martes, 17 de julio de 2018

LA TRAGEDIA DEL GIRASOL de Benito Olmo

No es sencillo volver a la normalidad. O al menos a algo parecido a ella. Por fin he podido encontrar la concentración para retomar la lectura, para meterme en mi burbuja de historias y páginas y, gracias a ella, conseguir un refugio que tiene mucho de bálsamo curativo. Leo, sí, pero me está costando enormemente sentarme a escribir y reseñar, como si un peso invisible tirase de mí hacia el silencio, hacia dejar todas las páginas en blanco. Como si me hubiese quedado sin nada qué decir que no esté dicho ya. Y, sin embargo, quiero hacerlo. Me apetece hacerlo porque me ilusiona y me llena. Quizá por eso he decidido volver a mi actividad bloguera con la reseña de un libro muy especial para mí: La tragedia del girasol de Benito Olmo. Tuve el honor y la suerte de poder leer el manuscrito original casi un año antes de su publicación porque Benito así me lo pidió, regalo que siempre le agradeceré por la confianza, no sé si merecida, que me demostró. Nadie supo que lo estaba leyendo, guardé el secreto con fidelidad casi perruna, pero tuve la certeza de que estaba ante una novela que iba a dar mucho que hablar, como así ha sido y espero que siga siendo.

Cuando leí La maniobra de la tortuga, la anterior y primera novela con Manuel Bianquetti como protagonista, me atrapó cómo estaba narrada. Sin alardes innecesarios, sin grandes giros sorpresa en el argumento, sin golpes de efecto de última hora, pero con una historia sólida y solvente, absolutamente real. Y también absolutamente negra, con un toquecito de los clásicos del género, un fondo innegable de denuncia social y, sobre todo, un personaje principal de los que dejan huella. Como yo, muchos lectores de esa novela deseábamos una nueva entrega y aquí la tenemos.

LAS HOJAS QUEMADAS DEL GIRASOL


Hace un año que Manuel Bianquetti está sin trabajo y sin sueldo debido a la suspensión que sufre. Trata de buscarse la vida como detective privado pero apenas consigue encargos. El único que tiene por ahora es localizar a una prostituta llamada Regina y su carácter, ya de por sí complicado, se va agriando por momentos. Silva, su antiguo compañero de la policía, le ofrece participar como miembro de la seguridad privada de Carlos Ferraro, un poderoso y acaudalado empresario que visita Cádiz por unos días acompañado de su nuera Mary. A regañadientes y poniendo por delante su poco comvencional personalidad, acepta el trabajo. Lo que parecía una labor sencilla se complica cuando Ferraro es asesinado por un francotirador en el estadio Ramón de Carranza durante un partido de fútbol. Bianquetti sospecha desde el principio de que detrás de que ha sucedido hay mucho más y se propone sacarlo a la luz, aunque quizá esta determinación le acabe costando cara.

EL CIEGO SOL, LA SED Y LA FATIGA...


                  "Mantenga su rostro al sol y no verá la sombra. Es lo que hacen los girasoles"
                                                                                                                                    Hellen Keller

Muchas han sido las reseñas que se han publicado ya de La tragedia del girasol, señal de que el nuevo libro de Benito Olmo ha despertado interés y curiosidad. Y casi todas inciden en los mismos puntos:  que es una novela negra de corte clásico, el carácter irreverente de Manuel Bianquetti y la presencia de una "femme fatàle" de manual. Estoy de acuerdo con todos ellos, pero esta novela es mucho más. Hay un fondo oscuro tamizado por las nubes grises que cubren el cielo de Cádiz en muchas páginas, alejando la ciudad de su imagen soleada y llena de luz. Hay un dibujo preciso de lo que se mueve por debajo y a los lados de la sociedad. Y también una feroz crítica a la impunidad de los poderosos, a los que el dinero hace intocables aunque pisoteen todas las leyes.

Obviamente sí que hay algo de clásico en el fondo y en la forma de La tragedia del girasol. Una investigación, un protagonista con problemas personales que no cumple ni con las normas ni con los cánones del buen policía, crímenes, bajos fondos. Pero insisto en que eso es sólo el envoltorio de una trama muy bien elaborada en la que todo cuadra sin trampas y sin sacar conejos de la chistera a última hora. Como en La maniobra de la tortuga, Cádiz vuelve a ser el escenario de la novela. Pero no nos moveremos por sus playas ni por geografía más conocida, sino por lugares que están ahí y no solemos mirar porque no los queremos ver, como si la imagen conocida de esta ciudad fuese un decorado que oculta la desagradable parte trasera. En esta ocasión también visitaremos junto a Bianquetti restaurantes de lujo, urbanizaciones suntuosas a pie de playa y el mismísimo estadio Ramón de Carranza, pero incluso en estos casos estaremos viendo sólo el recargado telón que esconde todo lo demás.


