El pasado miércoles 18 de enero, invitados por la Diputación de Jaén y Ediciones B y acompañados por Sebastián Roa (autor de Las cadenas del destino) y Lucía Luengo, de la editorial, un grupo de blogueros literarios, turísticos, administradores de webs de viajes y periodistas pasamos una jornada inolvidable en la localidad jienense de Santa Elena. Nuestro destino era el Museo de la Batalla de las Navas de Tolosa, que se ubica allí. Santa Elena es el primer pueblo que encontramos tras pasar la frontera natural que supone Despeñaperros, yendo desde Madrid, en la provincia de Jaén. Allí, sobre el Cerro de los Olivares, se encuentra el museo, que es más un centro de interpretación de la batalla ocurrida el 16 de julio de 1212. Una batalla que supuso un paso de gigante para los reinos cristianos de cara a finalizar la Reconquista y que marcó el inicio del declive del imperio almohade en la península. Personalmente debo agradecer mi presencia, de forma muy especial, a Pepa Muñoz Escudero del blog Qué locura de libros.
Las cadenas del destino, tercera parte de la Trilogía Almohade de Sebastián Roa, nos lleva desde la dura derrota del ejército cristiano en Alarcos en 1195 hasta la batalla de las Navas de Tolosa a través de diferentes personajes y tramas, por lo que está visita también era especial para él. En la página de Ediciones B nos ofrecen el resumen de esta novela:
"Año 1195. Castilla ha caído en Alarcos y el califa almohade Yaquib Al-Mansur avanza sobre Toledo. Los conquistadores africanos impondrán al islam más rígido o sembrarán la Península de cristianos crucificados y cabezas cortadas. Las fronteras se resquebrajan, las aldeas y los castillos se vacían, oleadas de refugiados viajan hacia el norte. Por si fuera poco, los reinos de León, Navarra y Aragón se confabulan para repartirse los despojos del derrotado Alfonso VIII, por lo que éste no encuentra otro remedio que negociar con los musulmanes.
Sin embargo el embrión de la resistencia se sobrepone a la derrota y a la perfidia, y brota incluso entre la sangre del campo de batalla. En Castilla, la reina Leonor Plantagenet no se resigna a darlo todo por perdido y aun confía en la unión entre los estados cristianos para enfrentarse al enemigo común. En Aragón, el joven príncipe Pedro sueña con alcanzar la corona y convertirse en un paladín de la cristiandad. Y en León, una muchacha judía arrojada a la esclavitud será capaz de cualquier cosa por salvar a los suyos."
JORNADA, ACTIVIDADES, GASTRONOMÍA...
Salimos de Madrid a las ocho de la mañana en un día muy, muy frío. Al llegar al parking del museo los termómetros no superaban el grado positivo pero lucía el sol y eso ayudó a que la ruta senderista por el escenario de la batalla, que era nuestra primera actividad, fuese sumamente agradable. Antes de ponernos en marcha, uno de los diputados de la Diputación de Jaén nos dio la bienvenida y nos animó a conocer las bellezas (que son muchas) de la provincia de Jaén. Partiendo desde la base del Cerro de los Olivares comenzamos a caminar rumbo a la Mesa del Rey, la loma desde el que las tropas cristanas tomaron posiciones para la batalla. Entre ambas, un valle o nava que contempló el encarnizado enfrentamiento entre los ejércitos cristiano y almohade y que recorrimos de la mano de Lucía, guía del museo. Actualmente todo el paisaje está repoblado, sobre todo, con diferentes tipos de pino así que había que imaginarlo como estaba en el momento de la lucha: sin apenas vegetación y muy seco. El verano entonces estaba en todo su apogeo. Haciendo varias paradas, Lucía nos habló de la vegetación y fauna del lugar y de los pormenores de lo sucedido aquel 16 de julio que marcó un hito en nuestra historia. Durante todo el trayecto Pablo y Damián estuvieron pendientes de nosotros y del avituallamiento, ya que cargaron con mochilas en las que portaban agua y magdalenas mientras que Vicente, a su vez, hacía interesantes aportaciones a las explicaciones de Lucía.
La ruta, entre la ida y la vuelta, pasaba un poco de los seis kilómetros así que el sentir general era que habíamos abierto el apetito de sobra para la comida. Nos esperaba un menú medieval en el Mesón Despeñaperros, en la propia localidad de Santa Elena, un lugar con el encanto de lo tradicional y unas vistas espectaculares de Despeñaperros, que ofrece una cocina deliciosa que merece la pena conocerse. Para empezar nos ofrecieron una cata del producto estrella de la zona: el aceite de oliva. Nunca había tenido la ocasión de probar aceites de ese modo y fue toda una experiencia. Pudimos probar tres de los mejores: Oro de Bailén, Bravoleum y Cortijo de la Torre. A continuación nos sirvieron varios platos para compartir y uno principal, todos con reminiscencias árabes o con mezcla de las dos culturas, para terminar con unos dulces muy sabrosos y un té moruno con hierbabuena que nos ayudó a "bajar" la estupenda comida.
