viernes, 8 de octubre de 2021

LOS CAFÉS LITERARIOS DE MADRID (ESTO ES OTRA HISTORIA)

En pocas cosas nos ponemos de acuerdo los españoles. Parece que llevamos en los genes el gusto por la disputa, por llevar la contraria o, simplemente, tenemos un arte especial para tocar las narices. Ni siquiera a la hora de tomar café; basta ver cualquier mesa de una cafetería con más de dos personas para darnos cuenta: cortado, con leche largo de café, solo, con hielo, con leche fría, para mí un poleo, gracias. Pero al abrigo de esos cafés o de unas cañas o de unas copas tras la cena, disfrutamos de nuestro real deporte nacional: hablar de todo. De lo divino y lo humano. Fútbol, política, la familia, el trabajo, cualquier tema es bueno para ponerlo sobre la mesa y dirimirlo en común. Podemos pasar horas así y para muchos es la mejor terapia después de una semana para olvidar. Supongo que por eso los llamados cafés literarios, las tertulias en ciertos locales que llegaron a adquirir gran fama, gozaron, durante tanto tiempo, de tan buena salud. Hoy día han caído en el desuso y casi en el olvido. Alguna queda en el Café Gijón, que sigue manteniendo alto el estandarte, pero hablar entre nosotros parece que se está olvidando. Las pantallas nos roban la atención y la discrepancia de ideas, en lugar de dar pie a un coloquio enriquecedor y apasionante, hace que nos brote lo peor y se pasa al insulto con una facilidad apabullante. Como si no dejase de perseguirnos, como una maldición, ese poso negro, visceral y de navajazo fácil del que tantas veces habla mi admirado Pérez Reverte.

Pero vayamos al tema que hoy quiero poner sobre la mesa y nunca mejor dicho: contaros cuáles fueron algunos de los más famosos cafés literarios de Madrid pero también de dónde vienen y su evolución, que seguro que puedo sorprenderos. Y es que a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX Madrid se convirtió en sede de un importante número de estos cafés literarios en los que artistas, escritores, filósofos, periodistas e intelectuales de todo tipo organizaban tertulias en las que tanto se analizaban sus obras y las de otros como se impulsaban nuevas tendencias literarias y hasta políticas


Un antecedente de estas "tertulias cafeteras" fueron las academias literarias del Siglo de Oro, en las que se reunían poetas y dramaturgos en el domicilio de algún noble o personaje encumbrado. En ellas se discutía de temas literarios e, incluso, llegaban a componerse poemas "en directo" y pequeñas obras para ser leídas en el transcurso de las mismas. En Madrid la más famosa fue la Academia Mantuana, en la que Lope de Vega leyó por vez primera su "Arte nuevo para hacer comedias". De ellas derivó la Academia del Buen Gusto que entre los años 1749 y 1751 reunía a sus miembros en un local de la Plazuela del Ángel convocados por Josefa de Zúñiga, condesa de Lemos. Y un par de décadas después tomó cierta fama la Tertulia de la Fonda de San Sebastián, fundada por Nicolás Fernández de Moratín, cuyos componentes, todos admiradores de la Ilustración francesa, hablaban sobre los ideales de Rousseau, apostaban por una literatura mucho más vanguardista y por el teatro neoclásico. A ella acudían regularmente Félix María de Samaniego, Tomás de Iriarte, Jovellanos y Francisco de Goya.


Las mentes más liberales encontraron, durante el siglo XIX, acogida en cafés como el Lorenzini (en la cale de Cádiz, un callejón poco transitado entre las calles Carretas y Espoz y Mina) y La Fontana de Oro (en la calle Victoria 1, a escasos metros de la Puerta del Sol), a la que Benito Pérez Galdós dedicó una novela
. En ellos se acogió con alborozo el pronunciamiento de Riego. La llegada del Romanticismo llevó las veladas y la fama al Café del Príncipe, junto al Teatro Español, cuya tertulia se denominaba El Parnasillo y acudían personajes tan conocidos como Zorrilla, Mesonero Romanos, Bravo Murillo y Mariano José de Larra que, aunque asiduo, decía que el local era "reducirdo, puerco y opaco". Todo un carácter, nuestro Larra. 

