jueves, 29 de agosto de 2019

ANTES DE LOS AÑOS TERRIBLES de Víctor del Árbol

Con las novelas de Víctor me pasa siempre, al menos en lo que a las últimas publicadas se refiere. Es tal la expectación que levanta con el anuncio de sus obras y, posteriormente, con la publicación que todo a su alrededor se convierte (y con razón) en una explosión de alegría, de comentarios, de opiniones, de frases entresacadas de sus páginas. Confieso que me cohibe y suelo esperar a que baje un poco la marea para contemplar mucho mejor el horizonte. Como cuando vas a ver amanecer en la playa y en la arena solo estáis tú y las gaviotas poniendo la banda sonora: parece que el sol sale exclusivamente para ti. Algo así.

Este mes de agosto he podido dedicarle la calma que merece. Porque Antes de los años terribles necesita leerse metiéndote en sus páginas y, más que nunca, dejando que la historia que contiene se vaya filtrando poco a poco hasta conseguir que todo tú seas campo abonado y fértil para comprender y entender. Para terminar levantando la vista y darte cuenta de que las cosas no son como creías saberlas, que tras el decorado que levantan los periódicos y los informativos la realidad es inmensamente compleja y dura. Que somos afortunados, a pesar de todo, por poder levantarnos cada mañana sin preguntarnos hacia dónde tenemos que seguir huyendo.

Quiero ser fiel a la petición que Víctor del Árbol nos hizo en la presentación de esta novela en Madrid: no contar lo que hay dentro de ella. Dejar que cada lector la haga suya sin interferencias. Solo una pequeña introducción que nos abra ligeramente la puerta a un camino que debemos transitar solos. Confío en ser capaz de ello.

"UNA VEZ QUE EMPIEZA, EL SUFRIMIENTO DEL HOMBRE NO CONOCE LÍMITES" 


Isaías Yoweri tiene un taller de bicicletas en Barcelona, una pareja, Lucía, a la que ama y un hijo al que le quedan pocos meses para nacer. No necesita más para ser feliz, aunque hay pesadillas y recuerdos de fuego y muerte que le acosan. Originario de Uganda, un lugar que prefiere no recordar a menudo, recibe la visita de un antiguo conocido que le ofrece volver para dar su testimonio en un encuentro que se va a celebrar sobre la reconciliación histórica en su país. Volver significaría enfrentarse de nuevo a todos sus demonios y a un pasado terrible, pero quizá sea la manera de mirar a los ojos al niño que fue y perdonarse por fin. 

A partir de aquí, como decía antes, la historia de Isaías será la de cada lector que llegue a ella, no es necesario contar más. Solo dejar que te cale y te cambie.

Tengo la sensación de que, a veces, cuando leo, una parte de mi cabeza va por libre y ciertos pensamientos se van quedando enredados en lugares inesperados. Leyendo Antes de los años terribles se me repetían en bucle unos versos de Miguel Hernández: "¿Quién salvará a este chiquillo / menor que un grano de avena? / ¿De dónde saldrá el martillo / verdugo de esta cadena?". Pero incluso el niño yuntero del inmortal poeta, a pesar de nacer ya "como la herramienta, a los golpes destinado", tendrá algún recuerdo que le hará feliz. El calor de su madre, los juegos con algún amigo, en dulce especial en su cumpleaños. Ese es uno de los mensajes que Víctor del Árbol ha querido dejar en las páginas de su novela: que la infancia es la patria de cada uno, un lugar al que volver para encontrar refugio cuando la vida se vuelve dolor y caos. Incluso cuando te la arrancan de cuajo y el niño que eres deja de existir.

Sí, Antes de los años terribles habla de los niños soldado. Del terror impuesto por Joseph Kony que sigue teniendo terribles secuelas. De los enfrentamientos entre tribus y etnias en Uganda. Pero sobre todo es una poderosa llamada de atención que nos zarandea de arriba a abajo cuando, leyéndole, somos conscientes de que en realidad no sabemos nada de lo que allí sucede. Que cuando hay una hambruna o un espanto de muertes miramos hacia allí unos días y lanzamos campañas, proclamas, mensajes de sms buscando recaudar dinero para vacunas y alimentos. Pero pasa el impacto inicial y volvemos a girarnos hacia cualquier cosa brillante que nos llame la atención, satisfechos de nuestra solidaridad, mientras cambiamos de canal. Allí se quedan el sufrimiento, la enfermedad, las guerras, el llanto y la desesperación. Tenemos otras cosas en las que pensar.

