En Madrid, es bastante normal que todos recordemos, de una manera u otra, quien nos daba caramelos de violeta de niños, cómo nos aficionamos a ellos. En mi caso era mi abuela paterna, que solía venir todos los jueves a comer a casa y en muchas ocasiones nos traía a mi hermana y a mí una cajita de esos caramelos. Cada vez que vuelvo a comerlos, me llegan imágenes de entonces: la mesa camilla en casa de mi madre, la radio puesta, la luz de la tarde reflejándose en el edificio de enfrente, el costurero abierto, los cuadernos con los deberes a medias. Y claro, fue ver la portada de esta novela en el catálogo de Espasa y maravillarme, tanto por el título como por saber que una de sus dos autores era mi querida Susana López Rubio, a quien conocí gracias a sus novelas anteriores: El Encanto y Flor de sal. La estética, además, es de lo más atrayente, con esa pareja a la moda sesentera y el color verde (o azul) turquesa, aunque una figura embozada y oscura asoma por la derecha, como anticipo de que el asesino del título, va a estar muy presente.
La novela lleva un pequeño subtítulo, "Un caso de Lucio Garza", y eso me hace pensar que, con suerte, podría haber más historias futuras con ese protagonista, al que acabamos cogiendo cariño sin remedio, A él, a su numerosa familia y a Félix, su compañero de aventuras. Ambientación, personajes, asesinatos y Madrid y sus rincones componen un paisaje muy especial en el que nos perdemos sin remedio y queremos seguir leyendo tanto por saber quién o quiénes son los asesinos, como por estar al tanto de las vicisitudes de la familia Garza, que acaban siendo como de casa de toda la vida. Estamos en 1968 y hay ciertos aires de cambio que parecen ventilar un poco el solar patrio. Vamos a conocer a Julio Garza.
"LA MUERTE ES DULCE; PERO SU ANTESALA, CRUEL" - CAMILO JOSÉ CELA
A finales de la década de los 60, con la dictadura de Franco ya en sus últimos años, Madrid está viviendo una serie de muertes de mujeres que, de un modo u otro, han acabado siendo catalogadas de suicidio o accidente. Ninguna de ellas ha llamado especialmente la atención a la policía, pero Lucio Garza, un médico forense más sagaz que la mayoría, descubre algo que va a relacionarlas todas. Todas tienen algo en común, algo muy concreto y especial. Además Garza descubrirá también que el asesino utiliza un método realmente atroz para cometer sus crímenes. Al principio nadie presta atención a sus conclusiones: sus superiores no quieren remover demasiado el tema y la policía no parece muy dispuesta a admitir que un asesino en serie (de los que en España no se escuchaba hablar) pueda estar campando a sus anchas por las calles de Madrid. Por suerte, Lucio va a contar con la ayuda de Félix, un policía a quien sus jefes no tienen en cuenta y que se pasa la vida en el archivo, y de su familia: su esposa, Teresa, una mujer formada e inteligente, gran lectora, y sus siete hijos, que están encantados de poder ayudar en lo que sea. A medida que van descubriendo detalles, todo parece volverse más turbio y extraño y las coincidencias entre las víctimas se multiplican. Además, el asesino parece ser extremadamente cuidadoso. Lucio y Félix necesitarán de todo su ingenio para encontrar un hilo del que tirar.
No me gustan las etiquetas, creo que ya lo he dicho en más de una ocasión. A esta novela le han puesto la de "cozy crime" o "misterio acogedor", en el que no hay ni sexo ni violencia y acostumbra a ser protagonizado por un investigador aficionado. Incluso suelen tener lugar en comunidades o localidades pequeñas, algo como lo que solía ocurrir en las novelas de Miss Marple, de Agatha Christie. Madrid no es una localidad pequeña, pero estamos a finales de los 60 y aún no había sufrido la expansión que aún conocemos y en los barrios prácticamente todo el mundo se conocía.
Lucio Garza va a tener que enfrentarse no solo a los crímenes, cuyas víctimas acaban en su mesa de la morgue, sino también a los muchos recelos que despierta su teoría de que hay un asesino capaz de matar a varias mujeres sin dejar ninguna prueba. Recelos no ya solo entre sus jefes en el Anatómico Forense, sino también en la policía, que sigue anclada en que son suicidios o terribles accidentes. En aquel momento, el concepto de asesino en serie no se concebía. Su soledad en cuanto a sus conclusiones se verá paliada por la ayuda de Félix, un policía de la brigada de investigación criminal. Realmente Félix es un don nadie en ella, apenas se ocupa del papeleo y el archivo, y tiene cierta fama de ser un poco "corto". De hecho sus compañeros le llaman Garbancito, porque necesita un hervor. Y, por suerte, Lucio también cuenta con el apoyo incondicional de su familia, que no dudan de que está en lo cierto.
