Era el año 2020, estábamos aún en plena pandemia, y Santiago Mazarro, con Senderos Salvajes, resultaba finalista del Certamen Internacional de Novela Histórica de Úbeda. Cuando leí la novela, dedicada a la figura de Manuel Lisa, me sorprendieron dos cosas: la juventud del autor (lo he comentado más de una vez, estas nuevas voces de la novela histórica son maravillosa e insultantemente jóvenes) y el modo en que se metía hasta los ijares en un momento histórico poco tratado y casi desconocido. Pero lo que más me llegó, lo que hizo que me enamorase de su manera de narrar, era cómo la ambientación de la novela te arrastraba. Podías ver los paisajes, oler las calles de Nueva Orleans o la vegetación de la ruta que tomaron, sentir el frío, la humedad, el tacto de las pieles. Recuerdo que pensé que este autor iba a tener un magnífico futuro. Y así está siendo.
Y es que Los muertos de Río Grande, la tercera novela de Mazarro, ha dado un giro de guion espectacular, tanto en el modo de plantear la trama como en su desarrollo. El salto ha sido de récord olímpico. Basándose en un hecho real, utilizando un contexto histórico complejo y también bastante desconocido y desarrollando unos personajes inolvidables, Santi se ha marcado lo que llaman un thriller histórico tremendo, absorbente y redondo que me ha tenido leyendo a destajo en mis tardes de piscina, entre baño y baño. Así que os voy a contar los motivos. Nos vamos a Nuevo México y a 1820.
PASO A PASO, GACHUPÍN
En Santa Fe, la capital de Nuevo México, a orillas del Río Grande, dos hermanas, Carlota y Dolores Pino, desaparecen durante la noche de las fiestas de la patrona de la ciudad. Se habían escapado de casa con dos amigos, también hermanos, para disfrutar a escondidas del ambiente. Pero ambas desaparecen sin que nadie haya visto nada y los primeros sospechosos son los dos hermanos Losada, aunque estos niegan tener nada que ver. Días después las hermanas aparecen muertas flotando en las aguas de un arroyo y con sus cuerpos destrozados. Para investigar qué ha sucedido y quiénes son los culpables reales, son enviados a Santa Fe Juan Orviz, español recién llegado a Nuevo México, y Leandro Cuervo, antiguo soldado veterano de las guerras comanches y buen conocedor de la zona. Los dos, tan diferentes en todos los sentidos, tienen que colaborar para desenredar una madeja que se va enmarañando a cada paso que dan. Porque, como bien irán comprobando, muy pocas cosas son lo que parecen en Santa Fe y sus alrededores y hay otras, ocultas, que tendrán que sacar la la luz, aunque eso los ponga en peligro.
Si no me equivoco, fue mi admirado David Yagüe, amigo, escritor y periodista, quien dijo que esta novela era un True detective en el Nuevo México del siglo XIX. Y, como de costumbre, solo puedo darle la razón. Porque Orviz y Cuervo, para averiguar la verdad, han de tomar caminos peligrosos que los alejan de Santa Fe y que tienen nombres tan poco tranquilizadores como el cañón del Muerto o las montañas de la Sangre de Cristo. Lo que podía haber sido un asunto local, a pesar de la brutalidad de lo sucedido, se va extendiendo como una mancha de aceite y los dos protagonistas se verán obligados a enfrentarse a habladurías, leyendas siniestras, turbios manejos de contrabando, silencios cómplices y otras muertes anteriores que nadie investigó.
Vayamos por partes, que hay mucha tela que cortar. En primer lugar y como os decía al principio, la ambientación es brutal. Se nota perfectamente la formación audiovisual de Santi Mazarro, reputado documentalista también, porque es fascinante cómo nos describe los paisajes de aquellas tierras, el color de las montañas y caminos, las calles de Santa Fe y los pueblos por los que Orviz y Cuervo han de pasar, el polvo, el frío de las noches, las tonalidades del amanecer. Te sientes dentro de la lectura en cada momento, como si estuvieras allí. Hasta los olores se hacen presentes, nos parece sentirlos, consiguiendo una inmersión total. Igual de vívidas son las sensaciones de peligro que rodean a los protagonistas en determinados momentos, porque Santi nos las envuelve llenándolas de detalles que van creciendo en intensidad, consiguiendo llenarte de inquietud.
