios. Muy influido por William Faulkner escribió su primera novela, El guardián del vergel, en 1965, con una ambientación muy rural. Tres años después publicó La oscuridad exterior, que mezcla algunos toques góticos con un “western” casi crepuscular.

Su tercera novela tuvo que esperar hasta 1973, Hijo de Dios. En ella el estilo es ya más directo, muy áspero pero con una gran intensidad lírica y una atmósfera inimitable, como es seña de identidad también en La carretera. Meridiano de sangre, en 1985, da una vuelta de tuerca más a su incursión en el “western” más sucio y brutal protagonizado por un grupo de pistoleros que se dedican a exterminar indios. Cormac cambió de registro completamente con Todos los caballos bellos en 1992, ya que la novela puede considerarse romántica, y con la que ganó el National Book Award.

En 2005 publica No es país para viejos retomando de nuevo ese estilo de “western” crepuscular, que tan buenas críticas había cosechado, en la que el asesino a sueldo que la protagoniza es absolutamente aterrador. Ya en 2006 llega La carretera, por la que ganó el Premio Pulitzer, en la que narra la historia de un padre y un hijo en un mundo devastado. También ha probado suerte en el teatro, aunque con menos éxito. En 2013 Ridley Scott estrenó El consejero, protagonizada por Michael Fassbender, en la que Cormac había escrito el guión. Se acusó a Scott de no haber entendido la filosofía de Cormac ni a sus personajes y la película pasó casi sin pena ni gloria. 
 

FRÍA Y GRIS DEVASTACIÓN

 

El mundo, tal y como lo conocemos, ha desaparecido. Un apocalipsis del que nada se nos cuenta ha convertido el planeta en un páramo gris y helado, en el que los ríos no tienen vida, la vegetación ha muerto y los pocos supervivientes que van quedando se arrastran buscando cómo seguir vivos un día más. La mayoría están solos o en pequeños grupos, intentando encontrar comida y refugio. Pero muchos se han unido en grupos brutales que han optado por el canibalismo como modo de vida.


Camino al sur, un padre y un hijo caminan siguiendo la carretera. Confían en que, al borde del mar, las cosas irán mejor. Ambos sólo se tienen el uno al otro pero tratan, sobre todo, de no perder su humanidad. Huyen a veces. Se alegran otras con pequeñas alegrías inesperadas. A menudo tienen miedo y siempre el frío les muerde la carne. El amor del padre por su hijo y la devoción de éste por su padre son lo único cálido que vamos a encontrar.

LOS RELOJES SE PARARON A LA 1:17


“Al despertar en el bosque en medio del frío y de la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo.”


García Márquez dijo en una ocasión que lo más difícil de una novela era escribir la primera frase, que lo demás saldría más fácilmente. Con estas tres comienza La Carretera, presentándonos la realidad en la que viven los protagonistas, un padre y su hijo pequeño, exactamente como ellos la ven. Tenebrosas tinieblas. Días grises. Frío y oscuridad. A pesar de semejante escenario La carretera es completamente adictivo, emocionante, distinto, único, desasosegante, duro y luminoso dentro del escenario gris y deprimente que nos presenta. Puedo asegurar que La carretera me llegó dentro como un impacto duro pero potente como pocos. Fue capaz de darme imágenes tan vivas, de transmitirme sentimientos tan intensos, que pude sufrir el frío mordiente y crudo que los protagonistas llevan calado hasta los huesos. He podido estremecerme con sus miedos, con cada paso que daban en pos de un posible futuro mejor, de un lugar donde vivir a pesar de que la esperanza parece tan lejana como el centro de la Vía Láctea. La relación entre el padre y el hijo, dentro de un universo hostil y peligroso, es tierna y cómplice. Sólo se tienen el uno al otro y eso es lo que les da fuerzas para continuar.



El mundo que conocemos ya no existe. Un cataclismo ha asolado la humanidad dejándola convertida en un universo gris, inhóspito y desolado. En el libro no se cuenta el origen de ese cataclismo ni qué es exactamente lo que ha ocurrido. La única referencia a ello es que “Los relojes se pararon a la 1.17. Un largo tijeretazo de claridad y luego una serie de pequeñas sacudidas.” Y en otro momento, como de soslayo, dice que esa noche “vieron arder ciudades a lo lejos”. Cuando sucede el desastre el hombre se halla junto a su mujer, embarazada. Pocos días después, ya sin luz eléctrica, ni agua, ni suministros de ningún tipo, el niño viene al mundo sobre la cama de sus padres.

Cuándo y cómo decidieron echar a andar hacia el sur no se nos muestra, pero debía ser la única opción posible. A través de los recuerdos del hombre sabremos que empezaron a seguir la carretera, como única vía de escape, los tres. Pero ahora la madre ya no está con ellos y el recuerdo de lo que ocurrió con ella aparecerá como un fantasma. Hay una enorme tristeza en esos párrafos, una sensación de soledad desgarradora. Hombre y niño la recuerdan de formas distintas, pero igual de intensas; una imagen de lo que tuvieron y se perdió. 

