jueves, 18 de abril de 2024

EL ASESINO DE LOS CARAMELOS DE VIOLETA de Susana López Rubio y Javier Holgado

 

En Madrid, es bastante normal que todos recordemos, de una manera u otra, quien nos daba caramelos de violeta de niños, cómo nos aficionamos a ellos. En mi caso era mi abuela paterna, que solía venir todos los jueves a comer a casa y en muchas ocasiones nos traía a mi hermana y a mí una cajita de esos caramelos. Cada vez que vuelvo a comerlos, me llegan imágenes de entonces: la mesa camilla en casa de mi madre, la radio puesta, la luz de la tarde reflejándose en el edificio de enfrente, el costurero abierto, los cuadernos con los deberes a medias. Y claro, fue ver la portada de esta novela en el catálogo de Espasa y maravillarme, tanto por el título como por saber que una de sus dos autores era mi querida Susana López Rubio, a quien conocí gracias a sus novelas anteriores: El Encanto y Flor de sal. La estética, además, es de lo más atrayente, con esa pareja a la moda sesentera y el color verde (o azul) turquesa, aunque una figura embozada y oscura asoma por la derecha, como anticipo de que el asesino del título, va a estar muy presente.

La novela lleva un pequeño subtítulo, "Un caso de Lucio Garza", y eso me hace pensar que, con suerte, podría haber más historias futuras con ese protagonista, al que acabamos cogiendo cariño sin remedio, A él, a su numerosa familia y a Félix, su compañero de aventuras. Ambientación, personajes, asesinatos y Madrid y sus rincones componen un paisaje muy especial en el que nos perdemos sin remedio y queremos seguir leyendo tanto por saber quién o quiénes son los asesinos, como por estar al tanto de las vicisitudes de la familia Garza, que acaban siendo como de casa de toda la vida. Estamos en 1968 y hay ciertos aires de cambio que parecen ventilar un poco el solar patrio. Vamos a conocer a Julio Garza.

"LA MUERTE ES DULCE; PERO SU ANTESALA, CRUEL" - CAMILO JOSÉ CELA

A finales de la década de los 60, con la dictadura de Franco ya en sus últimos años, Madrid está viviendo una serie de muertes de mujeres que, de un modo u otro, han acabado siendo catalogadas de suicidio o accidente. Ninguna de ellas ha llamado especialmente la atención a la policía, pero Lucio Garza, un médico forense más sagaz que la mayoría, descubre algo que va a relacionarlas todas. Todas tienen algo en común, algo muy concreto y especial. Además Garza descubrirá también que el asesino utiliza un método realmente atroz para cometer sus crímenes. Al principio nadie presta atención a sus conclusiones: sus superiores no quieren remover demasiado el tema y la policía no parece muy dispuesta a admitir que un asesino en serie (de los que en España no se escuchaba hablar) pueda estar campando a sus anchas por las calles de Madrid. Por suerte, Lucio va a contar con la ayuda de Félix, un policía a quien sus jefes no tienen en cuenta y que se pasa la vida en el archivo, y de su familia: su esposa, Teresa, una mujer formada e inteligente, gran lectora, y sus siete hijos, que están encantados de poder ayudar en lo que sea. A medida que van descubriendo detalles, todo parece volverse más turbio y extraño y las coincidencias entre las víctimas se multiplican. Además, el asesino parece ser extremadamente cuidadoso. Lucio y Félix necesitarán de todo su ingenio para encontrar un hilo del que tirar.

No me gustan las etiquetas, creo que ya lo he dicho en más de una ocasión. A esta novela le han puesto la de "cozy crime" o "misterio acogedor", en el que no hay ni sexo ni violencia y acostumbra a ser protagonizado por un investigador aficionado. Incluso suelen tener lugar en comunidades o localidades pequeñas, algo como lo que solía ocurrir en las novelas de Miss Marple, de Agatha Christie. Madrid no es una localidad pequeña, pero estamos a finales de los 60 y aún no había sufrido la expansión que aún conocemos y en los barrios prácticamente todo el mundo se conocía. 

Lucio Garza va a tener que enfrentarse no solo a los crímenes, cuyas víctimas acaban en su mesa de la morgue, sino también a los muchos recelos que despierta su teoría de que hay un asesino capaz de matar a varias mujeres sin dejar ninguna prueba. Recelos no ya solo entre sus jefes en el Anatómico Forense, sino también en la policía, que sigue anclada en que son suicidios o terribles accidentes. En aquel momento, el concepto de asesino en serie no se concebía. Su soledad en cuanto a sus conclusiones se verá paliada por la ayuda de Félix, un policía de la brigada de investigación criminal. Realmente Félix es un don nadie en ella, apenas se ocupa del papeleo y el archivo, y tiene cierta fama de ser un poco "corto". De hecho sus compañeros le llaman Garbancito, porque necesita un hervor. Y, por suerte, Lucio también cuenta con el apoyo incondicional de su familia, que no dudan de que está en lo cierto.

