martes, 29 de octubre de 2019

TRES PISOS de Eshkol Nevo

Hay veces que, sin esperarlo, un libro te agarra con fuerza y se niega a soltarte hasta que no has llegado a su última página. Esa es la magia de la lectura, llegar a autores a quienes no conoces y que, de pronto, sientas que lo que escriben podría ser tuyo. O podrías ser tú quien está en esas líneas contando pedazos de tu vida. Esto es lo que ha conseguido el israelí Eskhol Nevo con su libro Tres pisos: ha creado tres historias que suceden en un edificio, en tres pisos diferentes, historias que nada tienen que ver una con otras pero que, en menos de cinco líneas, consiguen que te quedes allí, escuchando, confiando en que no paren de hablar. Como cuando en la mesa de al lado de la tuya en cualquier restaurante escuchas a alguien narrar algo inesperado, quizá un poco aterrador, y tratas de oir todo como sea. En realidad las tres historias que se nos presentan en Tres pisos son un poco eso: confesiones de hechos que han ido saliendo al paso de sus protagonistas y que son mucho más de lo que a priori pudiesen parecer.

En el encuentro que tuvimos en Madrid, en Sefarad (la Casa de Israel ), Eshkol Nevo nos contó que el germen de este libro le surgió en la temporada en que tuvo que dejar su coche y utilizar el transporte público. En los trenes que cogía a diario eran muchos los viajeros que hablaban por el móvil sin ningún recato, contando cosas personales que podían ser escuchadas por cualquiera. Recordaba una en especial en que una chica le explicaba a una amiga que tenía su boda prevista en pocos días pero que había decidido no casarse y anularla, aunque nadie lo sabía. Ni el novio, ni las familias... nadie. Y en esa conversación, para sorpresa de Nevo, lo que más le importaba a la chica era qué iba a pasar con el vestido de novia. Como si todo lo demás no existiese. Pensar en la cantidad de hechos que podemos pasar o sufrir en nuestra vida y cómo necesitamos contarlos a alguien fue lo que le encendió la chispa.

VIVIR EN COMUNIDAD Y EN COMPLETA SOLEDAD


En Tres pisos se nos narran tres historias diferentes y cada una sucede en uno de los apartamentos de un edificio en Israel. Un edificio normal en un barrio normal habitado por familias y personas que, a primera vista, también son muy normales. Los tres relatos, muy distintos entre sí, tienen un factor común: la soledad. Esa soledad que nos hace no atrevernos a decir lo que nos da miedo o lo que nos preocupa porque pensamos que nadie nos va a entender o nos van a juzgar.

El primer piso (y primera historia) cuenta con dos viviendas. En una viven Arnon, que es quien le cuenta a un amigo escritor todo lo que le está sucediendo, su esposa Ayelet y sus dos hijas. Justo enfrente, un matrimonio anciano, Ruth y Hermann, encantadores y amabilísimos que cuidan a la hija mayor de Arnon y Ayelet de cuando en cuando a un precio muy módico. Para el joven matrimonio es un alivio contar con ellos y para Ruth y Hermann una alegría ya que su familia vive lejos y apenas ven a sus nietos. Pero Arnon empieza a ver cosas que no le gustan. O quizá no las ve pero se las imagina. Y se queda solo en esa sospecha porque nadie le da la razón, ni siquiera su mujer. De las tres historias es la que más me ha gustado por la tensión con la juega el autor y por la vuelta de tuerca final que te descoloca y te hace elaborar muchas teorías sobre ella.

En el segundo piso otro matrimonio, Hani y Asaf, con sus hijos aunque Asaf es el eterno ausente. Viaja constantemente por trabajo y Hani se siente sola y sobrepasada por cargar siempre con todo y por sentirse un cero a la izquierda. Hani escribe a su amiga de toda la vida, Neta, sobre su hartazgo de vida, de rutinas, de no poder mantener conversaciones "de adultos" con nadie porque las mamás del colegio de sus hijos no comparten ni una sola de sus inquietudes o sus gustos. La soledad es algo tangible y desesperante. Es como si la casa y la vida se le viniesen encima. Hasta que un día alguien llama a la puerta...

El tercer y último piso está habitado por Débora, una juez ya retirada que enviudó hace poco. Por azar, y mientras recoge cosas de su difunto esposo, encuentra un antiguo contestador automático en el que está grabada la voz de él... y Débora comienza a dejar mensajes grabados como si estuviese hablando con su marido. Ella está sola, también sola. Su único hijo hace años que rompió relaciones con ellos (ni siquiera asistió al funeral por su padre) y desapareció de sus vidas y ahora, con tiempo y vida por delante, Débora se siente como un naúfrago en alta mar. El relato que Débora va desgranando a ese contestador, en el que se deslizan su historia en común, sus nuevos intereses y hasta algunos reproches me recordó lejanamente a la magistal Cinco horas con Mario... con sus enormes distancias, claro.

