Tengo un especial cariño a la ría de Vigo, una atracción que viene de largo, desde que siendo bastante pequeña conocí la historia de la Batalla de Rande. Mi abuelo y mi tío hablándome de los galeones hundidos, de un supuesto tesoro perdido, hacián que casi escuchase el eco de los cañonazos sonando en mi imaginación. O que viese al capitán Nemo con su Nautilus aprovisionándose con los restos de la batalla que quedaban en el fondo, como Julio Verne contó en 20.000 leguas de viaje submarino. También ha sido el escenario de algunos de los veranos más divertidos de mi juventud, cuando los amigos que aún somos alquilábamos un piso en Moaña y disfrutábamos de mañanas de playa, tardes de paseos descubriendo la zona y de noches en garitos acogedores y cómplices. La lectura de El último barco me ha llevado de nuevo allí, he reconocido calles, lugares, paisajes. He vuelto a cruzar la ría, como entonces, en el barquito que lleva a Vigo. Y he disfrutado de una novela redonda, cuidada, pensada, magnífica.
Domingo Villar ha tardado ocho años en volver a la primera línea y, con él, ha vuelto Leo Caldas en una trama que se desarrolla en menos de una semana y que te va envolviendo hasta que acabas formando parte de ella. Sus setecientas páginas pueden echar atrás antes de empezarla, pero, una vez dentro, ya no puedes escapar y los capítulos vuelan. Ha merecido la pena la espera, sin duda.
A Leo Caldas, en principio, no le hace demasiada gracia el encargo de su superior: que investigue la desaparición de Mónica Andrade, hija de un prestigioso cirujano de Vigo. A todas luces lo que parece es que Mónica ha decidido irse sin más, incluso faltan algunas cosas personales en su casa. Incluso hay testigos que la vieron en su bicicleta, a primera hora de la mañana del día que desapareció, camino al puerto de Moaña para coger el barco que cruza a Vigo. En ese puerto sigue su bicicleta atada con un candado, su casa de Tirán, parroquia perteneciente a Moaña, no está revuelta ni hay indicios de nada extraño. Pero Mónica no acudió a las clases de cerámica que impartía en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo. Tampoco a la cita a comer que tenía dos días después con su padre. Nadie ha vuelto a verla.
Caldas y Rafael Estévez, el inspector aragonés que le acompaña desde las entregas anteriores (Ojos de agua y La playa de los ahogados) comienzan a trabajar sobre el terreno: la casa de Tirán, los alrededores, la escuela en la que Mónica daba clases, los vecinos, amigos, profesores... Ninguno parece explicarse los motivos por los que pueda haberse ido aunque algunos hablan de un inglés con el que ella solía pasear y que, al parecer, también se ha marchado. Estévez cree firmemente que se han ido juntos, pero a medida que van recogiendo piezas se dan cuenta de que la imagen que se forma con ellas no acaba de estar clara. La presión constante del padre de Mónica tampoco ayuda. El principio del hilo de toda esta madeja parece estar en el barco, ese último barco que Mónica Andrade cogió antes de desaparecer por completo.
Como os decía al principio El último barco impresiona, según ves el ejemplar, por su tamaño. Pero que no os engañe. Termina haciéndose corta e impresionando por lo que vamos leyendo. Domingo Villar ha dado un salto de calidad, en mi opinión, realmente largo, digno de record, creando un argumento que se va retorciendo y complicando delante mismo de nuestros ojos. Pero lo hace casi en tiempo real, poniéndonos como espectadores de lujo de lo que Caldas va viendo, investigando, preguntando. Solo el primer día de investigación ya ocupa 203 páginas y os aseguro que no sobra ninguna. Todo, en especial en la primera mitad de la novela, se va desarrollando de forma pausada, casi metódica porque cada dato cuenta, pero impregnando al lector de una inquietud creciente y bastante desasosegante que te empuja a seguir leyendo sin parar.
