La primera novela que leí de Víctor del Árbol fue "La tristeza del samurai" y me dejó sin palabras. Había escuchado y leído mucho sobre él, sobre su estilo, sus personajes, pero sentirlo en primera persona fue toda una experiencia. Desde entonces me he ido haciendo con todos sus libros y con todos he sufrido lo indecible pero también he disfrutado enormemente, porque es de los pocos autores que consiguen sacudirme el alma con fuerza. Duele, sí, pero casi podría considerarlo un dolor gozoso. Por eso me supuso una enorme alegría saber que había ganado el Premio Nadal con este libro, "La víspera de casi todo" no sólo porque lo consideré muy merecido sino por la simpatía personal que siento por Víctor, siempre generoso y de una amabilidad extrema.
En esta novela encontramos el espíritu del autor en todo su esplendor. Quizá sin la tremenda dureza que destilaban muchos de los pasajes de "Un millón de gotas", pero no es una lectura amable ni autocomplaciente. Para quienes nos gusta su estilo, es un regalo que viene, además, adornado con el lazo del premio, sí, pero eso no cambia nada. Intensa, llena de recovecos por los que se cuela un grupo de personajes rotos y llenos de parches, que no pueden evitar las goteras que les empapan el alma. Obviamente no es una lectura para quienes sólo buscan "literatura de consumo rápido", de la que apenas deja poso y no te obliga a pensar. Leer a Víctor del Árbol obliga a sentir. Y eso es impagable.
Barcelonés y nacido en 1968, hizo varios cursos de la carrera de Historia en la Universidad de Barcelona aunque no la terminó. Durante veinte años fue funcionario de la Generalitat de Cataluña y colaboró durante dos con el programa “Catalunya sense barreres” de Radio Estel. En 2006 ganó el Premio Tiflos de Novela con “El peso de los muertos” y en 2008 el Premio Fernando Lara con “El abismo de los sueños”, novela que no ha sido publicada. En 2011 publica “La tristeza del samurái”, con la que alcanza el éxito tanto a nivel nacional como internacional, ya que ha sido traducido a diez idiomas. En Francia fue todo un best seller, aplaudido por la crítica y el público y allí ganó importantes premios como le Prix du Polar Europèen en 2012 a la mejor novela negra europea, le Prix QuercyNoir y el Premio Tormo Negro en 2013.
Ese mismo 2013 publica “Respirar por la herida”, finalista a la mejor novela extranjera en el festival de cine Negro de Beaune, finalista en el II Premio Pata Negra de Salamanca y finalista a la mejor novela negra 2014 que otorga el festival VLNC. Tras su éxito anterior en Francia, esta novela también ha sido traducida al francés y varias editoriales se han hecho con os derechos para su publicación en Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Estados Unidos, Polonia y Bulgaria. El mayo de 2014 se publica “Un millón de gotas”, que ha ido agotando edición tras edición (incluso tras los meses pasados desde entonces, de eso doy fe) y ya ha sido publicada en Francia. Fue elegida la mejor novela escrita en español en 2014 por la asociación de blogueros España Creatio Club Literario y se le concedió el III Premio Pata Negra Ciudad de Salamanca de 2015.
Además de haber ganado el Premio Nadal con "La víspera de casi todo", este año la Editorial Alrevés ha reeditado su primera novela, "El peso de los muertos" que confío en traer este blog en breve.
En La Coruña, el inspector Germinal Ibarra recibe una llamada: una mujer ha sido ingresada en el hospital después de recibir una terrible paliza. Pero lo más sorprendente es que ha preguntado por él. Ibarra no acierta a saber de quién se trata, pero acude para averiguar qué ha pasado. Ese mismo día, en Barcelona, se ha cometido un asesinato que está presente en todas las noticias. Tres años atrás Ibarra se hizo famoso por haber resuelto la desaparición y muerte de una niña, Amanda, en Málaga, pero actualmente es un hombre agotado, con la fe en todo perdida y que, cada noche, considera firmemente la idea de quitarse la vida.