La novela es bastante coral. En el centro está la investigación que Lucio y Félix llevan a cabo, pero ella les lleva a tratar a posibles sospechosos, a personas que conocieron a las víctimas, incluso a personajes reales como el marqués de Villaverde (yernísimo de Franco) o el gran Chicho Ibáñez Serrador. A su vez, iremos descubriendo a la familia de Lucio: a Teresa, su mujer, que estudió, aunque cuando se casó se dedicó a su marido e hijos, y a todos ellos, tan diferentes entre sí, pero siempre unidos. También a los suegros de Lucio, un matrimonio de la "vieja escuela", cuyos constantes reproches y críticas veladas al modo de vida y la forma de educar a sus hijos acaban, casi siempre, con la paciencia de la pareja. 

Conocer a los hijos de Lucio y Teresa es también conocer cómo respiraba la sociedad del momento, ya que cada uno aporta un matiz de lo que se movía en Madrid a nivel de calle. Todos fueron bautizados con nombres de escritores famosos (Ágata, Arturo, Edgar, Julio, Benito, Patricia y Roberto Luis) y forman una piña muy unida, aunque cada uno con sus propios intereses e inquietudes. Con ellos vamos a ver cuál era el papel de la mujer en el periodismo, los movimientos comunistas dentro de la universidad, los encontronazos con los "grises", la homosexualidad, la oposición a lo que estaba impuesto por la iglesia o la costumbre, los entresijos del ejército, incluso la fe ciega en que todo estaba bien y ordenado. Y los autores lo hacen con tanta naturalidad, que acabas sintiéndote parte de sus charlas de sobremesa.

Igualmente es una delicia cómo han recreado el Madrid de la época. De la mano de los protagonistas, vamos a caminar por sus calles, a coger autobuses y metro, a visitar locales, cafeterías y restaurantes (algunos de los cuales aún siguen en activo), a conocer el modo del vida del momento, más pausado que el actual. Para todo se necesitaba tiempo y era lo que más tenían. La televisión estaba casi aún en pañales, las radios se enseñoreaban de cada casa, para llegar de un sitio a otro, a veces, había que dedicar varias horas. Quizá eso favorecía la paciencia, cosa que hemos perdido, creo. Interesante es también saber cómo eran los métodos policiales y forenses, tan distintos a los de hoy día. Es, en mi opinión, lo más conseguido de la novela: poner al lector en aquel paisaje de Madrid, en aquellos años, hacerle sentir no solo en sus calles, sino en ese tiempo. A muchos les resultará muy conocido, incluso habrá más de un momento de nostalgia. Yo, que nací cuando empieza la novela, hay cosas que, al leerlas, me han traído imágenes y olores de mi niñez, como aquel bar al lado de casa de mis abuelos que freían gallinejas y entresijos los fines de semana. 

El asesino de los caramelos de violeta es una estupenda novela de misterio y también una maravillosa inmersión en aquellos años y en aquella sociedad. Es muy visual y está narrada con agilidad, gracias a capítulos cortos y a saber mantener la tensión y el interés en todo momento, incluso en las situaciones más familiares de Lucio y los suyos. Es evidente que el trabajo como guionistas de sus autores hace mucho por ello: haciendo una versión reducida, Javier ha creado series como Hospital Central o Los misterios de Laura, además de ser guionista para las adaptaciones de La templanza o El desorden que dejas; Susana ha escrito series como Policías, Acacias 38 o Física o química y ha coincidido con Javier en varios proyectos, además de participar en adaptación de El tiempo entre costuras y Entre tierras.

Haceos con esta novela, porque os lo va a hacer pasar en grande. Tiene todo para que no queráis dejar de leer y, como yo, os haréis fans de Lucio Garza y su familia, que acaban recordando un poco, con las lógicas diferencias, a aquella gran familia que perdía a Chencho en la Plaza Mayor en plena Navidad. Y, por favor, si aún no las habéis probado, pasaos por La Violeta, en la Plaza de Canalejas, al ladito de la Puerta del Sol, y compraros una cajita de caramelos de violeta. O regaladla. Quizá dentro de unos años os recuerden por ello.



lunes, 8 de abril de 2024

BAJO TIERRA SECA de César Pérez Gellida

 