No solo El último barco es la historia de la desaparición de Mónica Andrade, aunque este sea el hilo conductor de todo. Descubriremos a un Leo Caldas más maduro y más humano, muy pendiente de su padre (un pedazo de personaje que cada vez que aparece llena por completo el espacio) aunque él no esté muy por la labor de "tener miedo de vivir" cuando su hijo le aconseja poner rejas o llevar el teléfono encima. Y es que esta novela toca muchas formas de paternidad y cómo nos enfrentamos a ella: la inquietud de Caldas por su padre, la ansiedad del padre de Mónica por lo que haya podido pasarle aunque su relación no fuese, ni de lejos, la mejor, el amor de Rosalía por su hijo Camilo a pesar de que él no pueda corresponderle, la ternura que Rafael Estévez deja traslucir ante su futura paternidad. También hay una acerada crítica a la crisis social y económica que se ha llevado por delante vidas y ciudades. Ahí está Napoleón, otro pedazo de personaje, el mendigo que acostumbra a sentarse junto a la puerta de la Escuela de Artes y Oficios y que cuenta con un bagaje cultural impresionante, pero que no le sirvió para escapar del desastre. O los carteles que se han ido colocando en ciertas calles de Vigo mostrando los edificios históricos que cayeron bajo la piqueta para construir horrores arquitectónicos.
Estévez, a pesar de su carácter arisco (aunque se le ha suavizado un poco gracias al embarazo de su chica), te gana sin remedio. Al menos a mí, aunque ya me tenía ganada en las novelas anteriores. A pesar del tiempo que hace que llegó a Galicia sigue siendo un recién llegado. Y es de él de quien se sirve Domingo Villar para mostrarnos o explicarnos cosas que allí dan por sentadas y que, para alguien de fuera, son diferentes. Casi extraordinarias. Es Estévez el que busca respuestas que también lo sean para el lector, como qué es una nasa, una batea, el nombre de la planta de flores naranjas que ven en Tirán. Es él quien se sigue asombrando de los paisajes y de las costumbres, el que mantiene una mirada más "limpia" de lo que les rodea. Sigue siendo un cascarrabias y los perros le odian (hay alguna escena sobre esto con la que no puedes evitar sonreir de oreja a oreja) pero a mí me resulta casi adorable.
La Escuela de Artes y Oficios, que existe y es una fértil realidad en Vigo, está descrita con la minuciosidad que dan la admiración por lo que se enseña allí y el cariño que los profesores ponen en lo que hacen. Un lugar en el que se respira calma y que parece estar al margen del caótico mundo que queda fuera de sus paredes, un reducto ajeno a las prisas y muy distinto al trabajo que podemos considerar "normal".
Los diálogos son uno de los ingredientes fuertes de la novela, en los que se entra con facilidad porque jamás suenan impostados o fuera de tono. Se adaptan a cada situación, a cada persona, a cada necesidad de la narración. Fluyen maravillosamente y participan con brillantez de ese camino que Domingo ha trazado para llevarnos por él hasta la última página. Son 151 capítulos que comienzan con una palabra polisémica y sus diferentes acepciones en el diccionario de la RAE, una palabra que aparecerá en algún momento de ese capítulo.
El último barco es una gran novela de principio a fin que sabe dosificar e ir incrementando la inquietud del lector acerca de lo que ha pasado o ha podido pasar, pero que no se queda solo en eso. Los personajes están trazados de forma fabulosa, incluso los que apenas tienen una pequeña aparición y son ellos los que más nos van a sacudir dentro, los que más nos van a llegar. Una novela que hace que nos preguntemos cómo reaccionaríamos nosotros ante ciertas situaciónes y que no juzga a los personajes por ello. Está llena, igualmente, de compasión, de redención, de la crueldad de los que opinan sin saber, de dolor, de amor y de esperanza. Pero sobre todo está llena de barcos, esos últimos barcos que, por un motivo u otro han de coger los protagonistas antes de que zarpen.
Domingo Villar ha tardado ocho años en volver a la primera línea y, con él, ha vuelto Leo Caldas en una trama que se desarrolla en menos de una semana y que te va envolviendo hasta que acabas formando parte de ella. Sus setecientas páginas pueden echar atrás antes de empezarla, pero, una vez dentro, ya no puedes escapar y los capítulos vuelan. Ha merecido la pena la espera, sin duda.
"ES LO QUE HACEN LOS BARCOS: ZARPAN Y SE VAN" (UN OCÉANO ENTRE NOSOTROS, 2018)
A Leo Caldas, en principio, no le hace demasiada gracia el encargo de su superior: que investigue la desaparición de Mónica Andrade, hija de un prestigioso cirujano de Vigo. A todas luces lo que parece es que Mónica ha decidido irse sin más, incluso faltan algunas cosas personales en su casa. Incluso hay testigos que la vieron en su bicicleta, a primera hora de la mañana del día que desapareció, camino al puerto de Moaña para coger el barco que cruza a Vigo. En ese puerto sigue su bicicleta atada con un candado, su casa de Tirán, parroquia perteneciente a Moaña, no está revuelta ni hay indicios de nada extraño. Pero Mónica no acudió a las clases de cerámica que impartía en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo. Tampoco a la cita a comer que tenía dos días después con su padre. Nadie ha vuelto a verla.
