lunes, 14 de enero de 2019

LA MELODÍA DE LA OSCURIDAD de Daniel Fopiani

El final de 2018 no ha sido, a nivel personal, ninguna bicoca. Diciembre, en su conjunto, se me ha hecho tan duro que eran muchos los días en que salir de la cama resultaba un esfuerzo titánico. Y leer, que es lo que me reconcilia con el mundo, quedaba apartado por esa especie de desidia triste que lo envolvía todo. Quería haber aprovechado las vacaciones navideñas para ponerme un poco al día y, al final, ni siquiera eso pudo ser. Pero sí me leí, en un fin de semana perezoso y de completa soledad, La melodía de la oscuridad, el libro que hoy os traigo, y que Espasa me había facilitado de forma anticipada.

Me apetecía mucho volver a Fopiani después de La carcoma, que me sorprendió gratamente por su originalidad. Y además venía recomendado por Benito Olmo y César Pérez Gellida, de quienes me fío mucho. Que el protagonista fuese invidente me llamaba poderosamente la atención, porque investigar crímenes sin el sentido de la vista me parecía una vuelta de tuerca interesante. Y así fue: me bebí la novela casi sin respirar hasta la última página y puedo adelantaros que me gustó. Solo fruncí el ceño en un par de ocasiones con fallitos de procedimiento que os contaré un poco más adelante.

"ENTRE CIEGOS, EL ÚNICO QUE NO VEÍA ERA YO" (Alejandro Lanús)


Adriano es un antiguo sargento de la Guardia Civil que sufrió en sus carnes un atentado en el cuartel de Intxaurrondo. La explosión le dejó ciego al reventarle los globos oculares, además de otras secuelas físicas que le han convertido en una sombra de sí mismo, un ser doliente, amargado y sin ilusiones ni esperanzas. Ahora vive en Cádiz con su mujer, Patricia, de la que es absolutamente dependiente para todo, una situación que los está destrozando también como pareja porque Patricia carga con más peso del que puede soportar. Además no han tenido hijos y ese es, para ella, un dolor añadido a su vida.

En el Museo Arqueológico de Cádiz, uno de los vigilantes nocturnos aparece asesinado y salvajemente mutilado y el teniente Román, al cargo de la investigación y antiguo amigo de Adriano, solicita la ayuda de este ya que años atrás trabajó en el museo. Nadie se explica cómo pudo entrar y salir del lugar sin ser visto. Adriano no puede negarse. Además algo en su interior parece iluminarse ante la posibilidad de volver a ser útil. Sin embargo para Patricia la situación le supone una angustia extra. Pronto aparece una segunda víctima, también con una sangrienta puesta en escena, en uno de los parques gaditanos más visitados. Adriano, atando cabos, se percata de que el asesino está llevando a cabo un remedo de los doce trabajos de Hércules y que, posiblemente, no ha hecho más que empezar.


Con un planteamiento como este es imposible no sentir una curiosidad irrefrenable. ¿Cómo va a ser capaz un hombre invidente de sacar conclusiones o ayudar en una investigación criminal? Y ese es uno de los méritos de la novela, haber conseguido transmitir cómo "ve" y siente una persona sin el sentido de la vista, no solo a nivel físico sino también emocional. Y cómo el teniente Román es capaz de describir de la manera más certera posible los escenarios y a las víctimas para que Adriano se haga su propia composición de lugar.  Un Román que no puede evitar sentirse culpable por no haber estado pendiente de Adriano desde que sufrió el atentado y que, ante las secuelas físicas que sufre su amigo, no sabe qué hacer ni qué decir. Sin embargo confía plenamente en la sagacidad y en la capacidad de análisis de Adriano y sabe que es su mejor aliado ante lo que se les ha venido encima.

En esta novela no es necesario averiguar quién es el asesino que va dejando un rastro de cadáveres por Cádiz. Se nos presenta casi desde el principio, narrándonos su vida desde su infancia en flashbacks intercalados en los primeros capítulos y, posteriormente, contándonos cómo vive las "resacas" de sus crímenes. Alceo, el asesino, es un psicópata lleno de demonios internos que busca la redención a través de sus actos. Un hombre con una historia personal terrible que le ha convertido en lo que es. Y, a pesar de ello, es imposible sentir por él ni la más mínima simpatía, como en otras ocasiones me ha podido suceder. Hay "malos" con los que se puede empatizar o llegar a entender, pero Alceo no provoca nada de esto, solo una frialdad absoluta, casi desprecio.

El contrapunto a tantas historias que duelen es Acho, el perro guía de Adriano, que a veces tiene hasta sus propias páginas y del que me enamoré sin remedio. En muchas ocasiones parece tener más sentido común que los humanos que le rodean y se toma su vida con una filosofía perruna muy particular.