Las tres historias, como veis, están narradas en primera persona. Son confesiones, quiza desahogos y necesidad de ser escuchados. Y se confiesan con tres personas que están pero a quienes apenas conoceremos más que en pequeños esbozos:  el escritor conocido de Arnon, en quien él busca que le ayude a buscar respuestas; la amiga de Hani, que vive en Estados Unidos, y que siempre estuvo ahí para echarle una mano; el marido ausente ya para siempre de Débora, que nunca podrá contestar. Los tres protagonistas están muy solos porque no hay soledad más terrible que cuando no podemos compartir lo que nos pasa. Cuando nos guardamos lo que sentimos porque sabemos que nos juzgarán, nos regañarán o se escandalizarán. Muchas veces lo único que necesitamos es que nos escuchen, solo eso. Y es lo que los tres protagonistas hacen.

También son tres historias que nos demuestran que lo cotidiano y el día a día pueden convertirse en regiones oscuras. Que las sonrisas amables pueden ser los dientes de un depredador. Que la imaginación, los deseos y la tristeza son la madera seca que mejor arde cuanto todo en nosotros parece convertirse en una hoguera que abrasa nuestras certezas. Que las apariencias ocultan esquinas que no se han limpiado hace mucho.

Eshkol Nevo ha dibujado en estos tres relatos un desgarrador mapa de la soledad y de lo que callamos, pero lo hace también desde una perspectiva esperanzadora. Incluso con puntos de humor ligero que descargan un poco lo que nos pone ante los ojos. Lo hace, además, con un estilo aparentemente sencillo, en el que es fácil dejarse caer y con el que nos hace empatizar con cada uno de los protagonistas. Los vamos a juzgar, claro que sí. Pero también los vamos a escuchar, que es realmente lo que quieren. Lo que necesitan. Nos vamos a sentir, en más de una ocasión, muy identificados porque ¿quién no ha necesitado poder desahogarse y no ha encontrado a nadie que le escuche? ¿Cuántas veces nos hemos guardado secretos, sospechas o pensamientos que se nos han enquistado y convertido en piedras pesadas en el alma por no ser capacer de pedir ayuda?

Ya lo dice el autor en boca de uno de sus personajes: "Y si no hay nadie que escuche, entonces ni siquiera hay historia. Si no hay nadie a quien revelarle secretos, contarle recuerdos y con quién consolarse, entonces estamos hablando con un contestador automático". Y, pensándolo bien, es realmente triste que pase.

¿Venís a conocer a los vecinos de este edificio? Os aseguro que no os van a defraudar.

martes, 22 de octubre de 2019

ANTES MUEREN LOS QUE NO AMAN de Inés Plana

Recuerdo perfectamente cómo me impactó el inicio de la anterior (y primera) novela de Inés Plana, Morir no es lo que más duele, y cómo me sorprendió su manera de narrar, su modo de meter al lector en una historia oscura y que se complicaba a cada capítulo. Cómo dibujaba los personajes y nos los mostraba incluso desde su vertiente más vulnerable. Tratándose de una primera obra, el resultado era estupendo y, aun siendo autoconclusiva, había un par de cabos ondenado el viento que merecían ser resueltos y atados.  Y ahora ya tenemos la continuación, Antes mueren los que no aman, y, en ella, Inés da un salto de calidad importante a la hora de plantear las historias, en su modo de ir entrelazando unas tramas con otras manteniendo siempre una tensión creciente y obligándote a querer seguir leyendo casi con una necesidad imperiosa.

No es sencillo enfrentarse a algunas de las cosas que Inés nos describe en esta novela. Aunque sepamos que pasan, que existen, nos ponemos de perfil o directamente de espaldas para no verlas. Pero en cuanto rascamos un poco descubrimos que las tenemos más cerca de lo que pensamos. Y, a veces, nos sentimos profundamente identificados con los sentimientos de los personajes, humanos imperfectos, como todos. Llenos de miedos, de dudas y de costuras mal cosidas que dejan escapar pequeñas gotas de lo que quieren mantener oculto. Antes mueren los que no aman se queda en el lector después de cerrarla y nos ronda durante días, señal inequívoca de que ha sabido sacudirnos con fuerza.

EL DOLOR ES MÁS OSCURO CUANDO SE ENVUELVE EN SILENCIO


Han pasado dos años desde el final de la novela anterior. Estamos en 2009 y España se halla sumida en una crisis económica brutal que afecta incluso a quienes se creían a salvo de cualquier imprevisto. Son vísperas de Navidad y en una oficina de la Seguridad Social, sin motivos aparentes, una funcionaria es empujada contra una cristalera por otra mujer, con la mala fortuna de que el cristal se rompe y le secciona la cabeza. La culpable huye y nadie es capaz de dar con ella. De caso va a encargarse Julián Tresser, el teniente de la Policía Judicial de la Guardia Civil, que sigue buscando algún indicio que le lleve al paradero de Luba, la niña desaparecida dos años atrás. Inesperadamente surge una pista que le activará todas las alarmas, pero el caso de la funcionaria asesinada requiere también toda su atención y debe enfrentarse a un dilema doloroso.