Caldas y Rafael Estévez, el inspector aragonés que le acompaña desde las entregas anteriores (Ojos de agua y La playa de los ahogados) comienzan a trabajar sobre el terreno: la casa de Tirán, los alrededores, la escuela en la que Mónica daba clases, los vecinos, amigos, profesores... Ninguno parece explicarse los motivos por los que pueda haberse ido aunque algunos hablan de un inglés con el que ella solía pasear y que, al parecer, también se ha marchado. Estévez cree firmemente que se han ido juntos, pero a medida que van recogiendo piezas se dan cuenta de que la imagen que se forma con ellas no acaba de estar clara. La presión constante del padre de Mónica tampoco ayuda. El principio del hilo de toda esta madeja parece estar en el barco, ese último barco que Mónica Andrade cogió antes de desaparecer por completo.
Como os decía al principio El último barco impresiona, según ves el ejemplar, por su tamaño. Pero que no os engañe. Termina haciéndose corta e impresionando por lo que vamos leyendo. Domingo Villar ha dado un salto de calidad, en mi opinión, realmente largo, digno de record, creando un argumento que se va retorciendo y complicando delante mismo de nuestros ojos. Pero lo hace casi en tiempo real, poniéndonos como espectadores de lujo de lo que Caldas va viendo, investigando, preguntando. Solo el primer día de investigación ya ocupa 203 páginas y os aseguro que no sobra ninguna. Todo, en especial en la primera mitad de la novela, se va desarrollando de forma pausada, casi metódica porque cada dato cuenta, pero impregnando al lector de una inquietud creciente y bastante desasosegante que te empuja a seguir leyendo sin parar.
No solo El último barco es la historia de la desaparición de Mónica Andrade, aunque este sea el hilo conductor de todo. Descubriremos a un Leo Caldas más maduro y más humano, muy pendiente de su padre (un pedazo de personaje que cada vez que aparece llena por completo el espacio) aunque él no esté muy por la labor de "tener miedo de vivir" cuando su hijo le aconseja poner rejas o llevar el teléfono encima. Y es que esta novela toca muchas formas de paternidad y cómo nos enfrentamos a ella: la inquietud de Caldas por su padre, la ansiedad del padre de Mónica por lo que haya podido pasarle aunque su relación no fuese, ni de lejos, la mejor, el amor de Rosalía por su hijo Camilo a pesar de que él no pueda corresponderle, la ternura que Rafael Estévez deja traslucir ante su futura paternidad. También hay una acerada crítica a la crisis social y económica que se ha llevado por delante vidas y ciudades. Ahí está Napoleón, otro pedazo de personaje, el mendigo que acostumbra a sentarse junto a la puerta de la Escuela de Artes y Oficios y que cuenta con un bagaje cultural impresionante, pero que no le sirvió para escapar del desastre. O los carteles que se han ido colocando en ciertas calles de Vigo mostrando los edificios históricos que cayeron bajo la piqueta para construir horrores arquitectónicos.
Estévez, a pesar de su carácter arisco (aunque se le ha suavizado un poco gracias al embarazo de su chica), te gana sin remedio. Al menos a mí, aunque ya me tenía ganada en las novelas anteriores. A pesar del tiempo que hace que llegó a Galicia sigue siendo un recién llegado. Y es de él de quien se sirve Domingo Villar para mostrarnos o explicarnos cosas que allí dan por sentadas y que, para alguien de fuera, son diferentes. Casi extraordinarias. Es Estévez el que busca respuestas que también lo sean para el lector, como qué es una nasa, una batea, el nombre de la planta de flores naranjas que ven en Tirán. Es él quien se sigue asombrando de los paisajes y de las costumbres, el que mantiene una mirada más "limpia" de lo que les rodea. Sigue siendo un cascarrabias y los perros le odian (hay alguna escena sobre esto con la que no puedes evitar sonreir de oreja a oreja) pero a mí me resulta casi adorable.