Respecto a las cosas que me hicieron fruncir un poco el ceño, como os decía antes, se refieren al procedimiento forense y pericial. Ya conocéis mi odiosa habilidad para detectar este tipo de detalles, aunque es cierto que es un tema que conozco bien. Quizá para un lector menos avisado o que no tenga conocimiento sobre ello pueden pasar desapercibidas o que no se les de importancia. Pero estoy segura de que a quienes fascina la novela negra y suelen leerla habitualmente, aun sin tener conocimientos técnicos específicos, llamarán la atención. Es cierto que no empañan el conjunto, pero sí hacen que el engranaje de los plazos y de la práctica de las pruebas chirríe y no cuadren con la realidad, al igual que ciertas filtraciones a la prensa que jamás se producirían en un caso real de tales características. Pero, como digo, es algo puntual.

Lo que sí ha hecho Daniel Fopiani con maestría es dibujar unos personajes poderosos, diferentes. Personajes que están rotos de muchas maneras, que han perdido pedazos de sí mismos por el camino y que casi no se reconocen. Adriano, roto por fuera y por dentro, a quien la bomba terrorista despedazó físicamente pero también en su interior, hundido en su rabia por saberse dependiente, por considerarse inútil, por tener la certeza de que su mujer puede decidir en cualquier momento dejarle y eso le destroza. Sin embargo su propia amargura le hace tratarla mal, hablarle con dureza, incluso con desprecio. Patricia, rota por la onda expansiva de la bomba que, sin haber estado presente, le llegó hasta ella en forma de un marido al que ama pero que ve convertido en un tullido resentido con la vida y con su suerte. Patricia necesita vivir, necesita respirar, necesita volver a ser una mujer completa. El teniente Román, roto y recosido, con unos cuantos años ya a sus espaldas, viudo y solo, sobrepasado por unos crímenes que se salen por completo de lo que está acostumbrado y que, cuando se mira al espejo, ve algo parecido a una ruina. Alceo, el asesino, roto desde los años en que debería haber sido cuidado y amado y sólo encontró dolor, golpes y miedo y que intenta recomponerse destrozando a otros. 

Son muy gráficas también las descripciones de los crímenes y los cadáveres, con detalles que dan fe de la crueldad con que se han cometido. No son escenas agradables, pero sí necesarias para el desarrollo de la novela y para explicar lo que el asesino pretende decir con esa puesta en escena. La luz de Cádiz, tan brillante, se convierte en un contraste perfecto, iluminando con su calor el escenario más horrible, como una metáfora de que la vida, a pesar de todo, sigue su curso, indiferente a lo que sucede mientras sigue caminando.

La melodía de la oscuridad alterna la investigación de los asesinatos de Alceo con la vida personal de sus protagonistas, sobre todo Adriano y Patricia. A ella es fácil comprenderla. Cualquiera que haya pasado por el trance de tener que lidiar con le enfermedad grave de tu pareja o, en su caso, con las secuelas de un atentado, sabe bien lo que es luchar también por no mandarlo todo al carajo. Por anteponer al otro negándose a sí misma. Por no dejar que la ira y el resentimiento se apoderen de ti cuando quien depende de tu ayuda se comporta como un perfecto desagradecido. Pero también Adriano lleva lo suyo a cuestas. A la ceguera y las secuelas de la bomba se suma una soledad interior que siente como una losa, la certeza de que no sirve ya para casi nada. La suma de los dos abre capítulos que pueden llegar a ser desgarradores.

Con menos de 300 páginas, La melodía de la oscuridad resulta una lectura que te mantiene interesado y en tensión hasta el final. Que te deja el regusto de haber leído algo diferente y que está esrita con vigor. Merece la pena dejarse llevar por sus notas.


9 comentarios:

  1. No me importaría leerla, incluso a pesar de los peros, tiene algo que me llama, puede ser que los asesinatos se basen en los trabajos de Hércules y a mí la mitología me gusta... Además, por lo que cuentas, tiene personajes potentes y eso se agracede en una novela.
    Besos

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  2. Ya hemos hablado sobre esta novela y en líneas generales coincidimos en nuestra apreciación. Besos.

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  3. Yo tenía mis dudas sobre esta novela y después de leer varias opiniones la voy a descartar, creo que yo no la disfrutaría totalmente.
    Besos

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  4. En general coincidimos en impresiones, como ya hemos comentado personalmente. Creo que lo principal es que los pequeños peros que la mayoría hemos encontrado son de fácil solución en siguientes novelas porque lo que está claro es que el autor sabe cómo captar la atención del lector y cómo hacer que la lectura vuele en nuestras manos.
    Besos.

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  5. Pues la verdad es que le tenía muchas ganas y no sé que hacer porque leyendo tanta novela negra me va a saltar a la cara. Quizá debería irme a por La carcoma que también me apetece, aunque este personaje ciego debe ser buenísimo.
    Besos

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  6. Lo tengo apuntado, no me importaría leer algo del autor.

    Besotes

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  7. Pues yo que la he leído también, la recomiendo totalmente. Engancha, cautiva y te hace pensar. Además es corta y se lee muy rápido. A mi realmente me ha encantado.

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  8. Nunca leerla puede dejarte sin palabras. Tan sólo busca las que expresen tus sensaciones, aunque sean huecas.

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  9. Jeje soy de esas lectoras a las que se les pasa esos detalles que señalas. A mí también me ha gustado mucho. Me parece que el autor tiene ingenio y es brillante. Espero que pueda labrarse un estupendo futuro. Besitos preciosa.

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