Cuando me llegó la noticia de la publicación de este libro, me sorprendió muchísimo ver a un político en la posición de narrador de algo que no fuesen sus memorias, un manual de política comunitaria (al ser Esteban González Pons miembro del Parlamento Europeo) o alguna suerte de ensayo sobre estrategias electorales. Pero no, se trataba de una novela que, en su resumen de presentación tenía una frase que me llamó profundamente la atención: "una historia de amor sobre las segundas oportunidades en la que se sentirán representados quienes nacieron en la España de los 60 y los 70". Quienes me conocéis, sabéis bien cómo huyo de cualquier novela de las llamadas "de amor". Y eso incluye películas también. Jamás he visto Pretty woman ni Titanic, pero disfruto a lo grande con Depredador. Es solo por poner un ejemplo gráfico. Pero yo nací cuando ya morían los 60 y, además, la editorial nos iba a facilitar un encuentro con el autor, así que me puse con ella con la mejor disposición.
Mi sorpresa fue aumentando: no solo estaba muy bien escrita, con unos recursos narrativos de alta calidad y un desarrollo original, sino que, realmente, no era una historia de amor al uso. Encerraba muchas sorpresas y acabé bebiéndome, literalmente, los capítulos para saber hacia dónde nos quería llevar el autor. Obviamente, no voy a destripar ni la trama ni el final, eso es mejor que lo descubráis vosotros. Y creedme, es mucho más de lo que parece.
FOTOGRAFÍAS, RECUERDOS, VIDA
Jaime Monzón nunca ha destacado por nada en especial. Es un funcionario de vida gris, trabajo gris, aspecto gris y con un matrimonio finiquitado de bastante mala manera a sus espaldas. Sus dos hijos ya son mayores y no le necesitan, su ex mujer se volvió a casar con un tipo al que llaman el Genio y ha tenido otro bebé. No hay nada en la existencia de Jaime que le impulse a querer seguir viviendo, así que toma la decisión de suicidarse. Pero, antes de hacerlo, se atreve a escribir a la que fue su amor de verano, aquella niña rubia de trece años que le robó el corazón y a la que, de un modo u otro, jamás a podido olvidar a pesar de que nunca volviese a verla.
En lo que Jaime escribe a Marina, a Eme, como él la llama, hay mucho de nostalgia por el tiempo perdido y por aquellos veranos de la infancia. Pero también hay toques de humor y hasta de ternura. La muerte de Jaime va a provocar un pequeño cataclismo en sus hijos, de quienes está muy distanciado: Luisa, a la que todos llaman Pelarañas (mote que le puso su padre), y Pablo, que vive con su novia Mariola y que están en plena fase de ebullición amorosa. El telón de fondo lo pone Valencia, esa ciudad luminosa que lo tuvo todo y que ahora parece diluirse.
Ellas habla de amor pero no solo del amor romántico. Hay muchos tipos de amor en ella. El amor a los recuerdos, a lo que pudimos ser, a los hijos, a los amigos... incluso a los lugares. Jaime, que es un hombre culto y con una sensibilidad especial, ha acabado por refugiarse en sí mismo y eso le ha convertido en un ser extremadamente común, con poco protagonismo incluso en su propia vida. Pero el amor, ese que le cambió y le marcó cuando apenas salía de la infancia, es lo que le hace diferente porque, recordándolo, se siente y se sabe excepcional. Eme siempre estuvo ahí, dentro de él, como un ancla que le sujeta a los momentos más bonitos de su vida,.
Me han gustado especialmente las páginas en las que Jaime recuerda sus veranos en Frontera de Aragón, en un complejo de apartamentos en los que pasaba los tres meses de vacaciones. Ha sido sencillo recordar mis propios veranos, porque Esteban convierte la memoria en una película en la que cualquiera podría verse deflejado. Quizá sus colores están algo desvaídos por el paso del tiempo, pero lo que nos hace sentir llega con una potencia inesperada. Aquellos meses que se nos hacían eternos, en los que cabía una vida entera. Los días largos y calurosos, que no acababan nunca. Los amigos, los rincones propios, el primer amor.
