Qué complicado, qué doloroso es asumir la ausencia de quien ha sido todo tu mundo, cuando parece que ese mundo, sin su mano para acompañarte, ya no es más que una impostura. Que no existe. Que se ha vuelto hostil y frío. Quizá este podría ser, perfectamente, el resumen de esta novela aunque me quedaría corta y con todas las costuras sin coser. No he podido evitar recordar otro libro, La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero, una de mis mejores lecturas de los últimos años a pesar de lo que me arañó el alma y me la dejó hecha jirones. La memoria de la lavanda, aun tocando el mismo tema, lo envuelve, además, en una historia de amistad de años, de fidelidad, de familia, de hechos del pasado que han quedado sin resolver. Y es, también, una explosión de color y olores, como un canto a que la vida sigue y se abre camino aun cuando tú estés devastada por el dolor y la pérdida. Una novela que sabe acogerte y hacerte cómplice de lo que cuenta.
Periodista y escritora, ha desarrollado buena parte de su carrera en el mundo radiofónico durante más de 15 años. También ha participado en programas de televisión de diferentes cadenas tanto como colaboradora como presentadora. En 2007 su libro Un burka por amor se convirtió en un gran éxito de ventas y tras él ha publicado Besos en la arena, La infiel o Una pasión rusa.
Han pasado poco más de dos meses de la muerte de su marido, Jonas, y Lena, aunque el mundo se le ha convertido en algo hostil, gris y terrible, decide que ha llegado el momento de cumplir la última voluntad de su amor y llevar sus cenizas a Tármino, el pueblo de su familia. Sabe que regresar allí va a despertar aun más los recuerdos y casi se siente incapaz. En Tármino continúa la que fue la casa familiar de él y que luego los dos hicieron propia. Las calles por las que pasearon. Los inmensos campos de lavanda perdiéndose en el horizonte. Los amigos de Jonas, tan cercanos y cómplices, tan parte de él también. Sólo existe una pieza suelta: Marco, el Zombi, el hermano de Jonas, por el que todo el mundo siente un profundo desprecio. Lena sabe que no va a perder ocasión de dar la nota incluso en un momento tan especial y doloroso como éste.
La memoria de la lavanda, narrada en primera persona por Lena, es la historia de ella y de Jonas. Su viaje a Tármino nos va a ir abriendo páginas de sus vidas en común. Pero lo hace sin un orden concreto, sin una sucesión lineal, al igual que nos pasa a nosotros cuando recordamos. Serán, en general, escenas puntuales, esbozos de momentos, pedazos de conversaciones. Como para mostrarnos cómo era pero sin permitirnos invadir del todo una intimidad que les pertenecía a ellos y a nadie más. Jonas, reputado cardiólogo, y Lena, fotógrafa profesional, formaban una pareja completa, cálida, sin fisuras. Ni siquiera la diferencia de edad (Jonas era más mayor que Lena) provocaba siquiera un arañazo en el bloque compacto que habían construído.
La llegada de Lena a Tármino provoca que sea aun más consciente de su soledad, aun cuando allí la espera Daniel, primo y mejor amigo de Jonas, por quien siente un inmenso cariño. Daniel es el sacerdote de Tármino y un hombre comprometido y cabal. Y allí también están Roberto, Hugo y Lola, Aimo, los amigos de siempre, su colchón para evitar caerse y los hombros en los que llorar si es necesario. Además llegará Carla a acompañarles, amiga de Lena y un pequeño terremoto mejicano al que a veces le fallan los filtros, pero que nadie puede negar su lealtad.
El festival de la lavanda de Tármino se va a producir también en esos días y el pueblo es una explosión de color y olor. La novela de Reyes Monforte es sumamente sensorial, no sólo por las descripciones de los campos de lavanda y del pueblo, sino por cómo nos va llevando hasta los olores de la panadería, a las comidas que preparan juntos, en la miel de Aimo, a la calma de la noche cuando Lena pasea sola, al silencio lleno de sonidos del campo; incluso al aroma de Jonas impregnado en la ropa de la que Lena no ha querido deshacerse y que la acompaña al dormir. Hasta las conversaciones que los amigos mantienen nos resultan acogedoras, como si nosotros también perteneciéramos a ese grupo unido y fiel.
No serán sólo los recuerdos y los tranquilos ratos de complicidad con los amigos los que irán brotando en la estancia de Lena en Tármino. El Zombi, el hermano de Jonas, buscará su minuto de gloria comportándose del único modo que sabe: siendo un perfecto miserable. Y en el idílico paisaje que es Tármino en aquellos días, las historias familiares, los viejos rencores, pequeños secretos, van saliendo a la luz para completar un paisaje que Lena nunca había terminado de conocer y que va adquiriendo toda su perspectiva. Los que vivimos en la ciudad muchas veces olvidamos que en los pueblos todo se sabe y todo se recuerda, aunque esté dormido por el peso de los años. Y, sin que nadie lo espere, un oscuro suceso sacudirá a Tármino tras el funeral de Jonas y removerá hechos del pasado, algunos terribles, que quedaron sin resolver.