África no es una postal ni el idílico paisaje de los safaris para ricos. Es un continente que se desangra mientras el resto del mundo mira para otro lado. Solo somos conscientes cuando esa realidad nos llega en barcos, en pateras, en olas de rostros desdibujados por el horror que huyen de la muerte. Cualquier cosa que encuentren aquí será un pequeño paraíso comparado con lo que dejan a su espalda. Pero nosotros nos quejamos. A veces arrugamos nuestra nariz desde nuestra supuesta superioridad. La novela de Víctor abre los ojos a quien quiera ver (que de todo hay) poniendo ante esas mismas narices lo que preferimos no ver.

Pero Antes de los años terribles es también una historia de recuerdos felices, esos que son capaces de crearte una burbuja de alegría cuando caes en ellos. Cada uno de nosotros, incluso quienes han (hemos) vivido una infancia dura y triste, somos capaces de encontrar rincones de felicidad en ella, aunque solo sea ese rato jugando en un pasillo soleado mientras oyes la radio de tu abuela. Es, de igual modo, una historia de amor a la familia, a los hermanos, a los amigos de verdad. De amor de adolescencia y amor maduro. De amor mal entendido también. De la necesidad de protección.

Por encima de todo, y esta es únicamente mi opinión personal, es un relato de cómo podemos ser capaces de adaptarnos a lo que nos llega, aunque sea lo más espantoso que podamos imaginar. De cómo cuando nos lo quitan todo, cuando somos más vulnerables que nunca, aceptamos el cobijo y las palmadas en el hombro de quien nos ha llevado hasta allí, porque nos convence de que ya no tienes a nadie más. Y porque, sobre todo cuando eres niño, necesitas con desesperación una familia o lo más parecido a ella.

Habiendo leído todos los libros de Víctor de Árbol que ha publicado hasta la fecha, el salto hacia adelante en madurez narrativa y en intensidad que ha dado con esta novela es enorme. Creo que es la historia que siempre había querido contar y que se quedaba en algunos capítulos y personajes de otras de sus novelas, esperando su oportunidad. Parece que, por fin, ha conseguido arrancársela del alma para hacerla visible y que nosotros, leyéndole, tomemos conciencia de una realidad despiadada que existe aunque no queramos verla. Si todas las historias de Víctor te dejan un poso difícil de olvidar, esta, además, te sacude la conciencia y te cambia muchas perspectivas que creías firmes certezas. Porque, en realidad, no sabemos nada (ni nos interesa) de lo que hay detrás de esa piel negra que nos ofrece un collar en la playa. No sabemos por qué está aquí, delante de nosotros, quitándonos el sol. Merece la pena pararse a pensar un momento  qué cosas habrá vivido, qué fantasmas le siguen rondando, qué desesperación le ha llevado a terminar caminando por la arena arrastando kilos de quincalla. Después de leer Antes de los años terribles me he dado cuenta de que, ahora, sí me lo pregunto. Todas las posibles respuestas duelen, pero son necesarias.

Esta es la historia de Isaías Yoweri, de Joel Chango, de Lawino y de tantos y tantos hombres y mujeres de África que sufrieron y siguen sufriendo espantos que ni siquiera podemos imaginar y que son capaces de reinventarse y renacer. De volver a vivir agarrándose fuerte a las raíces de su infancia en forma de recuerdos felices, los que sean. Personalmente me ha dado la vuelta con fuerza en mi modo de ver muchas cosas. Quizá por eso, hace unos días, no pude evitar una sonrisa cómplice compartida con un niño africano que, sentado junto a su madre en el Cercanías (ella con uno de esos vestidos tan de su tierra, lleno de estampados casi imposibles), con la noche ya cerrada, acariciaba como un tesoro un librillo de colorear y una pequeña caja de pinturas. Tenía las deportivas ajadas y la camiseta acumulaba mil lavados y le quedaba grande, pero parecía tan feliz que eso era lo de menos: me miró y nos sonreímos a la vez, supongo que por motivos distintos. Pero brilló el sol por un momento dentro del vagón.