Pues sí, lo cierto es que me alegré mucho del Premio Nadal a César Pérez Gellida, aunque no pude evitar tener esa sensación de "fichaje", de la que ya os hablé en mi post acerca de cositas varias del mundo literario y que podéis leer AQUÍ. Me alegré porque es un autor al que sigo desde hace tiempo, a quien conozco y que me cae muy bien. Respecto a la novela, me interesó escuchar que era un cambio respecto a las anteriores, tanto en temática como en estilo, y también me alegré porque he de confesar que sus tres últimos libros no terminaron de llenarme. No sé si es por la presión que supone sacar un título al año (no soy escritora y solo puedo imaginar lo que debe suponer en cuanto a creación de trama y personajes), pero tenía la sensación de que en muchas cosas se repetía, que caía en algunos clichés y que había optado por la senda de lo brutal, un poco al estilo Carmen Mola pero con su sello, lo que, quizá, hacía una sombra demasiado larga que tapaba el resto de la historia. Como digo, esta es una opinión completamente personal, no un dogma de fe, y sé que muchos de mis amigos lectores disfrutaron mucho de esos títulos.

Siempre he sentido fascinación por las novelas negras, sean "maridadas" con las históricas o no, que se ambientan en el mundo rural. Lo he comentado otras veces en este blog: en los pueblos, en las zonas más apartadas, los odios se enquistan durante generaciones, creciendo y desarrollándose hasta que acaban, muchas veces, explotando de manera terrible, incluso cuando ya se ha olvidado el motivo original que los creó. Y me gustó mucho saber que la novela de César se ambientaba en ese entorno. Terminó de seducirme cuando asistí a la presentación de la novela en el Espacio Fundación Telefónica y hoy os puedo asegurar que Gellida ha vuelto por sus fueros. Al menos, por los que a mí me ganaron con sus primeras novelas y, como lectora, me ha hecho muy feliz. Nos vamos a 1917, a ese momento prepandemia de gripe que asoló Europa, y a Extremadura. Vamos a conocer a Antonia Monterroso.

VENENO, CERDOS Y DIAMANTES

(Perdón por la licencia y la similitud con la fantástica película de Guy Ritchie en el título de la reseña, mas adelante la explico)

El 17 de abril de 1917, en la estación de tren de Zafra, es detenido Jacinto Padilla, capataz de una de las haciendas más importantes de la zona, con una bolsa llena de joyas propiedad de su patrona, Antonia Monterroso. Un incendio ha devastado la casa y la explotación porcina para la que trabajaba Padilla y Antonia ha desaparecido sin dejar rastro. Todas las sospechas recaen sobre el capataz, aunque él se defiende alegando que el incendio lo provocó por orden de ella y que le entregó las joyas, porque tenían un plan para escapar juntos, pero nada parece cuadrar. Antonia Monterroso es conocida por todos como la Viuda, ya que ha enterrado a dos maridos, y también son conocidos sus muchos encantos femeninos, entre los que destaca una envergadura fuera de lo común, tanto en altura como en proporciones.

El teniente Martín Gallardo, de la Guardia Civil, se desplaza desde Almendralejo para hacerse cargo de la investigación junto al sargento Pacheco. Gallardo había recibido, unos días atrás, una denuncia de Antonia contra Jacinto Padilla, asegurando que le temía y estaba amenazada por él. En el interrogatorio al que le somete, Padilla va a confesar una serie de sangrientos crímenes de los que nadie sabe nada. Culpa a Antonia de ellos, aunque no oculta su colaboración para esconderlos. Gallardo, como la mayoría de los habitantes de la región, conoce a la Viuda y las habladurías que ha habido siempre sobre ella, pero lo que no sabe es que su investigación va a abrir muchos frentes con los que no contaba y que la violencia se va a desatar a su alrededor.

Cuando hace unos días Eva, del blog La Historia en mis Libros, y yo comentamos esta novela en el podcast del Certamen de Novela Histórica de Úbeda, una de las cosas que remarqué es que esta novela es Gellida, pero sin ser él. Se reconoce su estilo, sí, pero hay algo más, como un salto adelante, Bajo tierra seca tiene un desarrollo más pausado de lo que es habitual en él (que no quiere decir lento ni mucho menos), pero con una marcha más de madurez en el estilo. Nunca dejan de pasar cosas y utiliza el recurso de los flasbacks para contarnos la vida de Antonia Monterroso y explicarnos cómo se ha llegado a ese momento. 

En la presentación que os comentaba, César nos explicó que su Antonia está basada (y lo explica en la nota final de la novela) en Belle Gunnes, una mujer que, a finales del siglo XIX, en el norte de Indiana, fue considerada una de las mayores asesinas en serie de la historia. Una viuda negra que captaba a sus víctimas mediante anuncios de prensa buscando marido y que llegó a matar a dos esposos y a varios de sus hijos para cobrar el dinero de los seguros de vida. Oficialmente no hay una cifra concreta de sus víctimas, aunque se cree que fueron más de sesenta. En su charla, César contó que el caso le había impactado y que, en esta novela, trató de "españolizarlo" pero, sobre todo, intentar hacer entender cómo Antonia Monterroso tomó ese camino, por qué es como es y hace lo que hace. Pero sin juzgar, lo que es un ejercicio muy interesante.

