miércoles, 16 de marzo de 2022

SI TE DIGO QUE LO HICE de Jaime de los Santos

No acostumbro a leer los resúmenes de los libros ni las contraportadas, generalmente porque lo que cuentan o es mucho y te desguaza la novela, o se parece al contenido lo que un huevo a una castaña. Así que llegué a Si te digo que lo hice sin más información que una portada con media cara de mujer y que su autor, Jaime de los Santos, es senador. Pero apenas empecé a leer descubrí a mi propio yo en muchos momentos de mi vida, pasados y actuales. Una descripción sobre la pena y la soledad tan desgarradora que era como mirarme dentro y ver el vacío. "La soledad es caprichosa. Se instala en el corazón y te hunde en la amargura. Te confunde. Te acompaña. Y, da lo mismo si tienes uno o un ciento de amigos, su sabor amargo te despierta por las noches. Te persigue". Tras terminarla me di cuenta de que de su protagonista, Elvira, todas llevamos pedacitos dentro y, cuantos más años acumulamos, más pesa todo. O quizá es que ese todo está compuesto de muchos todos más pequeños que se suman, se amontonan, a veces se rebelan, y ya no caben en la mochila.

Si te digo que lo hice es la narración de una vida, la de Elvira, y la de quienes la compartieron: sus padres, sus hermanos, sus hijas, su marido. Puede parecer algo sencillo, pero os aseguro que no lo es, como para ninguno de nosotros es sencillo enfrentarnos a nuestra propia vida con un mínimo de objetividad. Los recuerdos infantiles, sobre todo los que dolieron y nos hirieron, permanecen como cicatrices molestas. Y nunca podremos volver al lugar al que fuimos felices alguna vez, porque no es solo que el paisaje haya cambiado y hasta los olores sean otros, es que nuestro yo de entonces ya murió. Supongo que, a lo largo de la vida, morimos muchas veces: con cada decepción, con cada buena noticia, con cada pérdida, con cada cambio. Quiero pensar que nos reinventamos o, al menos, aprendemos a sobrevivir que es, exactamente, lo que Elvira consiguió.

TODO PARECE MÁS TRISTE CUANDO DESPUNTA EL INVIERNO

Sentada en la misma cama en la que nació, Elvira trata de aceptar que su hermano Gonzalo acaba de morir. La desoladora pena por su pérdida comienza a mezclarse con recuerdos de su vida, con otras pérdidas, con el frío que la agarrota. Solo ella y sus cinco hijas asisten a la misa funeral por Gonzalo. Es el inicio de un monólogo emocionante de Elvira consigo misma, llevándonos desde antes de su nacimiento hasta el momento presente. Una vida llena de carencias en la infancia, de educación rigurosa, de aceptar las cosas gustasen o no, de tristezas y también de algunos amores que colorearon su existencia. Pero Elvira sabe que nunca aprendió a querer, ni tampoco supo dejar que la quisieran.

"Si las palabras no se las dices a alguien no son nada" decía Menchu mientras velaba a su marido en la inmortal Cinco horas con Mario. Algo hay de Menchu en la narración de Elvira, solo que Menchu, delante del cadáver de Mario, por fin se atreve a hablar aunque nadie la escucha, a veces de forma exasperante, demostrando que nunca le conoció. Y Mario tampoco a ella, supongo, a pesar de los años y de los hijos. Elvira, igual que ella, solo habla para sí misma, pero para recordarse y recordar. La culpa es solo la suya.

Elvira ya es anciana, pero aún sigue teniendo muy presente la niña que fue. Una niña que perdió a su madre demasiado pronto y que vio a su padre deshacerse ante sus ojos, consumido por la tristeza y el alcohol. Siendo consciente de que el cariño y el amor le faltaban cada día, una carencia que se hizo enorme, que se filtró en su cuerpo y en su mente, y que la dejó llena de goteras. Conoció el amor con su marido, Claudio, y tuvo cinco hijas a las que sobreprotegió porque fue su manera de quererlas. El recuerdo de sí misma, esperando a su padre, que nunca regresó, en una boca de metro, está tatuado en su alma.

Escrito en primera persona, con frases cortas que a veces son como arañazos, es la voz de Elvira la que escuchamos y es su alma la que se desnuda. La que nos habla de esa educación dura y represiva que le tocó vivir en plena posguerra, que también cercenó de muchas maneras su modo de enfrentarse a los afectos. De sus cuatro hermanos, que nunca acabaron de entenderla. De su instinto de protección con Gonzalo, el más frágil de todos ellos, que se perdió muy pronto en un mar de abandono y, también como su padre, de alcohol. De sus hijas, especialmente de Adela, la que le confesó que amaba a otra mujer y Elvira solo pudo aprender, a tropezones, a aceptarlo. De Claudio y su vida juntos. 

El monólogo de Elvira es, ante todo, una reflexión sobre la soledad y la muerte en esa España de lutos eternos en los que las mujeres se convertían en sombras y que, cuando llegaron los vientos del cambio y la libertad, no supieron qué hacer con ellos. Elvira aún no acaba de enterderlo demasiado bien, aunque sus hijas ya han crecido bajo su amparo y lo ven todo de otra manera. 

Si te digo que lo hice toca muchas teclas, pero sobre todo sabe tocar la de la emoción y la de la cercanía, porque todos, de un modo u otro, hemos sentido o sentiremos cosas similares a las que Elvira hace frente. Jaime de los Santos nos envuelve con una prosa preñada de sensibilidad, en ocasiones con poesía sin versos ni métrica, en este viaje sentimental por buena parte de nuestro siglo XX. La travesía está llena de tormentas, pero a mí me ha encantado encararlas.

**Jaime de los Santos es Historiador del Arte, madrileño, y un apasionado de la belleza y de Lorca. Colabora habitualmente con varios medios de comunicación como El Confidencial, Antena 3 y Onda Cero y es senador y exconsejero de Cultura de la Comunidad de Madrid

 

 


2 comentarios:

  1. Un drama con mayúsculas de los que se disfruta una barbaridad

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  2. Paso de puntillas por tu reseña. La tengo en casa y esta misma mañana he estado sopesando si empezar a leerla o no. A ver, como veo que es un drama de cuidado, tengo que pensar muy bien si ahora es el momento de leerla o no. Ya lo pensaré. Besos

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