Eran otros tiempos, desde luego. La educación ha cambiado bastante y no tengo demasiado claro si ha sido para bien. Pero para los alumnos de mi generación, leer el Cantar del Mio Cid (al igual que el Libro del buen amor, las coplas de Jorge Manrique o las serranillas del Marqués de Santillana) era no solo obligado, sino un motivo más para adentrarnos en la historia de España. Siempre sentí devoción por la figura del Cid, quizá porque tuve la inmensa suerte de contar con un profesor de literatura de su mismo nombre, don Rodrigo, que nos hacía vivir cada una de sus andanzas, al igual que hizo con tantos otros como Machado, Miguel Hernández, don Juan Manuel... y aquella maravillosa Flor nueva de romances viejos que aún releo de cuando en cuando y de la que puedo recitar muchos de sus versos gracias a esta bendita maldición que es mi memoria. También, y lo saben todos los que me conocen, soy revertiana convencida y confesa, aunque haya algún libro de don Arturo que no me ha emocionado especialmente. Y, dentro del universo Reverte, me rendí con armas y bagajes hace ya mucho ante el capitán Alatriste. Por eso, la noticia de la publicación de Sidi me tocó la fibra sensible, una fibra que quedó tensa, dispuesta a vibrar (estaba muy segura de ello) con cada una de sus páginas. Hoy ya puedo asegurarlo: Sidi es un pedazo de libro. Un relato poderoso, lleno de vigor narrativo, con un "crescendo"que se te agarra a la boca del estómago y te lanza hacia adelante, en una cabalgada formidable. Una novela para disfrutar como el mejor cine de aventuras y aplaudir y gritar, en los momentos más álgidos ¡Santiago! ¡Castilla y Santiago!
EL QUE EN BUENA HORA CIÑÓ ESPADA
Sidi encuentra su marco en el Cantar del Mio Cid, con de la jura de Santa Gadea y la niña de Burgos que se atreve a enfrentarse a él para decirle que, si les ayudan, el rey arrasará la hacienda de de padre y sus propias vidas. Sí, hay estudios y documentos que aseguran que el Cantar contiene hechos que no fueron ciertos y otros que están magnificados, pero ¿y qué? ¿Importa? Desde mi humilde opinión, en absoluto. Cualquier héroe, de la nacionalidad que sea, tiene muchas capas doradas forjando y adornando su leyenda, pero eso no desmerece lo que fueron. Fijaos en Nelson, de quien los hijos de la Gran Bretaña dicen que jamás perdió un combate y el tipo se dejó un brazo y mucha dignidad frente a Tenerife, cuando los barcos ingleses hubieron de huir tras una derrota de las buenas. O ese silencio clamoroso en los libros de historia franceses acerca de que a las tropas de Napoleón les dieron las suyas y las de un bombero en Bailén, por no hablar de que el 2 de mayo ni siquiera saben lo que es. Tenemos en este país nuestro la fea costumbre de olvidar a nuestros héroes y, cuando son inolvidables, como el caso de Ruy Díaz de Vivar, tratar de ensombrecerlos, negarlos o catalogarlos de asesinos sin entrañas. A ver si nos quitamos ya los estúpidos complejos y empezamos a sentir orgullo de lo que fuimos.
En Sidi no vamos a leer las hazañas completas de Ruy Díaz, sólo una parte de ellas, una parte apasionante, dura a veces, intensa, con personajes que dejan los versos en castellano antiguo y las fórmulas corteses para volverse de carne y hueso, con sus virtudes y defectos. Con sus miedos y sus deseos, pero con sus lealtades sólidas. Ruy ya ha sido desterrado por Alfonso VI tras la jura de Santa Gadea, ha dejado en el monasterio de San Pedro de Cardeña a su esposa, Jimena, y a sus hijas, y "trabaja" para señores que pueden pagar sus servicios persiguiendo a aceifas moras que saquean pueblos y haciendas. La suya es una hueste de hombres fieles que decidieron seguirle en su exilio, que le guardan respeto y que no dudan ni por un instante de cada orden que da. Pero también merecen comer y un lecho donde dormir, ganar un sueldo, tener su honra a salvo.