Gracias, Víctor.



viernes, 23 de agosto de 2019

SOLEDAD de Carlos Bassas del Rey

No, no ha sido fácil enfrentarme a la lectura de este libro. Venía advertida, pero ha dado igual. Y es que Soledad es una de estas novelas que no admiten etiquetas (con esa manía que tenemos de etiquetarlo todo, es un alivio), de las que a medida que avanzas en los capítulos van saliendo capas y capas de historias, de sentimientos, de dolor. Y, a la vez, el lector se va también desnudando por dentro, reconociendo tantas cosas, tantas noches similares, tantas preguntas sin respuesta que, cuando se llega a la última página te das cuenta de que has estado conteniendo el aliento. O quizá tragándote más de una lágrima. De esas que es complicado digerir.

Soledad se articula desde una muerte, la de una niña de 14 años. Y partiendo de ella, de la investigación que comienza y de las preguntas que se hacen, la historia se va haciendo más grande, mucho más intensa. A veces llega a doler. Entonces tienes que levantar la vista de sus páginas por un momento y respirar hondo, siendo consciente de que hay soledades a las que todos, de una manera u otra, nos vamos a enfrentar. O nos hemos enfrentado ya. Nos reconocemos en muchos párrafos. Por eso se nos queda tan dentro.

LA MADRE MUERTA DE UNA NIÑA MUERTA


En un parque de un barrio obrero aparece el cadáver de Abigail, de 14 años, que había salido la noche anterior de fiesta con su mejor amiga. Dos llamadas de teléfono con la noticia van a cambiar la vida de Soledad, la madre de Abigail, y de Romero, el inspector encargado del caso. ¿Cómo enfrentarse a la muerte de una hija? ¿Cómo lidiar con la pena, con el desgarro, con la dolorosa sensación de culpa y rabia que consumen a Soledad? ¿Cómo va Romero a encarar una investigación cuando muchos pedazos de sí mismo han ido quedando por el camino y su presente se está derrumbando en silencio? Los testigos y las pruebas lo que más claro dejan es que Abigail tenía una vida de la que su familia no sabía nada. Que con 14 años creía ser adulta. Que su crimen puede tener varios culpables. 

Carlos Bassas ha creado dos voces narrativas en Soledad. En segunda persona para la madre de Abigail aunque en realidad sean su propia memoria y su dolor los que hablan. Y en tercera para Romero y la investigación que se pone en marcha para averiguar quién mató a la nena y por qué. Soledad, arrasada, se echa la culpa de la muerte de su hija por todo: por consentirla, por ceder, por aceptar lo que le pidiese con tal de que estuviese contenta. Abigail era su única alegría y su único logro. Su matrimonio es una cárcel en el que ella solo es la criada para su marido, un parásito maltratador que no trabaja, y la madre de este, dos personajes aborrecibles de los que iremos conociendo su auténtica dimensión a través de los recuerdos de Soledad. Inmigrante, mujer, sin estudios... Soledad mantiene su casa y carga con el peso de todo. Aguanta desprecios y humillaciones aunque aprendió a callarse, a soportar, a ahogar su rabia. Ahora la muerte de su hija abrirá una grieta en las compuertas con las que ha cerrado todo que se va a ir haciendo cada vez más grande.

Para Romero, encargarse del crimen de la nena también supone un doloroso reto personal. Tratar de descubrir la verdad acerca de quién la mató le lleva a tener que lidiar con su propio infierno personal y con otra muerte que no puede sacarse de dentro. Su matrimonio se ha convertido en un desierto silencioso, ni siquiera le queda el recurso de hablar y desahogarse cuando vuelve a casa. A medida que Romero va haciendo preguntas a la mejor amiga de Abigail y a su entorno, es consciente de que hay una parte importante de la vida de la nena de la que su familia no sabe nada y de la que sus amigos tampoco quieren hablar mucho.

