lunes, 21 de mayo de 2018

LA MEMORIA DE LA LAVANDA de Reyes Monforte

Qué complicado, qué doloroso es asumir la ausencia de quien ha sido todo tu mundo, cuando parece que ese mundo, sin su mano para acompañarte, ya no es más que una impostura. Que no existe. Que se ha vuelto hostil y frío. Quizá este podría ser, perfectamente, el resumen de esta novela aunque me quedaría corta y con todas las costuras sin coser. No he podido evitar recordar otro libro, La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero, una de mis mejores lecturas de los últimos años a pesar de lo que me arañó el alma y me la dejó hecha jirones. La memoria de la lavanda, aun tocando el mismo tema, lo envuelve, además, en una historia de amistad de años, de fidelidad, de familia, de hechos del pasado que han quedado sin resolver. Y es, también, una explosión de color y olores, como un canto a que la vida sigue y se abre camino aun cuando tú estés devastada por el dolor y la pérdida. Una novela que sabe acogerte y hacerte cómplice de lo que cuenta.

LA AUTORA: REYES MONFORTE


Periodista y escritora, ha desarrollado buena parte de su carrera en el mundo radiofónico durante más de 15 años. También ha participado en programas de televisión de diferentes cadenas tanto como colaboradora como presentadora. En 2007 su libro Un burka por amor se convirtió en un gran éxito de ventas y tras él ha publicado Besos en la arena, La infiel o Una pasión rusa.

NUESTRO REFUGIO EN EL MUNDO AZUL


Han pasado poco más de dos meses de la muerte de su marido, Jonas, y Lena, aunque el mundo se le ha convertido en algo hostil, gris y terrible, decide que ha llegado el momento de cumplir la última voluntad de su amor y llevar sus cenizas a Tármino, el pueblo de su familia. Sabe que regresar allí va a despertar aun más los recuerdos y casi se siente incapaz. En Tármino continúa la que fue la casa familiar de él y que luego los dos hicieron propia. Las calles por las que pasearon. Los inmensos campos de lavanda perdiéndose en el horizonte. Los amigos de Jonas, tan cercanos y cómplices, tan parte de él también. Sólo existe una pieza suelta: Marco, el Zombi, el hermano de Jonas, por el que todo el mundo siente un profundo desprecio. Lena sabe que no va a perder ocasión de dar la nota incluso en un momento tan especial y doloroso como éste.

La memoria de la lavanda, narrada en primera persona por Lena, es la historia de ella y de Jonas. Su viaje a Tármino nos va a ir abriendo páginas de sus vidas en común. Pero lo hace sin un orden concreto, sin una sucesión lineal, al igual que nos pasa a nosotros cuando recordamos. Serán, en general, escenas puntuales, esbozos de momentos, pedazos de conversaciones. Como para mostrarnos cómo era pero sin permitirnos invadir del todo una intimidad que les pertenecía a ellos y a nadie más. Jonas, reputado cardiólogo, y Lena, fotógrafa profesional, formaban una pareja completa, cálida, sin fisuras. Ni siquiera la diferencia de edad (Jonas era más mayor que Lena) provocaba siquiera un arañazo en el bloque compacto que habían construído.

La llegada de Lena a Tármino provoca que sea aun más consciente de su soledad, aun cuando allí la espera Daniel, primo y mejor amigo de Jonas, por quien siente un inmenso cariño. Daniel es el sacerdote de Tármino y un hombre comprometido y cabal. Y allí también están Roberto, Hugo y Lola, Aimo, los amigos de siempre, su colchón para evitar caerse y los hombros en los que llorar si es necesario. Además llegará Carla a acompañarles, amiga de Lena y un pequeño terremoto mejicano al que a veces le fallan los filtros, pero que nadie puede negar su lealtad.