Manuel Bianquetti sigue siendo el gigante con malas pulgas de la anterior entrega, pero acumulando dentro de sí más amargura y sensación de fracaso. Lleva un año suspendido de empleo y sueldo intentando ganar dinero a base de anunciarse como detective privado. Pero hablamos de Cádiz, una ciudad devastada por el paro y en la que contratar ese tipo de servicios es casi impensable. Bianquetti podría buscar nuevos cotos de caza, volver a Madrid... pero no lo hace. Cristina le ata allí sin cuerdas, sólo con su presencia, su cariño y su piel aunque sea incapaz de decirle cuánto le importa, lo que siente por ella. Bianquetti, en las malas, aguanta los golpes y se levanta una y otra vez de la lona pero se rinde sin remedio ante quien quiere. Tiene un código moral único y personal que puede ser aterrador, pero que cumple a rajatabla aunque también, al contrario que el Cádiz por el que transita, bajo su aspecto esconde lo mejor. No pide ayuda, no quiere que quienes le importan sepan lo que hace, pero quizá le convendría.

De nuevo la narración transcurre de forma lineal,  sin fuegos artificiales que oculten lo fundamental. Un argumento poderoso, más de lo que parece, en el que saca a la luz ese Cádiz que se esconde tras  las playas y el turismo; el de las calles oscuras en las que no entra el sol, el del paro, la prostitución, los descampados y los polígonos semiabandonados, el que cierra los ojos a la corrupción y al narcotráfico. Benito Olmo hace descripciones que en realidad se basan en simples percepciones pero que retratan a la perfección lo que nos quiere mostrar. Nos da dos pinceladas y lo demás vuela en la imaginación del lector. Es más que evidente en el contraste entre las zonas brillantes, lujosas y excesivas de los ricos y los barrios más humildes, como el de Manuel o el de Cristina. O los lugares por los que transita Regina, arrastrando una vida que no quiere pero de la que no puede escapar.

El amor también está presente, aunque de formas muy diversas. El que hace girar la trama es el amor que destruye, el que impide ver más allá del ser amado y mantiene preso a quien lo siente. El amor del girasol por el sol, como bien deja claro el título de la novela. Jamás dejará de mirarlo aunque se abrase y se consuma. Pero también está el amor de un padre por su hija perdida. El de una mujer por el marido muerto por una mala decisión y que no entiende los motivos ni los quiere entender. El del propio Bianquetti por su hija Sol y por Cristina, aunque la mayor parte de las veces no sea capaz de exteriorizarlo. Aquí podría hablar de esa mujer fatal, Mary, el sol que abrasa a quien pone sus ojos en él, toda belleza, frialdad y estilo, que sabe usar como nadie el mostrarse desvalida, pero que esconde un carácter y una determinación pétreos. Hasta a Bianquetti es capaz de convencerle para que, durante un tiempo, baile a su son. Personalmente siempre me llama la atención que este tipo de mujeres sean capaces de derribar hasta a los hombres más curtidos, cuando lo cierto es que se las ve venir de lejos. Puede que sea, como decía un buen amigo mío, puritita envidia. Y de la mala.

El estilo de Benito Olmo muestra, en esta novela, una clara evolución con respecto a la anterior. Para mi gusto ha mejorado sustancialmente su manera de narrar. Marca perfectamente el "tempo" de la acción con capítulos cortos que mantienen de forma constante el interés del lector, sabe ir haciendo crecer la tensión pero sin retorcer el argumento. Mide de maravilla hasta dónde puede llevar las escenas más violentas para que sean reales y no caer en el "gore" ni en el exceso y las cuenta, además, de un modo muy visual. Hay mucho más oficio de escritor en La tragedia del girasol: no chirría ni un solo engranaje. No caigamos en el error de pensar que por escribir de manera fluida y sencilla, sin perderse en circunloquios, esta novela está poco elaborada: todo en ella está calculado y trabajado al milímetro. No hay problema si no habéis leído La maniobra de la tortuga, esta novela puede leerse de forma independiente. Dije en su momento que Benito Olmo y Manuel Bianquetti habían llegado para quedarse en el panorama de la mejor novela negra patria y hoy son una poderosa realidad. Dejadles que os seduzcan, os aseguro que va a ser toda una experiencia.