No sé si faltaban dos o tres semanas para la fecha de publicación de Los días ligeros, pero me quedé colgada, literalmente, de su portada y del resumen que aparecía en la web de la editorial. Supongo que por recuerdos familiares en primer lugar, porque mis abuelos me hablaron de ella en más de una ocasión y, después, porque en mi caja de postales (aquellos tiempos maravillosos en que los buzones, en verano, se llenaban de postales de amigos y familia) había una de la piscina Stella. En blanco, jamás se había usado, pero a mí me parecía una imagen de algo muy lejano, cuando en realidad la tenía más cerca de lo que pensaba. También recuerdo haber pasado por su lado con el coche y me impactó su perfil, la sensación de algo extraordinario que no casaba en absoluto con lo que la rodeaba, pero fascinante. La cuestión es que, como os decía, me enganché a lo que entonces era solo el anuncio de una próxima publicación de Plaza y Janés y, además, me pareció una recomendación maravillosa para mi sección literaria del programa Esto es otra Historia de Onda Madrid. Problema: aparte del resumen, poca información había, así que, echándole un poco de morro, contacté con la autora, tocaya mía, para preguntarle si disponía del dossier de prensa o una información algo más detallada para que la recomendación saliese en antena justo la semana de la publicación.
"Audaces fortuna iuvat", decía el proverbio latino (la fortuna favorece a los audaces) y la jugada me salió bien. Yolanda Guerrero, a la que conocía de su novela anterior, Mariela, no solo fue amabilísima, sino que me facilitó el dossier de prensa para que pudiese preparar el programa. Gracias a ella creo que quedó una recomendación lectora bastante redondita. Además, Yolanda fue tan amable de enviarme un ejemplar y este verano, por fin, he podido ponerme con ella y viajar hasta los tiempos dorados de la Stella, aquellos en que un recinto con aspecto de imponente barco varado se convirtió en un refugio perfecto para escapar de una España en blanco y negro que trataba de salir adelante. Coged la toalla y las gafas de sol y vayamos hasta allí.
TODOS LOS MUERTOS TIENEN UNA HISTORIA QUE CONTAR
En 1952, Sara viaja de Palencia a Madrid para venir a vivir con sus tíos y cuidar de su primo, Mateíto, que se ha roto una pierna. Su tío, Mateo Santiago, es arquitecto y director del Club Piscina Stella, que además cuenta con restaurante y organiza brillantes fiestas nocturnas. A Sara, el Stella le parece un prodigio, casi un lugar mágico, y no tardará en recorrerlo de arriba a abajo, intrigada y fascinada a partes iguales. Allí va a conocer, casi por casualidad, a las que se van a convertir en sus dos mejores amigas: Amparo y Julia. Las tres son muy diferentes y las tres han llegado a Madrid siguiendo caminos muy diversos: Julia, en busca de una vocación religiosa que no acaba de tener clara y Amparo, desde su Asturias natal, para trabajar en la cocina del Stella. Pronto se darán cuenta de que el club es mucho más que una piscina de moda. Allí se reúne lo más granado de la sociedad y las personalidades del momento de todos los ámbitos: desde el deportivo, como Joaquín Blume, hasta Ava Gardner, Antonio Machín, Xavier Cugat y la autora Karen Blixen (conocida como Isak Dinesen, autora de Memorias de África). También Adele Gifford, condesa de Romanilla, de la que descubrirán que esconde más de un importante secreto.
La muerte de uno de los socorristas, Roberto, que se estrella contra el bordillo de la piscina cuando pretendía hacer una exhibición de salto aparentemente bebido, rompe la feliz y luminosa rutina del Stella, que se ve obligado a cerrar mientras las cosas se aclaran. Sara, Julia y Amparo aprenderán a conocerse, a vivir, a enamorarse y serán testigos de lujosas fiestas, tan alejadas de la realidad que impera más allá de sus muros. Y aprenderán lecciones inolvidables que las marcarán de por vida. Sin embargo, también deberán enfrentarse a varios asesinatos y a un misterio que puede ponerlas en peligro.
Los días ligeros es una novela que, para quienes no son de Madrid e, incluso, para muchos de sus habitantes, recrea la época de esplendor de un club y un edificio que fue referente durante muchos años. Casi un mito. El proyecto inicial fue considerado una extravagancia y también muy arriesgado, ya que arrancó en la década de los 40, con la Guerra Civil aún muy presente. Su perfil, además, llamaba la atención desde lejos, ya que parecía (y aún parece, aunque esté cerrado) un barco con su puente de mando posado en una colina al final de la calle Arturo Soria. En principio se destinó a una clientela elitista, con dinero para poder pagar la entrada, aunque una vez por semana se vendían entradas a precios populares para que pudiesen ir personas de todo tipo y condición. Y, para sorpresa de muchos, la idea fue un completo éxito.
