Mónica G. Álvarez se ha documentado, ha buscado a las que aún viven o a quienes podían hablar de ellas, ha viajado al propio campo de concentración y se ha empapado del dolor que siguen destilando sus muros. Pero sobre todo ha reconstruido las vidas de once mujeres valientes que supieron superar la peor de las experiencias y cuyo legado debe ser conocido y reconocido.
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Escuchar los nombres de los campos de concentración provoca un escalofrío muy reconocible en cualquiera con un mínimo de sensibilidad. A mí me sucede siempre. Campos de barracones en los que la labor de matar se convirtió en un engranaje muy bien engrasado: primero se mataba la identidad, la humanidad de los allí recluidos, se les reducía a números y a despojos humanos vestidos a rayas y marcados como a reses, y después se les mataba físicamente. Montañas de muertos. Ni piedad, ni dignidad, ni derecho a nada más que a desaparecer.
Entre los miles de prisioneros que el Tercer Reich decidió que había que exterminar en aquella "Solución final", que aún espanta por su metódica frialdad, un grupo de mujeres españolas, la mayoría huidas a Francia durante de Guerra Civil (incluso militando en la Resistencia Francesa) acabaron en esos campos. A la mayoría se las registró como Nacht und Nebel, Noche y Niebla, una categoría temida por encima de otras ya que estaban condenadas a la cámara de gas después de vivir en las peores condiciones y de sufrir innumerables humillaciones.
Noche y Niebla en los campos nazis, escrita con vigor periodístico pero sin perder de vista las desgarradoras experiencias de estas mujeres, nos habla de once supervivientes que hicieron lo posible por no perder su propia humanidad, por levantarse una y mil veces, por luchar contra un monstruo enorme y aterrador que las amenazaba día tras día. Es un libro directo, real, tal como merecen sus protagonistas. No se hurtan escenas o situaciones que nos van a erizar la piel, atrocidades médicas, castigos que hoy creemos imposibles, pero es necesario que nada de todo aquello se olvide.
Todo lo que se recoge en este libro debería servir como concienciación, tanto para las nuevas generaciones como para los que ya tienen cierta edad, porque enseña a cómo poder reconocer el odio, darnos cuenta de que ese odio es capaz de transformarnos en lo peor y cometer actos que no parecen humanos. Las once historias que la autora nos trae tienen como base común que todas ellas, las mujeres protagonistas, fueron deportadas desde Francia y, como la propia autora nos confesó en el encuentro que mantuvimos con ella, ninguna de ellas hubiera podido ser contada sin la ayuda de sus familiares, que llenaron los huecos vacíos y hablaron de su vida como madres, esposas y abuelas.
A fecha de hoy, estas once mujeres, como tantos otros asesinados o supervivientes en los campos, han sido olvidadas. Nunca se las ha reconocido ni se les ha rendido ningún tipo de homenaje. "Al margen de cualquier ideología política", decía Mónica, "deberíamos hacerlo y reconciliarnos. Igual que con todo lo referente a la Guerra Civil, la reconciliación es necesaria para sanar las heridas, no para reabrirlas".
En el libro se nos cuenta que estas once mujeres hallaron su motivación para resistir en sus convicciones ideológicas, pero Mónica nos aseguró que no creía que esta fuese su razón única. El amor ayudó siempre. Amor a sus semejantes, a sus compañeras de infierno, al marido, a la pareja, a la familia que habían dejado atrás. En los campos de concentración, para sobrevivir, necesitabas agarrarte a algo fuerte. Hubo quienes lo hicieron a su fe, cada asidero era importante. Da igual de qué se tratase.
Cada capítulo y cada biografía van encabezados por una frase que no es de la autora sino de cada una de las protagonistas. Algunas de ellas han podido ser contadas por ellas mismas, pero en otros casos ya no podía ser, por lo que son otros quienes les dan voz, generalmente sus hijos o su familia más cercana. También cada capítulo se inicia con una anécdota curiosa de la protagonista, algo dulce o amable que, al igual que la frase, las represente, nos cuente con una pequeña pincelada cómo eran o como siguen siendo. El orden de las biografías se basa simplemente en el orden cronológico de su llegada a Ravensbrück, porque de eso sí que hay registros. Es realmente complicado no meterse hasta el cuello en cada una de las historias, aunque nos hielen el alma, porque son las víctimas las que hablan.
Noche y Niebla en los campos nazis es una lectura que duele, sí, pero realmente necesaria porque no podemos olvidar nada de lo que sucedió en el holocausto. En un momento histórico en que muchos se empeñan en reconstruir la historia a su gusto, negar realidades o falsear lo que sea necesario, libros como este hacen falta. Mónica G. Álvarez ha hecho un trabajo muy brillante para sacar a la luz once pedazos de Historia con mayúsculas, aunque para ellas sea solo su historia, la de su vida, la de sus recuerdos. Os invito a conocerlas.