Descubrir que la mujer destrozada en el hospital es la madre de Amanda provoca un cierto cataclismo en Ibarra, porque despierta recuerdos que siguen causándole pesadillas. Paralelamente asistiremos, tres meses antes, a la llegada de Paola a Punta Caliente, a la casa de Dolores, con la excusa de hacer un reportaje fotográfico. Allí conocerá a Daniel, un adolescente tímido con una historia terrible a sus espaldas, y a su abuelo Mauricio, que llegó de Argentina para cuidar de él. Las narraciones de todo lo que fueron antes de llegar allí y de todo lo que son se van entrelazando, demostrando que el pasado siempre vuelve aunque cada uno de ellos lucha por tener una nueva oportunidad, por vivir.
En esta novela encontramos el espíritu del autor en todo su esplendor. Quizá sin la tremenda dureza que destilaban muchos de los pasajes de "Un millón de gotas", pero no es una lectura amable ni autocomplaciente. Para quienes nos gusta su estilo, es un regalo que viene, además, adornado con el lazo del premio, sí, pero eso no cambia nada. Intensa, llena de recovecos por los que se cuela un grupo de personajes rotos y llenos de parches, que no pueden evitar las goteras que les empapan el alma. Obviamente no es una lectura para quienes sólo buscan "literatura de consumo rápido", de la que apenas deja poso y no te obliga a pensar. Leer a Víctor del Árbol obliga a sentir. Y eso es impagable.
EL AUTOR: VÍCTOR DEL ÁRBOL
Barcelonés y nacido en 1968, hizo varios cursos de la carrera de Historia en la Universidad de Barcelona aunque no la terminó. Durante veinte años fue funcionario de la Generalitat de Cataluña y colaboró durante dos con el programa “Catalunya sense barreres” de Radio Estel. En 2006 ganó el Premio Tiflos de Novela con “El peso de los muertos” y en 2008 el Premio Fernando Lara con “El abismo de los sueños”, novela que no ha sido publicada. En 2011 publica “La tristeza del samurái”, con la que alcanza el éxito tanto a nivel nacional como internacional, ya que ha sido traducido a diez idiomas. En Francia fue todo un best seller, aplaudido por la crítica y el público y allí ganó importantes premios como le Prix du Polar Europèen en 2012 a la mejor novela negra europea, le Prix QuercyNoir y el Premio Tormo Negro en 2013.
Ese mismo 2013 publica “Respirar por la herida”, finalista a la mejor novela extranjera en el festival de cine Negro de Beaune, finalista en el II Premio Pata Negra de Salamanca y finalista a la mejor novela negra 2014 que otorga el festival VLNC. Tras su éxito anterior en Francia, esta novela también ha sido traducida al francés y varias editoriales se han hecho con os derechos para su publicación en Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Estados Unidos, Polonia y Bulgaria. El mayo de 2014 se publica “Un millón de gotas”, que ha ido agotando edición tras edición (incluso tras los meses pasados desde entonces, de eso doy fe) y ya ha sido publicada en Francia. Fue elegida la mejor novela escrita en español en 2014 por la asociación de blogueros España Creatio Club Literario y se le concedió el III Premio Pata Negra Ciudad de Salamanca de 2015.
Además de haber ganado el Premio Nadal con "La víspera de casi todo", este año la Editorial Alrevés ha reeditado su primera novela, "El peso de los muertos" que confío en traer este blog en breve.
"LOS SUEÑOS SÓLO SIRVEN PARA DESPERTAR DE ELLOS"
En La Coruña, el inspector Germinal Ibarra recibe una llamada: una mujer ha sido ingresada en el hospital después de recibir una terrible paliza. Pero lo más sorprendente es que ha preguntado por él. Ibarra no acierta a saber de quién se trata, pero acude para averiguar qué ha pasado. Ese mismo día, en Barcelona, se ha cometido un asesinato que está presente en todas las noticias. Tres años atrás Ibarra se hizo famoso por haber resuelto la desaparición y muerte de una niña, Amanda, en Málaga, pero actualmente es un hombre agotado, con la fe en todo perdida y que, cada noche, considera firmemente la idea de quitarse la vida.
