De vez en cuando abandono mi natural querencia por la novela negra y policiaca para perderme en libros que me llegan de un modo especial. El color del silencio ha sido uno de ellos, no sólo porque todo lo que encierra es apasionante, creíble y actual incluso en los capítulos dedicados a los años previos a la Guerra Civil, sino porque el modo en que Elia Barceló nos lo narra es cautivador. Sabe envolvernos en una historia que hacemos nuestra con un lenguaje tan hermoso como preciso, muy sensorial, casi siendo capaz de transmitirnos los olores y la luz, de hacernos viajar desde nuestro sillón. Nunca había leído nada de esta autora y me alegra haber comenzado con esta novela. Leerla ha sido arroparme con sus palabras y sentir que yo también caminaba junto a los protagonistas. Y eso es impagable.
Nacida en Elda, Alicante, es profesora de Literatura Hispánica en la Universidad de Innsbruck, en Austria. Ha publicado novelas como El secreto del orfebre, que fue son la que saltó a la fama de manera internacional, El vuelo del hipogrifo y Las largas sombras. También es autora de La inquietante familiaridad, una tesis sobre los arquetipos del terror en los relatos de Julio Cortázar. Más conocida casi fuera de España que aquí, ha sido traducida a casi veinte idiomas y cuenta con un importante reconocimiento de crítica y público. Se la considera una de las autoras españolas más internacionales de la narrativa actual.
Helena Guerrero, la famosa pintora reconocida internacionalmente, regresa a España desde Australia, su lugar de residencia, para acudir a la boda de su nieta. La relación con su hijo y su familia en general no es ni fluida ni amable, pero ha decidido no faltar al evento. Antes de su viaje a Madrid, Helena se ha sometido a un "constelación familiar", una terapia psicológica en la que ha tratado de enfrentarse a los miedos y culpas que lleva guardados desde hace años. Y es que en 1969 su hermana Alicia fue asesinada en Marruecos, cerca de la casa familiar que los Guerrero poseían allí, La Mora, hecho que la marcó profundamente al igual que a sus padres. Una vez en Madrid, la hermana de su madre pone en sus manos una caja llena de documentos y fotografías guardadas desde hace tiempo. Quizá en esa caja y en los recuerdos pueda haber respuestas a la muerte de Alicia y a muchas de las preguntas que Helena lleva como llagas en el alma. Y quizá también sea momento de volver a La Mora y enfrentarse a los fantasmas del pasado, esos que aparecen como una constante en forma de sombra sin forma en todos los cuadros de Helena.
LA AUTORA: ELIA BARCELÓ
Nacida en Elda, Alicante, es profesora de Literatura Hispánica en la Universidad de Innsbruck, en Austria. Ha publicado novelas como El secreto del orfebre, que fue son la que saltó a la fama de manera internacional, El vuelo del hipogrifo y Las largas sombras. También es autora de La inquietante familiaridad, una tesis sobre los arquetipos del terror en los relatos de Julio Cortázar. Más conocida casi fuera de España que aquí, ha sido traducida a casi veinte idiomas y cuenta con un importante reconocimiento de crítica y público. Se la considera una de las autoras españolas más internacionales de la narrativa actual.
SOMBRAS EN UN CUADRO
Helena Guerrero, la famosa pintora reconocida internacionalmente, regresa a España desde Australia, su lugar de residencia, para acudir a la boda de su nieta. La relación con su hijo y su familia en general no es ni fluida ni amable, pero ha decidido no faltar al evento. Antes de su viaje a Madrid, Helena se ha sometido a un "constelación familiar", una terapia psicológica en la que ha tratado de enfrentarse a los miedos y culpas que lleva guardados desde hace años. Y es que en 1969 su hermana Alicia fue asesinada en Marruecos, cerca de la casa familiar que los Guerrero poseían allí, La Mora, hecho que la marcó profundamente al igual que a sus padres. Una vez en Madrid, la hermana de su madre pone en sus manos una caja llena de documentos y fotografías guardadas desde hace tiempo. Quizá en esa caja y en los recuerdos pueda haber respuestas a la muerte de Alicia y a muchas de las preguntas que Helena lleva como llagas en el alma. Y quizá también sea momento de volver a La Mora y enfrentarse a los fantasmas del pasado, esos que aparecen como una constante en forma de sombra sin forma en todos los cuadros de Helena.
AYER SOÑÉ CON LA MORA
Supongo que era inevitable, pero al leer esta primera frase de El color del silencio, recordé Rebeca, la inmortal novela de Daphne Du Maurier. "Anoche soñé que volvía a Manderley", decía al comenzar. Y, aunque parezca una temeridad por mi parte, creo que hay mucho de Rebeca en esta novela, salvando las enormes diferencias de época, estilo y argumento. Las dos protagonistas han de enfrentarse a sombras del pasado que marcan su vida. Al recuerdo de una muerte que nunca se resolvió y que es un peso que les lastra y no les permite la felicidad. Sin embargo, a diferencia de en Rebeca, en El color del silencio Helena Guerrero arrastra la pena inmensa por la pérdida de su hermana y su propio sentimiento de culpa por lo ocurrido. Alicia no es una sombra amenazante, como Rebeca. Fue su hermana, su confidente, su apoyo constante y no saber quién la mató ni por qué le duele a pesar del tiempo transcurrido hasta hoy.
