Se miró otra vez las zapatillas deportivas que llevaba
en los pies, pero seguían sin darle pistas. Deben ser caras, se dijo, aunque no
supo exactamente por qué. A su alrededor se extendía una enorme pradera verde
que iba a morir en un alto acantilado, donde las olas se rasgaban sangrando
espuma. Por encima de su cabeza el cielo estaba gris y pesado, como amenazando
tormenta sin llegar a decidirse. El blanco inmaculado de sus zapatillas se le
hacía extraño en los ojos y en el corazón, porque la hierba estaba mojada y, en
su parcial vacío de memoria, sabía que la hierba mojada ensucia y es muy difícil
quitar el rastro que deja.
Comenzó a tener frío. Se abrochó la cazadora hasta arriba y echó a andar sin rumbo fijo. Sentía
las piernas extrañamente pesadas y le costaba caminar, pero se esforzó en ello.
Sabía que debía seguir adelante y, de todas formas, no veía que tuviese nada
mejor que hacer. Allá a lo lejos divisó el perfil blanco y negro de una casa.
Tenía dos chimeneas, una a cada lado del tejado, y ambas humeaban. El contraste
de la sobria casita contra el verde del suelo y el gris de las nubes le daba al
paisaje el aspecto de acuarela recién pintada. La sonrisa complacida que
esbozaba se rompió de repente por un pinchazo doloroso y sordo en mitad de su
espalda. Suspiró.
Se miró las manos y las descubrió pequeñas y
regordetas. Casi tenía conciencia de sí mismo como adulto, aunque el descubrimiento
le agradó especialmente. Pero dejaba de tener importancia porque acababa de saber que podía correr, que ya no le resultaba fatigoso tenerse en pie.
Sí, soy un niño, rió feliz mientras atravesaba la pradera corriendo, saltando,
revolcándose en una hierba mojada que no mojaba. Una sensación de felicidad
exultante le estallaba en el pecho mientras sus carcajadas retumbaban
bajo las nubes. Se estaba olvidando
hasta del dolor de espalda, pero regresó con fuerza. Como una pedrada.
Me habré caído, se resignó. Aunque me gustaría acordarme.
Ahora había
un hilo de cometa en su mano derecha, un pájaro de tela sutil y de mil colores
que jugaba con el aire a mantenerse erguido. Y siguió corriendo, sosteniendo
firme la cometa, consiguiendo que las gotas saladas que la brisa traía
atrapadas en su fuerza le chocaran contra los ojos, contra las mejillas, contra
la garganta al gritar.
Tengo que volver a casa, le susurró una vocecita que
parecía brotar de su propia frente. Se giró y tomó el camino de arena que llevaba
a la de las dos chimeneas. Mi casa. El recuerdo del sabor del pan de canela le
llegó potente y sin avisar. Siempre dejaba que le acariciase la boca como un
caramelo antes de tragarlo y dar otro bocado. Pero lo que más deseaba en aquel
momento era estar en su cama caliente, llena de mantas que le abrazaban y le
protegían de los malos sueños, aunque fuese incapaz de recordar ninguno. Tuvo la certeza de que no los había tenido
jamás. Seguía caminando inquieto, casi saltando sobre ambos pies, para
alejar el dolor punzante como un mordisco que se le había concentrado entre los
omoplatos. Soy un niño feliz, pensó con toda su alma. Siempre lo he sido y
siempre lo seré. Y si no sé nada más no me importa. Sólo me gustaría saber
por qué ahora el cielo es casi rojo y no hay estrellas.
Las ventanas
de la casa se encendieron en amarillo y naranja, depositando trozos de sí
mismas en el porche y en la pradera, así que se atrevió a mirar por una de
ellas. Una mujer se afanaba colocando primorosamente platos y vasos sobre la
mesa decorada, mientras hablaba con alguien que permanecía sentado en un sofá y al que
no podía ver. Mamá. Hoy no quiero cenar, mamá, apenas murmuró cruzando la
estancia rumbo a su cuarto, rozando al pasar las bolas rojas del gran abeto de
Navidad. Se refugió entre las sábanas, contento con su suerte y buscando con picardía
el mazapán que tenía escondido bajo el colchón. No podía tumbarse boca arriba, que era como le gustaba, porque el dolor
se lo impedía, pero, a pesar de ello, se durmió sonriendo a la noche.
- Deberías dejar de poner su plato, mujer – dijo el
hombre del sofá con ternura – Sé que te ilusiona, pero sigue doliendo y ya has
sufrido bastante. Han pasado casi quince años....
- Quizá, pero creo que se lo debo y además me encanta recordarle. Cada año enciendo las luces del árbol con la esperanza de que iluminen su felicidad, para que siempre tenga esa expresión… ¿te acuerdas? La que puso cuando abrió la caja de las zapatillas de deporte nuevas o cuando descubrió el paquete con la cometa. Sólo espero que se fuera sabiendo que hicimos lo posible para que viviese feliz.
- Quizá, pero creo que se lo debo y además me encanta recordarle. Cada año enciendo las luces del árbol con la esperanza de que iluminen su felicidad, para que siempre tenga esa expresión… ¿te acuerdas? La que puso cuando abrió la caja de las zapatillas de deporte nuevas o cuando descubrió el paquete con la cometa. Sólo espero que se fuera sabiendo que hicimos lo posible para que viviese feliz.
Y encendió
la guirnalda luminosa y las siete velas de la mesa, las mismas que años tenía
el niño tenía cuando un golpe de aire le lanzó a los dientes del acantilado.
Soy feliz,
mamá.
La chaqueta del pijama apretaba demasiado y se la
quitó. El dolor que le destrozaba la espalda cesó de repente y sintió como un
renacer explosivo que se abría paso a través de la piel, creciendo algodonoso y
suave. Ahora ya sabía quién era y a donde iba. Sólo tuvo que extender las alas.
Un cuento de lo más emotivo. Me ha gustado mucho, Yolanda.
ResponderEliminarGracias, Ros, eres un encanto.
EliminarAy, es precioso. Me ha encantado, y ahora mismo hasta tengo un nudo en la garganta... Qué bonito.
ResponderEliminarPase lo que pase, que caigan mojitos!!
EliminarAunque no sea la mas objetiva, porque sabes que soy tu fan número uno y me encanta todo lo que escribes, solo puedo decir que es precioso y que según lo leía se me iban escapando unas lagrimitas, que se me siguen cayendo cada vez que pongo los ojos en esta página del blog. No tengo palabras...
ResponderEliminarTe pagaré en echuchones el día 6. Gracias por estar siempre ahí y por ser tan generosa.
EliminarVaya, que bonito, muy emotivo.
ResponderEliminarGracias, guapa
EliminarQué bonito! Estoy llorando. Eres fantástica!! Besos
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