viernes, 8 de septiembre de 2023

LA DUEÑA de Isabel San Sebastián

 A veces da un poco de vértigo echar la vista atrás y contemplar los siglos que nos preceden. Para mí, que siempre he sentido una fascinación especial por conocer cómo eran las cosas antes, incluso antes del antes, por falta de imágenes suelo refugiarme en los dibujos que se hacen de ellas, en las recreaciones acerca de cómo pudo ser tal catedral o tal ciudad (Rodrigo Costoya, querido, la tuya de Santiago de Compostela aún me resuena en el alma), en los mapas antiguos... pero ¿qué pasa cuando no queda apenas nada de todo esto y solo la Historia y su relato surgen como únicos testigos? Pues queda la novela histórica, por ejemplo. Y queda la capacidad de sus autores para conseguir poner de pie y ante nuestros ojos una sociedad, unos hechos y unos personajes que nos recreen lo que fue el momento que nos pretenden contar. Que saquen a reyes, batallas, pueblos y gentes de todo tipo y condición de las páginas de los libros, con todo el encorsetamiento que allí tienen, para darles vida, hacer que hablen, que se muevan, que sientan. Conseguir que la imagen en sepia que tenemos de ciertos paisajes y lugares deje de ser una postal polvorienta para llenarlos de vida. Nunca es fácil, supongo. Pero hoy os traigo un libro que lo consigue.

Isabel San Sebastián se ha propuesto el reto de novelar la Reconquista. Ocho siglos tremendos, terribles, marcados a fuego, con un enemigo común pero también con luchas entre cristianos. Un periodo de construcción, lenta y trabajada, sobre las ruinas de lo que fue y cayó con estrépito. En La dueña nos lleva hasta el siglo XI, un momento tan complicado como fundamental, en el que la desintegración del califato de Córdoba y la llegada de los reinos de taifas favorece el empuje cristiano hacia el sur. Repoblar las zonas que van quedando vacías es una necesidad tanto logística como poblacional. Y es aquí donde surge Auriola de Lurat, la protagonista de esta novela. ¿Nos damos un paseo hasta entonces?

RECUERDA LO QUE FUIMOS

En el año 1069 casi todo el territorio peninsular está inmerso en luchas y batallas. Los musulmanes, una vez caído el califato de Córdoba y convertidos sus territorios en una pléyade de reinos de taifas, parecen haber perdido parte de su poderío. Los cristianos, también divididos en diferentes reinos, no solo combaten a quienes invadieron su tierra, sino que se enfrentan entre ellos. Auriola, que vive en tierra de frontera, expuesta a todos los peligros, cuenta a su nieto, Diego, la vida de su abuelo Ramiro, que cayó luchando junto a su rey, el rey de León, contra el de Navarra. Auriola, desde que quedó viuda, se encarga de proteger y administrar la tierra que le fue otorgada a su esposo, de cuidar su hogar y también de mantener la memoria del legado familiar.

Pero la vida de Auriola tiene mucho que mostrar. Desde su Lurat natal, llegó a la corte de Pamplona para servir como dama de compañía de la hermana del rey Sancho III, Urraca, prometida del rey Alfonso V de León. Su periplo vital la llevará posteriormente de León y a la tierra de frontera, al lado de su esposo. En Pamplona será testigo de las muchas intrigas palaciegas que recorren, a media voz o a gritos, las estancias de la corte. Pero también conocerá el amor en Ramiro, con quien comenzará una nueva vida. Ahora Auriola intenta que su nieto sea consciente de todo lo que le antecede, del peso de su linaje y de lo que ello supone en su vida.

La dueña es un homenaje a la labor silenciada y callada de las mujeres de la época, capaces de hacerse cargo de familia, hacienda y tierras mientras sus esposos estaban guerreando o cuando estos morían. A su capacidad de trabajo y sufrimiento, a cómo transmitían los recuerdos y tradiciones a sus hijos y nietos. Mucho se ha hablado de la transmisión oral en aquellos siglos, en los que la mayor parte de la población no sabía leer, y mucha de ella estaba en las memorias de las mujeres, que jamás dejaban de recordar e inculcar a los suyos quiénes eran y lo que llevaban detrás. Mujeres fuertes a las que, en muchas ocasiones, les tocaba padecer lo peor de la guerra, pero que supieron estar a la altura.

Y, al hilo de lo que os decía al principio, Isabel ha conseguido que, a través de su narración, estemos allí. Que nos sintamos dentro tanto de la corte y su día a día, como en la vida más común de los pueblos. Cómo eran las viviendas, las ropas, las rutinas. Incluso los olores que inundaban el ambiente. Es una suerte de inmersión en la época, como si al abrir las páginas del libro abriésemos una puerta al pasado para mirar desde allí. En La dueña hay muchos personajes históricos como Sancho el Mayor, Fernando I de León, Al-Mutamid, rey de la taifa de Sevilla, Alfonso VI, Urraca... todos ellos dejan de ser figuras hieráticas en códices o estatuas para llenarse de vida. Y aunque jamás podremos saber cómo hablaban o cómo pensaban, lo hermoso de la recreación histórica en la novela es lo naturales que resultan.

Auriola, la protagonista central, se erige como una figura sólida, creíble, consciente de su papel y de sus responsabilidades. A través de ella, de su nieto y de las vicisitudes que les toca vivir, seremos testigos de cómo la guerra y los grandes conflictos afectan a gentes de todo tipo y condición y, sobre todo, se ceban con los más débiles. A pesar de ello, Auriola hace todo lo que está en su mano por preservar la memoria de su esposo y de la familia, porque realmente es lo que le queda: el orgullo de su linaje y que este no se pierda con el olvido.

Estamos ante una novela intensa que narra con buena mano la crudeza de una época muy compleja. Pero también es un relato lleno de emoción y toda una aventura en la que el coraje, la familia y el honor están siempre en primer plano. Nos sentiremos muy cerca de Auriola y también viviremos episodios históricos importantes como espectadores de excepción. La dueña tiene todo para que el lector se apasione y viaje con la imaginación. Para recordar que lo que entonces fuimos nos ha traído hasta aquí. Os la recomiendo.


lunes, 4 de septiembre de 2023

LA PRIMERA MESTIZA de Carmen Sánchez Risco

 


Mestizaje. Siempre me ha parecido una palabra bonita. Supongo que porque, dentro de ella, contiene lo mejor de, al menos dos cosas: dos razas, dos estilos, dos narrativas... Siempre que la escucho recuerdo, con la misma emoción que entonces, el precioso discurso que Alan Pitronello dio cuando recibió el Premio Ciudad de Úbeda de Novela Histórica, con el que a más de uno de nos escapó una lagrimita. Alan, chileno pero viviendo en España, hizo todo un homenaje a lo orgulloso que se sentía de hablar y pensar en español, de la herencia cultural, pero, sobre todo, del mestizaje. La unión de culturas y razas que tanto nos engrandeció y que fue un hecho único y enriquecedor, tan diferente al modo anglosajón de arrasar con todo lo que se les ponía por delante. Carmen Sánchez Risco, a quien tengo la fortuna de conocer, ha elegido hablar, en su primera novela, de una mestiza de "pata negra", la hija de Francisco Pizarro y la princesa inca Quispe Sisa, hermana de Atahualpa: Francisca Pizarro Yupanqui. 