Yolanda Guerrero ha recreado de manera muy visual lo que era el Club Piscina Stella y ha conseguido que casi imaginemos que estamos tumbados en una hamaca al sol junto a la piscina o tomando un combinado bajo una colorida sombrilla. Sara es quien, en primera persona, nos narra la historia desde el principio. Su evolución desde la inocente quinceañera que llega a Madrid y a la que todo sorprende, hasta la mujer adulta capaz de sacar unas oposiciones a maestra e interesarse por los cambios que empezaban a tener lugar en España, es coherente, sólida. Consigue hacernos partícipes de sus alegrías y sus penas, sus logros, sus sentimientos, sus miedos, sus arrebatos de indignación. Julia y Amparo también crecen ante nuestros ojos, a veces pasando por trances muy dolorosos e inesperados.
Sara irá descubriendo, también, cosas sobre su propia familia y deberá madurar de golpe. Pero para ella, el Stella es su lugar feliz, el sitio al que desea volver como sea desde donde sea, quizá porque allí ha recibido las lecciones más importantes de su vida. Sus conversaciones con Karen Blixen, que la abren los ojos para ver el mundo de otro modo, y la extraña "amistad", por llamarla de algún modo, con Adele Gifford, que le hace entender que hay situaciones y hechos que escapan por completo de lo que ella conoce, irán modelando su carácter y sus interese. Como también lo hará la aparición del amor, que la llevará de la mano a conocer otra realidad paralela a la "oficial" del gobierno del momento y a los inicios de la lucha social que empezaban a asomar la cabeza.
Me tiro a la piscina, y en este caso es casi literal, para asegurar que el personaje de Adele Gifford está inspirado en Aline Griffih, condesa de Romanones, famosa por haber trabajado como espía para la Oficina de los Servicios Estratégicos de los Estados Unidos. Su trabajo la trajo a España, donde conoció a su esposo. Sea como sea, Yolanda ha dibujado unos personajes, tanto los reales como los ficticios, humanos, creíbles y llenos de matices, que cuentan sus propias historias y que se mueven dentro de una ambientación muy conseguida, en la que se nota que la autora ha trabajado mucho y se ha documentado ampliamente. Hay mucho de crítica social en sus páginas, quedando marcadas de forma indeleble las diferencias que existían entre clases en aquellos años, el miedo más o menos soterrado a la policía o a cualquier investigación que se llevase a cabo y tocase de cerca y, más avanzada la historia, los inicios de los movimientos sociales y de trabajadores que se oponían al régimen establecido. Incluso la apertura de la base aérea de Torrejón, pactada con los Estados Unidos.
Solo ha habido una cosa que me ha resultado un tanto chocante y lo digo con todo el respeto y el cariño para la autora. Y es que, en ocasiones, las reacciones y la manera de expresarse de las tres protagonistas en la primera parte de la novela, en la que apenas tienen quince años, me han parecido de personas más adultas. Mi generación es posterior, pero con quince años éramos niñas. Muy niñas. Mis tías, que sí podrían ser coetáneas de Sara, Julia y Amparo, poco más o menos. Es verdad que debían enfrentarse al cuidado de la casa y de los hermanos desde edades tempranas, pero seguían siendo niñas. Sin embrago, en la novela, especialmente en el caso de Sara, muestran una capacidad de conversación, de toma de decisiones y unas formas de hablar en las que no queda rastro de las niñas que son. Parecen mucho más adultas desde el principio. Pero insisto, esta es solo una apreciación personal que, en ningún caso, ensombrece la novela ni la trama.
Narrada con buen ritmo, Los días ligeros es una estupenda novela para conocer cómo fueron aquellos años, cómo se vivía, como existía una España de dos velocidades, con dos mundos, claramente diferenciados. Una historia en la que también hay literatura, música, anécdotas reales, noticias que fueron impactantes en su momento y un misterio que vais a tener que descubrir vosotros. El Stella permanece cerrado, sumido ahora en un mar de abandono, pero si pasáis por allí, entrecerrad los ojos e imaginad lo que fue. Decía Karen Blixen que "el tiempo pasado nunca se pierde, solo se transforma en recuerdos". Hagámosle caso.