La Escuela de Artes y Oficios, que existe y es una fértil realidad en Vigo, está descrita con la minuciosidad que dan la admiración por lo que se enseña allí y el cariño que los profesores ponen en lo que hacen. Un lugar en el que se respira calma y que parece estar al margen del caótico mundo que queda fuera de sus paredes, un reducto ajeno a las prisas y muy distinto al trabajo que podemos considerar "normal".
Los diálogos son uno de los ingredientes fuertes de la novela, en los que se entra con facilidad porque jamás suenan impostados o fuera de tono. Se adaptan a cada situación, a cada persona, a cada necesidad de la narración. Fluyen maravillosamente y participan con brillantez de ese camino que Domingo ha trazado para llevarnos por él hasta la última página. Son 151 capítulos que comienzan con una palabra polisémica y sus diferentes acepciones en el diccionario de la RAE, una palabra que aparecerá en algún momento de ese capítulo.
El último barco es una gran novela de principio a fin que sabe dosificar e ir incrementando la inquietud del lector acerca de lo que ha pasado o ha podido pasar, pero que no se queda solo en eso. Los personajes están trazados de forma fabulosa, incluso los que apenas tienen una pequeña aparición y son ellos los que más nos van a sacudir dentro, los que más nos van a llegar. Una novela que hace que nos preguntemos cómo reaccionaríamos nosotros ante ciertas situaciónes y que no juzga a los personajes por ello. Está llena, igualmente, de compasión, de redención, de la crueldad de los que opinan sin saber, de dolor, de amor y de esperanza. Pero sobre todo está llena de barcos, esos últimos barcos que, por un motivo u otro han de coger los protagonistas antes de que zarpen.
Leí el primero de la trilogía, pero para ser sincera no me acuerdo mucho, así que tendría que empezar por el principio.
ResponderEliminarBesos
Aún no conozco a este autor, no me animé con el primero aunque sigo teniéndolo en mente.De todas formas tal vez este último libro es el que me resulta más atractivo pero mi manía del orden en las series policíacas no me permite lanzarme así como así.
ResponderEliminarBesos
He pasado directa a tus conclusiones ya que estará entre mis próximas lecturas y veo que no me he equivocado en la elección, aunque ya veníamos avisados por sus anteriores novelas. Besos.
ResponderEliminarTengo que estrenarme con el autor todavía...
ResponderEliminarBesotes
Cómo tú dices, una gran novela y una manera de narrar excepcional.
ResponderEliminarComparto contigo que es muy recomendable su lectura.
La verdad es que pinta fenomenal y me atrae mucho todo lo que cuentas pero no he seguido la evolución de esta serie y esta vez tengo que dejarla atras aunque intentaré leer algo de este autor y ver a ese más evolucionado del que hablas.
ResponderEliminarBesos
Pues me resulta muy atractivo, pero me hubiera gustado conocer a estos personajes desde el principio para valorar como tú esa evolución, solo por eso, porque ahora me sería muy difícil empezar por el principio, lo voy a dejar pasar. Un lástima.
ResponderEliminarUn beso
Admito que no soy nadie para hablar de leer trilogías, sagas y demás series en orden porque cuando me ha parecido bien me lo he saltado a la torera, pero tengo la impresión de que me equivocaría si lo hiciera con estas así que una de dos, o lo dejo pasar, o me lío con tres. Ya veremos.
ResponderEliminarBesos.
Ya de por sí, el título me atrae por todo lo que uno puede llegar a imaginar de él. Hay títulos que estan condenados a ser atractivos solo por pronunciarlos. No conozco al autor y me han entrado ganas de conocerlo.
ResponderEliminarYo solo conozco La playa de los ahogados. Me gustó mucho el libro y la peli. Adoro a Carmelo Gómez. Tú que tienes mano con el autor, a ver si convence al actor para que vuelva a interpretar a Leo en esta novela, que a Gómez ya solo lo puedo ver en el teatro jejeje. Bueno, a lo que iba, que es verdad que las 700 páginas pueden echar para atrás pero por lo que cuentas, parece una novela a tener muy en cuenta. Besos
ResponderEliminarHe leído las dos anteriores y releído la primera este año y haré lo mismo con la segunda porque quiero tener personajes y ambientes fresco os para la tercera, a mi que tenga 700 páginas no me echa para atrás, al revés si la novela me gusta me encanta que sean tochos, y tengo claro que esta la leeré antes o despu`es. Apoyo además la reclamación de Marisa. Carmelo Gómez es uno de mis actores favoritos y lo he visto en varias obras de teatro pero me gustaría volver a verlo en el cine. Besinos.
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