Con las novelas de Víctor me pasa siempre, al menos en lo que a las últimas publicadas se refiere. Es tal la expectación que levanta con el anuncio de sus obras y, posteriormente, con la publicación que todo a su alrededor se convierte (y con razón) en una explosión de alegría, de comentarios, de opiniones, de frases entresacadas de sus páginas. Confieso que me cohibe y suelo esperar a que baje un poco la marea para contemplar mucho mejor el horizonte. Como cuando vas a ver amanecer en la playa y en la arena solo estáis tú y las gaviotas poniendo la banda sonora: parece que el sol sale exclusivamente para ti. Algo así.
Este mes de agosto he podido dedicarle la calma que merece. Porque Antes de los años terribles necesita leerse metiéndote en sus páginas y, más que nunca, dejando que la historia que contiene se vaya filtrando poco a poco hasta conseguir que todo tú seas campo abonado y fértil para comprender y entender. Para terminar levantando la vista y darte cuenta de que las cosas no son como creías saberlas, que tras el decorado que levantan los periódicos y los informativos la realidad es inmensamente compleja y dura. Que somos afortunados, a pesar de todo, por poder levantarnos cada mañana sin preguntarnos hacia dónde tenemos que seguir huyendo.
Quiero ser fiel a la petición que Víctor del Árbol nos hizo en la presentación de esta novela en Madrid: no contar lo que hay dentro de ella. Dejar que cada lector la haga suya sin interferencias. Solo una pequeña introducción que nos abra ligeramente la puerta a un camino que debemos transitar solos. Confío en ser capaz de ello.
"UNA VEZ QUE EMPIEZA, EL SUFRIMIENTO DEL HOMBRE NO CONOCE LÍMITES"
Isaías Yoweri tiene un taller de bicicletas en Barcelona, una pareja, Lucía, a la que ama y un hijo al que le quedan pocos meses para nacer. No necesita más para ser feliz, aunque hay pesadillas y recuerdos de fuego y muerte que le acosan. Originario de Uganda, un lugar que prefiere no recordar a menudo, recibe la visita de un antiguo conocido que le ofrece volver para dar su testimonio en un encuentro que se va a celebrar sobre la reconciliación histórica en su país. Volver significaría enfrentarse de nuevo a todos sus demonios y a un pasado terrible, pero quizá sea la manera de mirar a los ojos al niño que fue y perdonarse por fin.
A partir de aquí, como decía antes, la historia de Isaías será la de cada lector que llegue a ella, no es necesario contar más. Solo dejar que te cale y te cambie.
Tengo la sensación de que, a veces, cuando leo, una parte de mi cabeza va por libre y ciertos pensamientos se van quedando enredados en lugares inesperados. Leyendo Antes de los años terribles se me repetían en bucle unos versos de Miguel Hernández: "¿Quién salvará a este chiquillo / menor que un grano de avena? / ¿De dónde saldrá el martillo / verdugo de esta cadena?". Pero incluso el niño yuntero del inmortal poeta, a pesar de nacer ya "como la herramienta, a los golpes destinado", tendrá algún recuerdo que le hará feliz. El calor de su madre, los juegos con algún amigo, en dulce especial en su cumpleaños. Ese es uno de los mensajes que Víctor del Árbol ha querido dejar en las páginas de su novela: que la infancia es la patria de cada uno, un lugar al que volver para encontrar refugio cuando la vida se vuelve dolor y caos. Incluso cuando te la arrancan de cuajo y el niño que eres deja de existir.
Sí, Antes de los años terribles habla de los niños soldado. Del terror impuesto por Joseph Kony que sigue teniendo terribles secuelas. De los enfrentamientos entre tribus y etnias en Uganda. Pero sobre todo es una poderosa llamada de atención que nos zarandea de arriba a abajo cuando, leyéndole, somos conscientes de que en realidad no sabemos nada de lo que allí sucede. Que cuando hay una hambruna o un espanto de muertes miramos hacia allí unos días y lanzamos campañas, proclamas, mensajes de sms buscando recaudar dinero para vacunas y alimentos. Pero pasa el impacto inicial y volvemos a girarnos hacia cualquier cosa brillante que nos llame la atención, satisfechos de nuestra solidaridad, mientras cambiamos de canal. Allí se quedan el sufrimiento, la enfermedad, las guerras, el llanto y la desesperación. Tenemos otras cosas en las que pensar.