Volvimos al museo y comenzó la visita guiada. Lucía de nuevo tomó el mando para la primera parte de la exposición en la que, a través de grandes tapices, se nos explicó el modo de vida de la época en que se produjo la batalla de las Navas de Tolosa: la religión, las diferencias entre pueblo llano y nobles, las formas de subsistencia, los torneos... También pudimos disfrutar del paisaje a través de un gran ventanal que se orienta hacia la Mesa del Rey y la nava en que se produjo la batalla, antes de repasar las biografías de los principales actores de la batalla: Al-Nasir, el califa de los almohades y, por parte cristiana, el rey Alfonso VIII de Castilla, el papa Inocencio III, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra. La segunda parte de la visita, más centrada en la batalla, se encargó Pilar de hacerla. Y fue una delicia la pasión que puso y el modo de explicarla, tan vívida y realista, con ese punto de humor que hace que conocer la historia sea toda una aventura.
Nuestra salida fue un poco precipitada porque el horario del AVE de Sebastián mandaba y nos habíamos alargado algo más de lo debido. Pero estábamos tan a gusto que hubiéramos podido quedarnos un rato más, disfrutando de las instalaciones y del mirador, aunque con el frío y el viento que se había levantado quizá no era la mejor opción salir a él. Durante el viaje de vuelta a Madrid, Sebastián Roa nos firmó Las cadenas del destino a quienes se lo pedimos y tuvo la amabilidad y paciencia de contestarme a unas preguntas para una entrevista que publicaré en un par de días.
No pretendo aquí explicar al detalle lo sucedido aquel 16 de julio de 1212, sólo resumir cómo se produjo la batalla y las consecuencias que tuvo, porque en este país desmemoriado para la historia en el que, al parecer, tenemos que pedir perdón hasta por vivir en él, creo que merece mucho la pena recordar hechos que marcaron hitos. Y la batalla de las Navas de Tolosa lo fue, no sólo a nivel peninsular sino fuera de nuestra fronteras.
En 1195 el ejército castellano de Alfonso VIII había sufrido una tremenda derrota en Alarcos. Los almohades salieron victoriosos y para el rey de Castilla la humillación fue inmensa. Pero a pesar de ello supo sobreponerse y, con la certeza de que la unión de los ejércitos de los diferentes reinos cristianos podrían vencer a las tropas almohades, se propuso convencer a los reyes de León, Navarra, Aragón y Portugal para que se uniesen a él en la lucha. En aquel momento las relaciones entre ellos eran, por decirlo de un modo suave, un poco complicadas. Unirlos era una tarea casi quimérica. Pero Alfonso VIII se saca un as de la manga: consigue que el Papa Inocencio III proclamara la Santa Cruzada para luchar contra los almohades.
Esto supuso que ya no fueran sólo los ejércitos "profesionales" los que batallarían, sino que otro ejército, el de los numerosísimos voluntarios de los reinos cristianos de la península y de fuera de nuestras fronteras, se prestase a luchar. Al estar amparados por la Cruzada, morir en batalla suponía el acceso al paraíso y el perdón de todos los pecados. En las tropas almohades estaba proclamada la Yihad, con las mismas consecuencias para los caídos en batalla. En una época en que el mundo religioso y celestial era el que mandaba, semejante reclamo atrajo a un gran número de combatientes por ambas partes, incluso de órdenes religiosas como Templarios y Hospitalarios.
Finalmente se unen a Alfonso VIII los reyes de Aragón y Navarra: Pedro II y Sancho VII. No así los de León y Portugal. El amanecer del 16 de julio de 1212 las tropas cristianas toman posiciones en la hoy llamada Mesa del Rey, un cerro elevado en las cercanías de la localidad de Santa Elena, lugar en el que estaban acampadas las tropas almohades. Aunque algunas fuentes de la época hablan de más de 70.000 integrantes en el ejército de los tres reyes, por el lugar en el que se colocaron los expertos actuales consideran que no pasarían de unos 12.000. Así y todo ya era un número muy elevado, ya que normalmente las batallas se dirimían con ejércitos de entre 2000 y 3000 hombres. Las tropas almohades, como poco, les doblaban en número y, al conocer la presencia de los cristianos, se ubican en un cerro enfrentado con la Mesa del Rey, el Cerro de los Olivares, dejando en medio un pequeño valle o nava que sería el escenario final del choque entre ambos ejércitos.
