lunes, 22 de abril de 2019

NO MENTIRÁS de Blas Ruiz Grau

Conocí a Blas Ruiz Grau en las redes sociales, como creo que le ha pasado a casi todo el mundo. Me han llamado siempre la atención su frescura al escribir, su coraje, su amor por la vida y por los suyos y le sigo a menudo en los artículos que publica en Zenda. Pero, y aquí agacho las orejas con cierta vergüencilla, jamás había leído ninguna de sus novelas. Compré para mi Kindle Siete días de marzo cuando se publicó en Amazon y allí se quedó, porque el Kindle decidió dejar de funcionar de un día para otro. Y regalé ¡Que nadie toque nada! a mi sobrina, aprovechando que estaba a punto de acabar la carrera de Criminología. La noticia de que Blas daba el salto de la autoedición a una editorial de peso, como es Ediciones B, me alegró porque es de estos autores que se les ve el empeño y la ilusión que ponen en lo que hacen. Tuve la suerte, además, de que nos programasen un encuentro con él antes de su presentación en Madrid, para poder conocer pormenores de la novela.

Hoy, con la novela ya leída, tengo una sensación extraña, como una especie de irritación efervescente. La empecé con ganas, la historia prometía y el arranque parecía el inicio de una estupenda aventura lectora. Y aunque el argumento tiene su intriga y buenas dosis de misterio, hay muchas cosas que me han sacado por completo del libro e, incluso, tuve que dejarlo un par de días porque empecé a enfadarme mucho y necesitaba darme un respiro. Blas me cae muy bien, me parece un tipo fantástico, por eso esta reseña me cuesta tanto. Pero, honestamente, creo que tengo que hacerla con todo lo que conlleve. Solo espero ser capaz de explicarme correctamente.

PUEBLO PEQUEÑO, INFIERNO GRANDE


Carlos Lorenzo es un brillante abogado de éxito que ejerce en Madrid y que jamás deja nada al azar o a la improvisación. Cumple a rajatabla los estrictos horarios que se ha marcado y todas y cada una de las rutinas creadas por él en las que se siente cómodo. Por eso recibir una llamada de la policía en la que le comunican que su padre, Fernando, se ha suicidado, hace tambalear todos los cimientos de su tan ordenada existencia. Carlos se ve obligado a desplazarse a Mors, un pequeño pueblo de la provincia de Alicante en el que su padre residía, para hacerse cargo de los trámites. El problema es que hace casi veinte años que Carlos no sabía nada de él, desde que les abandonó a su madre y a él para no volver nunca. Completamente descolocado intenta, simplemente, pagar lo que haga falta a la funeraria y dejar el tema zanjado para volver a Madrid cuanto antes. No quiere saber nada, no quiere complcaciones.

Pero no va a ser tan sencillo. Mors, un pueblo tranquilo (en el que nunca pasa nada, como repiten sus habitantes a menudo) que también se encuentra sacudido por la noticia y por la negra novedad, va a convertirse, muy a su pesar, en el lugar en el que Carlos ha de permanecer más tiempo del que le gustaría. Un mensaje oculto de su padre en una pieza de ajedrez, un inexplicable y terrible suceso en el tanatorio y la aparición de un segundo cadáver, esta vez asesinado, son el inicio de una espiral de muertes y sospechas. Nicolás Valdés, un inspector novato, es el encargado de una investigación que se va complicando a cada hora que pasa y que parece no tener fin. 

En otras ocasiones ya he comentado cuánto me gustan las novelas negras o los thrillers ambientados en el mundo rural. Aquí es donde los odios más enquistados pasan de generación en generación, como las herencias y donde nadie, al parecer, olvida. Ni lo bueno ni lo malo, especialmente esto último. En No mentirás nos encontramos un pueblo pequeño, en el que todos se conocen y parecen saber la vida entera de los demás, y en el que sucesos como los que comienzan a ocurrir hacen que se sospeche hasta del aire que respiran. Nadie se siente seguro y cualquiera es un posible asesino.


Es cierto que la novela de Blas se lee con rapidez, que es intensa y te lleva de un escenario a otro sin pausa, sin dejarte apenas respirar. También es cierto que ha intentado crear una trama enrevesada y hasta cruel, con un asesino en serie que va cambiando su modo de actuar en cada crimen haciendo que toda la investigación se complique muchísimo. Y, para quienes han leído los libros anteriores de Blas con Nicolás Valdés como protagonista, La verdad os hará libres y La profecía de los pecadores, seguro que encuentran un aliciente extra en conocerle cuando era un novato lleno de dudas y, muchas veces, superado por los acontecimientos y un hecho del pasado que no deja de martirizarle. Asimismo encontramos diálogos rápidos, naturales, sin ninguna impostación, que hacen que nos parezca estar escuchando a los protagonistas.