Carmen nació en Trujillo, cuna de los Pizarro, y la imagen cincelada en piedra del rostro de Francisca, en el Palacio de la Conquista, la ha acompañado siempre. Como la curiosidad por ella. Y en esta novela vamos a conocerla bien, a descubrir su infancia, su juventud, sus matrimonios, su vida tanto en Lima como en España. Una mujer fuerte e inteligente que unía en sí misma la sangre de dos mundos y que tuvo que enfrentarse al dolor, a las pérdidas y a las conjuras, pero que dejó un legado inolvidable. Pasad, quiero que la conozcáis.

TODAS LAS SANGRES REPOSAN EN TI

En Madrid, en 1597, Francisca Pizarro Yupanqui comienza a escribir el relato de lo que ha sido su vida. Ella fue la primera mestiza noble del Perú, una mujer sabia e inteligente que aunaba en sí misma la fuerza de dos continentes y dos imperios. Con apenas siete años tuvo que escapar de Lima junto con su hermano, después de vivir el brutal asesinato de su padre, Francisco Pizarro. La llegada del primer despótico y cruel virrey del Perú, que echó abajo todo lo conseguido por su padre, hace que Francisca decida comenzar una guerra muy personal para recuperar lo que por derecho le pertenecía. Toda su peripecia vital nos es contada con un brillante lujo de detalles hasta su llegada al Madrid de Felipe II, donde se convierte en una dama de gran influencia y que siempre busca su libertad y proteger lo que ama y a los que ama. Tuvo que madurar a marchas forzadas para recomponer su vida y su identidad.

La novela de Carmen Sánchez Risco nos transporta a una época apasionante para contar una vida más apasionante aún. La historia de Francisca Pizarro es también la historia de lo que empezó siendo un choque de culturas y de pueblos poderosos (el inca y el español) y que devino en una unión no solo de mundos, sino también de sangres. La vida de Francisca Pizarro es una vida de claroscuros, de subidas y bajadas, de batallas, intrigas y luchas de poder, pero también, como se nos describe brillantemente en la novela, es el relato de la cotidianeidad de las mujeres tanto incas como españolas, cada una con sus tradiciones, sus ritos y sus oraciones y de todas las dificultades con las que se encontraban.

La novela arranca en Madrid en 1597, un año antes de la muerte de Francisca. Es ella la que narra en primera persona su propia historia. Se ha convertido en una mujer muy rica y poderosa en la corte de Felipe II. Su relato es una suerte de confesión dirigida a quienes la lean en tiempos venideros, para que  cuenten con todos los argumentos para juzgarla con equidad. A lo largo de las páginas somos conscientes de la doble perspectiva de Francisca como mujer: por un lado lleva con orgullo el apellido Pizarro y, por otro, la estirpe imperial inca corre por sus venas. Ambas facetas son importantes y fundamentales y por ellas lucha, así como para recuperar lo que por derecho le pertenece.

La parte de la infancia de Francisca en el Perú nos lleva a una maravillosa ambientación sobre cómo vivían los incas; el paisaje, la organización social y política, sus costumbres...hasta sus recetas. La convivencia entre incas y españoles transcurre con bastante tranquilidad y la vida cotidiana, especialmente la de las mujeres, está fantásticamente reflejada. Allí siempre la selva como fondo de escenario y el dibujo de las calles de las ciudades en Perú y en España, tan diferentes pero tan conectadas. Francisca va a ir creciendo siendo testigo de importantes hechos de la Historia, aunque ella no los vive como tales, y desde bien pequeña se ve rodeada de traición y drama. A su lado, otras mujeres fuertes que la ayudan en su camino: su madre Quispe, su tía Inés, las indias Nuna y Shaya, Catalina...todas tratan de protegerla desde la infancia y todas le dejan un poso inolvidable. Esa unión y ayuda entre mujeres es fundamental en la novela. El apoyo de su abuelo Contarhuacho es también fuerte, a pesar de la distancia.

Fue esposa primero de su tío, Hernando Pizarro, un matrimonio que buscaba defender a toda costa el patrimonio de los Pizarro, y, tras enviudar años después, se casó con Pedro Arias Portocarrero. Acabo convirtíendose en una mujer única y fascinante, inteligente, apasionada y de una gran nobleza moral, pero creo que lo más hermoso de la novela es cómo vamos a mirar a través de los ojos de Francisca para sentirnos tanto rodeados de la vida en Perú y empaparnos de la cultura inca, como a caminar con ella en la España del siglo XVI

La primera mestiza es una gran novela, que sorprende por sus matices, sus descripciones, sus personajes, que nos hace conocer y descubrir, que nos muestra las diferencias entre culturas pero también cómo se entrecruzaron. Y, sobre todo, que nos permite escuchar a Francisca Pizarro en primera persona, entenderla, ir de su mano a lo largo de su vida para conocerla bien. Merece mucho la pena prestar atención. Os aseguro que se quedará en vuestra memoria.



lunes, 31 de julio de 2023

GLADIADORAS de Juan Tranche

Amanece. Aún no es muy evidente, pero he aprendido a distinguir estos matices de gris que van borrando la oscuridad de la noche. Me gusta esta hora, cuando el tiempo parece detenido y ningún sonido turba la tranquilidad de la sala. Me sigue resultando profundamente curioso estar aquí. No reconozco lo que me rodea, ni siquiera los olores que me llegan me recuerdan a nada. Recordar...eso es casi lo único que hago aunque, durante varias horas al día, me distrae mirar como gentes extrañas se paran delante, me contemplan con interés y pasan de largo. Hombres y también muchas mujeres; incluso niños que escuchan a adultos en un idioma que no entiendo. A veces pronuncian mi nombre y el de mi rival, que permanece frente a mí agarrando fuerte la espada y manteniendo la actitud de fiero desafío que tuvo aquel día. No sé si ella ve lo que yo veo. Pocas veces cambia el gesto de su rostro. Pero aún no es de día, aún me queda tiempo para volver a viajar con la memoria...

En el siglo II de nuestra era, Roma sigue siendo el imperio más poderoso sobre la tierra y una ciudad que lo tiene todo. Lo mejor y lo peor. La brillantez de sus monumentos y avenidas contrasta vivamente con la oscuridad de sus calles menos afortunadas, esas en las que viven los más pobres y las gentes más peligrosas. Es ahí donde, desde hace un tiempo, varias prostitutas han sido asesinadas. No hay sospechosos, pero tampoco hay una voluntad real de investigar. A nadie importan. Solo un hombre, un abogado, Valerio Iucundo, quiere buscar la verdad y encontrar a los culpables. De buena posición y una labrada reputación, vive con sus dos hijas, Valeria y Domicia, a las que trata de educar en el conocimiento y la libertad. 