Antonia es, durante la mayor parte de la novela, una protagonista "in absentia": solo la vemos cuando la narración nos lleva atrás en el tiempo y seguimos sus pasos. Pero su sombra sobrevuela constantemente todo lo que sucede. Una mujer dura, sin piedad, que sabe bien cómo manejar a los hombres, a los que odia casi en su totalidad, y cuya obsesión mayor es el dinero. Cuanto más, mejor. No es fácil de entender, aunque esa sea la intención de César. Su ambición está por encima de todo y no le tiembla el pulso cuando llega el momento, pero también sabe manipular como nadie, hacerse la víctima o seducir a quien se lo proponga. 

Martín Gallardo sí que consigue apoderarse de nuestra atención, la buena, desde el primer momento. Un personaje lleno de matices, a la vez sólido y vulnerable; un veterano de la guerra de Filipinas en la que acabó prisionero en condiciones terribles y de la que trajo una fuerte adicción al opio. Sin embargo, ni en los peores momentos de abstinencia se aparta de su deber y sus convicciones. Su código ético es rocoso, sabe lo que tiene que hacer y cómo hacerlo, aunque también hay un corazón latiendo bajo su apariencia implacable. César ha sabido componer un protagonista de esos a los que te encantaría conocer en persona.

Cada uno de los personajes que desfilan por la novela están dibujados con precisión. De todos vamos a saber algo que los ha colocado exactamente donde están. Y de todos nos da referencias, a veces breves pero muy bien dirigidas, para que los conozcamos: Acevedo, el poderoso cacique de la zona, que se cree intocable y por encima del bien y del mal; Patricio Carvajal, el hombre para todo de Acevedo, capaz de lo que sea por cumplir las órdenes de su patrón; Rosario, a la que la vida ha golpeado de muchas maneras, pero que conserva un fondo de ternura al que pocos tienen acceso; el sargento Pacheco, segundo de Gallardo, leal, honrado e íntegro.

La ambientación resulta impecable en esa Extremadura de 1917, en la que la diferencia de clases era un abismo y donde los ricos terratenientes parecían poder hacer lo que les diese la gana, incluso matar, sin tener ningún castigo. Hay mucho de western en Bajo tierra seca: una tierra sin ley, hombres de gatillo o cuchillo fácil y un representante de la justicia enfrentado a todos ellos. El calor, la sequedad del terreno, las calles oscuras de Zafra... todo compone un escenario perfecto para lo que nos está contando. Es verdad que las andanzas de Antonia Monterroso nos llevarán a Sevilla o Badajoz, por ejemplo, aunque de manera puntual y por motivos muy concretos. Los campos que rodean Zafra son un escenario poderoso.

¿Qué me ha convencido? En general, todo. El ritmo, la atmósfera, los personajes, el goteo de información acerca de lo que pasaba en la finca de Antonia Monterroso (y que en un momento concreto tiene un muy cercano parecido a lo que solía hacer El Ladrillo en la genial Snatch: cerdos y diamantes) y las andanzas de esta, tanto antes de llegar allí como cuando ya estaba instalada, los giros de guion, las escenas a tiro limpio. Y los diálogos, siempre uno de los fuertes de César, que nos hacen sentir como si estuviésemos siendo testigos presenciales de lo que ocurre. Es cierto, pero esto ya es problema mío, que hubo un par de cosas que me imaginé, pero por más que lo he intentado no he conseguido entender a Antonia Monterroso. Lleva la maldad en el ADN y, aunque en su biografía hay motivos de sobra para haberse convertido en lo que es, me ha erizado mucho la piel su manera de ser juez y parte cuando le conviene, dictando sentencia bajo su único criterio y convenciendo a otros para tapar sus crímenes. Es posible que lo que yo no lleve bien sea la manipulación en todas sus facetas.

Algún conejito sacado de la chistera a última hora sí que hay, pero redondean bien un final en el que todo queda explicado y en el que hay un poco de justicia poética para algunos protagonistas. ¿Cerrado? Bueno, eso tenéis que descubrirlo vosotros, porque el mal a veces se filtra por las brechas más pequeñas o se topa con uno mayor. Sea como sea, Bajo tierra seca es una estupenda novela que, creo, puede ser un punto de inflexión importante, y no solo por el premio, en la carrera de César Pérez Gellida. Estaré esperando.