África no es una postal ni el idílico paisaje de los safaris para ricos. Es un continente que se desangra mientras el resto del mundo mira para otro lado. Solo somos conscientes cuando esa realidad nos llega en barcos, en pateras, en olas de rostros desdibujados por el horror que huyen de la muerte. Cualquier cosa que encuentren aquí será un pequeño paraíso comparado con lo que dejan a su espalda. Pero nosotros nos quejamos. A veces arrugamos nuestra nariz desde nuestra supuesta superioridad. La novela de Víctor abre los ojos a quien quiera ver (que de todo hay) poniendo ante esas mismas narices lo que preferimos no ver.
Pero Antes de los años terribles es también una historia de recuerdos felices, esos que son capaces de crearte una burbuja de alegría cuando caes en ellos. Cada uno de nosotros, incluso quienes han (hemos) vivido una infancia dura y triste, somos capaces de encontrar rincones de felicidad en ella, aunque solo sea ese rato jugando en un pasillo soleado mientras oyes la radio de tu abuela. Es, de igual modo, una historia de amor a la familia, a los hermanos, a los amigos de verdad. De amor de adolescencia y amor maduro. De amor mal entendido también. De la necesidad de protección.
Por encima de todo, y esta es únicamente mi opinión personal, es un relato de cómo podemos ser capaces de adaptarnos a lo que nos llega, aunque sea lo más espantoso que podamos imaginar. De cómo cuando nos lo quitan todo, cuando somos más vulnerables que nunca, aceptamos el cobijo y las palmadas en el hombro de quien nos ha llevado hasta allí, porque nos convence de que ya no tienes a nadie más. Y porque, sobre todo cuando eres niño, necesitas con desesperación una familia o lo más parecido a ella.
Habiendo leído todos los libros de Víctor de Árbol que ha publicado hasta la fecha, el salto hacia adelante en madurez narrativa y en intensidad que ha dado con esta novela es enorme. Creo que es la historia que siempre había querido contar y que se quedaba en algunos capítulos y personajes de otras de sus novelas, esperando su oportunidad. Parece que, por fin, ha conseguido arrancársela del alma para hacerla visible y que nosotros, leyéndole, tomemos conciencia de una realidad despiadada que existe aunque no queramos verla. Si todas las historias de Víctor te dejan un poso difícil de olvidar, esta, además, te sacude la conciencia y te cambia muchas perspectivas que creías firmes certezas. Porque, en realidad, no sabemos nada (ni nos interesa) de lo que hay detrás de esa piel negra que nos ofrece un collar en la playa. No sabemos por qué está aquí, delante de nosotros, quitándonos el sol. Merece la pena pararse a pensar un momento qué cosas habrá vivido, qué fantasmas le siguen rondando, qué desesperación le ha llevado a terminar caminando por la arena arrastando kilos de quincalla. Después de leer Antes de los años terribles me he dado cuenta de que, ahora, sí me lo pregunto. Todas las posibles respuestas duelen, pero son necesarias.
Esta es la historia de Isaías Yoweri, de Joel Chango, de Lawino y de tantos y tantos hombres y mujeres de África que sufrieron y siguen sufriendo espantos que ni siquiera podemos imaginar y que son capaces de reinventarse y renacer. De volver a vivir agarrándose fuerte a las raíces de su infancia en forma de recuerdos felices, los que sean. Personalmente me ha dado la vuelta con fuerza en mi modo de ver muchas cosas. Quizá por eso, hace unos días, no pude evitar una sonrisa cómplice compartida con un niño africano que, sentado junto a su madre en el Cercanías (ella con uno de esos vestidos tan de su tierra, lleno de estampados casi imposibles), con la noche ya cerrada, acariciaba como un tesoro un librillo de colorear y una pequeña caja de pinturas. Tenía las deportivas ajadas y la camiseta acumulaba mil lavados y le quedaba grande, pero parecía tan feliz que eso era lo de menos: me miró y nos sonreímos a la vez, supongo que por motivos distintos. Pero brilló el sol por un momento dentro del vagón.
Gracias, Víctor.