Descubrir que la mujer destrozada en el hospital es la madre de Amanda provoca un cierto cataclismo en Ibarra, porque despierta recuerdos que siguen causándole pesadillas. Paralelamente asistiremos, tres meses antes, a la llegada de Paola a Punta Caliente, a la casa de Dolores, con la excusa de hacer un reportaje fotográfico. Allí conocerá a Daniel, un adolescente tímido con una historia terrible a sus espaldas, y a su abuelo Mauricio, que llegó de Argentina para cuidar de él. Las narraciones de todo lo que fueron antes de llegar allí y de todo lo que son se van entrelazando, demostrando que el pasado siempre vuelve aunque cada uno de ellos lucha por tener una nueva oportunidad, por vivir.
"LA GENTE ESTÁ SOLA Y DEBERÍA ACOSTUMBRARSE A ACEPTARLO"
Hoy día imágenes como aquella serían impensables en la televisión. Finalizaba junio de 1992 y en la provincia de Valladolid se vivía la angustía por la desaparición de una niña, Olga Sangrador, de sólo 9 años. Los peores presagios se cumplieron y el cuerpo de la pobre pequeñita fue encontrado enterrado tras ser violada y asesinada por un ser despreciable y malnacido que disfrutaba de un permiso penitenciario. Las primeras páginas de "La víspera de casi todo" me han hecho revivir el horror de aquel caso y las imágenes, en los telediarios, del cuerpo semienterrado de la chiquitina mientras la policía, que mantenía de rodillas y esposado al asesino, le gritaba: "¡Mírala! ¡Vamos, mírala!". Aun siento escalofríos al recordarlo, los mismos que Víctor del Árbol, de nuevo, me ha hecho sentir apenas empezada su última novela porque es tan terriblemente similar que asusta. Ya lo dije al reseñar "Un millón de gotas": en las tres páginas iniciales te llega el primer hachazo al corazón. Después habrá muchos latigazos que te irán arrancando pedacitos del alma, pero otra vez Víctor ha hecho magia y nos mete de cabeza en vidas, hechos y emociones capaces de desbordarnos y, al tiempo, querer y necesitar saber más sobre ellos.
Qué complicado es encontrar en las novelas de Víctor del Árbol un personaje tradicionalmente "bueno". Todos están lastrados, de una manera u otra, por un pasado que pesa como una losa y tira de ellos hacia abajo. Pero todos son supervivientes de si mismos, todos quieren vivir aun cuando la vida se les haga insoportable. Incluso Germinal Ibarra, el policía curtido y lleno de fantasmas que se mete una pistola en la boca cada noche y cada noche se arrepiente.
Hay en esta novela muchos de los temas que yo consideraría habituales en la literatura de Víctor: las infancias arrasadas, las mujeres sometidas a los peores ultrajes que demuestran que nada podrá con ellas, los recuerdos que se quedan como agujeros malolientes, la ausencia de la madre, del padre, de los dos; el amor capaz de retorcerse y perder su esencia, el miedo, los secretos que duelen. Pero también la esperanza y la posibilidad de que la vida, alguna vez, resarza a los protagonistas. Al menos en parte.