Y ahora vamos con la parte que hubiese preferido no tener que escribir. Por encima de todo quiero dejar claro que Blas me parece un tipo fantástico que pone mucho corazón en lo que hace. Y, en ningún caso, querría que tomase lo que voy a decir como un ataque personal ni como un intento de boicotear su novela. Respeto y admiro profundamente el trabajo de los autores y creo que me conocéis lo suficiente para saber que hacer "sangre" gratis no es mi estilo.

¿Por qué la novela no me ha convencido¿ ¿Por qué tengo esta sensación (y perdón por la expresión) de cabreo? Supongo que algunos recordaréis el post que escribí hace unos días quejándome del poco mimo en cuanto a corrección y edición que parece haber últimamente. Para los que no, lo podéis leer aquí. En más de una ocasión he estado tentada de dejar la lectura de No mentirás porque era tal el cúmulo de errores que se iban apilando, página tras página, que me salía por completo de lo que estaba leyendo. Repeticiones innecesarias, palabras mal usadas, frases impersonales mal construídas, loísmos constantes... Puedo entender, y lo dije en el post que antes mencionaba, que un autoeditado caiga en estas cosas pero ¿una novela publicada por una editorial de prestigio se puede permitir estos lujos? ¿Dónde está la corrección del texto, dónde la labor de la editora y la editorial?

Puedo poner muchos ejemplos, pero solo voy a hacer mención a los más flagrantes o los que de peor humor me han puesto. Una de ellas, que llama mucho la atención y más teniendo en cuenta que Blas ha publicado un libro dedicado a la investigación forense, es que en un determinado momento habla del departamento de DACTILOGRAFÍA (palabra que define la técnica de escribir a máquina) en lugar de hacerlo del de DACTILOSCOPIA. Bueno, quiero pensar que puede tratarse de un fallo de transcripción, aunque digo yo que en las correcciones del propio autor y las de la editorial deberían haberse percatado del error y haberlo corregido. Aunque lo que más me ha dolido es el constante mal uso de la palabra PERTINAZ porque, además, aparece en varias ocasiones. Me temo que Blas ha confundido este adjetivo con PERTINENTE. Por ejemplo en la novela se dice que "lo etiquetó de manera pertinaz", "tras el pertinaz saludo" o "tras las pertinaces explicaciones". En esos momentos me sentí realmente mal como lectora. Quizá puede ser que Blas no tenga claro el significado del adjetivo pero ¿de verdad no lo ha visto nadie más? ¿Nadie ha podido explicarle que se había equivocado?

Lo del lenguaje malsonante puedo llegar a perdonarlo en función de la tensión creciente que los protagonistas van viviendo, pero me ha parecido excesivo en bastantes ocasiones. En un mismo párrafo podemos encontrar la palabra puto/a en tres ocasiones y no hablemos ya de una página entera. Pero, como digo, es una licencia que, con buena voluntad, se puede dejar pasar en función de la naturalidad de los diálogos que, como os decía antes, son directos y sin florituras, aunque ya os digo que, personalmente, a mí llegaba a sobrarme. Las repeticiones de ciertas frases sí que me hicieron caminar a trompicones: brazos en jarras, con pelos y señales, jugar a jueguecitos, prueba dubitada (por señalar los más habituales) eran como agujeros en los que me caía constantemente. Tampoco es que el estilo de Blas sea muy ortodoxo, y eso no es malo en sí mismo, pero sí que le hace caer en una redacción pobre, con una sintaxis que, lo digo desde el respeto y el cariño, debería haber revisado con calma y con varios pares de ojos ajenos que repasasen y retocasen lo que él, como autor y desde dentro, seguramente ya no acierta a ver

Respecto al final del que, obviamente, no voy a contar nada, tampoco he quedado demasiado contenta. Demasiadas cosas en el tintero o sin explicar. Sobre todo sin explicar. Además de ser tremendamente enmarañado, trata de liquidarlo en apenas tres páginas dejándome con la sensación de que se han quedado muchas preguntas sin respuesta o, las que les da, no me han resultado muy plausibles. Según nos explicó Blas, se trata del primer volumen de una trilogía, quizá haya que esperar a las próximas entregas para tenerlo todo claro. Y eso tampoco me consuela.