El festival de la lavanda de Tármino se va a producir también en esos días y el pueblo es una explosión de color y olor. La novela de Reyes Monforte es sumamente sensorial, no sólo por las descripciones de los campos de lavanda y del pueblo, sino por cómo nos va llevando hasta los olores de la panadería, a las comidas que preparan juntos, en la miel de Aimo, a la calma de la noche cuando Lena pasea sola, al silencio lleno de sonidos del campo; incluso al aroma de Jonas impregnado en la ropa de la que Lena no ha querido deshacerse y que la acompaña al dormir. Hasta las conversaciones que los amigos mantienen nos resultan acogedoras, como si nosotros también perteneciéramos a ese grupo unido y fiel.


No serán sólo los recuerdos y los tranquilos ratos de complicidad con los amigos los que irán brotando en la estancia de Lena en Tármino. El Zombi, el hermano de Jonas, buscará su minuto de gloria comportándose del único modo que sabe: siendo un perfecto miserable. Y en el idílico paisaje que es Tármino en aquellos días, las historias familiares, los viejos rencores, pequeños secretos, van saliendo a la luz para completar un paisaje que Lena nunca había terminado de conocer y que va adquiriendo toda su perspectiva. Los que vivimos en la ciudad muchas veces olvidamos que en los pueblos todo se sabe y todo se recuerda, aunque esté dormido por el peso de los años. Y, sin que nadie lo espere, un oscuro suceso sacudirá a Tármino tras el funeral de Jonas y removerá hechos del pasado, algunos terribles, que quedaron sin resolver.

Aun siendo Lena quien narra todo, quien realmente carga con el peso del protagonismo es Jonas. Lo es: absoluto y en elipsis porque ya no está pero realmente está en todo. Un hombre al que, a través de los ojos de Lena y de las confidencias de sus amigos, iremos descubriendo y admirando y hasta empapándonos con la tristeza de su pérdida. Jonas no está sólo en Lena, en sus amigos, en los recuerdos. Jonas está en Tármino también en el hospital que fundó, en el cariño de sus gentes, en la casa familiar. Está en las películas que compartía con Lena, en las fotografías que ella le hacía, en las dos alianzas que, ahora, luce en su dedo anular, en la ausencia de su mano y su voz cuando se despierta por la noche.

Tármino no existe, pero sí existe Brihuega, nuestra Provenza de la Alcarria, aunque el nombre del pueblo sea lo de menos. En La memoria de la lavanda vamos descubriendo por encima de todo la historia de amor de Lena y Jonas y la profunda amistad que él mantuvo siempre con sus amigos. Descubriremos al hombre enamorado, al profesional comprometido, su sentido del humor, su pasión por la vida, la valentía con la que se enfrentó a la enfermedad que le devoraba. En realidad la novela es Jonas y lo demás, cada suceso, cada momento, trascienden a través de él. Lo mejor, desde mi punto de vista, es que Reyes Monforte que lo hace sin empalagar, sin almíbares excesivos, simplemente narrándolo con la calidez que merece. Personalmente, he disfrutado de forma especial trasladándome a Tármino, ese microcosmos lleno de vida y también de habladurías, de historias familiares, de secretos, de odios más o menos escondidos. Un pueblo como otro cualquiera, cierto, pero que en este libro se hace nuestro por completo y lo añoramos cuando partimos.

La memoria de la lavanda sabe tocarnos en las fibras más sensibles porque todos, de una manera u otra, hemos tenido que enfrentarnos a la pérdida de alguien amado. Cada uno intentamos gestionarlo a nuestra manera, pero podemos reconocernos en la mayoría de las reflexiones de Lena. Incluso en sus lágrimas y en su sensación de orfandad absoluta. Y también hay un poco de nostalgia, si me permitís la veleidad, o un mucho de añoranza porque alguien como Jonas hubiese tocado nuestra vida aunque fuese de refilón. El duelo de Lena acaba siendo también el nuestro. Sin embargo no puedo decir que La memoria de la lavanda sea una novela triste. Tiene su parte de tristeza, sí, pero también sabe mantener el interés, crear tensión, deseos de revelar y sacar a la luz lo que permanece detrás de las puertas.