Elegir la Costa da Morte como escenario principal, aunque haya otros secundarios como Barcelona o La coruña, es casi una declaración de intenciones. No es la primera vez que Víctor del Árbol elige esta zona de Galicia como telón de fondo: ya lo hizo en algunos pasajes de "El peso de los muertos" aunque no tenía el mismo peso específico que en "La víspera de casi todo". Esta zona (de la que, con todo respeto, prefiero el nombre es castellano porque Costa de la Muerte me parece mucho más rotundo) es una suerte de fin del mundo, la que alberga el "finis terrae" de los romanos, el lugar dónde acababa todo lo conocido. Una tierra a la que llegan los protagonistas huyendo de sus vidas y hasta de ellos mismos. Un refugio pero también una posibilidad de olvido. Sólo para Germinal no es extraña, ya que él es gallego. Pero volvió a ella tras su paso por el sur y resolver el caso de Amanda, consiguiendo una fama que no quería y que, finalmente, sólo le ha reportado complicaciones.
Mauricio llegó desde Argentina para cuidar de su nieto y escapando de su pasado. Dolores desde Portugal tratando de huir de un matrimonio desdichado y para proteger a su hija Martina. Paola/Eva desde Málaga y arrastrando con ella el dolor por la muerte de su hija y su bajada a los infiernos. De los tres iremos sabiendo el armazón de sus vidas a lo largo de la novela para entender que la Costa de la Muerte debería ser el final de sus caminos, pero hay demasiadas cosas descosidas en ellos que les impiden sentirse, como querrían, en su hogar. Son eternos exiliados.
Son frecuentes las referencias al "hombrecillo", el culpable del asesinato de la pequeña Amanda, cuando Germinal Ibarra está en primer plano. Ni siquiera sabremos su nombre, pero ese ser casi invisible y anodino fue capaz de la peor de las atrocidades ante la que Ibarra no pudo permanecer impasible. Sin ambargo lo que en su momento fue considerado una heoricidad, hoy día se le ha girado en contra e, incluso, se le cuestiona y se le crucifica por ello. A pesar de esa aparente mediocridad del "hombrecillo", es un personaje del que, cuánto más sabemos, más miedo da, aunque ya no pueda hacer daño a nadie. Ibarra sabe bien de su maldad, conoce todo lo que hizo, pero no puede luchar contra una marea de opiniones que cuestionan lo ocurrido.
Hay bastantes guiños al mundo literario, como esa costumbre de Dolores de arrojar al fuego de la chimenea libros o páginas arrancadas a estos "en función de sus estados de ánimo". Eso también es seña de identidad de Pepe Carvalho, el inmortal detective creado por Manuel Vázquez Montalbán, cuyas novelas me enamoraron desde que las descubri. Carvalho quemaba libros porque "los libros apenas le enseñaron a vivir" y los consideraba una suplantación de la vida. Quizá en Dolores hay también un poco de eso o un intento de olvido, de borrar episodios. También se pasea el espíritu de Julio Cortázar por algunas de las páginas, sobre todo al describir paisajes de París y Buenos Aires, dos ciudades de referencia en la vida del inolvidable escritor (otro de mis favoritos, qué gran suerte). Incluso el sobrenombre de "la Pecosa" de la esposa de Mauricio me lo recuerda.
Y cómo no, la imponente novela "Germinal" de Émile Zola, presente en el nombre de Ibarra, un nombre usado para sus hijos por militantes de izquierdas a partir de la Segunda República. Curiosamente "Germinal" tiene como escenario un pueblo del norte de Francia, Montsou, en una región minera, pobre y oscura que bien podría ser Nord-Pas de Calais, a la que los propios franceses ven como el mismísimo infierno. También al norte. También un poco fuera del mundo. Y la referencia al "Ulises" de Joyce, esa novela que todos aseguran haber leído y pocos lo hemos hecho. Sí leí "Germinal", y además en francés, en COU. El "Ulises" fuí incapaz.