Luba ha escapado de un sórdido mundo de prostitución y maltrato. Es como un animalito herido que solo busca cómo esconderse y acabará por encontrar refugio en una casa de un pequeño pueblo castellano, en la que viven dos mujeres que esconden en sus conciencias un hecho terrible que les puede arruinar la vida. Luba se esconde en su sótano pero no se atreve a pedir ayuda, aterrada ante la posibilidad de que vuelvan a hacerle daño.

Como puntos de arranque son poderosos, no se puede negar. Ahí te quedas ya, anclada, queriendo saber cuál va a ser el próximo paso de Tresser, qué hará Luba, pero también quién es la misteriosa atacante de la funcionaria y por qué hizo lo que hizo. Lo fascinante es que, cuando crees que tienes la línea argumental puesta ante tus ojos, Inés la hace saltar en pedazos complicándolo todo del modo más inesperado, introduciendo fichas para subir la apuesta y endureciendo la historia. Nos mueve por diferentes escenarios, llevándonos incluso a Galicia donde el cabo Coira, ayudante de Tresser, ha decidido pasar unas vacaciones con su familia y se tropezará con algo que le cuesta concebir. Y el Águila, un personaje turbio, oscuro, envuelto en una ficción de hombre exitoso que tapa lo podrido de todo lo que hace realmente, sobrevuela constantemente buena parte de las páginas dejando a su paso terribles muestras de su crueldad.

Son cuatro tramas intensas, que ya por separado podrían tener empaque suficiente para ser contadas de forma única, pero aquí están engarzadas en un auténtico encaje de bolillos en el que no se escapa ni un punto. Cada una de ellas nos va dejando sin aliento por motivos diferentes y, como lector, notas ese nudo en la boca del estómago que te impele a seguir adelante porque necesitas, imperiosamente, saber qué demonios está pasando. Ese es uno de los grandes méritos de esta novela. El otro, en mi opinión, son los personajes. Todos, de alguna manera, están rotos por dentro. Con relaciones familiares complicadas, a veces insoportables. Con pérdidas que no se superan, con recelos, con silencios creados con la pretensión de no hacer daño pero que solo hacen más profundo el agujero de la soledad. Sin embargo también en todos ellos hay una pequeña luz que brilla marcando el camino. En Julián Tresser, por ejemplo, es esa ternura desconocida que se ha descubierto hacia Luba, la necesidad de encontrarla y darle cobijo, cuidarla, quererla. Y también en el reencuentro con Adelaida, que le da otra buena sacudida en su línea de flotación cuando ya pensaba que su destino en cuanto a relaciones era seguir yendo a la deriva.

Muy visuales, pero sin caer en un exceso de datos vacíos, son las descripciones de los lugares por los que transcurre la acción. Puedes sentir el frío de los campos nevados de Castilla, con su invierno mordiente que hace crujir hasta el aire. Las calles del pueblo de la familia de Coira, con su olor a mar y su pequeño puerto, que tanto me han recordado a aquel de la costa de Lugo en el que pasé varios veranos. El Madrid de la crisis, de los barrios, en los que las luces de navidad suenan a excusa. Hay muchos matices de gris en esas imágenes de Madrid.

A pesar de que en la novela se cuentan hechos terribles, algunos de difícil digestión (el tema de la prostitución de Luba llega a ser desgarrador), Inés ha revestido todo de elegancia, en un intento de no regodearse en lo peor. Lo cuenta, pero no lo convierte en algo gore ni innecesariamente descriptivo aunque sea capaz de helarnos el alma en algunos pasajes. 

Inés siempre cuenta que la música le sirve como inspiración al escribir y, sin embargo, yo lo que escuchaba al leer eran los sonidos de la calle, el silencio del campo, el ruido del motor del coche, la musiquita infame de las máquinas de monedas de los bares, el mar rompiendo en la costa, una televisión encendida. Como la banda sonora de fondo de una película que podría ser, perfectamente, en blanco y negro.

Reitero lo que decía más arriba: Antes mueren los que no aman es un gran paso adelante en la carrera de escritora de Inés Plana. Se ha enfrentado al reto de superarse y lo ha hecho de forma brillante, con valentía. Julián Tresser volverá, eso seguro, pero disfrutemos añora de una novela que nos lleva a conocer lo peor del ser humano y también lo mejor. Leerla a veces duele, pero la realidad puede ser aún peor. Ya me contaréis.