No hay frases complejas ni párrafos largos en Soledad. No son necesarios. Pero funcionan como caminar sobre cristales: se clavan sin remedio. Carlos ha escrito esta novela de tal modo que todo es frío y gris aunque el sol brille en lo alto, usando una gama de sensaciones acerca del duelo, del dolor y del vacío que acabas por hacer tuyas, porque cualquiera de nosotros, en algún momento, las hemos sufrido. Soy madre, tengo una hija, y este último año me he enfrentado a la pérdida y a la muerte, así que muchas veces era como mirarme en un espejo.

Siendo una novela breve, de apenas 180 páginas, no es una novela ligera. Saber quién ha matado a la nena se convierte en imprescindible porque, al igual que Soledad y Romero, necesitamos a alguien el quien volcar nuestra ira por una muerte tan innecesaria. La nena solo había comenzado a vivir. Con ella se va el único motivo que Soledad tenía para seguir adelante. Ya no es la madre de Abigail, es la madre de una niña muerta y ya nada importa, nada volverá a ser igual. Solo queda su cuarto vacío , tan vacío como ella misma.

Con una prosa directa y dura en ocasiones, pero llena de frases de demoledora y triste belleza, Soledad también nos habla de esos barrios obreros en los que los niños crecen demasiado deprisa, de canchas de baloncesto en las que no se juega o garitos con música machacona en los que todos se conocen pero nadie ve nada. Nos habla de inmigración, de sueños rotos, de tragar sapos a diario para poder comer. De policías que, aunque ya lo hayan visto todo, se quiebran cuando tienen delante una nena muerta con su vestido de flores y sus primeros tacones.

Con todo ese dolor, creo firmemente que hay que leerla. No tengáis miedo a enfrentaros a ella. La historia lo merece desde la primera frase. Araña el alma, es verdad, pero la literatura en ocasiones ha de ser así. Ha de mostrarnos esa realidad que está ahí, aunque pensemos que jamás nos va a tocar. Y porque saber quién mató a la nena también se nos vuelve necesario a nosotros, aunque saberlo pueda abrir la puerta a una oscuridad aún más profunda.

lunes, 12 de agosto de 2019

LA CORDURA DEL IDIOTA de Marto Pariente

Generalmente cuando mi amigo José Carlos, librero y apasionado de la novela negra, me recomienda un título le hago mucho caso. Tiene un alto porcentaje de aciertos. Y aprovechando que íbamos a pasar una tarde a Guadalajara en Negro, el certamen de novela negra que se celebra en esa ciudad, y a conocer a Marto Pariente, me aseguró que no podía dejar de leer La cordura del idiota. Hablando después con Marto, por si no estaba ya convencida, se me multiplicaron las ganas de hacerme con ella y fue el propio autor quien hizo las gestiones para que me llegase un ejemplar a casa. Su lectura ha corroborado que, como suele ser habitual, José Carlos tenía razón. Me la fui bebiendo en tragos cortos, porque me la llevé en la maleta de vacaciones, y allí la iba disfrutando a poquitos, como los buenos vinos.

Que me lo he pasado en grande leyéndola no es un secreto, se lo cuento a todo el mundo. Una ambientanción rural creíble y visual, una trama que parte de un hecho en apariencia sencillo y que se va retorciendo y unos personajes que son un hallazgo, crean un conjunto sólido en el que no queda ni un solo cabo suelto, aunque para ello haya que atarlos fuerte. Y Marto lo hace. Claro que también ata al lector a sus páginas, confío en saber transmitirlo. 

SE ACERCAN DÍAS DE TORMENTA


Ascuas es un pequeño pueblo que dormita en la provincia de Guadalajara, tranquilo y anodino. Toni Trinidad es el policía local, el único, un tipo grandote que parece no alterarse por nada, que jamás se ha enfrentado a un peligro real y que se desmaya si ve una simple gota de sangre. Su debilidad y su cariño son para su hermana Vega, una mujer derrotada por la vida, el alcohol, los recuerdos y sus muchos demonios interiores, que quiere dejar atrás todo eso y mirar al mar de frente. Ascuas, rodeado de campos de labor y de un desguace, en el que trabaja Vega, tiene sus propias historias, odios y afectos. Y, como todos los pueblos pequeños, tiene ojos y oídos en cada esquina.