Supongo que esta reseña va a ser una voz discordante entre tantas buenas opiniones que está cosechando No mentirás pero, ante todo, he querido ser sincera. Estoy convencida de que Blas irá puliendo estilo, vocabulario y redacción y confío en que la editorial que ha apostado por él le ayudará en la tarea. Escribir es una carrera de fondo, lo que importa es la distancia recorrida y sentirse satisfecho al final, a pesar del cansancio. Así pues, a seguir adelante y a seguir disfrutando con lo que haces, Blas.






viernes, 12 de abril de 2019

EL ÚLTIMO BARCO de Domingo Villar

Tengo un especial cariño a la ría de Vigo, una atracción que viene de largo, desde que siendo bastante pequeña conocí la historia de la Batalla de Rande. Mi abuelo y mi tío hablándome de los galeones hundidos, de un supuesto tesoro perdido, hacián que casi escuchase el eco de los cañonazos sonando en mi imaginación. O que viese al capitán Nemo con su Nautilus aprovisionándose con los restos de la batalla que quedaban en el fondo, como Julio Verne contó en 20.000 leguas de viaje submarino. También ha sido el escenario de algunos de los veranos más divertidos de mi juventud, cuando los amigos que aún somos alquilábamos un piso en Moaña y disfrutábamos de mañanas de playa, tardes de paseos descubriendo la zona y de noches en garitos acogedores y cómplices. La lectura de El último barco me ha llevado de nuevo allí, he reconocido calles, lugares, paisajes. He vuelto a cruzar la ría, como entonces, en el barquito que lleva a Vigo. Y he disfrutado de una novela redonda, cuidada, pensada, magnífica.

Domingo Villar ha tardado ocho años en volver a la primera línea y, con él, ha vuelto Leo Caldas en una trama que se desarrolla en menos de una semana y que te va envolviendo hasta que acabas formando parte de ella. Sus setecientas páginas pueden echar atrás antes de empezarla, pero, una vez dentro, ya no puedes escapar y los capítulos vuelan. Ha merecido la pena la espera, sin duda.

"ES LO QUE HACEN LOS BARCOS: ZARPAN Y SE VAN" (UN OCÉANO ENTRE NOSOTROS, 2018)


A Leo Caldas, en principio, no le hace demasiada gracia el encargo de su superior: que investigue la desaparición de Mónica Andrade, hija de un prestigioso cirujano de Vigo. A todas luces lo que parece es que Mónica ha decidido irse sin más, incluso faltan algunas cosas personales en su casa. Incluso hay testigos que la vieron en su bicicleta, a primera hora de la mañana del día que desapareció, camino al puerto de Moaña para coger el barco que cruza a Vigo. En ese puerto sigue su bicicleta atada con un candado, su casa de Tirán, parroquia perteneciente a Moaña, no está revuelta ni hay indicios de nada extraño. Pero Mónica no acudió a las clases de cerámica que impartía en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo. Tampoco a la cita a comer que tenía dos días después con su padre. Nadie ha vuelto a verla.

Caldas y Rafael Estévez, el inspector aragonés que le acompaña desde las entregas anteriores (Ojos de agua y La playa de los ahogados) comienzan a trabajar sobre el terreno: la casa de Tirán, los alrededores, la escuela en la que Mónica daba clases, los vecinos, amigos, profesores... Ninguno parece explicarse los motivos por los que pueda haberse ido aunque algunos hablan de un inglés con el que ella solía pasear y que, al parecer, también se ha marchado. Estévez cree firmemente que se han ido juntos, pero a medida que van recogiendo piezas se dan cuenta de que la imagen que se forma con ellas no acaba de estar clara. La presión constante del padre de Mónica tampoco ayuda. El principio del hilo de toda esta madeja parece estar en el barco, ese último barco que Mónica Andrade cogió antes de desaparecer por completo.



