Desde entonces ha ido alternando el ensayo novelado con novelas de género negro, como La mala suerte y La chica a la que no supiste amar; ambas, como la anterior y la que hoy os traigo, protagonizadas por un periodista de guerra devenido en detective privado, Toni Roures, un tipo inteligente, culto, melómano, con cicatrices en el alma y un personal sentido de la justicia que le impide quedarse de brazos cruzados ante los hechos que van apareciendo en su camino. Amada Carlota cumple con los requisitos "formales" de la novela negra: ambientación realista, personajes creíbles con perfiles psicológicos bien trazados, una investigación (en este caso más de una) que lleva a los rincones oscuros de la sociedad y quizá lo más importante: la denuncia social. Pero, en mi opinión, es mucho más porque pega duro, araña, te deja sin aliento, te indigna, te duele y te lanza a la cara cosas que no quieres mirar, incluso de uno mismo.
Venid, que os lo cuento.
"PERO LO MALO DEL SUEÑO NO ES EL SUEÑO. LO MALO ES ESO QUE LLAMAN DESPERTARSE" - JULIO CORTÁZAR
Es 1985 y, en una clínica clandestina, Mari Carmen, una chiquilla de apenas quince años, da a luz a una niña. Ha llegado allí a escondidas, enviada por su padre, aterrada y dolorida. Apenas puede ver a su hija, pero los ojitos de la pequeña se le quedarán clavados en el alma. Inmediatamente se llevan a la niña y a ella la devuelven a casa sin más. El padre de Mari Carmen es un médico muy reconocido, que hizo carrera durante el franquismo y que mantiene intacta su reputación, por lo que no hay preguntas ni compasión para la joven madre: ella no ha tenido ninguna hija, le repiten en la clínica antes de salir. Ya en el presente más cercano, Carlota Aguado, la juez con la que Toni Roures mantiene una intensa relación, le pide ayuda para un tema muy personal: quiere que la ayude a investigar cómo y por qué le arrebataron, años atrás, al bebé que acababa de alumbrar.
Alternando líneas temporales, seguimos la vida, triste y apagada, de Magdalena, una joven mujer casada y con tres hijos, a la que empujaron al matrimonio por interés. La jaula de oro en la que está encerrada resulta cada vez más estrecha y, casi sin esperarlo, encontrará un amor que la llena y con el que puede, quizá, empezar una nueva vida, pero todo se rompe de la manera más cruel. Y, también, paralelamente a la investigación que Roures hace para Carlota, le surge un caso de abusos sexuales en la facultad de periodismo, que va a ir adquiriendo tintes cada vez más oscuros.
Amada Carlota tiene en el foco uno de los temas más sangrantes del pasado siglo: el robo de recién nacidos. En España tenemos el ejemplo más cercano, que comenzó en la dictadura de Franco y se alargó hasta bien entrada la democracia, gracias a unos mecanismos muy bien engrasados que seguían funcionando por intereses económicos. Pero no fue un caso único: todas las dictaduras, de una manera u otra, lo han llevado a cabo. Por otro lado, somos testigos de cómo las mujeres, por entones, vivían sometidas a sus maridos, tuteladas hasta en los aspectos más nimios de su existencia. El ejemplo de Magdalena es palmario. Y, cerrando el "tridente" de tramas, el abuso del profesor a sus alumnas. La violencia contra las mujeres es y ha sido una realidad que, aunque escueza, sigue muy presente.
Tengo que confesar que la novela me ha conmovido por muchas cosas, pero especialmente la vida de Magdalena y de sus hijos. Unos hijos a los que se enseña a no tenerla en cuenta por parte de su marido y su suegra y que, al crecer, empiezan a mostrar las grietas de los edificios abandonados. Siempre se ha dicho que la infancia es nuestro lugar seguro, nuestra patria, nuestro castillo. Pero en muchas ocasiones no es así, lo sé por propia experiencia. La historia de Magdalena, una mujer rota, infeliz y llena de culpas, es, a lo largo de la novela, un intento de redención. Incluso después de caer en las simas de un infierno personal aterrador, es capaz de sacar fuerza por sus hijos. Sí, se equivocó en muchas cosas. Sí, quizá debió haber actuado de otra manera. Pero se reinventa y logra, con el paso del tiempo, enfrentarse a su mayor miedo: su marido.
La investigación de Roures le lleva hasta Asturias, donde Carlota tuvo a su bebé. Marta aprovecha para describirnos lugares de naturaleza deslumbrante y edificios que en su día encerraron una parte sustancial de lo peor del ser humano, que ahora acogen al viajero y han olvidado lo que fueron. Pero, ¿hasta qué punto podemos olvidar?
