Contado así, a toda prisa, quizá suene un poco a libro de superación personal y demás. Pero no, os lo aseguro. La última cabaña es una novela que contiene una historia dura, de pasados rotos, heridas del alma y recuerdos que aún sangran narrada de tal modo que tienes que quedarte allí. Te crea la necesidad de continuar al lado del protagonista que se desnuda ante nuestros ojos mientras elije nuevas ropas con las que salir de nuevo al mundo. Una historia maravillosa en su crudeza en la que, seguro, encontramos similitudes con nosotros mismos. ¿Venís? La puerta está abierta...
"...Y SE FUE A VIVIR AL ESTE DEL EDÉN"
El Escolta, que es como acaban todos llamándole, se instala en una cabaña en las afueras de un pueblo en medio de la montaña. Llega con el alma y el corazón rotos y su único deseo es dejarse llevar, que sus días terminen cuanto antes. Si es necesario, autodestruirse. La cabaña tiene lo necesario para vivir de forma relativamente cómoda, una estantería con libros, herramientas. El bosque que la rodea surte al Escolta de madera para la chimenea. En un cajón encontrará unos cuadernos en blanco que le servirán para contar su día a día, pero también para volcar parte de sus recuerdos. Rabia, soledad, dolor, el desconsuelo del desamor que arrastra desde niño... y todo lo nuevo que le rodea, a lo que se irá enfrentando, quemando etapas y pedazos de pasado, plantando cara, sin haberlo previsto, a los fantasmas que le persiguen, a los muertos que aún lleva en el fondo de los ojos.
La última cabaña obtuvo el Premio Jaén de Novela y es, a pesar de la oscuridad de la que parte, un canto desgarrado y liberador de la búsqueda de la felicidad aún sin esperarlo ni quererlo, de la soledad. Y también de la vida salvaje, libre, hermosa, a veces brutal en su equilibrio instintivo. Cuando el Escolta llega a la cabaña lo hace con todas las costuras del alma rotas y pensando que es un buen sitio para terminar con una existencia que se le hace insoportable. En los tres cuadernos que escribe y que componen la novela, nos contará sus días allí, los recuerdos que le sacuden, su hartazgo, su desolación... pero también las pequeñas alegrías cotidianas de las que en principio no es muy consciente: la primera nevada, una noche sin pesadillas, la sonrisa de la dependienta del supermercado del pueblo, una visita con pastel de calabaza.
En ningún momento se nos dice dónde estamos, ni en qué momento, ni el nombre del Escolta. Al estar escrito en primera persona en forma de diario este último extremo es lógico. Cada amanecer supone un nuevo reto para el protagonista que, aunque tiene claro que quiere desaparecer para siempre, su instinto de supervivencia le hace demorarlo cada vez más. Será un pequeño y desvalido cachorro de lobo, al que bautiza como Böcklin, el que le marcará por vez primera una meta: si el lobezno sobrevive, él también. Ahora tiene una misión: cuidar y proteger al cachorro. Será Böcklin el que arranque las primeras risas en mucho tiempo al Escolta, el que haga crecer su instinto protector aún sabiendo que es un animal salvaje y, seguramente, acabará buscando su lugar en el bosque.La soledad elegida por el Escolta en un paisaje tan alejado de todo lo conocido le va a ir sirviendo como terapia, no solo para silenciar los gritos de su pasado, sino para empezar a valorar la compañía. El anciano que le visita, con su tranquila filosofía de vida, será un bálsamo y una forma de empezar a considerar a la gente a la que va conociendo. En sus escritos iremos viendo su evolución, cómo va yendo hacia adelante ya no solo recosiéndose las costuras rotas, sino revestido de nuevas convicciones. Se reconstruye. Incluso con cimientos llenos de lodo y podredumbre, se puede volver a levantar un edificio nuevo.
Es fácil sentirse identificado con muchas de las cosas que el Escolta va escribiendo en sus cuadernos. Los sentimientos que describe, incluso los peores, son fácilmente reconocibles. Todos nos hemos sentido abandonados, no queridos, llenos de miedos, con algún secreto enquistado en lo más profundo. Pero esta novela nos muestra cómo es posible dejar atrás incluso lo peor de nosotros mismos, aún cuando creamos que ya no es posible seguir adelante. La naturaleza humana empuja a sobrevivir, a levantarnos por muchas veces que nos caigamos, a buscar la compañía de otros que nos complementen. El Escolta lo va descubriendo con cada amanecer, con cada día que sigue vivo, con cada "excusa" puesta para no quitarse de en medio. con cada "misión" que se va imponiendo para completar antes de que todo acabe. Sin darse cuenta, todos son pasos hollando un nuevo camino.
Hay mucha simbología en este libro. Cada personaje simboliza algo fundamental en la vida: la amistad, la inocencia, el amor puro, la redención... y, personalmente, me encantó el paralelismo con el gran Pepe Calvalho cuando el Escolta elige libros o páginas de algunos de ellos para encender la chimenea.
La última cabaña es una novela para degustar con calma, respirando sus líneas. La vida la damos por sobrentendida, que muchas cosas nos llegan por azar, por culpa de otros, por culpas impuestas, por lo que nos hacen y nos hacemos. Y seguramente sea más sencillo que todo esto, aunque cada uno debemos descubrirlo a nuestro modo. Como nos dijo Yolanda Regidor, la autora, en el encuentro que mantivimos para el Club de Lectura LL: el infierno real es no existir para nadie. Cambiemos eso. Vivamos. Elijamos nuestra última cabaña y abramos las ventanas para que entre el sol.