Aun siendo Lena quien narra todo, quien realmente carga con el peso del protagonismo es Jonas. Lo es: absoluto y en elipsis porque ya no está pero realmente está en todo. Un hombre al que, a través de los ojos de Lena y de las confidencias de sus amigos, iremos descubriendo y admirando y hasta empapándonos con la tristeza de su pérdida. Jonas no está sólo en Lena, en sus amigos, en los recuerdos. Jonas está en Tármino también en el hospital que fundó, en el cariño de sus gentes, en la casa familiar. Está en las películas que compartía con Lena, en las fotografías que ella le hacía, en las dos alianzas que, ahora, luce en su dedo anular, en la ausencia de su mano y su voz cuando se despierta por la noche.
Tármino no existe, pero sí existe Brihuega, nuestra Provenza de la Alcarria, aunque el nombre del pueblo sea lo de menos. En La memoria de la lavanda vamos descubriendo por encima de todo la historia de amor de Lena y Jonas y la profunda amistad que él mantuvo siempre con sus amigos. Descubriremos al hombre enamorado, al profesional comprometido, su sentido del humor, su pasión por la vida, la valentía con la que se enfrentó a la enfermedad que le devoraba. En realidad la novela es Jonas y lo demás, cada suceso, cada momento, trascienden a través de él. Lo mejor, desde mi punto de vista, es que Reyes Monforte que lo hace sin empalagar, sin almíbares excesivos, simplemente narrándolo con la calidez que merece. Personalmente, he disfrutado de forma especial trasladándome a Tármino, ese microcosmos lleno de vida y también de habladurías, de historias familiares, de secretos, de odios más o menos escondidos. Un pueblo como otro cualquiera, cierto, pero que en este libro se hace nuestro por completo y lo añoramos cuando partimos.
La memoria de la lavanda sabe tocarnos en las fibras más sensibles porque todos, de una manera u otra, hemos tenido que enfrentarnos a la pérdida de alguien amado. Cada uno intentamos gestionarlo a nuestra manera, pero podemos reconocernos en la mayoría de las reflexiones de Lena. Incluso en sus lágrimas y en su sensación de orfandad absoluta. Y también hay un poco de nostalgia, si me permitís la veleidad, o un mucho de añoranza porque alguien como Jonas hubiese tocado nuestra vida aunque fuese de refilón. El duelo de Lena acaba siendo también el nuestro. Sin embargo no puedo decir que La memoria de la lavanda sea una novela triste. Tiene su parte de tristeza, sí, pero también sabe mantener el interés, crear tensión, deseos de revelar y sacar a la luz lo que permanece detrás de las puertas.
Es posible que todos, alguna vez, queramos volver a Tármino. Y perdernos entre la lavanda.
LA AUTORA: REYES MONFORTE
Periodista y escritora, ha desarrollado buena parte de su carrera en el mundo radiofónico durante más de 15 años. También ha participado en programas de televisión de diferentes cadenas tanto como colaboradora como presentadora. En 2007 su libro Un burka por amor se convirtió en un gran éxito de ventas y tras él ha publicado Besos en la arena, La infiel o Una pasión rusa.
NUESTRO REFUGIO EN EL MUNDO AZUL
Han pasado poco más de dos meses de la muerte de su marido, Jonas, y Lena, aunque el mundo se le ha convertido en algo hostil, gris y terrible, decide que ha llegado el momento de cumplir la última voluntad de su amor y llevar sus cenizas a Tármino, el pueblo de su familia. Sabe que regresar allí va a despertar aun más los recuerdos y casi se siente incapaz. En Tármino continúa la que fue la casa familiar de él y que luego los dos hicieron propia. Las calles por las que pasearon. Los inmensos campos de lavanda perdiéndose en el horizonte. Los amigos de Jonas, tan cercanos y cómplices, tan parte de él también. Sólo existe una pieza suelta: Marco, el Zombi, el hermano de Jonas, por el que todo el mundo siente un profundo desprecio. Lena sabe que no va a perder ocasión de dar la nota incluso en un momento tan especial y doloroso como éste.
La memoria de la lavanda, narrada en primera persona por Lena, es la historia de ella y de Jonas. Su viaje a Tármino nos va a ir abriendo páginas de sus vidas en común. Pero lo hace sin un orden concreto, sin una sucesión lineal, al igual que nos pasa a nosotros cuando recordamos. Serán, en general, escenas puntuales, esbozos de momentos, pedazos de conversaciones. Como para mostrarnos cómo era pero sin permitirnos invadir del todo una intimidad que les pertenecía a ellos y a nadie más. Jonas, reputado cardiólogo, y Lena, fotógrafa profesional, formaban una pareja completa, cálida, sin fisuras. Ni siquiera la diferencia de edad (Jonas era más mayor que Lena) provocaba siquiera un arañazo en el bloque compacto que habían construído.