En Nicomedia, lejos de la gran urbe, Helena y su abuela viven como esclavas en el hogar del procónsul Catilio Severo. Ambicioso y con el deseo de volver a Roma al precio que sea, va a recibir la visita de Adriano, el césar. Sabe que es la mejor oportunidad para conseguir a lo que aspira, pero nada sale bien. Tampoco para Helena, que verá como Antinoo, su amado, es seducido por el césar y apartado de su lado. El nuevo destino al que se ve obligado Catilio Severo le obliga a deshacerse de sus esclavos que son vendidos y arrastrados, en un terrible viaje, hasta Halicarnaso.

La esposa de Adriano, Vibia Sabina, permanece en Tibur sintiéndose cada vez más sola y con el dolor de haber perdido dos hijos antes de nacer. Es consciente de que no tiene el cariño de su esposo y su corazón apenas soporta ya tanto desprecio y desamor. Aunque el destino acabará poniéndole delante la posibilidad de resarcirse.

Era tan hermoso y yo le amaba tanto que su partida me rasgó el alma de arriba a abajo. Los augurios le vaticinaban un futuro de riquezas y vida plena, pero cómo dolió que Antinoo, mi Antinoo, ni siquiera echase la vista atrás para mirarme. El suplicio y las humillaciones vividas en aquel terrible viaje a Halicarnaso solo fueron arañazos, en comparación. A veces he intentado sacar de su mutismo a mi rival, a Achilia. ¿Tú amaste? ¿Te amaron? ¿Conociste la pasión, el calor del abrazo más íntimo? Jamás me contesta y su silencio es ensordecedor.

Spiculus abrió el camino. En su primera novela, Juan Tranche nos sumergió en la historia de dos amigos que acabaron enfrentándose en el circo y también en el mundo de la gladiatura. Y ahí, aunque no las viésemos, estaban las gladiadoras. Que las hubo, aunque su legado haya quedado desdibujado por el tiempo y la Historia. Con Gladiadoras, Juan alarga sus pasos, lanzándose hacia adelante con una trama bien elaborada, unos personajes que se quedan en la memoria y una recreación fantástica del mundo romano, tanto de la vida en la ciudad como lo que ocurría en los ludus, los lugares donde se entrenaba y formaba a los gladiadores. Nos muestra una Roma de contrastes, un coloso con los pies de barro en cuyos barrios más pobres se esconde lo peor de la sociedad. Ello le sirve para crear una línea paralela a la historia principal en la que se producen varios crueles asesinatos de prostitutas a las que dejan con el rostro desfigurado y en cuya investigación se implicará Valerio Iucundo.

Sus hijas, Valeria y Domicia, a pesar de su juventud, tienen las ideas muy claras. Son valientes y capaces de enfrentarse a cualquiera. A ambas, especialmente a Valeria, les apasionan los combates de gladiadores: la lucha, la destreza, el esfuerzo... pero su condición de mujer y su pertenencia a la clase alta les cierra las puertas para poder dedicarse a ello. Helena no pudo elegir, pero sí decide qué hacer con lo que le ha llegado. Vibia Sabina optará por la astucia para reivindicarse.

Y es que los personajes de Gladiadoras, todos, están vivos, son creíbles y sólidos. Cada uno con sus defectos y virtudes, pero sobre todo capaces de los sentimientos más intensos. Podemos identificarnos con muchas de sus reacciones o pensamientos, sentir su dolor o su rabia, su pena, admirarnos con la complejidad de sus personalidades, vivir con ellos todos los matices del amor: el que se perdió, el que la vida nos arrebató, el que llega como un regalo del destino, el de un padre a sus hijas, el que se ansía y no se consigue, el que nos puede llevar a lo peor.

Sin duda estamos ante una novela de mujeres fuertes. Mujeres que, a pesar de romperse y de sufrir dolor, desprecio, negación o los tormentos más inimaginables vuelven a levantarse y a plantar cara a la vida para conseguir lo que desean. Mujeres que tienen en común que, en algún momento de sus vidas, algo las arrojó al infierno y tuvieron que encontrar valor y coraje para salir de allí, enfrentarse a sus miedos y pelear para vencerlos

Eso sí lo recuerdo bien. La arena, los gritos de la gente que poblaba las gradas, el sol arriba, en lo alto, como si quisiera asomarse también para no perderse el espectáculo. Aquel combate marcó un antes y un después en Roma, pero también nos marcó a nosotras, ¿verdad Achilia? Sé que puedes oírme, que tu silencio es solo para acrecentar el castigo de tu odio. Aquí estamos, con nuestros cascos en el suelo, mirándonos frente a frente. Te reconozco, Achilia, Veo en tus ojos la misma determinación que hay en mi espíritu, aunque su origen sea muy diferente a la que a mí me impulsa. 

La ambientación que Juan Tranche ha hecho de la época es espléndida. No solo nos hace caminar por el trazado de las calles romanas y sus vericuetos más sórdidos. También nos ofrece los resultados de una documentación exhaustiva sobre cómo se ventilaban los juicios públicos en Roma, algunas fórmulas de belleza de las mujeres, recetas, cómo se organizaban los banquetes, el trato a la servidumbre, la organización del hogar o las normas que, en determinados momentos, regían en el imperio. Hasta cómo curar las heridas. Nos regala una inmersión total, en la que podemos sentir el tacto de las telas, los olores, el alboroto de las calles. Vuelve a hacernos un dibujo muy detallado de cómo eran los combates en la arena del circo y cómo entrenaban quienes se enfrentaban en ellos. Y encontramos un par de guiños a su anterior novela, Spiculus, en dos de los personajes, como buscando la complicidad de sus lectores.

Obviamente, destaca por encima de todo el conocimiento que tiene sobre la gladiatura, cómo se llevaban a cabo los combates, las armas que portaban los gladiadores, sus defensas, sus tácticas. Y lo hace sin lanzarnos un manual del tema a los ojos, introduciéndolo en la acción con gran naturalidad. 

Gladiadoras es una gran novela que esconde mucho más de lo que, a priori, puede parecer. Tiene momentos duros, de los que erizan la piel. Pero también hay lugar para la ternura, el honor, el amor, la pasión, la venganza, la familia, la intriga. La lucha por la supervivencia. La amistad. Sin duda estamos ante una de las grandes historias que la literatura nos deja este año y, estoy segura, también ante un escalón más (y muy brillante) en la prometedora carrera de Juan Tranche. Vividla. La recordaréis durante mucho tiempo.