El contexto histórico está perfectamente delimitado: estamos en un momento en que las revueltas en México estaban desarrollándose en muchos puntos y las autoridades españolas se enfrentaban a un cambio sustancial en la situación de Nuevo México. Por otro lado, y gracias a los recuerdos y las conversaciones con Juan Orviz, estaremos al tanto de lo que sucedía en España en aquel momento, con el levantamiento de Riego contra la anulación, por parte de Fernando VII, de las normas introducidas por la Constitución de 1812. Orviz, constitucionalista declarado, amigo personal de Riego, se ha visto desterrado a Nuevo México por su participación en esos hechos. La muerte de las hermanas Pino pone en el punto de mira de la culpabilidad no solo a los hermanos Losada, sino también a los revolucionarios mexicanos y a indios de la zona, completando un puzle complejo de lo que sucedía por entonces.
Pero, en mi opinión, lo que hace brillar la novela más que nada son sus protagonistas. Os aseguro que a mí se me han quedado en el corazón. No pueden ser más distintos y, aunque sufrirán más de un desencuentro, acabarán por convertirse en amigos y camaradas. Juan Orviz, asturiano, casi recién llegado a las Américas, observador, metódico e ilustrado, se encuentra en Nuevo México completamente desubicado. Todo lo es extraño y hasta hostil y se siente muy solo. Las cartas que envía a su prometida en España y a Rafael de Riego jamás obtienen respuesta y echa de menos todo, incluso las cosas más pequeñas. Pero es responsable y concienzudo y se entregará a la misión de hallar a los culpables de la muerte de las hermanas con dedicación absoluta. Todo lo anota, para que no se le olvide ningún detalle. Para los lugareños es un chapetón, un gachupín (como se denominaba a los españoles establecidos en México) y así le llama constantemente Leandro Cuervo, lo que hace que se sienta aún más extranjero a pesar de estar en una provincia española.
Ay, Leandro Cuervo... qué hallazgo de personaje. Ojalá tenga más recorrido, porque es de esos protagonistas que se tatúan en la memoria lectora. Cuervo es mayor que Orviz y tiene un pasado complicado, por resumir mucho. Fue soldado del ejército español y se enfrentó a los comanches, por lo que dentro de la milicia tiene cierta reputación y buenos amigos. Irónico, mordaz, con más conchas que un galápago, no duda en utilizar la violencia si es necesario. Le encanta tocar las narices a todo el mundo, pero también cuenta con una fina intuición y mucha experiencia sobre el terreno. A la vez descreído y creyente, lo que choca en ocasiones con el ateísmo de Orviz, a medida que ciertos hechos salen a la luz se da cuenta de que se mueven sobre arenas movedizas. Su hermana, Adela, va a aparecer en un momento de la novela y termina de redondear la estampa. Hay diálogos entre ellos que son para enmarcar. Otro gran acierto de Mazarro, ha sido saber remedar el habla de aquellos mexicanos de nuevo cuño, con todos sus giros, modismos y expresiones y eso le otorga, aún más, una marcadísima personalidad. No lo oculto: quiero seguir sabiendo de Leandro Cuervo.
Los muertos de Río Grande es una fantástica novela, una historia que se lee casi sin darte cuenta y que mezcla con maestría crímenes, sospechosos, oscuras leyendas (como la de la Llorona), tensiones políticas y territoriales, el avance de la revolución mexicana, los choques culturales, el contrabando, la situación de las ciudades españolas en Nuevo México, la religión bien y mal entendida, los ritos, las diferentes costumbres y el sentimiento de lejanía con una patria de la que les separa todo un océano. Un auténtico disfrute que os recomiendo mucho y muy fuerte, porque os lo vais a pasar en grande leyéndola. Y que os vais a volver tan "cuervistas" como yo.
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