Es un libro sorprendente, duro, a veces muy triste. Pero también un descubrimiento porque, a pesar de conocer la biografía de Marie Curie de forma "oficial", jamás había sabido nada de la "oficiosa" y es tan interesante o más como su vida más pública. Rosa Montero usa el libro también como una especie de catarsis personal tras haber perdido al amor de su vida, como una manera de intentar curarse las heridas que aun le quedan. "La ridícula idea de no volver a verte", con la brevedad de sus 230 páginas, engancha sin remedio, envuelve, acaricia, causa congoja, pero cuando lo terminas te sientes bien. Hay algo de cierto consuelo en sus páginas. Y en estos días, que acabo de despedir a otra persona muy querida, he vuelto a releerlo y a vivirlo.
LA AUTORA: ROSA MONTERO
Nacida el 3 de enero de 1951, Rosa Montero es periodista y escritora y trabaja desde 1976 en El País de forma continuada, habiéndose hecho cargo en determinados momentos como redactora jefe de su suplemento dominical. En su juventud colaboró con grupos de teatro independientes y en 1979 publicó su primer libro, “Crónicas del desamor”. Tanto como periodista como escritora ha ganado importantes premios como el Premio Nacional de Periodismo o el Premio Primavera de Novela. Estaba casada con el periodista Pablo Lizcano, que falleció en 2009 víctima del cáncer y que está muy presente en este libro como os iré contando ahora. “La ridícula idea de no volver a verte”, de 2013, es su penúltima novela antes de "El peso del corazón" en 2015.
IMPOSIBLE CONCEBIR QUE YA NO ESTÁS
Fue el descubrimiento del brevísimo diario de Marie Curie el que dio la idea a Rosa Montero para escribir este libro. En aquellas escuetas páginas, escritas tras la trágica muerte de su esposo Pierre Curie, están todo el desgarro, el amor perdido, la pena inmensa de una mujer
Tras la lectura del diario, la autora comenzó a investigar la vida de Marie y se documentó con libros que ya están, incluso, descatalogados, como el que escribió Ève, la hija pequeña del matrimonio, sobre su madre. A mí, que me encantan tanto la historia como las biografías, me ha sorprendido enormemente conocer los detalles de la vida de alguien como Marie, que creo que queda eclipsada como ser humano detrás de sus logros y de sus premios. Desde su infancia en Polonia, en el seno de una familia sin demasiadas posibilidades económicas, hasta sus primeros amores, su llegada a París a estudiar, su matrimonio (por amor y nada más que amor) con Pierre Curie, sus trabajos en común… Todo ello aderezado con muchas y generalmente sorprendentes anécdotas que, a nivel personal, no esperaba encontrar y detalles que resultan incluso tiernos de su vida de pareja y como madre.
La vida de Marie le va sirviendo a Rosa Montero para ir sacando de su corazón los sentimientos por la pérdida de su esposo. La negación, el vacío de la casa y del sofá favorito del amado, la pena inmensa que lo ahoga todo… y cómo el recuerdo va dando paso a algo más “soportable” aunque tropezarse con lugares y pequeñas cosas cotidianas abren la herida de nuevo. Pero quizá lo mejor de todo el texto es que sientes, como toda persona que haya sufrido una pérdida de alguien a quien quería (sea marido, amante, familiar, amigo), que esas mismas palabras podrías decirlas tú. Que lo que está en las páginas del libro es también lo que está dentro de ti. Que su pena, la pena de Marie, la pena de los que quedamos para llorar a los que se van, es la misma siempre.
Por eso, a pesar del dolor casi insoportable del principio, el tiempo va dando paso a una especie de burbuja más amable en la que acabamos por recordar, por encima de ninguna otra cosa, alguna frase que se nos dijo, el calor de un abrazo concreto, aquella noche en la playa, una madrugada de confidencias, retazos de cariño en la sintonía de un móvil, en las macetas por regar, en el bote de café recién empezado. Y ese frío brutal que nos paralizaba y sólo nos permitía llorar y gritar nuestra indignación a la vida y al destino se va templando, mientras se abriga con los recuerdos y con las sonrisas que de pronto nos brotan gracias a ellos.
Eso es lo que hace Rosa Montero. Nos va desgranando la vida de Marie Curie con todo lujo de detalles, incluso aquellos que muchos han querido borrar como que los propios franceses la considerasen una indeseable extranjera hasta que ganó el Nóbel. Entonces pasó a ser una francesa de casta digna representante de su país. O que se la crucificase públicamente años después de la muerte de su esposo por mantener una relación con un antiguo alumno de éste que estaba casado. Como si eso tuviese algo que ver con sus logros y su valía como científica y pionera. Para mí ha sido un hallazgo absolutamente revelador conocer tantos pormenores sobre la vida de Marie. Creo que la engrandece de modo muy especial saber cómo fue su existencia, cómo luchó contra su origen, contra las conveniencias, contra el hecho de ser mujer. Sólo por esa biografía este libro ya merecería la pena.