La novela es bastante coral. En el centro está la investigación que Lucio y Félix llevan a cabo, pero ella les lleva a tratar a posibles sospechosos, a personas que conocieron a las víctimas, incluso a personajes reales como el marqués de Villaverde (yernísimo de Franco) o el gran Chicho Ibáñez Serrador. A su vez, iremos descubriendo a la familia de Lucio: a Teresa, su mujer, que estudió, aunque cuando se casó se dedicó a su marido e hijos, y a todos ellos, tan diferentes entre sí, pero siempre unidos. También a los suegros de Lucio, un matrimonio de la "vieja escuela", cuyos constantes reproches y críticas veladas al modo de vida y la forma de educar a sus hijos acaban, casi siempre, con la paciencia de la pareja.
Conocer a los hijos de Lucio y Teresa es también conocer cómo respiraba la sociedad del momento, ya que cada uno aporta un matiz de lo que se movía en Madrid a nivel de calle. Todos fueron bautizados con nombres de escritores famosos (Ágata, Arturo, Edgar, Julio, Benito, Patricia y Roberto Luis) y forman una piña muy unida, aunque cada uno con sus propios intereses e inquietudes. Con ellos vamos a ver cuál era el papel de la mujer en el periodismo, los movimientos comunistas dentro de la universidad, los encontronazos con los "grises", la homosexualidad, la oposición a lo que estaba impuesto por la iglesia o la costumbre, los entresijos del ejército, incluso la fe ciega en que todo estaba bien y ordenado. Y los autores lo hacen con tanta naturalidad, que acabas sintiéndote parte de sus charlas de sobremesa.
Igualmente es una delicia cómo han recreado el Madrid de la época. De la mano de los protagonistas, vamos a caminar por sus calles, a coger autobuses y metro, a visitar locales, cafeterías y restaurantes (algunos de los cuales aún siguen en activo), a conocer el modo del vida del momento, más pausado que el actual. Para todo se necesitaba tiempo y era lo que más tenían. La televisión estaba casi aún en pañales, las radios se enseñoreaban de cada casa, para llegar de un sitio a otro, a veces, había que dedicar varias horas. Quizá eso favorecía la paciencia, cosa que hemos perdido, creo. Interesante es también saber cómo eran los métodos policiales y forenses, tan distintos a los de hoy día. Es, en mi opinión, lo más conseguido de la novela: poner al lector en aquel paisaje de Madrid, en aquellos años, hacerle sentir no solo en sus calles, sino en ese tiempo. A muchos les resultará muy conocido, incluso habrá más de un momento de nostalgia. Yo, que nací cuando empieza la novela, hay cosas que, al leerlas, me han traído imágenes y olores de mi niñez, como aquel bar al lado de casa de mis abuelos que freían gallinejas y entresijos los fines de semana.
El asesino de los caramelos de violeta es una estupenda novela de misterio y también una maravillosa inmersión en aquellos años y en aquella sociedad. Es muy visual y está narrada con agilidad, gracias a capítulos cortos y a saber mantener la tensión y el interés en todo momento, incluso en las situaciones más familiares de Lucio y los suyos. Es evidente que el trabajo como guionistas de sus autores hace mucho por ello: haciendo una versión reducida, Javier ha creado series como Hospital Central o Los misterios de Laura, además de ser guionista para las adaptaciones de La templanza o El desorden que dejas; Susana ha escrito series como Policías, Acacias 38 o Física o química y ha coincidido con Javier en varios proyectos, además de participar en adaptación de El tiempo entre costuras y Entre tierras.
Haceos con esta novela, porque os lo va a hacer pasar en grande. Tiene todo para que no queráis dejar de leer y, como yo, os haréis fans de Lucio Garza y su familia, que acaban recordando un poco, con las lógicas diferencias, a aquella gran familia que perdía a Chencho en la Plaza Mayor en plena Navidad. Y, por favor, si aún no las habéis probado, pasaos por La Violeta, en la Plaza de Canalejas, al ladito de la Puerta del Sol, y compraros una cajita de caramelos de violeta. O regaladla. Quizá dentro de unos años os recuerden por ello.