La llegada de Lena a Tármino provoca que sea aun más consciente de su soledad, aun cuando allí la espera Daniel, primo y mejor amigo de Jonas, por quien siente un inmenso cariño. Daniel es el sacerdote de Tármino y un hombre comprometido y cabal. Y allí también están Roberto, Hugo y Lola, Aimo, los amigos de siempre, su colchón para evitar caerse y los hombros en los que llorar si es necesario. Además llegará Carla a acompañarles, amiga de Lena y un pequeño terremoto mejicano al que a veces le fallan los filtros, pero que nadie puede negar su lealtad.
El festival de la lavanda de Tármino se va a producir también en esos días y el pueblo es una explosión de color y olor. La novela de Reyes Monforte es sumamente sensorial, no sólo por las descripciones de los campos de lavanda y del pueblo, sino por cómo nos va llevando hasta los olores de la panadería, a las comidas que preparan juntos, en la miel de Aimo, a la calma de la noche cuando Lena pasea sola, al silencio lleno de sonidos del campo; incluso al aroma de Jonas impregnado en la ropa de la que Lena no ha querido deshacerse y que la acompaña al dormir. Hasta las conversaciones que los amigos mantienen nos resultan acogedoras, como si nosotros también perteneciéramos a ese grupo unido y fiel.
No serán sólo los recuerdos y los tranquilos ratos de complicidad con los amigos los que irán brotando en la estancia de Lena en Tármino. El Zombi, el hermano de Jonas, buscará su minuto de gloria comportándose del único modo que sabe: siendo un perfecto miserable. Y en el idílico paisaje que es Tármino en aquellos días, las historias familiares, los viejos rencores, pequeños secretos, van saliendo a la luz para completar un paisaje que Lena nunca había terminado de conocer y que va adquiriendo toda su perspectiva. Los que vivimos en la ciudad muchas veces olvidamos que en los pueblos todo se sabe y todo se recuerda, aunque esté dormido por el peso de los años. Y, sin que nadie lo espere, un oscuro suceso sacudirá a Tármino tras el funeral de Jonas y removerá hechos del pasado, algunos terribles, que quedaron sin resolver.
Aun siendo Lena quien narra todo, quien realmente carga con el peso del protagonismo es Jonas. Lo es: absoluto y en elipsis porque ya no está pero realmente está en todo. Un hombre al que, a través de los ojos de Lena y de las confidencias de sus amigos, iremos descubriendo y admirando y hasta empapándonos con la tristeza de su pérdida. Jonas no está sólo en Lena, en sus amigos, en los recuerdos. Jonas está en Tármino también en el hospital que fundó, en el cariño de sus gentes, en la casa familiar. Está en las películas que compartía con Lena, en las fotografías que ella le hacía, en las dos alianzas que, ahora, luce en su dedo anular, en la ausencia de su mano y su voz cuando se despierta por la noche.
Tármino no existe, pero sí existe Brihuega, nuestra Provenza de la Alcarria, aunque el nombre del pueblo sea lo de menos. En La memoria de la lavanda vamos descubriendo por encima de todo la historia de amor de Lena y Jonas y la profunda amistad que él mantuvo siempre con sus amigos. Descubriremos al hombre enamorado, al profesional comprometido, su sentido del humor, su pasión por la vida, la valentía con la que se enfrentó a la enfermedad que le devoraba. En realidad la novela es Jonas y lo demás, cada suceso, cada momento, trascienden a través de él. Lo mejor, desde mi punto de vista, es que Reyes Monforte que lo hace sin empalagar, sin almíbares excesivos, simplemente narrándolo con la calidez que merece. Personalmente, he disfrutado de forma especial trasladándome a Tármino, ese microcosmos lleno de vida y también de habladurías, de historias familiares, de secretos, de odios más o menos escondidos. Un pueblo como otro cualquiera, cierto, pero que en este libro se hace nuestro por completo y lo añoramos cuando partimos.
La memoria de la lavanda sabe tocarnos en las fibras más sensibles porque todos, de una manera u otra, hemos tenido que enfrentarnos a la pérdida de alguien amado. Cada uno intentamos gestionarlo a nuestra manera, pero podemos reconocernos en la mayoría de las reflexiones de Lena. Incluso en sus lágrimas y en su sensación de orfandad absoluta. Y también hay un poco de nostalgia, si me permitís la veleidad, o un mucho de añoranza porque alguien como Jonas hubiese tocado nuestra vida aunque fuese de refilón. El duelo de Lena acaba siendo también el nuestro. Sin embargo no puedo decir que La memoria de la lavanda sea una novela triste. Tiene su parte de tristeza, sí, pero también sabe mantener el interés, crear tensión, deseos de revelar y sacar a la luz lo que permanece detrás de las puertas.
Es posible que todos, alguna vez, queramos volver a Tármino. Y perdernos entre la lavanda.