Al amparo de esa biografía la autora va intercalando en la narración su propia vivencia, sus propios miedos y logros, sus recuerdos. Como cuando estamos leyendo algo o viendo una película y de pronto nos paramos a pensar en cómo nos recuerda a nosotros mismos o nos trae a la mente algo que nos ocurrió… ese hilo mental que nunca se rompe es el que Rosa Montero usa para ir recorriendo la vida de Marie y parte de la suya propia.
“LE RECUERDO”. ESA SÍ ES LA PURA VERDAD
Esta frase, recogida en las páginas finales de la novela, es un magnífico resumen tanto del diario de Marie Curie (que podremos leer íntegramente al final del libro y que, como os decía, es muy breve) como de la experiencia vital de Rosa Montero tras la pérdida de su marido. Porque ella se ve casi incapaz de definirle pero sí recuerda su manera de leer el periódico, su forma de caminar, el placer que le daba una buena conversación, cómo cuidaba el jardín. Al igual que Marie, que en su diario nos cuenta los últimos días que pasó con su esposo y nos habla del modo en que dormían uno junto a otro, de la mantita de bebé que él usaba para ponerla sobre su cabeza y conciliar el sueño, de los ratos en el campo con sus hijas. A todos nos pasa un poco lo mismo. Sí, podemos decir que quien nos falta era buena persona, que era trabajador y divertido, pero en realidad lo que recordamos son los detalles, sus gestos, su modo de hablar. Incluso el calor de sus caricias o el olor de su piel.
Es una novela de verdades universales que no pretenden serlo porque nadie quiere pasar nunca por un trance semejante. Todos preferiríamos no enfrentarnos al dolor de ver que alguien se marcha sin nosotros y que jamás podremos volver a verle, a tocarle, a hablar con él. Nuestras conversaciones ya sólo serán monólogos sin respuesta. Pero es cierto que esta novela de Rosa Montero, que a priori no me convencía especialmente, me ha terminado gustando aunque de un modo curioso. Me ha apasionado la parte histórica y biográfica, tan bien documentada, y que me ha permitido conocer a una figura de la talla de Marie Curie pero sobre todo me he sentido reflejada y casi amparada por las palabras de la autora cuando habla de su marido y de su pérdida. Creo que es algo que todos hemos sentido en algún momento de nuestras vidas porque, por desgracia, todos hemos perdido a alguien a quien queríamos. Y todos nos hemos visto desbordados, solos y ahogados en pena antes de que el tiempo empiece a colocar las cosas en su sitio y podamos empezar a recordar sin angustia aunque el hueco del que se marchó siempre se nos queda en el alma y en el corazón.
ALGUNAS FRASES Y NOTA FINAL
Ha habido varias frases en el libro que me han gustado especialmente. Y me gustaría compartirlas con vosotros.
“A veces tengo la sensación de que uno se mueve en la vida dando siempre vueltas por los mismo lugares, como en un desconcertante Juego de la Oca.”
“Porque las mujeres estamos presas de nuestro pernicioso romanticismo, de una idealización desaforada que nos hace buscar en el amado el summun de todas las maravillas. E incluso cuando la realidad nos muestra una y otra vez que no es así (…) nosotras nos decimos que esa apariencia es falsa, que muy dentro de él nuestro hombre es dulcísimo y que, para dejar salir su natural ternura, sólo necesita sentirse más seguro, más querido, mejor acompañado.”
“Pero de cuando en cuando recordamos que somos mortales y entonces miramos hacia atrás, sobresaltados, y ahí está la Parca, sonriendo, quietecita, muy modosa, como si no se hubiera movido, pero más cerca, un poquito más cerca de nosotros.”
“El tiempo, el dinero, el esfuerzo y espacio invertidos en construir para los muertos hubieran podido mejorar bastante la vida de los vivos. Aunque, si se piensa bien, ¿qué más da? Esos vivos no eran más que proyectos de cadáveres.”
“Le recuerdo leyendo atentamente cada día hasta la última noticia de los periódicos. Y llevando la contraria en una cena de amigos por el puro placer de discutir. Le recuerdo sacando a la calle, sobre un cartón, caracoles recogidos en nuestro pequeñísimo jardín, porque no tenía corazón para matarlos (…). Le recuerdo feliz paseando por los montes. En fin, releo este último párrafo y creo que lo más acertado que he dicho ha sido ‘le recuerdo’. Esa sí es la pura verdad. Dentro de mi cabeza está todo él.”