La novela va a ir adelante y atrás en el tiempo, intercalando capítulos cortos en los que se describe alguna foto o documento de la caja que Helena ha recibido de su tía. Pero en ningún momento es complicada de seguir. Viajaremos a los años previos a la Guerra Civil, cuando los padres de Helena se conocen y se casan. Su llegada a Marruecos, al estar Goyo Guerrero, padre de Helena, bien relacionado para llevar a cabo allí sus negocios; la rehabilitación de la antigua finca para convertirla en La Mora y hacerla su hogar. La llegada de los hijos, sus alegrías y sus penas.
En el presente descubrimos a una Helena que no es un personaje fácil. No resulta simpática, es complicado empatizar con ella. Dura, de férreas convicciones, capaz de responder a cualquiera de un modo cortante y desagradable. Iremos sabiendo cómo rompió con todo y se alejó de los suyos sin explicaciones, sin dar señales de vida. Que se casó y tuvo un hijo, pero que con él tampoco se sintió madre ni atada y acabó viéndole sólo algunas semanas al año. Que hizo de su vida lo que le dio la gana. Es cierto que resulta en cierto modo envidiable esa capacidad de tomar las riendas de su vida y hacer de ella lo que se le ha antojado. Pero no lo es su escasa capacidad para el afecto, lo poco que le importa lo que le pase a los demás, ni el daño que pueden causar sus decisiones. A lo largo de la novela iremos entendiendo muchas cosas de Helena, que se ha abierto camino como pintora en un mundo dominado por los hombres. Lo que vamos descubriendo nos va a permitir comprenderla mejor.
La prosa de Elia es brillante, intensa. Tanto en el pasado como en el presente mantiene un contante interés en el lector. Las preguntas sin respuesta de Helena se convierten también en las nuestras: queremos encontrar los porqués. Helena es hija de Goyo y de Blanca y conocer su historia también nos abrirá el paisaje familiar ante nuestros ojos. Elia ha creado unos personajes sólidos, creíbles, llenos de matices que los humanizan. Sus vivencias, sus años felices, sus penas y sus tristezas les van convirtiendo en lo que llegaron a ser. Pero Helena es también la pareja de Carlos, un hombre que nos cautiva con su talante paciente y cariñoso, por ser la parte luminosa de las sombras de ella. También es la abuela de Almudena con la que, hasta para su sorpresa, empieza a tener una relación intensa y cómplice. Incluso es la madre de Álvaro, con el que jamás se ha comportado como tal pero que este regreso a Madrid puede servir para limar esquinas entre ambos.
No sólo El color del silencio es la historia de una familia y sus rincones oscuros, también toca episodios muy poco claros que aun siguen sin cerrarse. Las piezas del puzzle respecto a lo que no sabe de su familia y a lo sucedido con Alicia se nos van mostrando poco a poco, al ritmo que Helena, Carlos, Almudena y Chavi, su ya casi marido, van investigando y sacando cosas a la luz. Los recuerdos de Helena, a veces tamizados por el tiempo y por su propia percepción, las partes de narrador omnisciente en que se nos cuenta la vida de sus padres, los documentos que van saliendo a la luz, las cartas, los mails de Jean Paul, el que fue marido de Alicia y ahora agoniza en un hospital madrileño, el viaje a La Mora para tratar de cerrar círculos... todo ello nos va a llevar a entender que lo sucedido no es lo que parece.
Todos los personajes esconden partes ocultas, eso es lo que los hace tan reales. Los cambios de época en la narración son fluidos, en nada complican la lectura. Nos permiten, además, repasar episodios de la historia de España que aun sangran y para conocer otros sin perder el interés ni por un momento. Las descripciones son intensas, sobre todo las referidas a Marruecos, a Rabat y a la finca de La Mora, que es una suerte de paraíso que se llenó de vida gracias a los Guerrero pero que también albergó sus peores días. Quizá por eso la casa y sus jardines se convierten en un personaje más. Volver a La Mora tantos años después supone para Helena una catarsis y también una redención.
El color del silencio es la historia de una familia, pero también está llena de nuestra historia del siglo XX, con sus luces pero sobre todo con todas sus sombras. Una novela intensa, apasionante, completa, de las que cierras con pena por que acabe pero también con la alegría de que todo está completo, que no hay nada que te haya quedado pendiente. Creo que puede ser una de las novelas de este año, sin duda. Absolutamente redonda y totalmente recomendable.