En Cantigas de sangre, Nieves nos lleva al cerco y toma de Zamora por las tropas del rey Sancho y a los hechos que sucedieron allí, que tuvieron como consecuencia que Alfonso, hermano de Sancho y de Urraca, la señora de Zamora, se hiciese con el trono de Castilla. Y lo hace basándose en la poca información que existe sobre ese hecho, mucha de ella en forma de romances. Qué queréis que os diga: a mí los romances de la época me chiflan y Nieves ha dado, en esta novela, una vuelta de tuerca más a su modo de narrar consiguiendo que la mezcla de todos los ingredientes sea brillante. Nos vamos a Zamora, pues...
SIETE MESES Y UNA HORA
Zamora, Semura en la novela, tiene por señora a doña Urraca, hermana de Alfonso, Sancho y García, hermanos todos e hijos de Fernando I de León, que había repartido su reino entre ellos. Sancho y Alfonso llevan años luchando por hacerse con el poder total y único de los reinos de su padre y Sancho, tras una campaña muy favorable a sus intereses, llega hasta las murallas de Semura con sus mesnadas y sus mejores hombres, entre los que están el Cid y Álvar Fáñez. Este es aún joven y no tiene la fama que posteriormente adquirirá, pero Rodrigo Díaz de Vivar ya se ha ganado un lugar de honor como soldado, estratega y hombre de confianza del rey Sancho. En la ciudad, doña Urraca y el consejo toman la decisión de no rendir la plaza. Y es que Urraca es leal a su otro hermano, Alfonso, y no le va a poner las cosas fáciles a Sancho.
Semura se prepara para un duro asedio. A pesar de todo, muy pronto el hambre, las enfermedades y el miedo al ejército que rodea la ciudad se hacen realidad y la población comienza a pensar en lo peor. A pesar de todo, mantienen la fortaleza de espíritu y la esperanza de que, al final, todo saldrá bien y se salvarán. A través de varios protagonistas, iremos siendo testigos de lo que sucede dentro y fuera de Semura. Serán sus ojos los que nos guíen. Midueña, la criazona de la infanta doña Urraca, obligada, muy a su pesar, a casarse con Petro. Judith, la judía que ejerce de médico, con grandes conocimientos sanadores, aunque su labor no esté bien vista. Elka, el joven juglar sin voz que se ha visto obligado a quedarse con su familia en Semura por el asedio. Marina, todavía una niña, pero que ya demuestra una gran fuerza de carácter. El Cid y Álvar Fáñez, al otro lado de las murallas, leales a su rey pero también con dudas. Hasta que una traición hará nacer la leyenda.
En Cantigas de sangre, Nieves Muñoz hace un auténtico encaje de bolillos mezclando historia, leyenda y ficción, ya que la mayor parte de la información que nos ha llegado del cerco de Zamora no es a través de fuentes históricas propiamente dichas. El Cantar del Cerco de Zamora está datado en el siglo XII (un siglo después) y en él se relatan los hechos que se vivieron en la ciudad durante el asedio de las tropas de Sancho y la conocida traición (que no voy a contar para quien no la conozca) que cambió el curso de los acontecimientos. Nieves se basa en esos romances, pero también el lo que se sabe a nivel historiográfico y lo hace hilvanando una trama redonda, consistente, en la que en cada capítulo toma el protagonismo uno de los personajes. Con ello va conformando, pieza a pieza, una imagen mayor que nos permite tanto vivir la zozobra de quienes permanecen dentro de Semura, como de los que están más allá de sus murallas.
Es evidente el cuidadoso trabajo de documentación de Nieves en las descripciones que adornan la novela. Las ropas, la vida cotidiana, las comidas, los olores, la organización de la ciudad, las vestimentas de los soldados, las armas están descritas de forma muy visual, pero si ahogarnos en datos ténicos. Un punto muy especial son los usos y remedios médicos, que pueden resultar sorprendentes, pero que así eran y así se utilizaban, incluso métodos anticonceptivos. Hasta los colores cobran protagonismo, haciendo que nos resulte más sencillo sentirnos dentro de lo que sucede en las abigarradas calles de Semura.
Cada uno de los protagonistas, desde doña Urraca a la pequeña Marina, están presentados desde su perspectiva más humana. Poco hay en ellos de hieratismo: cobran vida en las páginas, son reales, humanos, sólidos y tienen sus luces y sus sombras, sus alegrías y penas, sus dudas y certezas. Sienten, sufren y se alegran, porque, al final, los sentimientos son los mismos en el siglo XI que en la actualidad, aunque nos creamos por encima de ellos. Las conversaciones de el Cid con Álvar Fáñez son un buen ejemplo de ello, al igual que las escenas en que doña Urraca toma el primer plano. Curiosidad para los amantes de los cotilleos: se deja caer que entre Rodrigo, el Cid, y doña Urraca hubo un cierto "cupidazo" (o, incluso, algo más) años atrás. Investigad, investigad.
No se nos hurta en la lectura la crueldad de la guerra, con escenas que estremecen y erizan la piel. Nunca la guerra es algo romántico, lleno de gestas heroicas: hay sangre, vísceras, sudor, dolor, gritos, agonía y Nieves ha sabido mostrarla en todo el esplendor de su crudeza. Pero es necesario hacerlo así en el contexto de la historia que nos está contando. Eran tiempos duros, violentos y en los que las cuestiones morales estaban a años luz de las actuales, aunque no por eso hay que juzgarlas desde nuestros cómodos sillones y nuestra pretendida superioridad. Las cosas pasaban así porque debían ser y pasar así, sin más. Levantar los ojos del móvil para arrugar la nariz y tratar de reescribir el pasado es un descomunal error.
Cantigas de sangre es una magnífica novela con todos los ingredientes para mantenernos pegados a sus páginas y para vivir, casi desde dentro, uno de los hechos fundamentales de nuestro pasado. Un puro disfrute en el que holgarse, palabra que me encanta y que casi ha caído en desuso, y que nos deja con la sensación de haber tenido la suerte de poder viajar, un poquito, en el tiempo. Si tenéis ocasión, haceos con ella y volad hasta Semura. Con suerte, quizá crucéis la mirada con el mismísimo Cid. Saludadle de mi parte.