Esto llevará a Ruy Díaz a presentarse ante Berenguer Ramont II, conde de Barcelona, para pedirle trabajo, ofreciéndole poner a su servicio las doscientas lanzas de su mesnada. El conde, soberbio y arrogante, no solo no acepta, sino que trata de Ruy y a los suyos con desprecio. Eso hará que Ruy se dirija a Zaragoza para hacer el mismo ofrecimiento al rey musulmán de la ciudad (no hay que olvidar que, en aquel momento, reyes cristianos y musulmanes podían colaborar unos con otros, unirse para guerrear, pagarse impuestos, jurarse lealtad... y cambiar de opinión al día siguiente), ofrecimiento que este acepta de buen grado, ya que tiene planes muy concretos a corto plazo.
En Sidi vamos a encontrar a los conocidos compañeros de mesnada de Ruy Díaz: Minaya Alvar Fáñez, Diego Ordóñez, Pedro Bermúdez...y otros que se añaden, como Galín Barbués o Muño García. Cada uno de ellos está lleno de matices pero, sobre todo, de humanidad, incluso la más bárbara, como la que manifiesta Diego Ordóñez cada vez que va a entrar en combate. Pero es la figura de Ruy Díaz la que se erige ante nuestros ojos con toda la grandeza de ser humano excepcional, por mucho que él ni siquiera lo considere de ese modo. Él, como todos, hace lo que tiene que hacer, lo que le toca hacer. Estamos en la segunda mitad del siglo XI y casi todo el territorio de la hoy España era tierra de frontera, tierra peligrosa por la que había que luchar. Ruy Díaz pelea, combate, mata, captura esclavos, pacta con quien le de garantías, pero manteniendo alto su estandarte de honor y lealtad. Es un hombre de su época, a quien no podemos medir con los estándares actuales ni pedir cuentas ni juzgarle con nuestros ojos. Es una insensatez y, seguramente, saldríamos perdiendo.
Ruy Díaz, el Cid, Sidi Qambitur para los musulmanes, es un hombre fiel a sus principios. Leal a un rey que le ha desterrado pero que es "su señor natural", con un concepto del honor y la honra que hoy día ni siquiera concebimos. Es implacable si es necesario, matar a los enemigos es algo natural, pero también es ecuánime y justo. Respeta profundamente a quien tiene enfrente y a los muertos de todos los bandos cuando el combate ha sido en buena lid. Tiene sus propios miedos y sus propios recuerdos, pero sabe que sus hombres dependen de él y de sus decisiones. Unos hombres que se dejarán despedazar por él si llega la ocasión.
He disfrutado especialmente con la narración de las batallas, quizá porque desde que visité el Museo de las Navas de Tolosa y me explicaron de forma detallada cuáles eran los modos de combate de cada bando, las entiendo mucho mejor. El tornafuye de los musulmanes, más ligero y con menos enfrentamiento frontal, frente a la carga de caballería castellana. Debía ser impresionante ver un muro de caballos, jinetes y lanzas pegados, casi unidos por los estribos, ir cogiendo velocidad hasta el ataque final. Pérez Reverte ha conseguido dar a estas escenas una intensidad que te hace contener el aliento, describiendo no solo la parte más obvia de sangre y cuerpo a cuerpo, sino los olores, los sonidos, el caos, el polvo levantado, las gargantas rotas de gritar, el miedo, la sensación de soledad del que pelea por su vida. Sé que suena muy manido, pero Reverte consigue que puedas "ver" lo que él te cuenta, como una gran película de aventuras.