Es posible que todos, alguna vez, queramos volver a Tármino. Y perdernos entre la lavanda.





martes, 8 de mayo de 2018

MI PECADO de Javier Moro

Tengo un amigo que es un gran entendido en cine. Sobre todo en cine clásico, en blanco y negro, en películas que ya ni se recuerdan por el paso del tiempo. Fue él quien me habló por primera vez de Conchita Montenegro, contándome que antes del desembarco de Sara Montiel, a quien muchos consideran la pionera española en Hollywood, ella ya brilló en el cine al nivel de las mejores. Al nivel de una auténtica diva, una estrella absoluta. Os confieso que esa es una de esas informaciones que suelo guardar en el disco duro de mi memoria (que a veces es una maldición por lo que es capaz de conservar) y jamás había vuelto a pensar en ello hasta que asistí a la lectura del veredicto del jurado del Premio Primavera de este año. La noticia de que el ganador era Javier Moro, su presentación de la novela y el dosier de prensa que nos facilitaron sacaron del cajón todo lo que estaba ahí guardado.  Mi pecado, título de la novela ganadora, era la historia de Conchita Montenegro. Y la historia de su éxito, su vida, sus amores y su ocaso.

Ese día Javier Moro me convenció de que estábamos ante un libro especial, lleno de anécdotas de aquella época dorada. La forma en que nos habló de ella nos enamoró a todos los presentes como ocurrió también, poco después, en la presentación oficial en el Círculo de Bellas Artes. Su pasión era patente y fácilmente contagiosa. Así que la he leído con muchísimas ganas. Y sí, es una historia apasionante, aunque con algunas cosillas que no han terminado de engancharme. Ahora os cuento con detalle.

EL AUTOR: JAVIER MORO


Periodista, escritor, historiador y antropólogo. es conocido por sus novelas ambientadas en paisajes exóticos con grandes dosis de historia. Colaborador en diversos medios y revistas especializadas de viajes, también ha trabajado en el mundo del cine como productor, aunque es la literatura a la que se dedica casi en exclusiva. Ganó el Premio Planeta en 2011 con El imperio eres tú y ha alcanzado gran éxito con novelas como Era medianoche en Bhopal y Pasión india.


AROMAS DE RECUERDO


La memoria olfativa, y es algo de lo que siempre he estado convencida, es la más poderosa de todas las memorias que poseemos. Un olor nos puede transportar a la infancia, a aquellas vacaciones que tanto significaron, a un abrazo especial, a casa de tus abuelos, a las noches en que no había relojes ni obligaciones. Mi pecado, título de esta novela, es el nombre de un perfume que Leslie Howard solía regalar a Conchita Montenegro mientras estuvieron juntos. Una relación intensa y clandestina, aunque terminase siendo un secreto a voces incluso para la esposa de Howard. Conchita guardó todos los frascos, ya vacíos, incluso después de que todo terminase. Como recuerdos envasados a los que acudir si era necesario.

Mi pecado es la historia, como os decía antes, de Conchita Montenegro. Una vida de la que apenas conocemos nada y que merece ser sacada a la luz. La vida de una jovencita que con apenas 19 años llega a Hollywood para ser actriz, acompañada de su hermana, y que consiguió hacerse un hueco por plantarle cara al mismísimo Clark Gable en un casting. En una época en la que las grandes productoras de cine tenían que grabar varias veces la misma película en diferentes idiomas porque no existía el doblaje, Conchita supo jugar sus cartas y a base de talento y de simpatía natural, conseguir jugosos contratos y no parar de trabajar.

Según vamos leyendo, descubrimos a una Conchita Montenegro sumamente moderna (incluso aprendió a pilotar avionetas), bellísima, con talento, independiente... pero con una fuerte necesidad interna de tener a alguien al lado. Se enamoraba con facilidad, aunque sólo fuese durante una semana, y de la misma manera sabía pasar página. Conoció a las grandes estrellas del cine estadounidense y mundial, a los grandes directores y productores, acudió a las mejores fiestas en las que corría el lujo y el derroche aunque el resto del mundo estuviese sacudido por una crisis global terrible. Europa veía cómo, sin remedio, llegaba II Guerra Mundial y España se encaminaba a nuestra terrible Guerra Civil, pero el Hollywood del momento brillaba y derrochaba sin medida.