En realidad la novela son cinco horas, pero también tres meses y vidas enteras. Cinco horas que Germinal Ibarra pasa en el hospital velando a Paola/Eva pero que se van estirando a medida que nos lleva a la llegada de Paola a la casa de Dolores, tres meses antes. O se lanzan hacia atrás para contarnos la vida de Mauricio, la de Daniel, la de Eva, la del propio Germinal. Una vorágine en la que la cueldad y el dolor están muy presentes y en la que los saltos en el tiempo son constantes. Todos convergen en Punta Caliente y todos buscan, quizá, redención. O, al menos, poder vivir dejando atrás lo peor de sus existencias sin saber que lo llevan cosido a la espalda.
Como de costumbre, el estilo de Víctor es su principal seña de identidad. Cada palabra, cada frase, están escritas a conciencia. Y hay algunas que se clavan como puñales. A medida que te adentras en sus páginas te va envolviendo como en una tela de araña y dejar de leer se convierte en una tarea imposible. Como decía al principio, no es una lectura fácil, como no lo es ninguna novela de este autor, pero su manejo del lenguaje, de las situaciones, su modo de narrar es una delicia para los que necesitamos algo más que una bonita portada para disfrutar de la lectura. Encontramos angustias comunes y reconocibles y caminaremos al lado de Germinal para asistir al hecho que marcó el final de su infancia y toda su existencia. Junto a Paola/Eva y su espiral autodestructiva. De la mano de Mauricio en Alemania y luego en la Argentina cruel de la dictadura y los desaparecidos. Frente a los ojos de Daniel, que no dejan de mirar una casa quemada y a un horror que le dejó sin referentes, a quien sólo Martina parece entender. La resignada desesperación de Carmela. La enfermedad de Samuel. Los acantilados de Punta Caliente. Todo conforma un puzzle que acabará encajando sin dejar espacios, como los mosaicos romanos, formando una imagen muy nítida.
Muy presente en Germinal está ese fatalismo gallego que parece que les hace vivir con la conciencia de que todo puede acabar en fracaso. Un "quizá llueva" seguramente lleva el convencimiento de que caerá una tormenta que lo inundará todo, pero lo aceptan con la resignación tranquila de los que saben que saldrán adelante de un modo u otro. Están hechos a superar adversidades porque tienen un concepto de familia y de clan muy poderoso. Por eso la llegada de Paola/Eva y las de Dolores y Mauricio en su día fueron contempladas por los habitantes de Punta Caliente con cierta prevención y algo de desconfianza. Germinal es duro, hosco, pero su primer pensamiento es siempre su familia. Y sobre todo es honesto, a pesar de todo.
Vivir. Seguir viviendo. Eso es lo más importante de la novela, la necesidad de seguir adelante de sus protagonistas a pesar de todo. Hay en la novela un breve diálogo entre Daniel y Martina que resume esto de forma brillante:
"- ¿Y por qué no podemos aprender a vivir?
Martina soltó una risita.
- Porque para eso hay que tener narices"
Elegir la Costa da Morte como escenario principal, aunque haya otros secundarios como Barcelona o La coruña, es casi una declaración de intenciones. No es la primera vez que Víctor del Árbol elige esta zona de Galicia como telón de fondo: ya lo hizo en algunos pasajes de "El peso de los muertos" aunque no tenía el mismo peso específico que en "La víspera de casi todo". Esta zona (de la que, con todo respeto, prefiero el nombre es castellano porque Costa de la Muerte me parece mucho más rotundo) es una suerte de fin del mundo, la que alberga el "finis terrae" de los romanos, el lugar dónde acababa todo lo conocido. Una tierra a la que llegan los protagonistas huyendo de sus vidas y hasta de ellos mismos. Un refugio pero también una posibilidad de olvido. Sólo para Germinal no es extraña, ya que él es gallego. Pero volvió a ella tras su paso por el sur y resolver el caso de Amanda, consiguiendo una fama que no quería y que, finalmente, sólo le ha reportado complicaciones.