Como os decía al principio El último barco impresiona, según ves el ejemplar, por su tamaño. Pero que no os engañe. Termina haciéndose corta e impresionando por lo que vamos leyendo. Domingo Villar ha dado un salto de calidad, en mi opinión, realmente largo, digno de record, creando un argumento que se va retorciendo y complicando delante mismo de nuestros ojos. Pero lo hace casi en tiempo real, poniéndonos como espectadores de lujo de lo que Caldas va viendo, investigando, preguntando. Solo el primer día de investigación ya ocupa 203 páginas y os aseguro que no sobra ninguna. Todo, en especial en la primera mitad de la novela, se va desarrollando de forma pausada, casi metódica porque cada dato cuenta, pero impregnando al lector de una inquietud creciente y bastante desasosegante que te empuja a seguir leyendo sin parar.

No solo El último barco es la historia de la desaparición de Mónica Andrade, aunque este sea el hilo conductor de todo. Descubriremos a un Leo Caldas más maduro y más humano, muy pendiente de su padre (un pedazo de personaje que cada vez que aparece llena por completo el espacio) aunque él no esté muy por la labor de "tener miedo de vivir" cuando su hijo le aconseja poner rejas o llevar el teléfono encima. Y es que esta novela toca muchas formas de paternidad y cómo nos enfrentamos a ella: la inquietud de Caldas por su padre, la ansiedad del padre de Mónica por lo que haya podido pasarle aunque su relación no fuese, ni de lejos, la mejor, el amor de Rosalía por su hijo Camilo a pesar de que él no pueda corresponderle, la ternura que Rafael Estévez deja traslucir ante su futura paternidad. También hay una acerada crítica a la crisis social y económica que se ha llevado por delante vidas y ciudades. Ahí está Napoleón, otro pedazo de personaje, el mendigo que acostumbra a sentarse junto a la puerta de la Escuela de Artes y Oficios  y que cuenta con un bagaje cultural impresionante, pero que no le sirvió para escapar del desastre. O los carteles que se han ido colocando en ciertas calles de Vigo mostrando los edificios históricos que cayeron bajo la piqueta para construir horrores arquitectónicos.

Estévez, a pesar de su carácter arisco (aunque se le ha suavizado un poco gracias al embarazo de su chica), te gana sin remedio. Al menos a mí, aunque ya me tenía ganada en las novelas anteriores. A pesar del tiempo que hace que llegó a Galicia sigue siendo un recién llegado. Y es de él de quien se sirve Domingo Villar para mostrarnos o explicarnos cosas que allí dan por sentadas y que, para alguien de fuera, son diferentes. Casi extraordinarias. Es Estévez el que busca respuestas que también lo sean para el lector, como qué es una nasa, una batea, el nombre de la planta de flores naranjas que ven en Tirán. Es él quien se sigue asombrando de los paisajes y de las costumbres, el que mantiene una mirada más "limpia" de lo que les rodea. Sigue siendo un cascarrabias y los perros le odian (hay alguna escena sobre esto con la que no puedes evitar sonreir de oreja a oreja) pero a mí me resulta casi adorable.


La Escuela de Artes y Oficios, que existe y es una fértil realidad en Vigo, está descrita con la minuciosidad que dan la admiración por lo que se enseña allí y el cariño que los profesores ponen en lo que hacen. Un lugar en el que se respira calma y que parece estar al margen del caótico mundo que queda fuera de sus paredes, un reducto ajeno a las prisas y muy distinto al trabajo que podemos considerar "normal".

Los diálogos son uno de los ingredientes fuertes de la novela, en los que se entra con facilidad porque jamás suenan impostados o fuera de tono. Se adaptan a cada situación, a cada persona, a cada necesidad de la narración. Fluyen maravillosamente y participan con brillantez de ese camino que Domingo ha trazado para llevarnos por él hasta la última página. Son 151 capítulos que comienzan con una palabra polisémica y sus diferentes acepciones en el diccionario de la RAE, una palabra que aparecerá en algún momento de ese capítulo.

El último barco es una gran novela de principio a fin que sabe dosificar e ir incrementando la inquietud del lector acerca de lo que ha pasado o ha podido pasar, pero que no se queda solo en eso. Los personajes están trazados de forma fabulosa, incluso los que apenas tienen una pequeña aparición y son ellos los que más nos van a sacudir dentro, los que más nos van a llegar. Una novela que hace que nos preguntemos cómo reaccionaríamos nosotros ante ciertas situaciónes y que no juzga a los personajes por ello. Está llena, igualmente, de compasión, de redención, de la crueldad de los que opinan sin saber, de dolor, de amor y de esperanza. Pero sobre todo está llena de barcos, esos últimos barcos que, por un motivo u otro han de coger los protagonistas antes de que zarpen.