Unida al numeroso grupo de actores españoles que en ese momento rodaban y vivían allí, se relacionó con Charles Chaplin y con Greta Garbo. Y conoció a Leslie Howard... de quien se enamoró por completo y con quien mantuvo una larga relación a pesar de que él estaba casado. Cierto que él ya había tenido (y tuvo después de Conchita) varias amantes. Y ese amor acabará por tener consecuencias años después, con Conchita ya viviendo en la España franquista, cuando nuestro país era un complicado tablero de ajedrez en el que jugaban nazis y fuerzas aliadas.


La novela comienza a principios de la década de los 40, cuando Conchita ya ha regresado a España ante la falta de trabajo en Hollywood y está rodando algunas películas aquí. Con una vida acomodada y prometida con un diplomático, la proyección de Lo que el viento se llevó despierta en ella los recuerdos y la pasión que sintió por Leslie Howard y, con ella, Javier Moro nos lleva a trece años antes, cuando Conchita Montenegro triunfaba y era admirada por millones de personas.

La novela de Javier Moro es un prodigio de documentación, de anécdotas, de detalles, la mayor parte de ellos absolutamente desconocidos. Nos pone ante los ojos a actores, escritores y productores que ya son clásicos y les da voz y movimiento, acostumbrados como estamos a verles sólo en fotografías. Mi pecado es la historia de Conchita Montenegro pero también de una época, de un modo de vida. Y, en la parte dedicada a su regreso a España, es el reflejo fiel de un país arrasado por una guerra civil, sin recursos, gris y anodino, en el que unos pocos disfrutaban de un nivel de vida vedado por completo al resto de la población. A lo que había que sumar las tensiones políticas de los dos bandos europeos, que trataban de atraer al gobierno de Franco: unos para que declarase su neutralidad total y otros para que se posicionase a su favor.

Narrada con una fluidez que delata su experiencia como escritor, Javier Moro nos va introduciendo en todos esos escenarios con facilidad. Las descripciones son muy visuales, por lo que no es complicado imaginar qué veía Conchita, qué comía, cómo se vestía, cómo eran los rodajes. Pero hay algo que he echado mucho de menos: más pasión. En muchos momentos parece que estamos asistiendo a un hermoso documental, perfectamente montado, lleno de color y de contenido, pero, quizá, frío. Hasta en las historias más apasionadas de Conchita con sus amantes o conquistas la narración es, simplemente, correcta. Puede que se nos cuente su desgarro o su ilusión, pero para mi gusto le falta intensidad. No puedo negar que, como lectura, es muy entretenida y que está llena de datos y detalles más que interesantes. Sin embargo me ha faltado más implicación. Un poco menos mirar desde fuera y más profundidad en los personajes, sobre todo en Conchita.

Es innegable su corrección, su fantástica manera de narrar, su estilo, pulido y brillante. Es sólo que he echado de menos que Javier se metiese más a fondo dentro de los personajes. Y eso hace que, en muchas situaciones, no haya conseguido empatizar con Conchita ni con Leslie Howard, por ejemplo, porque algunas de sus reacciones, al contarlas como vistas desde fuera, me han resultado frías, aprovechadas y buscando sólo un beneficio. Quizá, metiéndose más en la piel de ellos, esa sensación se hubiese minimizado. Pero, como os digo, esta es sólo mi opinión de un aspecto del libro. En general es una lectura muy interesante que viene llena de hechos históricos que merecen la pena ser conocidos.

A pesar de esta apreciación, creo que Mi pecado es una novela recomendable por todo lo que aporta para conocer una época y un mundo, el del cine de aquellos años, que hoy nos resulta absolutamente desconocido. Y por poner rostro a Conchita Montenegro, tan injustamente olvidada, y con una biografía apasionante.

El perfume de Mi pecado en, en general, atractivo y luminoso. Conocerlo merece la pena.