lunes, 3 de julio de 2023

LAS HORAS CRUELES de Marto Pariente

 Mi librero de cabecera y buen amigo, José Carlos, me convenció una tarde de sábado para ir hasta Guadalajara, ya que presentaba libro en un sarao de novela negra nuestro admirado Juan Ramón Biedma. Llegamos con tiempo, me propuso cafetito y me dijo que venía a tomarlo con nosotros un autor que él conocía y que si no había leído su libro, ya estaba tardando. Quien llegó fue Marto Pariente, que acababa casi de publicar La cordura del idiota, y a quien yo había visto en Getafe Negro en una mesa hablando de su novela anterior, Una bala para Riley. Me pareció un tipo estupendo, nos reímos una barbaridad en aquel café y a los pocos días me llegó su "cordura", de la que me enamoré sin remedio. Pocas veces una novela catalogada de "negra" me ha hecho soltar carcajadas como ella y eso que lo que cuenta no es precisamente para reírse. En todo este tiempo ha ido perfilando una historia diferente, pero que mantiene su esencia. Su fichaje por Espasa requería más páginas y, por lo tanto, más trama. El salto era considerable. Sé de primera mano lo que ha tenido que trabajar, los cambios que ha tenido que hacer, el vértigo de recomenzar todo porque no le convencía. Pero Las horas crueles, finalmente, fueron lo que él quería y aquí están, para deleite de quienes le admiramos.

A diferencia de La cordura del idiota, que es, como Marto suele repetir, puritito rock and roll, Las horas crueles se desarrolla con más calma, aunque manteniendo bien tirante la cuerda de la tensión. Hay varias tramas paralelas que acaban entrecruzándose, personajes (principales y secundarios) muy distintos a los que estamos acostumbrados, bastante crítica a ciertos sectores, un toque de leyenda y folclore y unas desapariciones nunca resueltas. Un buen cóctel, ¿verdad? Pues vamos a paladearlo.

LOS MONSTRUOS NO MUEREN. PUEDEN MATARSE, PERO NO MUEREN - RICK RIORDAN

A Tomás Moreda le bautizaron en su día como "el monstruo de la Tejera Negra". Acusado de haber matado a sus hijos y haberse desecho de sus cuerpos, ha pasado cerca de treinta años en la cárcel. Y ahora, una vez fuera, huye para salvar su vida. En la encrucijada de dejarse matar o saltar al vacío, elige la segunda. Días después, Abraham Constanza llama a la puerta de la oficina de Frank Durán, un expolicía sin licencia que se dedica, aunque no debería, a pequeños trabajos de investigación, especialmente en infidelidades. Cada vez menos, es verdad, pero los cuernos le han ayudado a comer en los últimos tiempos. Constanza es el padre de una chica que desapareció, un caso que Frank vivió desde dentro como policía y que le llevó a su expulsión. Le ofrece trabajar en su organización, dedicada a investigar las desapariciones para las que la policía ha tirado la toalla o que, por el motivo que sea, no se las tiene en cuenta.

Frank no tiene nada que perder porque ya lo ha perdido todo, así que acepta. Pero, al no tener licencia, deberá trabajar con Eliana Santoro, una mujer como poco peculiar, que alterna la verborrea más caótica con los silencios incómodos y que también arrastra una historia personal llena de cicatrices. Su primer caso será la desaparición de Tomás Moreda, denunciada por su madre. La investigación les llevará desde las partes más oscuras de Guadalajara a los pueblos casi abandonados de la Sierra Norte de la provincia. Y poco a poco se irán dando cuenta de que la desaparición de Tomás Moreda es solo el último capítulo, hasta el momento, de algo mucho más sombrío y aterrador.


Debe ser terrible que te acusen de matar y hacer desaparecer a tus hijos y no recordar nada. A eso se agarró Tomás Moreda desde su detención, pero las pruebas y las certezas de la policía dijeron otra cosa. Su madre siempre ha estado convencida de que su hijo no mentía y, gracias a ella, Frank y Eliana empiezan a encontrar pequeños hilos de los que tirar. Como os decía antes, los personajes de Marto Pariente no se parecen a ningún otro. Sí parece ser norma de la casa que se muevan de dos en dos, contrapesándose o complementándose (incluso en la torpeza), tanto los "buenos" como los "malos". En el caso de los protagonistas, ambos llevan mochilas muy pesadas que les revientan el alma por las costuras, heridas, recuerdos y ausencias que les lastran, pero juntos, aunque les cueste un mundo al principio, trabajan bien. 

Méndez, el antiguo jefe de Frank y que sigue velando por él a pesar de todo; Constanza, con toda su historia de dolor acumulado personal a la espalda; Samael, el verdadero monstruo de la historia, que carga con el peso de la redención ajena y el castigo a los impuros; Chuso y Chema, los matones de saldo capaces de lo que sea, pero no especialmente listos; los Lázaro, empeñados en echar tierra sobre el asunto Moreda aunque tengan que llevarse por delante a quien haga falta; María Isabel, Oso y Lolo, que regentan un camping medio ruinoso y que conocieron a Moreda... Todos ellos componen un puzle en el que las piezas van apareciendo, aunque no sean sencillas de encajar. 

También Marto introduce críticas muy aceradas hacia los medios de comunicación, capaces de lanzarse sobre la carroña de lo que consideran "un buen caso" y ningunear muchos otros y que acaban embarrándolo todo. Incluso encontraremos referencias y situaciones que nos llevarán a sucesos bien conocidos por todos. Hay también una seria llamada de atención ante las desapariciones, muchas de las cuales pasan totalmente desapercibidas y otras sobre las que se pone el foco mediático hasta que se agota y, entonces, solo quedan el silencio y las preguntas sin respuesta. El paisaje de la Sierra Norte de Guadalajara se nos muestra con toda su belleza, aunque, en ocasiones, esa belleza llegue preñada de peligro.

No es Marto un autor que se prodigue en descripciones detalladas. Suelen bastarle unas pocas pinceladas para dibujarnos de forma precisa a cualquiera de sus protagonistas. Serán los hechos que vivan o sus recuerdos los que conformarán el retrato. Para Frank y Eliana, cada paso que dan en la resolución del caso Moreda, les va sacando de esos refugios que se han creado pensando que les protegen: a Frank, de la terraza en la que ve pasar los trenes; a Eliana, del fondo del vaso que la hace olvidar sus peores recuerdos.

Las horas crueles es una novela que te va atrapando en su tela de araña casi sin que te des cuenta. Lo que parece una investigación menor sobre un desaparecido que no importa a nadie más que a su madre, se va enredando hasta un punto que llegas a pensar si Marto será capaz de cerrar bien cada una de las puertas que ha abierto. Y no solo lo hace con brillantez, sino que te deja el regusto de los finales redondos y bien cocinados. Incluso empiezas a sentir una especial curiosidad por Islandia y los modos de llegar allí. Leedla y sabréis el porqué. ¿Venís a cazar monstruos?

 


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