Son muchos los temas que Marta va sacando a la luz y entrelazando en una trama compleja, dura y, en ocasiones, aterradora, pero es la violencia contra las mujeres, en sus muchas variantes, la que se sitúa como eje central. La que padecen las hijas, las esposas, las alumnas... y, por si fuera poco, el doble estigma de, además de padecerlo, ser catalogadas de mentirosas, histéricas, ingratas o desagradecidas. Y es que la HONRA, con mayúsculas, sigue siendo hoy día un marchamo que las mujeres parece que debemos llevar bien a la vista. Mari Carmen tiene que dar a luz y entregar a su hija para no ensuciar la honra de la familia y la suya propia; Magdalena debe convertirse en una sombra de sí misma para no perjudicar la honra de su marido; las alumnas abusadas por el profesor callan y se esconden para no ser juzgadas. Siempre el qué dirán, siempre la vergüenza.
A Roures este caso también le saca, de nuevo, sus demonios internos, sus recuerdos más dolorosos. Hay reflexiones muy desgarradoras sobre por qué un hombre deja de amar a una mujer cuando esta es violada. Incluso a alguien como él, que parece de vuelta de todo y cuya sensatez es casi un lema, le ocurrió, y es una llaga en el alma que nunca parece curar. Carlota, una mujer que parece saber bien lo que quiere, profesional de éxito, tiene también sus propias goteras que, aunque enlucidas una y mil veces, siempre rezuman tristeza, dolor y remordimientos. Pero es Enrique el personaje que más me ha hecho estremecer, un hombre capaz de todo sin que se le altere el gesto, que supo sacar rédito del cambio político en España y que, a medida que avanza la novela, se vuelve más oscuro, más violento, más siniestro. Alguien que, siendo consciente de todo lo que hace, se siente poderoso y a salvo, incluso en sus peores aberraciones. La culpa siempre es de otros.
No puedo dejar pasar el tema de la "dark web" y el dinero como motor para llevar a cabo actos deleznables, algo que, como descubriréis, también cobra mucha importancia en Amada Carlota, como la tienen el negocio de la trata de mujeres, el silencio que rodea a los poderosos, el miedo de algunas de las protagonistas a ser juzgadas, el abismo de las drogas, los servidores de la Iglesia que se tuercen, el clasismo y la conciencia de clase, las arbitrariedades de quienes son o se sienten poderosos. Son muchos los hilos que Marta maneja en esta novela, pero ningún cabo queda suelto.
Las tres tramas se van entrelazando, capítulo a capítulo, a lo largo de las páginas, consiguiendo un ritmo que va cogiendo velocidad y que sabe mantener la atención del lector por igual. Ninguna de las tres es menor que las otras. Además está el aliciente de ir descubriendo todo casi al mismo tiempo que Roures, porque así los giros inesperados nos sorprenden tanto como a él.
Y dentro de tanta oscuridad y tantas esquinas sombrías, la luz la ponen las notas que humor que Roures es capaz de sacar, su relación con Carlota y la banda sonora que va jalonando toda la novela gracias a los gustos musicales del detective que, en muchos casos, son un feliz descubrimiento.
No me ha sido fácil enfrentarme a ciertos pasajes de Amada Carlota, quizá porque me resultan demasiado dolorosos y me recuerdan experiencias personales que preferiría ser capaz de olvidar. Pero ese es el mérito de esta novela: no es complaciente, saca a la luz aspectos que conviven a nuestro alrededor y ante los que solemos volver la cara para no enfrentarnos a ellos, queriendo pensar que no nos competen. Sin embargo están ahí, más cerca de lo que creemos y basta con rascar un poco para descubrir que hasta esa amiga de toda la vida, con quien lo compartimos todo, los ha padecido.
Sin duda, Amada Carlota es (y lo creo firmemente) la novela más madura de Marta Robles y la que supone, creo, un punto de inflexión en su asentada carrera literaria,. Ser capaz de moverse con tanta soltura en lugares tan desoladores y, a pesar de todo, dejar entornada la puerta a la esperanza, es todo un ejercicio literario de alto nivel, porque nos permite que nos hagamos muchas preguntas y que miremos dentro de nosotros mismos. Y, sobre todo, que debemos tener claro que lo que ha costado años conseguir, se puede perder, así que hay que seguir en la brecha, mostrarnos firmes y plantar cara, aunque duela. Seguir sacando a la luz hasta lo más incómodo. Seguir dando voz a quien no la tuvo. Seguramente las heridas no se nos curarán del todo jamás, pero ayudaremos a que las nuevas generaciones no las sufran.

