Mi abuela materna, madrileña castiza y de pro, era mucho de cantar cuplés. A la mayoría terminaba por inventarles la letra y los cantaba como le parecía, por eso hay algunos de los que descubrí su letra original al cabo de los años. Y la de veces que nos reíamos con la misma anécdota: la de mi bisabuelo, su padre, enfermo con mucha fiebre, empeñado en que una figura de no sé qué santo que había en su cuarto era La Chelito cantando "La pulga". Quizá por eso he sentido ramalazos de ternura al reconocer ciertos temas y canciones que Xavi Barroso nombra en su novela, La avenida de las ilusiones, dedicada al Paralelo de Barcelona y a los muchos teatros (grandes y pequeños) que lo jalonaban. Teatros y locales llenos de, como dice el título, las ilusiones y esperanzas de muchos aspirantes a actrices, actores y cantantes.
Además, el momento histórico en el que enmarca la acción es uno de los más complicados y convulsos de la historia (ya de por sí complicada y convulsa) del siglo XX en España. La política, los movimientos sindicales más extremos, huelgas, asesinatos, los ecos de la Revolución Rusa y el inicio de la Primera Guerra Mundial están siempre como telón de fondo de los devenires de los protagonistas de la novela y, en muchos casos, se ven sacudidos por ellos. Es también esta novela un fiel reflejo de la sociedad barcelonesa del primer tercio del siglo XX, con sus luces y sus sombras.
LAS SOMBRAS EXISTEN PORQUE EXISTE LA LUZ
Corre el año 1909 y Francisca y María, dos hermanas hijas de un agricultor de Solsona, llegan a Barcelona para servir en casa de los Puig. Su llegada a la ciudad coincide con el apogeo de la Semana Trágica, con todo lo que conllevó para la ciudad. Los Puig son una adinerada familia con tres hijos mayores y las dos hermanas son puestas bajo la dirección de Juana, una criada de la casa con gran experiencia y que conoce a la perfección cómo y cuándo han de hacerse las cosas. Francisca tiene claro que no quiere pasarse la vida como una sirvienta más: tiene una bonita voz y aspira a conseguir una vida diferente. María, por contra, se adapta a lo que le piden.
Un hecho terrible y traumático sacude la rutinaria y tranquila existencia de las dos hermanas y ello dará más argumentos a Francisca para conseguir lo que quiere. Además se ha enamorado de Joan, un joven barcelonés con fuertes convicciones políticas y sindicales, que será el que primero la lleve a los espectáculos del Paralelo. El mundo de luces, de canciones y de brillo subyugarán a Francisca que comenzará su batalla para conseguir su sueño: triunfar como actriz y cantante en esos teatros que ama. Y no dudará en usar todas las armas que tenga a su alcance.
Cuando terminé de leer La avenida de las ilusiones no pude evitar acordarme de otra novela que me encantó en su día: Ahogada en llamas, de Jesús Ruiz Mantilla. No por el tema ni por los escenarios, ya que la de Ruiz Mantilla transcurre en Santander y es más bien una saga familiar. La recordé por cómo enmarcan ambos autores la acción de su novela: usando dos hechos históricos importantes, como los dos símbolos de un paréntesis, encuadrando la acción y lo narrado dentro de ellos. En Ahogada en llamas se comenzaba con la aterradora explosión en 1893 del vapor Cabo Machichaco en pleno puerto de Santander, que dejó 590 muertos, y se cerraba con otra tragedia, el incendió que devastó esa misma ciudad, reduciéndola casi a escombros, en 1941. Xavi Barroso, en este caso, utiliza como apertura la Semana Trágica y lo cierra tras la batalla de Belchite, en el momento más atroz de la Guerra Civil.
Pero realmente la novela se centra en una década: la que va de 1909 a 1919. Una década, como os decía antes, complicada y convulsa en cuanto a movimientos sociales, anarquismo, sindicalismo y tensiones políticas. En muchos casos el autor nos va dejando pequeñas referencias a hechos concretos para que el lector sepa exactamente en qué fecha nos encontramos, como cuando se habla al hundimiento del Titánic o del comienzo de la revolución en Rusia. El dibujo que se hace de la Barcelona de la época es realmente bueno, con referencias a muchos edificios, calles, lugares o cafés.
En cuanto a los personajes, con Francisca he tenido mis más y mis menos. Es ambiciosa y sabe lo que quiere, lucha por conseguir su sueño, pero a veces, para ello, hace cosas de auténtica niña malcriada. Hay aspectos de su personalidad que caen mal, sobre todo en ese afán de querer hacer lo que le da la gana a costa de lo que sea. Incluso a costa de otras personas. Pero también es una luchadora, conoce sus virtudes, sabe lo que hace bien y trata de sacarlo a la luz. Su hermana María se mueve un poco alrededor de Francisca, como un satélite alrededor de un planeta. Si bien al principio es un personaje más anodino, va adquiriendo fortaleza y brillo. De los personajes masculinos principales (Joan, Jaume, Tomás) me ha llamado la atención que siempre están descritos como muy guapos, con un atractivo innegable. Pero quien lleva la batuta, por decirlo de algún modo, son los personajes femeninos: fuertes y resueltas, incluso en las secundarias. Merçe, Anna, Juana, Teresa Puig... todas, de un modo u otro, son auténticas supervivientes.
Una de las cosas que más me ha gustado es cómo se nos descubren las partes más oscuras de Barcelona en general y de los espectáculos musicales en particular. Cómo podemos llegar casi a ver que, tras las bambalinas y las luces, hay un mundo mucho más sórdido y casi miserable. Que los colores y las canciones esconden muchas veces lo peor. Francisca también tendrá que enfrentarse a eso. Y también ha sido gratificante encontrarme con figuras del vodevil, como la gran Raquel Meller o Josep Santpere, padre de la famosa Mari Santpere.
La avenida de las ilusiones es una novela que nos va a llevar a conocer muy bien la Barcelona de principios del siglo XX, pero desde la perspectiva de los teatros y el deseo de triunfar. La ciudad cobra vida desde la vida de sus personajes y son ellos quienes nos muestran lo mejor y lo peor de ella. Narrada en primera persona por Francisca, será a ella a la que conozcamos mejor y la que más se expone en cuanto a sentimientos y decisiones. Pero sobre todo es un fiel reflejo de una época y de un mundo, el de los teatros, que en muchas ocasiones corre paralelo a la vida de las calles, como una escapatoria, una salida de urgencia para sonreir incluso cuando fuera todo se derrumba. Una gran lectura para este verano tan atípico.