jueves, 2 de marzo de 2023

LA SOMBRA DE LA TIERRA de Elvira Mínguez

 

No se si os pasa también a vosotros, pero de un tiempo a esta parte, cada vez que veo una novedad en los catálogos de las diferentes editoriales firmada por un famoso (sea presentador, monologuista, actor o tertuliano) me causa cierto hartazgo y casi que le pongo la cruz. Sí, sé que no es justo. Y, de hecho, muchas veces me echo atrás y leo alguno de esos libros. Me he llevado felices sorpresas con unos pocos, pero con otros muchos he pasado días jurando en arameo y diferentes lenguas muertas, incapaz de dilucidar por qué demonios se había publicado tal cosa. Cuando me llegó el anuncio de la novela que hoy os traigo, no me percaté del nombre de la autora. Lo leí, pero no me llegó al rincón de la memoria hasta un rato después. Caramba, es ESA Elvira Mínguez. La actriz. Tuve un ligero escalofrío: por un lado estaba mi admiración por ella en su trabajo; por otro, pensar si era otra "novela de oportunidad". La noticia de que tendríamos un zoom con ella en el club de lectura aparcó mis peros y me lancé a sus páginas. Y me quedé. Villaveza del Agua se erigió ante mí y tomo carta de naturaleza. Pude ver sus calles, sus casas, su cementerio, sus campos y, sobre todo, a sus habitantes, de los que es muy difícil olvidarse.

A mí, urbanita irredenta, de larga familia madrileña que jamás tuvo un pueblo como parte de la biografía, todo lo rural me fascina. En algunos pueblitos he tenido la sensación de haberme cambiado de planeta y mi admiración por Delibes, que fue quien mejor retrató el campo y los pueblos españoles (tanto con la mirada más inocente como con la más terrible) hacía que me enamorase de esquinas, de plazas, de vecinas a la fresca, de pequeñas iglesias remendadas. He tenido la fortuna de conocer uno de esos pueblitos a fondo, gracias a dos de mis mejores amigos, en plena meseta toledana, con sus calles irregulares, sus ventanas con visillos que ocultan miradas, su bar con los parroquianos echando la partida, con la luz escasa y las muchas historias que me contaban de rencillas entre vecinos...algunas con un poso cruel. Mucho de eso hay en La sombra de la tierra. Venid, demos un paseo.

"EL ODIO ES UNA LARGA ESPERA" (REN MARAN)

Villaveza del Agua es un pueblo pequeño de Zamora. Corre el año 1896 y sus habitantes permanecen atados a una tierra que apenas da para comer. Tampoco tienen a donde ir. Su mundo son los campos de cultivo, la pequeña tienda en la que se vende de todo, el bar y sus casas, todos cubiertos por la pátina de la pobreza. En ese pequeño universo se erige un figura tan temible como odiada: Garibalda, una viuda enferma que impone sus propias reglas a todos de forma incontestable. Frente a ella, Atilana, su rival, que aspira como sea a quitarle el poder a Garibalda para hacerse con él. Ambas han construido una lucha basada en el odio que arrastra a todo el que está a su lado y son los hijos de ambas los que más lo padecen. Incapaces de amar ni siquiera a los suyos, Garibalda y Atilana no se dan cuenta de lo que se está gestando alrededor, perdidas en su ceguera de rencor.

Todo en La sombra de la tierra parece una fotografía en sepia, como cuando contemplamos fotografías de hace un siglo y tratamos de distinguir lugares hoy conocidos. En el inicio de la novela, Atilana acaba de perder a su marido, conocido por el Putero, y nadie, excepto la familia, asiste a la pobre comitiva fúnebre. Incluso hay quien vuelve la espalda. Ni siquiera entonces Garibalda, dueña y señora de voluntades, muestra clemencia y se niega a abrir el cementerio o a que el cura asista a la familia. La muerte del Putero, además, facilitará que, por las muchas deudas que este contrajo en vida, la familia de Atilana se vea abocada a la miseria y al hambre. 

Villaveza se nos presenta como un escenario que tiene mucho de tributo a esos clásicos del mundo rural como Los santos inocentes o La familia de Pascual Duarte. La descripción que Elvira hace del pueblo y de su entorno no es excesivamente detallada, pero los personajes tienen tal poder que pasan por encima. Y es que ellos son lo importante, porque a través de lo que sienten, de lo que hacen, de cómo interactúan, de sus miedos, de sus odios, de sus secretos más inconfesables se va levantando un paisaje único pero muy reconocible. Quizá porque en este país nuestro hemos tenido pruebas suficientes de que en los pueblos más pequeños pueden suceder los horrores más grandes. Que en ellos los odios y las deudas pasan de generación en generación. Garibalda y Atilana lo hacen con sus propios hijos, alimentándoles con él, incluso inculcándoselo a golpes. 

Y, como suele suceder, el resto de vecinos se mueve al son de quien lleva la batuta. Garibalda, aunque temida y detestada, cuenta con el apoyo de aquellos a los que esquilma porque, realmente, no les queda otra. Estar a bien con ella es ganar en tranquilidad, por eso obedecen incluso las órdenes que no da. Cada vez más enferma, más obesa y más cruel, inútil para el cariño o la compasión, hasta sus hijos la temen tanto como la detestan. Y eso es algo que tiene en común con Atilana, capaz de consentir la aberración más espantosa con una hija para salvar a un hijo. Es curiosa la fijación que tienen las dos con uno de sus hijos, aunque jamás demuestren ni un ápice de amor maternal

En los dos años por los que transcurre la novela se irán desgranando recuerdos, hechos del pasado, momentos concretos. También iremos conociendo a los diferentes habitantes, a los hijos de las dos antagonistas, al único empleado de Atilana, Fernando Vacas, que llegó para cobrarse una deuda y se quedó por algo que sabe imposible. Las ansias de escapar de allí van germinando en los hijos, que miran más allá de las montañas a pesar del miedo. Alguno se echa a la espalda la responsabilidad de ganar un dinero que mantenga a su familia aunque eso le suponga embarcarse a una guerra tan lejana como desconocida. 

En algunos momentos Elvira nos hace cómplices de la historia que nos cuenta, como si ese narrador omnisciente que nos pone todo ante los ojos nos quisiera sumergir en Villaveza. Nos incluye en su mirada. usando frases como "no la habíamos visto hasta ahora". Espectadores de excepción, sin duda.

La sombra de la tierra me ha supuesto una feliz y fascinante sorpresa. No solo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta Elvira Mínguez. Ha sabido mantenerme en vilo hasta el final, un final que puede serlo...o no, eso cada lector lo va a decidir, aunque no es un final abierto, y me ha atrapado en esa tela de araña de sentimientos, rencores, deseos de muerte, miseria, deudas por pagar que no son solo económicas y herencias que dejan llagas en el alma de por vida. Solo puedo recomendarla y que os dejéis llevar. Encontraréis a la Taya, enlutada y ciega, sentada a la entrada del pueblo y seguro que puede desvelaros muchas cosas, aunque puede que su silencio sea lo que más os inquiete.


2 comentarios:

  1. Una historia que te deja el corazón en sequía profunda. Magnífica como siempre querida amiga.

    ResponderEliminar
  2. La terminé de leer hace unas semanas. Me gusta mucho la ambientación de ese pueblo, aunque sí me esperaba más enfrentamientos entre las dos doñas. En cualquier caso, una lectura interesante. Besos

    ResponderEliminar