Los dos siguen, tiempo después, caminando por la carretera hacia el sur. Buscan calor, lugares con vida, comida, futuro. Llevan todas sus pertenencias en un carrito metálico de supermercado, incluso juguetes que le gustan al niño. Cubiertos con capas y capas de ropa sucia y ajada que ya casi ni les abriga, los pies tapados con zapatos destrozados y ajenos y envueltos en harapos. Pero siguen adelante, día tras día. Cuando cae la noche, se alejan de la carretera para acampar escondidos. Huyen de cualquier otra presencia humana pues la experiencia les ha enseñado que no puede esperarse nada bueno de ellos. Algunos se han vuelto caníbales, otros matan a quien se encuentran en su camino sin mediar palabra. 


Todo es gris y negro a su alrededor. Abrasado antes de estar helado. La capacidad del autor para describir infinidad de matices en ese gris roza la maestría. Las noches se convierten en una negrura insondable, no hay nada que ofrezca ni el más ligero destello. Cuando empieza a nevar, la nieve también es gris. El sol, cubierto eternamente de nubes oscuras, es sólo un recuerdo olvidado. Los ríos no tienen vida, los campos están muertos, los pueblos que encuentran a su paso son ruinas abandonadas y arrasadas por el caos que se produjo tras el cataclismo. Cuando consiguen llegar a una playa, el mar tiene la apariencia del mercurio y ya no alberga nada en su interior. Incluso el aire que respiran es veneno, cargado como está de cenizas. Ambos llevan máscaras hechas con trapos, pero el hombre, aunque lo oculta a su hijo, se ahoga por la tos y escupe sangre cada vez más a menudo.



“Una hora después estaban sentados en la playa contemplando el horizonte cubierto de niebla tóxica............ En la arena de la caleta que había más abajo hileras como caballones de pequeños huesos entre las algas. Más allá los costillares blanqueados por la sal de lo que podían haber sido reses. En las rocas una escarcha de sal gris. Soplaba el viento y unas vainas secas correteaban por la arena y se detenían y volvían a correr.”


Es difícil describir mejor y con menos palabras la desolación. 


El hombre lleva una pistola con sólo dos balas. Y sabe muy bien qué hará con esas balas si llegase el caso. Pero siempre le asaltan las dudas de si será capaz de acabar con la vida de su hijo: le ve tan frágil, tan desvalido, tan delgado que su única obsesión es ponerle a salvo de todo. Habla con él razonablemente, sin eludir las respuestas a las dudas del pequeño pero tratando de adaptarlas a lo que él pueda entender:


“¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos, papá?
No mucho.
¿Eso cuánto es?
No lo se. Quizás un día más. Tal vez dos.
Porque es peligroso.
Sí.
¿Crees que nos encontrarán?
No, no nos encontrarán.
Podrían encontrarnos.
No, seguro que no nos encontraran.”


Los diálogos no llevan los consabidos guiones al principio de cada frase, pero son sencillos de seguir, sin artificios, sin adornos. A veces el hombre es duro con el niño, pero siempre es para ponerle a salvo, para protegerle aunque cuando el pequeño deja de hablarle, enfadado por su dureza, hace lo imposible para que vuelva a dirigirle la palabra. Es como si no soportara aumentar la soledad que les rodea con el silencio de su hijo. 


Hay detalles de una ternura especial, como cuando el hombre encuentra una lata llena de Coca Cola y se la da al niño. El pequeño no sabe lo que es, jamás ha visto o bebido algo semejante y se sorprende de que tenga burbujas y de que le hagan cosquillas en la nariz. O cuando encuentran un bunker de supervivencia en el jardín de una casa completamente intacto, lleno de comida, ropa y camas y el primer deseo para cenar del niño son peras, porque es la primera lata que ha visto al bajar. Incluso existe esa ternura cuando siente lástima de otros humanos con los que se cruzan y quiere ayudarlos de algún modo, a pesar de que su padre le insiste en que no es buena idea.


Por supuesto, no pienso destrozaros los detalles de la novela ni su final, creo que es algo que merecéis descubrir vosotros. Pero si de algo estoy segura es de que os impresionará más de lo que podáis pensar antes de empezar sus páginas, porque a mí me ha ocurrió. Las frases cortas, directas y tremendamente emotivas que Cormac McCarthy utiliza para narrar el viaje del padre y su hijo hacia un futuro y un lugar que no saben si existen son fascinantes. Te convierten en un espectador privilegiado de un mundo que podría ser el nuestro si por un azar todo se va al garete. Y muchas veces sufres la impotencia de no poder ayudar a los protagonistas. O, al menos, de no poder abrazarles como consuelo. 