En ocasiones me invade la sensación de que mi paso por la vida solo fue una sucesión de dolor y esclavitud. Pero aquí, erguida frente a quien supo estar a la altura, he tenido tiempo para comprender que también hubo momentos hermosos. Que amé y me amaron. Que encontré un motivo para seguir adelante. Que lo que soñé se cumplió. Ojalá alguno de quienes pasan contemplándonos cada día quiera conocer lo que se esconde detrás de la piedra cincelada que nos acoge a Achilia y a mí. Tenemos tiempo. Nos queda toda la eternidad.


lunes, 10 de julio de 2023

SACAMANTECAS de Vic Echegoyen

 

En los últimos años, el premio Wilkie Collins de Novela Negra que organiza MAR Editor me ha deparado estupendas sorpresas, principalmente por la originalidad de las novelas ganadoras, que se salen por completo de los parámetros habituales del género. Vaya por delante que, últimamente, la novela negra está sufriendo un proceso de hibridación muy notorio. Esta es una opinión muy personal, claro. Lo de las etiquetas nunca me ha gustado mucho y me convence menos, pero, como ya he mencionado en alguna ocasión en este blog, si se cumpliesen los parámetros estrictos de lo que es realmente una novela negra canónica, en España solo la escribiría Juan Madrid. Creo que este mestizaje enriquece el género, que cada vez tiene las fronteras más permeables y permite la "invasión" o la cohabitación con otros, como la histórica, la ciencia ficción o la romántica. Sea como sea, hay uniones con resultados realmente buenos y otros no tanto, pero ese ya sería tema para un post un poco más serio. De esos sesudos que generan controversia.

Este año, el premio Wilkie Collins ha recaído en la novela Sacamantecas, de Vic Echegoyen, autora de carrera reconocida y premiada en el campo de la novela histórica. Su último título de ese género, Resurrecta, tuvo una muy buena acogida tanto de crítica como de público. Me sorprendió el veredicto del jurado, lo confieso sin ambages, porque no veía a Vic como autora de novela negra y no estaba muy convencida respecto a lo que podría haber en sus apenas 231 páginas. Pero para todo hay una primera vez y ahora, ya terminada, he de decir que me he encontrado con una historia distinta por completo a lo que suele ser más habitual y que me ha llevado al universo que ha creado en ella sin ninguna dificultad. Y me mola, caramba, me gusta que me zarandeen y me lleven por caminos insospechados. Acompañadme, que os cuento.

"DE TODOS MODOS, ¿QUÉ ES UNA PERSONA MENOS EN LA FAZ DE LA TIERRA?" - TED BUNDY

Maté a los tres años de edad: ese fue el principio.

Con esta frase arranca Sacamantecas, narrada en primera persona por su protagonista, una mujer que nació con instinto asesino y que va dejando muchos muertos a su espalda sin que nadie sospeche de ella. Los primeros años de su vida transcurren en un pueblo de la sierra de Madrid, aún alejado de la gran urbe pero con la certeza de que más tarde o más temprano será absorbido por ella. Estamos en un futuro no demasiado lejano, pero sí lo suficiente para que la sociedad haya cambiado. La familia de nuestra protagonista, compuesta por sus padres, un hermano mayor y una hermana pequeña a la que jamás ha tolerado y a la que secretamente teme, tampoco es demasiado normal. Balti, el hermano mayor, tiene una especial habilidad para meterse en problemas y para "desaparecer" a los amigos que va haciendo, hasta que él mismo cae en uno de sus peligrosos juegos. Esto supone un punto de inflexión para todos: su madre se niega a aceptar la realidad y ella se sumerge cada vez más en su propio mundo, en el que no tienen cabida ni el ruido, ni la compañía ajena. Solo los libros le aportan refugio.

Es consciente de lo que hizo. De lo único que se arrepiente es de que se equivocó de objetivo. Y repetirá sin que nadie piense, ni por un instante, que ha sido ella porque, de cara a todos, es alguien muy normal y que, aparentemente, no causa problemas. Incluso, tras terminar su etapa escolar, consigue un trabajo con un fotógrafo. El pueblo comienza a agobiarla y decide mudarse a la capital para unos cursos que la faciliten entrar en la administración. Allí consigue la soledad que tanto ansiaba y el anonimato deseado, pero poco a poco su instinto se despereza y, a su alrededor, las muertes comienzan a sucederse. Especialmente de niños.

Los amantes de las etiquetas quizá podrían bautizar a esta novela como un thriller de ambientación distópica, aunque ese último aspecto lo vamos descubriendo a través de la propia narración de la protagonista: la descripción del sistema educativo o de la tecnología que, incluso, se ha enseñoreado de quienes ofrecen un mundo mejor repartiendo folletos; el Madrid al que llega, que nos resulta tan conocido como ajeno. Me ha gustado mucho ese aspecto que, en cierta manera, me recordaba un poco, salvando las distancias, a lo que hacía Asimov en sus cuentos: todo parece igual a lo actual, pero va introduciendo detalles, hechos o noticias que nos van empapando en la realidad de ese futuro que ha creado. Un futuro hostil, oscuro, clasista y deshumanizado que se hace realidad en un Madrid en el que hay zonas a los que muchos no pueden acceder y otras que no pasan de ser inmensos suburbios, sometido a una burocracia agigantada y lenta que se ha convertido en una suerte de monstruo de mil cabezas.

Una característica que es "marca de la casa" de Vic Echegoyen es escribir sin adjetivos, lo que me parece todo un brillante ejercicio de contención en su estilo. ¿Os lo habéis planteado alguna vez? No hablo ya de los epítetos, que casi se agotan en sí mismos (ya sabemos que la hierba es verde, no hace falta reiterarlo), sino de todos aquellos que adornan a los sustantivos para ayudarnos a crear una imagen. No los he echado de menos ni una sola vez, de hecho he tenido que releer algunas páginas para ser consciente de ello. Decía Munshi Premchand que la belleza no necesita adornos, pero qué complicado es a veces no caer en la necesidad de explicaciones.

El discurrir de los pensamientos de la protagonista nos hace acompañarla en cada uno de sus pasos y hace que, constantemente, nos preguntemos si nació ya con una tara que le impele a matar (y que, posiblemente, también tenía su hermano mayor) o si lo que la rodeaba la fue moldeando y haciendo crecer la simiente del asesinato en su interior. Hay críticas muy feroces en Sacamantecas a la política y a los medios de comunicación, esos que buscan la noticia más escabrosa posible y opinar sobre ella con tal de conseguir audiencia. También hay detalles que gotean melancolía, como el cine, casi en ruinas, en el que proyectan películas clásicas que la protagonista encuentra por casualidad y en el que se siente como en casa. 

