jueves, 9 de diciembre de 2021

LOS VIAJEROS DE LA VÍA LÁCTEA de Fernando Benzo

Para todos los miembros del Club de Lectura LL, la novela anterior de Fernando Benzo, Nunca fuimos héroes, forma parte ya de esa llamada "memoria sentimental" de la que hablaré más abajo. Porque el encuentro que mantuvimos en una céntrica cafetería de Madrid, después de haber celebrado un par de cumpleaños con una comida, fue el último en mucho tiempo: a los pocos días se decretó el estado de alarma y tuvimos que encerrarnos en casa. Por eso, reencontrarnos con Fernando ha sido un poco como ver una luz al final del túnel, un regreso (pequeñito y por Zoom) a lo que fuimos, que de eso también trata la novela, y una auténtica delicia, porque Fernando sabe transmitir como pocos la pasión por lo que escribe pero también por la vida. Y eso, yéndonos al lenguaje más ochentero, mola mogollón.

Y es que los años 80, para quienes los vivimos de un modo u otro, se han quedado grabados a fuego en nuestras memorias, casi en nuestra piel, como tatuajes en forma de recuerdos. La música, los garitos a los que solíamos ir, la moda... y, sobre todo, ese ambiente de libertad casi rabiosa, en la que cabía todo y que, por desgracia, cada vez se empeñan en encorsetarla más y en restringirla con supuestos valores morales absurdos que poco tienen que ver con la libertad y sí mucho con la imposición del pensamiento único. Quizá por eso me ha gustado tanto Los viajeros de la Vía Láctea: por ser una historia de amistad, del paso del tiempo, de recuerdos, de cierta nostalgia... y porque está tan bien escrita (en estos tiempos en que la gramática y la ortografía parecen haber pasado también a mejor vida) que llega dentro sin dificultad. Venid, que os lo cuento.

AQUELLA CANCIÓN DE ROXI

A lo largo de tres momentos de sus vidas (a los 20 años, a los 39 y a los 50), cinco amigos, Óscar, Jorge, David, Blanca y Javi, van descubriendo que lo que querían siendo más jóvenes, la vida que habían pensado y soñado para ellos mismos, no se parece en nada a la que han acabado teniendo. Lo único que parece mantenerse inalterable es su amistad. Ellos también han cambiado, pero hay cosas que el tiempo no puede romper. Desde las noches de fiesta y música en el Madrid de la movida hasta su presente, todos ellos, de un modo u otro, han sobrevivido a multitud de pequeñas historias cotidianas, a amores que naufragaron, a relaciones familiares que no siempre son como las del anuncio de El Almendro (por aprovechar las fechas en las que estamos), a esa madurez que jamás imaginamos cómo iba a ser y, cuando somos conscientes de que hemos llegado a ella, a veces nos pasa por encima como una apisonadora. 

Para mí, que podría ser, por rango de edad, protagonista de esta novela, ha habido muchos momentos en que me he visto retratada. Sobre todo porque tengo la inmensa fortuna de conservar amigos desde los tiempos de la EGB y si bien no éramos de frecuentar locales como La Vía Láctea o el Penta, teníamos otros, otras luces, otras calles. Fernando Benzo nos comentó, en el encuentro que mantuvimos con él, que cuando ha vuelto a esos sitios ni siquiera son cómo los recordaba. Los encontró más pequeños, más oscuros, con pasillos que estaban en su memoria y que realmente no existen. Supongo que eso nos pasa a todos cuando volvemos a lugares de nuestra juventud: curiosamente todos son más pequeños de lo que recordamos. Y, generalmente, menos luminosos. Es posible que nuestra mirada también se haya apagado un poco.


Pero esta novela de Fernando Benzo es, por encima de todo, un canto a la amistad, esa que conservamos a pesar de todo lo que nos pasa. La que nos mantiene unidos incluso cuando llevamos meses sin vernos o sin hablar. La que se cimentó en el colegio, el instituto o en la época universitaria. Esos amigos con los que hemos reído a carcajadas, con los que hemos compartido secretos y charlas hasta la madrugada, copas, cafés y rincones preferidos en locales de todo tipo. Y que, con el paso de los años, descubrimos que, juntos, nos hemos dejado muchas cosas en el camino pero también hemos sumado unas cuantas. 

Los personajes de Los viajeros de la Vía Láctea son absolutamente reales. Podemos ser nosotros o alguien a quien conocemos. Y sus sentimientos, sus dudas, sus preguntas, sus preocupaciones fueron y son las nuestras. Quizá no calcadas al detalle, pero reconocibles. Cada uno está dibujado con tal mimo, con tanto detalle, que se convierten en colegas de toda la vida. Como también está impecablemente elegida la maravillosa banda sonora que acompaña la lectura, en forma de títulos que todos conocemos y que se enseñorean muchas veces de nuestra mente al leer. Vamos a tararear sin remedio. Porque la memoria musical es poderosa: generalmente podemos recordar situaciones o lugares al escuchar una canción. A mí me pasa y me pasa también con la memoria olfativa: un perfume me puede llevar a un hotel de La Coruña o el olor de la comida de una vecina trasladarme a la cocina de mi abuela en un día de invierno. Mucho hay de esto en esta novela.

Pero, quizá, lo que más hay son preguntas, esas que trascienden al paso de los años. Comenzamos preguntándonos a dónde vamos, dónde estaremos dentro de veinte años, cómo será mi vida... y al llegar a la madurez nos preguntamos qué fue de nosotros. Qué ha pasado. Cómo he llegado aquí. Los protagonistas de Los viajeros de La Vía Láctea pasan por todo ello en un devenir vital que no por familiar resulta menos apasionante. Ya lo he dicho más arriba: Fernando Benzo escribe tan bien, maneja tan bien los tiempos, la voz narrativa, la memoria sentimental, que no queremos salir de sus páginas. Allí estamos bien. Acogidos y cómodos

Sé que esta reseña no es demasiado formal, pero creo que cada uno debe enfrentarse a esta novela sin saber mucho de ella a priori. Es una gran historia que llega el corazón de cada lector y, cada uno, se queda con frases, con momentos. Y añade los suyos, claro, esa es su magia. Puede que nosotros hayamos cambiado y que los lugares que frecuentábamos ya no existan o sean más pequeños y más oscuros. Pero os aseguro, porque a mí me ha pasado, que basta con llegar a uno de ellos con nuestros amigos de siempre para que, de pronto, todo se ensanche y se llene de luz y nuestros ojos vean lo que vimos. Somos porque fuimos. Y aquí estamos. Qué viaje tan intenso.

4 comentarios:

  1. Como bien dices una delicia de novela ybuna delicia leerte Yolanda!!!💓💓💓👏👏👏

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  2. Qué diferente me parece a su novela anterior. A mí la otra me dejó tan buena impresión que este brusco cambio que nos propone ahora me desestabiliza un poco. No te diré que no me resulta interesante pero creo que, de momento, lo dejo pasar. Besos

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  3. Una lectura deliciosa que disfruté a golpe de banda sonora. Imposible no sentirse dentro de la novela con la magnífica narración de Fernando y con esos personajes a lo que tan fácil es sentir cercanos.
    Besos.

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