Mauricio llegó desde Argentina para cuidar de su nieto y escapando de su pasado. Dolores desde Portugal tratando de huir de un matrimonio desdichado y para proteger a su hija Martina. Paola/Eva desde Málaga y arrastrando con ella el dolor por la muerte de su hija y su bajada a los infiernos. De los tres iremos sabiendo el armazón de sus vidas a lo largo de la novela para entender que la Costa de la Muerte debería ser el final de sus caminos, pero hay demasiadas cosas descosidas en ellos que les impiden sentirse, como querrían, en su hogar. Son eternos exiliados.
Son frecuentes las referencias al "hombrecillo", el culpable del asesinato de la pequeña Amanda, cuando Germinal Ibarra está en primer plano. Ni siquiera sabremos su nombre, pero ese ser casi invisible y anodino fue capaz de la peor de las atrocidades ante la que Ibarra no pudo permanecer impasible. Sin ambargo lo que en su momento fue considerado una heoricidad, hoy día se le ha girado en contra e, incluso, se le cuestiona y se le crucifica por ello. A pesar de esa aparente mediocridad del "hombrecillo", es un personaje del que, cuánto más sabemos, más miedo da, aunque ya no pueda hacer daño a nadie. Ibarra sabe bien de su maldad, conoce todo lo que hizo, pero no puede luchar contra una marea de opiniones que cuestionan lo ocurrido.
Hay bastantes guiños al mundo literario, como esa costumbre de Dolores de arrojar al fuego de la chimenea libros o páginas arrancadas a estos "en función de sus estados de ánimo". Eso también es seña de identidad de Pepe Carvalho, el inmortal detective creado por Manuel Vázquez Montalbán, cuyas novelas me enamoraron desde que las descubri. Carvalho quemaba libros porque "los libros apenas le enseñaron a vivir" y los consideraba una suplantación de la vida. Quizá en Dolores hay también un poco de eso o un intento de olvido, de borrar episodios. También se pasea el espíritu de Julio Cortázar por algunas de las páginas, sobre todo al describir paisajes de París y Buenos Aires, dos ciudades de referencia en la vida del inolvidable escritor (otro de mis favoritos, qué gran suerte). Incluso el sobrenombre de "la Pecosa" de la esposa de Mauricio me lo recuerda.
Y cómo no, la imponente novela "Germinal" de Émile Zola, presente en el nombre de Ibarra, un nombre usado para sus hijos por militantes de izquierdas a partir de la Segunda República. Curiosamente "Germinal" tiene como escenario un pueblo del norte de Francia, Montsou, en una región minera, pobre y oscura que bien podría ser Nord-Pas de Calais, a la que los propios franceses ven como el mismísimo infierno. También al norte. También un poco fuera del mundo. Y la referencia al "Ulises" de Joyce, esa novela que todos aseguran haber leído y pocos lo hemos hecho. Sí leí "Germinal", y además en francés, en COU. El "Ulises" fuí incapaz.
En realidad la novela son cinco horas, pero también tres meses y vidas enteras. Cinco horas que Germinal Ibarra pasa en el hospital velando a Paola/Eva pero que se van estirando a medida que nos lleva a la llegada de Paola a la casa de Dolores, tres meses antes. O se lanzan hacia atrás para contarnos la vida de Mauricio, la de Daniel, la de Eva, la del propio Germinal. Una vorágine en la que la cueldad y el dolor están muy presentes y en la que los saltos en el tiempo son constantes. Todos convergen en Punta Caliente y todos buscan, quizá, redención. O, al menos, poder vivir dejando atrás lo peor de sus existencias sin saber que lo llevan cosido a la espalda.