El resto de personajes que acompañan en recorrido vital de Jaime son todo un hallazgo. Están muy bien perfilados, llenos de matices. La ex mujer de Jaime, que parece haberle borrado hasta de sus recuerdos y ni siquiera es capaz de un mínimo de empatía ante su pérdida. Pablo, el hijo mayor, tan distante de su padre por muchos motivos (casi todos suyos e intransferibles) pero que se rompe en lágrimas al perderle. Pero es Luisa, Pelarañas, la hija pequeña, la que se nos mete en el bolsillo por completo. Deslenguada, malhablada y hasta faltona, con un modo de vestir "peculiar", es la única que siente de corazón lo sucedido con Jaime, la única que nota que le han arrancado un trozo de sí misma. La única que parece ser capaz de recordar con cariño a su padre. La que es capaz, en su desgarro, de plantarse ante la Virgen de los Desamparados, la Mare de Deu, para rezar por él, aunque la religión y ella no vayan precisamente de la mano.
He estado leyendo aquí y allá algunas críticas sobre Ellas en las que califican la novela poco menos que de erótica por ciertas escenas en las que el sexo se hace presente. Pero ¿qué es el amor sin sexo? Además se trata de un amor maduro, con más de media vida ya detrás, del descubrimiento de lo que puede sentirse cuando ya creías que ese renacer te estaba vedado. Es cierto que Esteban González Pons habla de él con libertad y valentía, sin perderse en escenas azucaradas pero tampoco cayendo en la procacidad o el mal gusto. Quedarse solo con estas escenas, dentro de una novela en la que hay tanto por descubrir, es hacer una lectura muy sesgada.
Hay tiempo también en Ellas para la crítica, como cuando se abordan los episodios de lo sucedido en el metro de Valencia y el despilfarro y la locura que trajo la visita del Papa a la ciudad. Es de agradecer que Esteban se meta en esos charcos, por decirlo de alguna manera.
Escrita con calma, con un ritmo que permite una lectura tranquila, disfrutando de los matices y hasta de los colores, los olores y la luz, Ellas tiene muchos ingredientes para hacer disfrutar al lector. Nada es lo que te esperas a priori y, para los que ya tenemos una edad, encontramos en ella la oportunidad de reconocernos y mirar hacia dentro. Recordar lo que fuimos y ver en lo que nos hemos convertido. Y sonreir, quizá, al volver a vernos tostados por el sol, con el sol cayendo por el horizonte y con los ojos clavados en quien te robó el corazón aunque solo fuese durante un verano.
Me quedo, para finalizar, con una reflexión que Esteban nos hizo el día de nuestro encuentro: "Historias de amor todos tenemos unas cuantas, pero amores verdaderos seguramente no. El amor verdadero es excepcional. Y, al final, es lo que justifica la vida de cada uno porque consigue que nos sintamos inmortales. Es lo más grande que nos pasa en la vida". Dicho queda.
Pero que bien te explicas, una maravilla
ResponderEliminarPufffff naravillosa reseña. No puedo decir más. Y totalmente de acuerdo, no es erótica. Es que hay mucho "listillo" suelto. Es una novela de "besos auténticos".
ResponderEliminarSiento decir que no me crea ninguna curiosidad esta novela, creo que puede ser algo más que una lectura entretenida por lo de la crítica que comentas pero aún así, no me siento tentada esta vez.
ResponderEliminarBesos
A mi también me sorprendió esta faceta del político. Aunque me agrada lo que cuentas no termino de animarme, más por todo lo que tengo pendiente que por la novela en sí. Besos.
ResponderEliminarSigo sin sentirme atraída por este libro a pesar de que me tientas un poco, pero no, lo dejo pasar.
ResponderEliminarBesos.
No conocía esta novela, pero no me llamada suficiente como para hacerme con ella.
ResponderEliminarUn beso 😉
Yo tampoco acabo de ver a este hombre como escritor de este tipo de historias, jeje, por eso la dejaré pasar. Besos
ResponderEliminarHola, aunque lo que cuentas me parece muy interesante y me despierta cierta curiosidad, no se si me animaré a leerlo. Besinos.
ResponderEliminarYa hemos comentado nuestras impresiones. Reitero que a mí ese inicio me despistó tanto que me hizo dudar mucho. Me alegro que te gustara. La verdad es que él, como autor, es un buen conversador. Besos
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