viernes, 23 de agosto de 2019

SOLEDAD de Carlos Bassas del Rey

No, no ha sido fácil enfrentarme a la lectura de este libro. Venía advertida, pero ha dado igual. Y es que Soledad es una de estas novelas que no admiten etiquetas (con esa manía que tenemos de etiquetarlo todo, es un alivio), de las que a medida que avanzas en los capítulos van saliendo capas y capas de historias, de sentimientos, de dolor. Y, a la vez, el lector se va también desnudando por dentro, reconociendo tantas cosas, tantas noches similares, tantas preguntas sin respuesta que, cuando se llega a la última página te das cuenta de que has estado conteniendo el aliento. O quizá tragándote más de una lágrima. De esas que es complicado digerir.

Soledad se articula desde una muerte, la de una niña de 14 años. Y partiendo de ella, de la investigación que comienza y de las preguntas que se hacen, la historia se va haciendo más grande, mucho más intensa. A veces llega a doler. Entonces tienes que levantar la vista de sus páginas por un momento y respirar hondo, siendo consciente de que hay soledades a las que todos, de una manera u otra, nos vamos a enfrentar. O nos hemos enfrentado ya. Nos reconocemos en muchos párrafos. Por eso se nos queda tan dentro.

LA MADRE MUERTA DE UNA NIÑA MUERTA


En un parque de un barrio obrero aparece el cadáver de Abigail, de 14 años, que había salido la noche anterior de fiesta con su mejor amiga. Dos llamadas de teléfono con la noticia van a cambiar la vida de Soledad, la madre de Abigail, y de Romero, el inspector encargado del caso. ¿Cómo enfrentarse a la muerte de una hija? ¿Cómo lidiar con la pena, con el desgarro, con la dolorosa sensación de culpa y rabia que consumen a Soledad? ¿Cómo va Romero a encarar una investigación cuando muchos pedazos de sí mismo han ido quedando por el camino y su presente se está derrumbando en silencio? Los testigos y las pruebas lo que más claro dejan es que Abigail tenía una vida de la que su familia no sabía nada. Que con 14 años creía ser adulta. Que su crimen puede tener varios culpables. 

Carlos Bassas ha creado dos voces narrativas en Soledad. En segunda persona para la madre de Abigail aunque en realidad sean su propia memoria y su dolor los que hablan. Y en tercera para Romero y la investigación que se pone en marcha para averiguar quién mató a la nena y por qué. Soledad, arrasada, se echa la culpa de la muerte de su hija por todo: por consentirla, por ceder, por aceptar lo que le pidiese con tal de que estuviese contenta. Abigail era su única alegría y su único logro. Su matrimonio es una cárcel en el que ella solo es la criada para su marido, un parásito maltratador que no trabaja, y la madre de este, dos personajes aborrecibles de los que iremos conociendo su auténtica dimensión a través de los recuerdos de Soledad. Inmigrante, mujer, sin estudios... Soledad mantiene su casa y carga con el peso de todo. Aguanta desprecios y humillaciones aunque aprendió a callarse, a soportar, a ahogar su rabia. Ahora la muerte de su hija abrirá una grieta en las compuertas con las que ha cerrado todo que se va a ir haciendo cada vez más grande.

Para Romero, encargarse del crimen de la nena también supone un doloroso reto personal. Tratar de descubrir la verdad acerca de quién la mató le lleva a tener que lidiar con su propio infierno personal y con otra muerte que no puede sacarse de dentro. Su matrimonio se ha convertido en un desierto silencioso, ni siquiera le queda el recurso de hablar y desahogarse cuando vuelve a casa. A medida que Romero va haciendo preguntas a la mejor amiga de Abigail y a su entorno, es consciente de que hay una parte importante de la vida de la nena de la que su familia no sabe nada y de la que sus amigos tampoco quieren hablar mucho.

No hay frases complejas ni párrafos largos en Soledad. No son necesarios. Pero funcionan como caminar sobre cristales: se clavan sin remedio. Carlos ha escrito esta novela de tal modo que todo es frío y gris aunque el sol brille en lo alto, usando una gama de sensaciones acerca del duelo, del dolor y del vacío que acabas por hacer tuyas, porque cualquiera de nosotros, en algún momento, las hemos sufrido. Soy madre, tengo una hija, y este último año me he enfrentado a la pérdida y a la muerte, así que muchas veces era como mirarme en un espejo.

Siendo una novela breve, de apenas 180 páginas, no es una novela ligera. Saber quién ha matado a la nena se convierte en imprescindible porque, al igual que Soledad y Romero, necesitamos a alguien el quien volcar nuestra ira por una muerte tan innecesaria. La nena solo había comenzado a vivir. Con ella se va el único motivo que Soledad tenía para seguir adelante. Ya no es la madre de Abigail, es la madre de una niña muerta y ya nada importa, nada volverá a ser igual. Solo queda su cuarto vacío , tan vacío como ella misma.

Con una prosa directa y dura en ocasiones, pero llena de frases de demoledora y triste belleza, Soledad también nos habla de esos barrios obreros en los que los niños crecen demasiado deprisa, de canchas de baloncesto en las que no se juega o garitos con música machacona en los que todos se conocen pero nadie ve nada. Nos habla de inmigración, de sueños rotos, de tragar sapos a diario para poder comer. De policías que, aunque ya lo hayan visto todo, se quiebran cuando tienen delante una nena muerta con su vestido de flores y sus primeros tacones.

Con todo ese dolor, creo firmemente que hay que leerla. No tengáis miedo a enfrentaros a ella. La historia lo merece desde la primera frase. Araña el alma, es verdad, pero la literatura en ocasiones ha de ser así. Ha de mostrarnos esa realidad que está ahí, aunque pensemos que jamás nos va a tocar. Y porque saber quién mató a la nena también se nos vuelve necesario a nosotros, aunque saberlo pueda abrir la puerta a una oscuridad aún más profunda.

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