La calma de Ascuas y de Toni Trinidad se rompen de forma trágica cuando el Triste, el loco oficial del pueblo y buen amigo de Toni, aparece ahorcado. Sin otros signos de violencia ni ninguna sospecha oficial, se da por buena la conclusión de que se ha suicidado. Pero a Toni no le cuadra. Y menos sabiendo que era el único habitante del pueblo que se había negado a vender sus tierras a una constructora, pero no hay pruebas que sustenten lo contrario. Además, aunque Toni no lo sabe todavía, Vega ha decidido conseguir una vida mejor, lejos de todo y de todos, trazando un plan para robarle una buena cantidad de dinero al Colmenero, un tipo muy peligroso, narcotraficante y prestamista usurero, que controla la zona y todo lo que se mueve en ella.

Marto Pariente, a partir de este inicio, va desarrollando una trama en la que se mueve un buen número de personajes de todo tipo y condición, aunque la mayoría cuenta con una biografía cuanto menos peculiar. Y lo hace sin elaboradas descripciones, le bastan tres o cuatro pinceladas o unas líneas de diálogo para que sepamos, más que de sobra, cómo son y qué podemos esperar de ellos. El Colmenero, que ya tiene unos años, no ha perdido ni un ápice de su poder de intimidación y maneja los hilos desde la sombra dejando que sean otros los que se manchen las manos. Y ahí es donde aparecen los Maquénroe, uno moreno y uno rubio (como en la zarzuela), vascos y con un manejo del bate espectacular, amantes de las canciones de Mecano y leales cumplidores de lo que el Colmenero ordene. O Cejónidas Trejo, otro de los fieles del usurero, que juega a dos bandas y que le pasa información a Rocha, un inspector de la UDYCO de vestir un tanto hortera y con muchas ganas de medrar.

Marto tampoco se pierde en largas introducciones. En apenas dos breves capítulos te mete dentro de Ascuas y de todo lo que se está moviendo allí, aunque en la superficie, en la vida corriente de los vecinos, apenas se note nada. Además es valiente y se permite escribir con tres voces narrativas diferentes que aportan mucha más profundidad a los personajes y al trasfondo de la historia, que se va oscureciendo por momentos. En primera persona para Toni Trinidad, con sus pensamientos, conclusiones, recuerdos y deseos. En segunda para Vega, una suerte de conciencia que a veces grita y que nos va llevando a descubrir lo que hay dentro de ella. Y en tercera para el resto de personajes, tanto policías como matones. El caleidoscopio es fascinante por la riqueza de matices.

La cordura del idiota es una novela brillante que ha sabido mantenerme pegada a sus páginas desde el primer momento. Todo en ella nos resulta inquietántemente cercano y real. Tiene un regusto de guión de cine, pero eso solo la hace más visual y creíble. He leído en el prólogo que hay un poco de Fargo y otro poco de Tarantino en ella y es verdad, es posible, pero Marto ha sabido darle una personalidad propia gracias tanto a su modo de escribirla como a a los diálogos, que fluyen naturales y frescos, sin artificios. Y, desde luego, gracias a ciertas escenas que consiguen sacarte más de una sonrisa a pesar de la violencia que encierran. También sabe tocar la fibra cuando nos transporta a los recuerdos de infancia de Toni y Vega, en los que se esconde una historia terrible. Debo decir que me ha hecho una gracia especial descubrir que comparto apellido con uno de los protagonistas, aunque nos parezcamos lo que un huevo a una castaña. Al menos eso espero.

Estoy encantada de haber llegado a La cordura del idiota. Es un soplo de aire fresco muy especial dentro del género, está muy bien escrita y destila un inteligente sentido del humor irónico y tirando a negro, sin caer ni en lo chabacano ni en los excesos. Una novela que, cuando la terminas, solo puedes sonreir y pensar "pero qué buena, demonios" porque, como regalo añadido, cuenta con una serie de geniales epílogos breves que acaban colocando todo en su sitio. Todo encaja. Hasta lo que ya pensábamos resuelto y resulta que no lo estaba.

Id a visitar Ascuas y a conocer a Toni Trinidad. Y contadme lo que os ha parecio. Yo seguiré recomendándola, os aseguro que merece, y mucho, la pena.