“El hombre se volvió y le miró. Estaba sumamente concentrado. El hombre pensó que parecía un triste y solitario niño huérfano anunciando la llegada al condado de un espectáculo ambulante, un niño que no sabe que a su espalda los actores han sido devorados por los lobos”

“Sólo sabía que el niño era su garantía. Y dijo: si él no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca.” 

No, no hay ninguna errata ni falta la coma. Los pensamientos no tienen signos de puntuación.

martes, 13 de junio de 2023

EL LATIDO DEL MAR de Jorge Molist

 

 A medida que he ido conociendo las novelas de Jorge Molist, más me he convencido de que es un autor al que siempre hay que seguir de cerca. Sus historias, basadas sólidamente en hechos reales y con su parte de ficción perfectamente colocada y engrasada, consiguen que viajes a la época en la que las ambienta sin dificultad. Te llevan casi de la mano para que seas testigo de hechos importantes y que conozcas a personajes que marcaron a fuego esos momentos, personajes que hoy día se han convertido en grandes figuras históricas, humanizándolos para que no sean simples imágenes en manuales de Historia. En la novela que hoy os traigo, El latido del mar, Molist nos lleva a mediados del siglo XIII y al Mediterráneo, ese mar que supuso primero para la Corona de Aragón y después para España el primer Imperio. Un mar en el que las galeras, naves impresionantes y poderosas, surcaban sus aguas y peleaban por él. Vayamos, pues, a 1268 y descubramos qué hay tras esa primera puerta.

 A LA MAR, MADERA Y A LA TIERRA, HUESOS

Año 1268. Un noble caballero, Ricardo von Blume, esposo y padre, muere en batalla. Su esposa, Blanca, una alta dama de la sociedad de Brindisi, lo pierde todo con la derrota del ejército en el que luchaba su marido y, al no poder escapar, se ve abocada a quedar a merced de sus enemigos. Su único deseo es salvar la vida de su hijo, Roger, y no es tarea fácil. En esa época, a quienes perdían la guerra se los consideraba traidores y se los ejecutaba, así como a todos sus hijos varones para evitar venganzas futuras. A sus esposas, el destino que les esperaba era pudrirse en una mazmorra y morir de hambre y miseria. Blanca deberá usar su ingenio y soportar los peores abusos para salvar a su hijo de la muerte y ponerle a salvo. Huyendo del hambre y del peligro, embarcará en una galera siendo muy pequeño, la nave más dura y peligrosa de la época. Y en su devenir vital, buscará a su familia perdida y tratará de conseguir la libertad de su madre, además de vengarse de quienes propiciaron su desgracia.

Estamos ante una novela que trata de la lucha por la supervivencia, pero también de amor y venganza. Comparte algún personaje con su novela anterior, La reina sola, pero se trata más bien de un spin off de esta, ya que nos lleva a un momento histórico anterior para descubrirnos la infancia y primera juventud de Roger de Flor. Basada en todo momento en hechos reales, asistiremos a cómo Blanca es capaz de darlo todo por su hijo y cómo este hará lo imposible por devolverle a su madre todo lo que perdió.

Nuestra historia en el Mediterráneo es una gran olvidada a pesar de que, como os decía antes, fue el primer Imperio español, iniciado por la Corona de Aragón y continuado posteriormente por España. Fueron españoles territorios como Sicilia, Cerdeña, Malta, Nápoles, parte del norte de África y, durante 77 años, también Atenas y amplios territorios de Grecia. En El latido del mar. haremos un viaje por ese Mediterráneo en un momento en que las Cruzadas llegaban a su fin y Aragón y Francia luchaban por su dominio. En este viaje visitaremos, con sus protagonistas, el sur de Italia, Tierra Santa, Sicilia, Nápoles y las islas griegas. Incluso seremos testigos privilegiados de la batalla de galeras más espectacular de la Historia.

Con capítulos cortos que le dan un ritmo espectacular a la trama, la novela de Jorge Molist es pura vitalidad y resulta apasionante hasta el final. Molist contaba en una entrevista que fue gracias al cronista almogávar Ramón Muntaner que ha podido reconstruir la infancia y juventud de Roger de Flor, ya que hay muy poca información sobre esos años. Realmente todo pudo ocurrir como él nos lo narra aunque tenga buena parte de ficción, ya que hay muchas lagunas en su biografía.

Los personajes, como suele ser marca de la casa, están muy bien perfilados. Blanca se erige como una mujer fuerte, capaz de lo que sea con tal de salvar la vida de su hijo y, a lo largo de los años, tratará de adaptarse a las circunstancias que le van llegando, por malas que sean. Roger irá creciendo y madurando, empapándose de las enseñanzas que recibe y de los lugares por los que va pasando. En encuadre histórico es perfecto y muy visual, nos hace sentirnos dentro de la acción desde la primera página. Y esas batallas navales... qué portento narrativo.

Venid a disfrutar de El latido del mar, os aseguro que es toda una aventura.

 


Modelo de galera realizado por mi tío, Félix Moreno Sorli, y donado a la Universidad de Murcia.