martes, 6 de abril de 2021

EL GRAN ROJO de Benito Olmo

Los que me conocéis sabéis bien de mi lealtad a mis amigos. Incluso a quienes lo fueron y, por circunstancias de la vida y las más de las veces por mi culpa, ahora no lo son. Seguro que habrá alguien que no lo crea, pero jamás traicionaré la confianza de quien la depositó en mí, en eso soy rocosa. Desde que leí La maniobra de la tortuga, me hice fan de Benito Olmo y de su Bianquetti, el grandullón con pinta de comerse a los tigres sin pelar pero con un fondo más amable y tierno de lo que su aspecto anticipa. Me encantó, como en la siguiente, La tragedia del girasol, ese ambiente medio patibulario de la soleada Cádiz, alejado de las playas y las cervezas en los chiringuitos, en el que se movían gentes de todo pelaje y condición. Y, sobre todo, ese tono de novela negra más clásica, de tabaco, alcohol y antros oscuros, de pasados que pesan. A raiz de ellas conocí a su autor, a quien hoy tengo la suerte de poder llamar amigo, y haber podido leer su nueva novela es un regalo.

Sigue habiendo mucho de esa pátina negra más "académica" en El gran rojo. Esta vez lleva la ambientación a Frankfurt, una ciudad cosmopolita y multicultural, que Benito conoce bien por llevar viviendo en ella ya una larga temporada, y está protagonizada por un español que se busca la vida como detective privado y una adolescente inmigrante de origen turco, con más años en el alma de los que jamás marcará su partida de nacimiento, que necesita averiguar cómo y por qué murió su hermano mayor. Pocos alemanes de pura cepa vamos a encontrar. Y pocos puntos geográficos de lo que se recomiendan en las guías de viajes, porque nos vamos a pasear por las calles más peligrosas de la ciudad. Vamos allá.

RASCACIELOS DE CRISTAL Y CALLES EN SOMBRA

Mascarell lleva tiempo pateándose las calles de Frankfurt atendiendo encargos de poca monta para ir saliendo adelante. Conoce bien las narcosalas, las plazas en las que se trapichea con droga, las calles que hay que transitar para conseguir lo que pueda hacer falta, los tipos a los que preguntar cuando es necesario. No le va demasiado mal, pero su situación no es para tirar cohetes aunque se ha labrado cierta reputación. Y esa reputación es la que le hace recibir un encargo peculiar, muy bien pagado: encontrar a un joven desaparecido del que apenas le darán información.

De forma paralela conoceremos a Ayla, que a sus dieciseis años ya ha vivido mucho y poco bueno. Inmigrante, con su padre enfermo de Alzheimer y un hermano mayor que acaba de morir en circunstancias no muy claras, su única obsesión en saber qué le ocurrió y en qué estaba metido para haber acabado así. Ayla también es una experta en caminar por el filo de la navaja y tendrá que hacer muchos y peligrosos equilibrios en su búsqueda de la verdad.

Quizá algunos de vosotros recordéis las columnas que Benito Olmo fue colgando en Zenda contando sus experiencias cuando llegó a Frankfurt a vivir. Aquel Proyecto Mainhattan está muy presente en las páginas de El gran rojo, en su mirada a los lugares menos recomendables, en sus esfuerzos por adaptarse a las costumbres y al idioma, en el contraste abismal entre la zona financiera de gigantes de acero y cristal y las calles más sórdidas. Todas las ciudades tienen un puñado de calles así, esas que apenas miramos a reojo cuando pasamos cerca porque seguramente no nos gustará lo que veamos. Pero están vivas. Y a veces muerden. El paisaje que Benito Olmo nos pone ante los ojos no es el del turista asombrado, sino el del desencanto, la suciedad, los críos que aprenden a ganar dinero fácil jugándose incluso su porpia integridad, el de los olvidados.