Como de costumbre, el estilo de Víctor es su principal seña de identidad. Cada palabra, cada frase, están escritas a conciencia. Y hay algunas que se clavan como puñales. A medida que te adentras en sus páginas te va envolviendo como en una tela de araña y dejar de leer se convierte en una tarea imposible. Como decía al principio, no es una lectura fácil, como no lo es ninguna novela de este autor, pero su manejo del lenguaje, de las situaciones, su modo de narrar es una delicia para los que necesitamos algo más que una bonita portada para disfrutar de la lectura. Encontramos angustias comunes y reconocibles y caminaremos al lado de Germinal para asistir al hecho que marcó el final de su infancia y toda su existencia. Junto a Paola/Eva y su espiral autodestructiva. De la mano de Mauricio en Alemania y luego en la Argentina cruel de la dictadura y los desaparecidos. Frente a los ojos de Daniel, que no dejan de mirar una casa quemada y a un horror que le dejó sin referentes, a quien sólo Martina parece entender. La resignada desesperación de Carmela. La enfermedad de Samuel. Los acantilados de Punta Caliente. Todo conforma un puzzle que acabará encajando sin dejar espacios, como los mosaicos romanos, formando una imagen muy nítida.
Muy presente en Germinal está ese fatalismo gallego que parece que les hace vivir con la conciencia de que todo puede acabar en fracaso. Un "quizá llueva" seguramente lleva el convencimiento de que caerá una tormenta que lo inundará todo, pero lo aceptan con la resignación tranquila de los que saben que saldrán adelante de un modo u otro. Están hechos a superar adversidades porque tienen un concepto de familia y de clan muy poderoso. Por eso la llegada de Paola/Eva y las de Dolores y Mauricio en su día fueron contempladas por los habitantes de Punta Caliente con cierta prevención y algo de desconfianza. Germinal es duro, hosco, pero su primer pensamiento es siempre su familia. Y sobre todo es honesto, a pesar de todo.
Vivir. Seguir viviendo. Eso es lo más importante de la novela, la necesidad de seguir adelante de sus protagonistas a pesar de todo. Hay en la novela un breve diálogo entre Daniel y Martina que resume esto de forma brillante:
"- ¿Y por qué no podemos aprender a vivir?
Martina soltó una risita.
- Porque para eso hay que tener narices"
Lo que más me gusta de Víctor es precisamente esa capacidad para plasmar personajes atormentados, lastrados e ir desgranando sus motivos y al final todo encaja a la perfección, por eso es tan bueno porque te mantiene en vilo y va engranando poco a poco.
ResponderEliminarBesos
Preciosa reseña. Yo de Victor tan solo he leído Un millón de gotas y no me importaría leer esta nueva publicación porque me prende de su prosa. Besos
ResponderEliminarMaravillosa la nota que te ha dejado el autor en tu muro de Facebok. Que tio tan fantástico; así da gusto. Lo próximo que consumiré será de Victor.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo contigo Yolanda, una reseña estupenda. Tengo esperando tres de Víctor que aún no he leído y estoy esperando el momento, porque ya sabemos que los libros de Víctor lo tienen, no se pueden leer a la ligera como bien comentas.
ResponderEliminarUn beso!
Hola, estupenda reseña. Descubrí a este magnífico autor con Un millón de gotas, y me cautivó de tal manera que acto seguido compré Respirar por la herida, ahora tengo éste pendiente que espero comenzar en breve. Ya se ha convertido para mí en un autor a seguir esperando sus obras. Ya te comentaré cuando lo lea que me ha parecido.
ResponderEliminarUn abrazo
Todavía no he leído nada del autor!!
ResponderEliminarTengo este esperando en la estantería =)
Besotes
Víctor del Árbol es un autor que me tiene prendada; desde que leí Respirar por la herida, fue la primera de sus novelas que descubrí, y desde entonces he leído todas las que ha publicado y cada días me gusta mas.
ResponderEliminarGracias por tu reseña. Un beso
Es un gran escritor pero esta novela me decepcionó un poco porque le vi demasiados parecidos a "Un millón de gotas" - como si, cambiando los nombres los lugares y pocas cosas más, escribiera la misma novela.
ResponderEliminarbesos
Quizá "Un millón de gotas" es tan demoledora que ha marcado un antes y un después para Víctor. Y es imposible no encontrar puntos en común. Un beso.
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