El primer ataque es por orden del rey Alfonso VIII y encabezado por el señor de Vizcaya, López de Haro. Este choque con la vanguardia almohade fue brutal y obligó a una retirada parcial de ésta para reorganizarse y lanzar, casi inmediatamente un ataque de caballería que comienza a debilitar las líneas cristianas. El primer dato que daba cierta ventaja a los cristianos es que habían acampado en un lugar flanqueado por dos ríos, ambos embarrancados y casi imposibles de cruzar. Eso impedía que el ejército almohade pudiese ejecutar su técnica de tornafuya: atacar con la caballería de forma veloz y retirarse del mismo modo, hasta conseguir que el ejército enemigo se lanzase en su persecución rompiendo la formación. Al hacerlo, los almohades les rodeaban y conseguían un inmenso número de bajas. La presencia de los dos ríos impidió que esta técnica envolvente se produjese.
Esta carga supuso entonces el retroceso de los cristianos, aunque en primera línea quedaron López de Haro y los soldados de las órdenes militares batiéndose en combate cerrado. Al ver retirarse a los cristianos, la vanguardia almohade se lanzó en su persecución. Segundo error: su centro quedó muy debilitado por esa maniobra.
La única opción que quedaba para Alfonso VIII, después de que la segunda línea se hubiese lanzado al ataque y contemplando el cierto desorden que reinaba en las tropas almohades, fue, tras consultarlo con el arzobispo de Toledo, lanzar una carga final. Algo histórico y único: la carga de los tres reyes. Alfonso VIII, Pedro II y Sancho VII se pusieron al frente de sus ejércitos de retaguardia y se lanzaron al ataque. Vencer o morir. Las líneas almohades se vinieron abajo por el empuje de los cristianos y fue Sancho VII el Fuerte (llamado así por su gran estatura, que, al parecer, pasaba de los dos metros) el que rompió las cadenas que cercaban el palenque de Al Nasir (Miramamolín para los cristianos) consiguiendo que sus hombres acabasen con la guardia negra, la guardia personal del califa. Miramamolín huyó con algunos leales. Esas cadenas son las que aparecen hoy día en el escudo de Navarra.
La caída de la tarde trajo el silencio de la muerte en el campo de batalla, sólo roto por el Te Deum que el arzobispo de Toledo rezó rodeado de cadáveres de ambos bandos.
La victoria en la batalla de las Navas de Tolosa abrió el camino para el final de la Reconquista. Las tropas cristianas de los diferentes reinos fueron haciéndose con las más importantes ciudades del sur hasta dejar cercado el último reducto musulmán: el reino nazarí de Granada, que acabó cayendo en 1492 a manos de los Reyes Católicos. Pero esa es otra historia.
LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA
No pretendo aquí explicar al detalle lo sucedido aquel 16 de julio de 1212, sólo resumir cómo se produjo la batalla y las consecuencias que tuvo, porque en este país desmemoriado para la historia en el que, al parecer, tenemos que pedir perdón hasta por vivir en él, creo que merece mucho la pena recordar hechos que marcaron hitos. Y la batalla de las Navas de Tolosa lo fue, no sólo a nivel peninsular sino fuera de nuestra fronteras.
En 1195 el ejército castellano de Alfonso VIII había sufrido una tremenda derrota en Alarcos. Los almohades salieron victoriosos y para el rey de Castilla la humillación fue inmensa. Pero a pesar de ello supo sobreponerse y, con la certeza de que la unión de los ejércitos de los diferentes reinos cristianos podrían vencer a las tropas almohades, se propuso convencer a los reyes de León, Navarra, Aragón y Portugal para que se uniesen a él en la lucha. En aquel momento las relaciones entre ellos eran, por decirlo de un modo suave, un poco complicadas. Unirlos era una tarea casi quimérica. Pero Alfonso VIII se saca un as de la manga: consigue que el Papa Inocencio III proclamara la Santa Cruzada para luchar contra los almohades.
Esto supuso que ya no fueran sólo los ejércitos "profesionales" los que batallarían, sino que otro ejército, el de los numerosísimos voluntarios de los reinos cristianos de la península y de fuera de nuestras fronteras, se prestase a luchar. Al estar amparados por la Cruzada, morir en batalla suponía el acceso al paraíso y el perdón de todos los pecados. En las tropas almohades estaba proclamada la Yihad, con las mismas consecuencias para los caídos en batalla. En una época en que el mundo religioso y celestial era el que mandaba, semejante reclamo atrajo a un gran número de combatientes por ambas partes, incluso de órdenes religiosas como Templarios y Hospitalarios.