Es curioso y a veces un poco inquietante "escuchar" el pensamiento de alguien como ella, que no muestra ninguna empatía ni arrepentimiento. Que justifica lo que hace cargada de razones. Igualmente resulta fascinante que Vic Echegoyen no se recreé en ningún momento en el modo de matar de la protagonista, pero consiga que de todas maneras nos recorra un escalofrío. Hay algunos puntos de humor de marcada ironía que, a pesar de todo, nos sacan una sonrisa. Y es que lo que empezó por un empujón, acaba convirtiéndose en su modo de vida. Sus estudios y las prácticas la ayudan a irse borrando a sí misma y a seguir desapareciendo para el mundo. Sin embargo, dentro de ella hay algo que se va rompiendo sin que sea consciente. También va a tener que padecer su particular bajada a los infiernos.

Sacamantecas es una novela que obliga a pensar acerca de la naturaleza humana, no solo la de la asesina que la protagoniza. Y también nos hace plantearnos qué estamos haciendo en nuestro presente. A dónde vamos. Qué estamos construyendo. Hasta qué punto estamos narcotizados por la tecnología y nuestros puntos de vista contaminados por las consignas que se nos repiten. Merece mucho la pena caminar junto a su protagonista y tratar de comprender lo imposible. Creo que uno de los grandes méritos de Vic es que en ningún momento sentimos odio o desprecio por una asesina en serie. Es posible entender por lo que pasa; en ocasiones, casi compartimos sus motivos, especialmente cuando nos muestra lo que se esconde detrás de ciertas caras sonrientes y modales de revista.

Si buscáis una lectura diferente y que sepa sorprenderos, no dudéis en dejaros caer dentro de las páginas de Sacamantecas. Que no os despiste esa portada con cierto toque "steampunk", porque lo que hay dentro poco tiene de victoriano o de retrofuturista. Creo que es un acierto que los ojos de la mujer que hay en ella estén tapados: no es fácil dibujar el abismo que nos lleva de cabeza al mal.




lunes, 3 de julio de 2023

LAS HORAS CRUELES de Marto Pariente

 Mi librero de cabecera y buen amigo, José Carlos, me convenció una tarde de sábado para ir hasta Guadalajara, ya que presentaba libro en un sarao de novela negra nuestro admirado Juan Ramón Biedma. Llegamos con tiempo, me propuso cafetito y me dijo que venía a tomarlo con nosotros un autor que él conocía y que si no había leído su libro, ya estaba tardando. Quien llegó fue Marto Pariente, que acababa casi de publicar La cordura del idiota, y a quien yo había visto en Getafe Negro en una mesa hablando de su novela anterior, Una bala para Riley. Me pareció un tipo estupendo, nos reímos una barbaridad en aquel café y a los pocos días me llegó su "cordura", de la que me enamoré sin remedio. Pocas veces una novela catalogada de "negra" me ha hecho soltar carcajadas como ella y eso que lo que cuenta no es precisamente para reírse. En todo este tiempo ha ido perfilando una historia diferente, pero que mantiene su esencia. Su fichaje por Espasa requería más páginas y, por lo tanto, más trama. El salto era considerable. Sé de primera mano lo que ha tenido que trabajar, los cambios que ha tenido que hacer, el vértigo de recomenzar todo porque no le convencía. Pero Las horas crueles, finalmente, fueron lo que él quería y aquí están, para deleite de quienes le admiramos.

A diferencia de La cordura del idiota, que es, como Marto suele repetir, puritito rock and roll, Las horas crueles se desarrolla con más calma, aunque manteniendo bien tirante la cuerda de la tensión. Hay varias tramas paralelas que acaban entrecruzándose, personajes (principales y secundarios) muy distintos a los que estamos acostumbrados, bastante crítica a ciertos sectores, un toque de leyenda y folclore y unas desapariciones nunca resueltas. Un buen cóctel, ¿verdad? Pues vamos a paladearlo.

LOS MONSTRUOS NO MUEREN. PUEDEN MATARSE, PERO NO MUEREN - RICK RIORDAN

A Tomás Moreda le bautizaron en su día como "el monstruo de la Tejera Negra". Acusado de haber matado a sus hijos y haberse desecho de sus cuerpos, ha pasado cerca de treinta años en la cárcel. Y ahora, una vez fuera, huye para salvar su vida. En la encrucijada de dejarse matar o saltar al vacío, elige la segunda. Días después, Abraham Constanza llama a la puerta de la oficina de Frank Durán, un expolicía sin licencia que se dedica, aunque no debería, a pequeños trabajos de investigación, especialmente en infidelidades. Cada vez menos, es verdad, pero los cuernos le han ayudado a comer en los últimos tiempos. Constanza es el padre de una chica que desapareció, un caso que Frank vivió desde dentro como policía y que le llevó a su expulsión. Le ofrece trabajar en su organización, dedicada a investigar las desapariciones para las que la policía ha tirado la toalla o que, por el motivo que sea, no se las tiene en cuenta.

Frank no tiene nada que perder porque ya lo ha perdido todo, así que acepta. Pero, al no tener licencia, deberá trabajar con Eliana Santoro, una mujer como poco peculiar, que alterna la verborrea más caótica con los silencios incómodos y que también arrastra una historia personal llena de cicatrices. Su primer caso será la desaparición de Tomás Moreda, denunciada por su madre. La investigación les llevará desde las partes más oscuras de Guadalajara a los pueblos casi abandonados de la Sierra Norte de la provincia. Y poco a poco se irán dando cuenta de que la desaparición de Tomás Moreda es solo el último capítulo, hasta el momento, de algo mucho más sombrío y aterrador.


Debe ser terrible que te acusen de matar y hacer desaparecer a tus hijos y no recordar nada. A eso se agarró Tomás Moreda desde su detención, pero las pruebas y las certezas de la policía dijeron otra cosa. Su madre siempre ha estado convencida de que su hijo no mentía y, gracias a ella, Frank y Eliana empiezan a encontrar pequeños hilos de los que tirar. Como os decía antes, los personajes de Marto Pariente no se parecen a ningún otro. Sí parece ser norma de la casa que se muevan de dos en dos, contrapesándose o complementándose (incluso en la torpeza), tanto los "buenos" como los "malos". En el caso de los protagonistas, ambos llevan mochilas muy pesadas que les revientan el alma por las costuras, heridas, recuerdos y ausencias que les lastran, pero juntos, aunque les cueste un mundo al principio, trabajan bien. 

Méndez, el antiguo jefe de Frank y que sigue velando por él a pesar de todo; Constanza, con toda su historia de dolor acumulado personal a la espalda; Samael, el verdadero monstruo de la historia, que carga con el peso de la redención ajena y el castigo a los impuros; Chuso y Chema, los matones de saldo capaces de lo que sea, pero no especialmente listos; los Lázaro, empeñados en echar tierra sobre el asunto Moreda aunque tengan que llevarse por delante a quien haga falta; María Isabel, Oso y Lolo, que regentan un camping medio ruinoso y que conocieron a Moreda... Todos ellos componen un puzle en el que las piezas van apareciendo, aunque no sean sencillas de encajar. 