Para darle aún mayor viveza a la narración, Benito va alternando dos narradores: utiliza la primera persona para Mascarell, un tipo que querría estar de vuelta de todo pero que sigue anclado, de muchas maneras, al motivo que le llevó a Frankfurt. Iremos sabiendo muchas cosas de él, pero poco a poco, calándonos como la lluvia fina, para entenderle. Mascarell, a pesar de su sarcasmo y su ironía, cae bien al lector. Nos va a sacar más de una sonrisa, especialmente con su habilidad de tocar las narices incluso en los peores momentos. Una máscara que oculta muchas cicatrices, tanto físicas como del alma. Vive enganchado al Omeprazol, fuma sin parar y, a pesar de todo, tiene su propio código de honor.

La tercera persona narrativa está en todos los capítulos en los que Ayla es protagonista. Un chiquilla que ha tenido que crecer demasiado deprisa y a la que el mundo y la vida le dan todas las patadas posibles. Pero mantiene intacta su capacidad para querer, para cuidar de su padre enfermo y para hacer cualquier cosa con tal de saber la verdad sobre la muerte de su hermano, que no está nada clara. Está tan acostumbrada a recibir palos que el hecho de que alguien quiera ayudarla la pone a la defensiva, le cuesta un mundo confiar en nadie. Es una superviviente y no se para ante nada. Y, al igual que Mascarell, sabe moverse en los peores lugares de Frankfurt.


A lo largo de cuatro jornadas intensas, Mascarell y Ayla se mueven sobre el tablero que es la ciudad de Frankfurt de forma paralela. Y a cada paso que dan, las respuestas que buscan se esconden detrás algo que no deja de crecer y que ni siquiera imaginan hasta dónde llega. El peligro se acerca cada vez más porque ninguno de los dos es consciente de dónde se están metiendo. Este es otro de los grandes valores de la novela: cómo toda la trama se va enrevesando y oscureciendo ayudada por unos secundarios que, aún cuando sus apariciones sean cortas, saben darle el matiz justo, la frase adecuada. No vamos a encontrar descripciones físicas detalladas, son sus actos, sus frases, lo que hacen y no hacen los que nos dan un mapa completo de su personalidad.

Todo en El gran rojo acaba siendo mucho peor de lo que podíamos intuir al principio y Benito Olmo ha ido encajando piezas en cada capítulo para no dejarse nada en el tintero. A lo largo de sus páginas podremos, incluso, sentir los olores, ser conscientes de cómo cambia la luz entre los edificios, y caminar a la espalda de los protagonistas intentando, con ellos, hallar una solución, respuestas a las preguntas. La forma de escribir de Benito Olmo ha dado un salto adelante, ha adquirido mucha más fluidez, más ritmo, dosifica muy bien la información y la tensión de las escenas más intensas

El gran rojo es un estupendo thriller que nos mantiene en tensión hasta el final y en el que muchas de las cosas que demos por sentadas van a saltar por los aires cuando menos lo esperemos. Tiene el poso del género negro más clásico pero llevándolo a la actualidad y al hoy, manteniendo cierto encanto crepuscular en la figura de Mascarell y todo lo que le rodea. Dejaos llevar en ese viaje a Frankfurt, seguro que os lleváis más de una sorpresa.

"Y supo que por muy mal que anduvieran las cosas, siempre hay tiempo para un abrazo". Aquí va el mío, Benito.

 



7 comentarios:

  1. Hola,
    lo tengo en casa esperando turno. Será lo primero que lea del autor y espero disfrutarlo tanto como lo has hecho tú.
    Un beso

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  2. De Cádiz a Frankfurt, menudo cambio nos regala Benito. No me importaría nada leer esta nueva novela.
    Besos.

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  3. Hola, soy fan de Bianquetti y de Benito Olmo, tomo nota y lo apunto en la lista de pendientes. Besos

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  4. Me ha encantado tu reseña, fantástica. Le tenía ganas pero ahora muchísimo más. Asi que caera pronto. Un besazo, reguapa.

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  5. Reina, paso de puntillas por tu reseña. La he leído sesgadamente porque quiero leer a Benito. Tengo que dejar pasar esta semana, porque estoy hasta arriba pero, en cuanto vea un huequito libre, me lanzo a por esta lectura. A ver con qué nos sorprende el gaditano. Me apetece un montón. Besos

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  6. La verdad es que es un cambio de escenario radical y suponía que gustaría, me confirmas que sí y que hay que seguir de cerca a Benito porque lo hace muy bien. Espero leerla un poco más adelante.
    Besos

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