Neruda llega a Madrid en mayo de 1934. Su amigo, Carlos Morla Lynch, le había conseguido trabajo como agregado cultural en la embajada de Chile y, en pocos meses, llegó a ser Cónsul General, aunque lo cierto es que sus actividades diplomáticas fueron escasas porque siempre prefirió una vida más mundana y literaria. El poeta solía contar que, cuando llegó a Madrid en tren, solo había una persona esperándole: era Federico García Lorca, a quien había conocido tiempo atrás en Buenos Aires.
"Me esperaba él solo en la estación de invierno. Pero ese hombre era España y se llamaba Federico."
Al poco de su llegada, alquiló un piso en la llamada Casa de las Flores, construido poco antes y que se ubica en la calle Hilarión Eslava, en el barrio de Argüelles, un edificio que era considerado un ejemplo de la arquitectura vanguardista y que, aunque fue destruido durante la Guerra Civil, se reconstruyó años después y hoy día puede verse tal y como era originalmente, con su ladrillo rojo y sus grandes terrazas.
"Yo vivía en Madrid, con campanas, con relojes, con árboles. Mi casa era la llamada Casa de las Flores porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos."
En aquel barrio tenía vecinos ilustres, como Benito Pérez Galdós o Pío Baroja y constantemente recibía visitas de otros poetas y escritores como Valle Inclán y Vicente Aleixandre. Pero su amistad más entrañable fue con su incondicional Federico al que se sumaron Rafael Alberti y Miguel Hernández, formando un cuarteto inseparable. De Miguel Hernández, al que apreciaba profundamente, decía que era tan campesino "que llevaba un aura de tierra en torno a él". Su casa siempre estaba abierta para ellos y para compatriotas chilenos en las que el jamón, el queso, el vino de Valdepeñas y el ponche estaban normalmente presentes y que acostumbraban a acabar con unas curdas impresionantes. También organizaba tertulias en un bar que había en los bajos de su edificio, cuya especialidad en palometa frita era su perdición.
Reconocido amante de la buena comida, apreciaba la que le hacían pero solía cocinar en casa para los suyos, para lo que visitaba a menudo el mercado de Argüelles que le encantaba por "su bullicio, colores y el olor a fruta y marisco". Asimismo se hizo asiduo de un bar de la calle Princesa en cuyas paredes aún cuelgan fotos, firmas y dedicatorias de sus clientes ilustres. También de Casa Manolo, un restaurante de la calle Jovellanos, y de la Cervecería de Correos, a la que iban a recitar versos. Quienes compartieron aquellos tiempos con Neruda hablan de su devoción por el cocido madrileño y de su buena mano preparando cócteles y, aunque mostraba buen carácter, muy agradable en el trato habitualmente, podía ser, en ocasiones, muy rencoroso, sobre todo con quienes hablaban mal de él o criticaban su poesía. También se menciona que era muy machista y que su mujer en aquel momento, María Antonia, tenía que atenderle en todo, hasta atarle los cordones de los zapatos.
Fue en este ambiente donde conoció a Delia del Carril, veinte años mayor que él, y sufrió un "cupidazo" de antología. Se enamoró como un cadete, pero Neruda estaba casado desde diciembre de 1930 en Batavia con María Antonieta Hagenaar, conocida como María Antonia o Mariuca, hija de holandeses de buena posición y que prácticamente no hablaba español. Su matrimonio, excepto los primeros meses, debió ser un infierno para Mariuca, ya que tras el periplo por Indonesia y Malasia, en el retorno temporal a Chile (antes de su viaje a Madrid) se vieron repudiados por la familia del poeta, que no les había comunicado su boda. Obligados a vivir en pensiones y habitaciones baratas, Neruda retomó sus amistades de siempre y sus juergas de alcohol, por lo que la situación económica fue de mal en peor. La única noticia feliz fue la de su embarazo.
Mariuca llega a Madrid embarazada y el 18 de agosto de 1934 nace Malva Marina, una hija muy deseada por Neruda. Pero, por desgracia, la niña nació con una hidrocefalia severa. Al principio el poeta se hizo la ilusión de que podía curarse, pero cuando conoció la gravedad y la poca esperanza de vida de la pequeña, la realidad le golpeó y se desentendió. De la pobre niña llegó a escribir que "es un ser profundamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos". Abandonó a su mujer y a su hija, que comenzaron un triste peregrinaje por Europa, sin dinero (el poeta no les enviaba nada, las cartas de Mariuca a Neruda pidiendo ayuda son atroces) y pasando todo tipo de necesidades. Malva Marina murió en 1943 y, aunque avisado del fallecimiento de su única hija, Neruda ni se dio por enterado. Ni una nota. Nada.
El inicio de la Guerra Civil, que convirtió Madrid en un campo de batalla, obligó a Pablo Naruda a marcharse. Su casa quedó entre los dos sectores y sufrió bombardeos y saqueos, incluso algunos vecinos contaron que el patio interior se convirtió en campo de fusilamiento. Además, la noticia de la muerte de su amigo Federico le hirió profundamente. Impresionado por los horrores de la guerra en España, consiguió que le nombrasen cónsul para la inmigración española y desde París hizo todo lo que pudo por los derrotados. Pero nunca volvió a España. Nada quedaba ya para él aquí, aunque sus recuerdos, sus poemas y sus huellas aún permanecen en nuestra ciudad.