También Marto introduce críticas muy aceradas hacia los medios de comunicación, capaces de lanzarse sobre la carroña de lo que consideran "un buen caso" y ningunear muchos otros y que acaban embarrándolo todo. Incluso encontraremos referencias y situaciones que nos llevarán a sucesos bien conocidos por todos. Hay también una seria llamada de atención ante las desapariciones, muchas de las cuales pasan totalmente desapercibidas y otras sobre las que se pone el foco mediático hasta que se agota y, entonces, solo quedan el silencio y las preguntas sin respuesta. El paisaje de la Sierra Norte de Guadalajara se nos muestra con toda su belleza, aunque, en ocasiones, esa belleza llegue preñada de peligro.

No es Marto un autor que se prodigue en descripciones detalladas. Suelen bastarle unas pocas pinceladas para dibujarnos de forma precisa a cualquiera de sus protagonistas. Serán los hechos que vivan o sus recuerdos los que conformarán el retrato. Para Frank y Eliana, cada paso que dan en la resolución del caso Moreda, les va sacando de esos refugios que se han creado pensando que les protegen: a Frank, de la terraza en la que ve pasar los trenes; a Eliana, del fondo del vaso que la hace olvidar sus peores recuerdos.

Las horas crueles es una novela que te va atrapando en su tela de araña casi sin que te des cuenta. Lo que parece una investigación menor sobre un desaparecido que no importa a nadie más que a su madre, se va enredando hasta un punto que llegas a pensar si Marto será capaz de cerrar bien cada una de las puertas que ha abierto. Y no solo lo hace con brillantez, sino que te deja el regusto de los finales redondos y bien cocinados. Incluso empiezas a sentir una especial curiosidad por Islandia y los modos de llegar allí. Leedla y sabréis el porqué. ¿Venís a cazar monstruos?

 


martes, 20 de junio de 2023

EL QUEBRANTAHUESOS de Blas Ruiz Grau

 Si hay algo que le reconozco a Blas Ruiz Grau es su capacidad de trabajo. Su manera de sobreponerse incluso a los peores días, a que la inspiración no llegue, a la falta de sueño, a tener que borrar varias páginas de un plumazo. Trabajo, trabajo y trabajo. Hace unos años quiso cumplir su sueño y ser escritor y, desde entonces, ha pasado de autoeditado o publicar con una gran editorial, ha ido dejando atrás algunos complejos y ripios de principiante y ha conseguido que su narrativa sea cada vez más sólida. Cierto es que el estilo "Ruiz Grau" es muy particular, nada canónico y que, en ocasiones, aún (supongo que por su modo de pensar, que viaja a más velocidad que sus manos en el teclado) le hace cometer pequeños errores que cada vez son menos. Su personaje fetiche, Nicolás Valdés, como Blas, ha ido cambiando con el tiempo y, en la novela que hoy os traigo, El Quebrantahuesos, no solo ha de enfrentarse a sus demonios profesionales y personales, sino también con los familiares y los que se alojan en los recuerdos de los que quiso alejarse y ahora vuelven para explotarle en la misma cara. Esta vez nos vamos a la sierra de Madrid, a Caedes, que es el pueblo y el pasado de Nicolças Valdés. Como ocurre siempre que volvemos a los lugares de infancia y juventud, todo es igual pero también todo es diferente. O quizá es que somos nosotros los que regresamos con otra mirada, esa que se nos queda cuando el filtro de los recuerdos se cae con estrépito.

LA VIDA SERÍA IMPOSIBLE SI TODO SE RECORDASE

Años atrás, Nicolás Valdés se alejó por completo de su pueblo natal para centrarse en su carrera. Ni siquiera su fiel compañero, Alfonso Gutierrez, tiene noticias de esa parte de su vida. Una extraña llamada de su madre le avisa de que se ha cometido un crimen allí y, desde ese momento, sabemos y sentimos que la relación entre ambos es algo más que tensa. Nicolás tratará de quitarse de encima la responsabilidad que su madre le ha arrojado sobre los hombros, pero al final la curiosidad gana al malestar. Su presencia en Caedes será como agitar un avispero. La Guardia Civil, encargada del caso, no ve con buenos ojos la presencia de Valdés y Alfonso en el pueblo y menos que nadie Irene, amiga de juventud de Nicolás, y que ahora pertenece al instituto armado. 

Al conocer que la víctima también era conocida suya, decide implicarse en la investigación, lo que le lleva a tener que lidiar de muchas maneras (y con bastante tirantez) con las autoridades locales. Solo obtendrá cierto apoyo de la juez Pacheco. Los habitantes de la zona han comenzado a a recordar la historia de una criatura asesina que retoma sus crímenes cada cuarenta años: el Quebrantahuesos. Y muchos están convencidos de que, de nuevo, habrá una orgía de sangre y muerte. Pero ¿qué hay de verdad en esa leyenda? ¿Realmente hay una presencia que decide matar cada cuarenta años? ¿O la leyenda le está viniendo muy bien a alguien para sus crímenes?

Lo que da de sí un pueblo pequeño, ¿verdad? Siempre he sostenido que los peores crímenes y los odios más enconados se dan en lugares así, en los que las ofensas se heredan aunque ya no se recuerden los motivos. El asesinato de Sandra, novia de Bruno, muy conocida en Caedes, supone una convulsión en la pacífica vida de sus habitantes. Y la llegada de Nicolás termina por rematar la faena. He de confesaros que Nicolás Valdés no es santo de mi devoción. Sé que, en cierto modo, es lo que pretende Blas: mostrarnos a un tipo brillante en su trabajo, pero con la empatía de una piedra caliza y a quien se estrangularía con gusto en cuanto hubiese ocasión. Nicolás se marchó de Caedes sin mirar atrás, sin despedirse, sin una explicación ni a familia ni amigos y claro, verle de vuelta con toda su aura de triunfador (allí llegan las noticias, saben de sobra de sus éxitos policiales) hace que se le reciba de uñas. Y él no colabora a suavizar el golpe, porque en todo momento se erige en protagonista, toma decisiones, manda, da su opinión aunque no la pidan. Se salta a la torera el tema de las competencias en la investigación y, encima, se pone estupendo. ¿Que puede tener razón? Seguramente, pero su actitud no abre muchas puertas.


En el pueblo, Valdés se reencuentra con su familia. Con su madre la relación es especialmente complicada y tensa y poco a poco iremos descubriendo los motivos. También sus amigos de juventud aparecen, con sus vidas, sus problemas y lo que quieren contar o lo que no y, aunque hay momentos en que todo parece reconducirse, el reproche a Nicolás en evidente: nadie entiende cómo fue capaz de largarse y olvidarse de todo y de todos. Esta es una seña de identidad de Valdés: en el momento en que las cosas no salen como él quiere (o cuando se le lleva la contraria) pone tierra de por medio. Recuerdo haberle comentado a Blas, con motivo de las entregas de la Saga del No, previas a esta novela, que el que de verdad necesitaba un estudio y tratamiento psiquiátrico es el propio Nicolás. Y lo mantengo, pero mis motivos para afirmarlo son demasiado extensos para detallarlos aquí, otro día hablamos. 