En la segunda mitad del siglo XIX toma relevancia el Café de Levante, pero el situado en la calle Arenal (había tres locales en Madrid con el mismo nombre) porque a él acudía Valle Inclán y todos conocían su mordaz sentido del humor. Dicen que en este café Valle se inspiró para crear a Max Estrella. Y a la estela del Levante, otros cafés míticos como el Pombo de la calle Carretas, famoso por su leche merengada y al que solía ir frecuentemente Ramón Gómez de la Serna; el Café Comercial de la Glorieta de Bilbao, felizmente reabierto y recuperado con brillantez; el Café de la Montaña, que estaba en lo que hoy es una tienda de una conocida marca de tecnología en la Puerta del Sol y en cuya puerta, en una pelea a bastonazos con el periodista Manuel Bueno, Valle Inclán perdió el brazo; el Suizo y el Fornos, que casi estaban frente a frente, en la calle Alcalá esquina a la calle Sevilla y, por supuesto, el Café Gijón, en el que era fácil ver a Baroja, a Ramón y Cajal, a Pérez Galdós, a Camilo José Cela... Respecto a Cela, tanto el Gijón como el Comercial se disputan el mérito de haber sido la inspiración para "La colmena", su gran novela. Ahí sigue el Gijón, en el Paseo de Recoletos, en buena forma y con su evocador aire bohemio.


No quiero terminar sin contar una anécdota protagonizada por Valle Inclán, cuya fama de pendenciero y de gastar un acusado "mal café" era mítica. La anécdota me la contó un familiar muy querido que ya falleció y es posible que sea apócrifa, porque no la he encontrado reflejada en ningún sitio, pero es tan representativa que creo que merece la pena. Se dice que en una de las tertulias a las que acudía Valle solían sentarse a prudente distancia, y solo como oyentes, jóvenes aspirantes a escritores, impresionados por las conversaciones de los grandes. Su máxima aspiración era que, en algún momento, les dejasen leer alguna de sus obras y ser escuchados y aconsejados y, para ello, se dejaban un dinerito invitando a cafés o licores. Había uno especialmente insistente que estuvo yendo meses y meses y, finalmente, se le permitió leer uno de sus poemas ante la cara de malas pulgas de Valle Inclán, que detestaba este tipo de "detalles". Apenas llevaba el joven rapsoda recitados tres o cuatro versos, cuando del lugar en el que estaba sentado Valle surgió un escandaloso rebuzno que retumbó en toda la sala. Pálido, el poeta preguntó con la voz entrecortada que quién había sido. Y el irrepetible Valle, con toda tranquilidad, soltó:

- Nadie, es que hay eco. 

Lo cierto es que "si non e vero, e ben trovato".

¿Tomamos un café?





5 comentarios:

  1. Qué fantástico tu artículo, Yolanda!! 👋👋👋👋 Inés Plana.

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  2. Gracias Yolanda, una entrada muy interesante y con tintes de añoranza, un gusto que compartas la anécdota para así no perderla. Besos

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  3. Qué bonita entrada. Tendrías que verme a mi pidiendo un café. "Descafeinado de máquina con leche, en taza, y azúcar moreno" Lo de la taza lo recalco mucho porque me da rabia que me pongan el café en un vasito. De los que mencionas solo conozco el Café Gijón. Fui no hace mucho tiempo y me encantó tomarme un café allí. Muy interesante el lugar y tu post. Besos

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  4. Sin acritud; pero en Madrid es típico y notorio tomar el café con leche en vaso de caña. El cristal tiene "un no se que".

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