Finalmente se unen a Alfonso VIII los reyes de Aragón y Navarra: Pedro II y Sancho VII. No así los de León y Portugal. El amanecer del 16 de julio de 1212 las tropas cristianas toman posiciones en la hoy llamada Mesa del Rey, un cerro elevado en las cercanías de la localidad de Santa Elena, lugar en el que estaban acampadas las tropas almohades. Aunque algunas fuentes de la época hablan de más de 70.000 integrantes en el ejército de los tres reyes, por el lugar en el que se colocaron los expertos actuales consideran que no pasarían de unos 12.000. Así y todo ya era un número muy elevado, ya que normalmente las batallas se dirimían con ejércitos de entre 2000 y 3000 hombres. Las tropas almohades, como poco, les doblaban en número y, al conocer la presencia de los cristianos, se ubican en un cerro enfrentado con la Mesa del Rey, el Cerro de los Olivares, dejando en medio un pequeño valle o nava que sería el escenario final del choque entre ambos ejércitos.
El primer ataque es por orden del rey Alfonso VIII y encabezado por el señor de Vizcaya, López de Haro. Este choque con la vanguardia almohade fue brutal y obligó a una retirada parcial de ésta para reorganizarse y lanzar, casi inmediatamente un ataque de caballería que comienza a debilitar las líneas cristianas. El primer dato que daba cierta ventaja a los cristianos es que habían acampado en un lugar flanqueado por dos ríos, ambos embarrancados y casi imposibles de cruzar. Eso impedía que el ejército almohade pudiese ejecutar su técnica de tornafuya: atacar con la caballería de forma veloz y retirarse del mismo modo, hasta conseguir que el ejército enemigo se lanzase en su persecución rompiendo la formación. Al hacerlo, los almohades les rodeaban y conseguían un inmenso número de bajas. La presencia de los dos ríos impidió que esta técnica envolvente se produjese.
Esta carga supuso entonces el retroceso de los cristianos, aunque en primera línea quedaron López de Haro y los soldados de las órdenes militares batiéndose en combate cerrado. Al ver retirarse a los cristianos, la vanguardia almohade se lanzó en su persecución. Segundo error: su centro quedó muy debilitado por esa maniobra.
La única opción que quedaba para Alfonso VIII, después de que la segunda línea se hubiese lanzado al ataque y contemplando el cierto desorden que reinaba en las tropas almohades, fue, tras consultarlo con el arzobispo de Toledo, lanzar una carga final. Algo histórico y único: la carga de los tres reyes. Alfonso VIII, Pedro II y Sancho VII se pusieron al frente de sus ejércitos de retaguardia y se lanzaron al ataque. Vencer o morir. Las líneas almohades se vinieron abajo por el empuje de los cristianos y fue Sancho VII el Fuerte (llamado así por su gran estatura, que, al parecer, pasaba de los dos metros) el que rompió las cadenas que cercaban el palenque de Al Nasir (Miramamolín para los cristianos) consiguiendo que sus hombres acabasen con la guardia negra, la guardia personal del califa. Miramamolín huyó con algunos leales. Esas cadenas son las que aparecen hoy día en el escudo de Navarra.
La caída de la tarde trajo el silencio de la muerte en el campo de batalla, sólo roto por el Te Deum que el arzobispo de Toledo rezó rodeado de cadáveres de ambos bandos.
La victoria en la batalla de las Navas de Tolosa abrió el camino para el final de la Reconquista. Las tropas cristianas de los diferentes reinos fueron haciéndose con las más importantes ciudades del sur hasta dejar cercado el último reducto musulmán: el reino nazarí de Granada, que acabó cayendo en 1492 a manos de los Reyes Católicos. Pero esa es otra historia.
Que buen día echásteis, sin duda inolvidable. Gracias por la crónica y que sepas que nos has puesto los dientes muy largos. Besos
ResponderEliminarA pesar del frío (porque vaya temperatura y qué vientecito cortante)lo pasamos francamente bien. La caminata mereció la pena y qué gozada escuchar a los chicos del museo. Qué pasión le ponen.
EliminarQue envidia! Quiero ir. Gracias por la crónica guapa! Un beso ;)
ResponderEliminarSi vas por la carretera de Andalucía desde Madrid es muy sencillo llegar y además está señalizado. Y muy barato, creo recordar que la visita son 3 euros. Y es una gozada escuchar a los guías.
EliminarQué envidia me das, chica!! Estoy segura de que habría disfrutado como una enana de esa visita, y me alegro de que tú lo hicieras.
ResponderEliminarUn beso grande :)
Seguro que sí, para apasionadas de la historia como nosotras es fascinante poder pisar el lugar de una batalla tan importante y decisiva. Te encantaría, lo sé. Un besazo.
EliminarMe ha gustado mucho la crónica y me ha dado envidia, ojala pueda pasarme yo por ahí en algún momento por lo que cuentas merece la pena. Besinos.
ResponderEliminarMe encantó visitar el museo el año pasado, aunque si llega a ser en un evento como este tuyo, ya habría sido la repanocha.
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