La presencia del mal en un entorno rural y aparentemente tranquilo y la supuesta certeza de que una criatura mitológica y sedienta de sangre acecha en la oscuridad están en la base de la novela. Pero Valdés y el resto de las autoridades están convencidos de que detrás del Quebrantahuesos hay alguien muy real. Los capítulos en los que el asesino se erige en protagonista, explicando cómo se siente, su impulso asesino, sus motivaciones o cómo lleva a cabo sus planes le dan a la trama una perspectiva diferente: la de cómo el mal puede estar en nosotros mismos.

A lo largo de las páginas de El Quebrantahuesos iremos siendo testigos no solo de los crímenes que se cometen; también de los recuerdos de Nicolás, de lo que pasó para se marchase, del papel de su padre en la vida de Caedes, de los miedos comunes y las certezas personales, de la metodología científica y forense, de cómo los hechos del pasado nos marcan, del peso de la tradición y las leyendas, de los lazos familiares y la responsabilidad que a veces conllevan. Esta novela es un paso más en la maduración del estilo de Blas Ruiz Grau y aunque sigue sacándose más de un conejito de la chistera, el resultado está perfectamente cerrado. Todo tiene una explicación y un porqué y, como en toda novela de misterio que se precie, los giros inesperados van a estar ahí hasta el final.

Seguro que este verano sois muchos los que pasáis alguna temporada en el pueblo de vuestros mayores o en el que disfrutabais cuando erais pequeños. Un buen momento para coger El Quebrantahuesos al caer la tarde o en la tranquilidad de la siesta y disfrutar de una novela muy entretenida y que sorprende. Y quizá para que os preguntéis si aquello que os contaban sobre los sonidos del bosque cercano la noche de San Juan o lo que se esconde en el fondo del embalse puede ser verdad. ¿Os atrevéis a descubrirlo?


miércoles, 14 de junio de 2023

LA CARRETERA de Cormac McCarthy



Nunca he tenido muy claro de dónde viene esta vena mía de sentir auténtica atracción por los escenarios postapocalípticos. Me fascinan de un modo intenso. Quizá porque en ellos ya no eres lo que eras, ya no hay lo que había y el olvido es casi dueño y señor de todo. Sí, los protagonistas de estas historias recuerdan, pero los recuerdos son como fotografías en blanco y negro que se van difuminando por efecto del tiempo y su contenido casi deja de tener sentido. También me apasionan narraciones y películas de  desastres y cataclismos, sean naturales o provocados. Incluso, por muy malas que sean, esas cutrecillas de invasiones extraterrestres con mala baba que lo dejan todo convertido en un erial.

Llegué a “La carretera” por un profesor de literatura de mi hijo mayor, que estaba empeñado es descubrirles lecturas diferentes. Es un libro extraño al menos, con una manera de narrar distinta y una forma de presentar los diálogos que a veces es casi descarnada. Desde luego no es una novela que guste a todos y provoca sentimientos encontrados: o te entusiasma o no te gusta en absoluto, pero jamás te deja indiferente. Ni frío. Pero frío es lo que destila cada una de las páginas, un frío gris, sucio, inclemente y aterrador. Quizá lo mejor sea caminar nosotros también en La carretera para entender ese mundo desolado que Cormac McCarthy dibujó con maestría.

 

EL AUTOR: CORMAC MCCARTHY

 
Nacido en 1933 en Providence pero criado en Knoxville (EEUU), su padre era abogado y tuvo una educación católica y bastante conservadora antes de ingresar en la universidad. Pasó unos años en el ejército del aire de Estados Unidos sin haber terminado sus estudios. Muy influido por William Faulkner escribió su primera novela, El guardián del vergel, en 1965, con una ambientación muy rural. Tres años después publicó La oscuridad exterior, que mezcla algunos toques góticos con un “western” casi crepuscular.

Su tercera novela tuvo que esperar hasta 1973, Hijo de Dios. En ella el estilo es ya más directo, muy áspero pero con una gran intensidad lírica y una atmósfera inimitable, como es seña de identidad también en La carretera. Meridiano de sangre, en 1985, da una vuelta de tuerca más a su incursión en el “western” más sucio y brutal protagonizado por un grupo de pistoleros que se dedican a exterminar indios. Cormac cambió de registro completamente con Todos los caballos bellos en 1992, ya que la novela puede considerarse romántica, y con la que ganó el National Book Award.

En 2005 publica No es país para viejos retomando de nuevo ese estilo de “western” crepuscular, que tan buenas críticas había cosechado, en la que el asesino a sueldo que la protagoniza es absolutamente aterrador. Ya en 2006 llega La carretera, por la que ganó el Premio Pulitzer, en la que narra la historia de un padre y un hijo en un mundo devastado. También ha probado suerte en el teatro, aunque con menos éxito. En 2013 Ridley Scott estrenó El consejero, protagonizada por Michael Fassbender, en la que Cormac había escrito el guión. Se acusó a Scott de no haber entendido la filosofía de Cormac ni a sus personajes y la película pasó casi sin pena ni gloria. 
 

FRÍA Y GRIS DEVASTACIÓN

 

El mundo, tal y como lo conocemos, ha desaparecido. Un apocalipsis del que nada se nos cuenta ha convertido el planeta en un páramo gris y helado, en el que los ríos no tienen vida, la vegetación ha muerto y los pocos supervivientes que van quedando se arrastran buscando cómo seguir vivos un día más. La mayoría están solos o en pequeños grupos, intentando encontrar comida y refugio. Pero muchos se han unido en grupos brutales que han optado por el canibalismo como modo de vida.


Camino al sur, un padre y un hijo caminan siguiendo la carretera. Confían en que, al borde del mar, las cosas irán mejor. Ambos sólo se tienen el uno al otro pero tratan, sobre todo, de no perder su humanidad. Huyen a veces. Se alegran otras con pequeñas alegrías inesperadas. A menudo tienen miedo y siempre el frío les muerde la carne. El amor del padre por su hijo y la devoción de éste por su padre son lo único cálido que vamos a encontrar.

LOS RELOJES SE PARARON A LA 1:17


“Al despertar en el bosque en medio del frío y de la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo.”


García Márquez dijo en una ocasión que lo más difícil de una novela era escribir la primera frase, que lo demás saldría más fácilmente. Con estas tres comienza La Carretera, presentándonos la realidad en la que viven los protagonistas, un padre y su hijo pequeño, exactamente como ellos la ven. Tenebrosas tinieblas. Días grises. Frío y oscuridad. A pesar de semejante escenario La carretera es completamente adictivo, emocionante, distinto, único, desasosegante, duro y luminoso dentro del escenario gris y deprimente que nos presenta. Puedo asegurar que La carretera me llegó dentro como un impacto duro pero potente como pocos. Fue capaz de darme imágenes tan vivas, de transmitirme sentimientos tan intensos, que pude sufrir el frío mordiente y crudo que los protagonistas llevan calado hasta los huesos. He podido estremecerme con sus miedos, con cada paso que daban en pos de un posible futuro mejor, de un lugar donde vivir a pesar de que la esperanza parece tan lejana como el centro de la Vía Láctea. La relación entre el padre y el hijo, dentro de un universo hostil y peligroso, es tierna y cómplice. Sólo se tienen el uno al otro y eso es lo que les da fuerzas para continuar.



El mundo que conocemos ya no existe. Un cataclismo ha asolado la humanidad dejándola convertida en un universo gris, inhóspito y desolado. En el libro no se cuenta el origen de ese cataclismo ni qué es exactamente lo que ha ocurrido. La única referencia a ello es que “Los relojes se pararon a la 1.17. Un largo tijeretazo de claridad y luego una serie de pequeñas sacudidas.” Y en otro momento, como de soslayo, dice que esa noche “vieron arder ciudades a lo lejos”. Cuando sucede el desastre el hombre se halla junto a su mujer, embarazada. Pocos días después, ya sin luz eléctrica, ni agua, ni suministros de ningún tipo, el niño viene al mundo sobre la cama de sus padres.

Cuándo y cómo decidieron echar a andar hacia el sur no se nos muestra, pero debía ser la única opción posible. A través de los recuerdos del hombre sabremos que empezaron a seguir la carretera, como única vía de escape, los tres. Pero ahora la madre ya no está con ellos y el recuerdo de lo que ocurrió con ella aparecerá como un fantasma. Hay una enorme tristeza en esos párrafos, una sensación de soledad desgarradora. Hombre y niño la recuerdan de formas distintas, pero igual de intensas; una imagen de lo que tuvieron y se perdió. 

Los dos siguen, tiempo después, caminando por la carretera hacia el sur. Buscan calor, lugares con vida, comida, futuro. Llevan todas sus pertenencias en un carrito metálico de supermercado, incluso juguetes que le gustan al niño. Cubiertos con capas y capas de ropa sucia y ajada que ya casi ni les abriga, los pies tapados con zapatos destrozados y ajenos y envueltos en harapos. Pero siguen adelante, día tras día. Cuando cae la noche, se alejan de la carretera para acampar escondidos. Huyen de cualquier otra presencia humana pues la experiencia les ha enseñado que no puede esperarse nada bueno de ellos. Algunos se han vuelto caníbales, otros matan a quien se encuentran en su camino sin mediar palabra. 


Todo es gris y negro a su alrededor. Abrasado antes de estar helado. La capacidad del autor para describir infinidad de matices en ese gris roza la maestría. Las noches se convierten en una negrura insondable, no hay nada que ofrezca ni el más ligero destello. Cuando empieza a nevar, la nieve también es gris. El sol, cubierto eternamente de nubes oscuras, es sólo un recuerdo olvidado. Los ríos no tienen vida, los campos están muertos, los pueblos que encuentran a su paso son ruinas abandonadas y arrasadas por el caos que se produjo tras el cataclismo. Cuando consiguen llegar a una playa, el mar tiene la apariencia del mercurio y ya no alberga nada en su interior. Incluso el aire que respiran es veneno, cargado como está de cenizas. Ambos llevan máscaras hechas con trapos, pero el hombre, aunque lo oculta a su hijo, se ahoga por la tos y escupe sangre cada vez más a menudo.



“Una hora después estaban sentados en la playa contemplando el horizonte cubierto de niebla tóxica............ En la arena de la caleta que había más abajo hileras como caballones de pequeños huesos entre las algas. Más allá los costillares blanqueados por la sal de lo que podían haber sido reses. En las rocas una escarcha de sal gris. Soplaba el viento y unas vainas secas correteaban por la arena y se detenían y volvían a correr.”


Es difícil describir mejor y con menos palabras la desolación. 


El hombre lleva una pistola con sólo dos balas. Y sabe muy bien qué hará con esas balas si llegase el caso. Pero siempre le asaltan las dudas de si será capaz de acabar con la vida de su hijo: le ve tan frágil, tan desvalido, tan delgado que su única obsesión es ponerle a salvo de todo. Habla con él razonablemente, sin eludir las respuestas a las dudas del pequeño pero tratando de adaptarlas a lo que él pueda entender:


“¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos, papá?
No mucho.
¿Eso cuánto es?
No lo se. Quizás un día más. Tal vez dos.
Porque es peligroso.
Sí.
¿Crees que nos encontrarán?
No, no nos encontrarán.
Podrían encontrarnos.
No, seguro que no nos encontraran.”


Los diálogos no llevan los consabidos guiones al principio de cada frase, pero son sencillos de seguir, sin artificios, sin adornos. A veces el hombre es duro con el niño, pero siempre es para ponerle a salvo, para protegerle aunque cuando el pequeño deja de hablarle, enfadado por su dureza, hace lo imposible para que vuelva a dirigirle la palabra. Es como si no soportara aumentar la soledad que les rodea con el silencio de su hijo. 


Hay detalles de una ternura especial, como cuando el hombre encuentra una lata llena de Coca Cola y se la da al niño. El pequeño no sabe lo que es, jamás ha visto o bebido algo semejante y se sorprende de que tenga burbujas y de que le hagan cosquillas en la nariz. O cuando encuentran un bunker de supervivencia en el jardín de una casa completamente intacto, lleno de comida, ropa y camas y el primer deseo para cenar del niño son peras, porque es la primera lata que ha visto al bajar. Incluso existe esa ternura cuando siente lástima de otros humanos con los que se cruzan y quiere ayudarlos de algún modo, a pesar de que su padre le insiste en que no es buena idea.


Por supuesto, no pienso destrozaros los detalles de la novela ni su final, creo que es algo que merecéis descubrir vosotros. Pero si de algo estoy segura es de que os impresionará más de lo que podáis pensar antes de empezar sus páginas, porque a mí me ha ocurrió. Las frases cortas, directas y tremendamente emotivas que Cormac McCarthy utiliza para narrar el viaje del padre y su hijo hacia un futuro y un lugar que no saben si existen son fascinantes. Te convierten en un espectador privilegiado de un mundo que podría ser el nuestro si por un azar todo se va al garete. Y muchas veces sufres la impotencia de no poder ayudar a los protagonistas. O, al menos, de no poder abrazarles como consuelo. 


“El hombre se volvió y le miró. Estaba sumamente concentrado. El hombre pensó que parecía un triste y solitario niño huérfano anunciando la llegada al condado de un espectáculo ambulante, un niño que no sabe que a su espalda los actores han sido devorados por los lobos”

“Sólo sabía que el niño era su garantía. Y dijo: si él no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca.” 

No, no hay ninguna errata ni falta la coma. Los pensamientos no tienen signos de puntuación.