Y a lo mejor es que mi mente, como de costumbre, enlaza y relaciona cosas que, a priori, tienen poco que ver, pero hay algunos guiños cinéfilos que me han sacado media sonrisa, como cuando Ruy Díaz decide que ya está bien de estar casado pero no hacer uso del matrimonio y se lleva la puerta del dormitorio de Jimena por delante. Me acordé muchísimo de una escena similar de la gran película El hombre tranquilo, de John Ford, aun cuando haya algunas diferencias. O esa imagen de Diego Ordóñez con un collar de orejas cortadas a los enemigos, igual que el que luce el personaje interpretado por Dolph Lundgren en Soldado universal.
Sidi me ha hecho pasar unas cuantas horas de lectura de absoluta burbuja feliz. He disfrutado, me he emocionado, he vivido junto a las huestes de Ruy Díaz, he sufrido y he gozado. Y hasta ganas he tenido a veces de dar saltos en mi butaca con gritos tan poco políticamente correctos como "¡¡dales caña, Sidi!!" No puedo pedirle más a un libro. Gracias, don Arturo, por volver a darme tanta felicidad.
En Sidi vamos a encontrar a los conocidos compañeros de mesnada de Ruy Díaz: Minaya Alvar Fáñez, Diego Ordóñez, Pedro Bermúdez...y otros que se añaden, como Galín Barbués o Muño García. Cada uno de ellos está lleno de matices pero, sobre todo, de humanidad, incluso la más bárbara, como la que manifiesta Diego Ordóñez cada vez que va a entrar en combate. Pero es la figura de Ruy Díaz la que se erige ante nuestros ojos con toda la grandeza de ser humano excepcional, por mucho que él ni siquiera lo considere de ese modo. Él, como todos, hace lo que tiene que hacer, lo que le toca hacer. Estamos en la segunda mitad del siglo XI y casi todo el territorio de la hoy España era tierra de frontera, tierra peligrosa por la que había que luchar. Ruy Díaz pelea, combate, mata, captura esclavos, pacta con quien le de garantías, pero manteniendo alto su estandarte de honor y lealtad. Es un hombre de su época, a quien no podemos medir con los estándares actuales ni pedir cuentas ni juzgarle con nuestros ojos. Es una insensatez y, seguramente, saldríamos perdiendo.
Ruy Díaz, el Cid, Sidi Qambitur para los musulmanes, es un hombre fiel a sus principios. Leal a un rey que le ha desterrado pero que es "su señor natural", con un concepto del honor y la honra que hoy día ni siquiera concebimos. Es implacable si es necesario, matar a los enemigos es algo natural, pero también es ecuánime y justo. Respeta profundamente a quien tiene enfrente y a los muertos de todos los bandos cuando el combate ha sido en buena lid. Tiene sus propios miedos y sus propios recuerdos, pero sabe que sus hombres dependen de él y de sus decisiones. Unos hombres que se dejarán despedazar por él si llega la ocasión.
He disfrutado especialmente con la narración de las batallas, quizá porque desde que visité el Museo de las Navas de Tolosa y me explicaron de forma detallada cuáles eran los modos de combate de cada bando, las entiendo mucho mejor. El tornafuye de los musulmanes, más ligero y con menos enfrentamiento frontal, frente a la carga de caballería castellana. Debía ser impresionante ver un muro de caballos, jinetes y lanzas pegados, casi unidos por los estribos, ir cogiendo velocidad hasta el ataque final. Pérez Reverte ha conseguido dar a estas escenas una intensidad que te hace contener el aliento, describiendo no solo la parte más obvia de sangre y cuerpo a cuerpo, sino los olores, los sonidos, el caos, el polvo levantado, las gargantas rotas de gritar, el miedo, la sensación de soledad del que pelea por su vida. Sé que suena muy manido, pero Reverte consigue que puedas "ver" lo que él te cuenta, como una gran película de aventuras.
Y a lo mejor es que mi mente, como de costumbre, enlaza y relaciona cosas que, a priori, tienen poco que ver, pero hay algunos guiños cinéfilos que me han sacado media sonrisa, como cuando Ruy Díaz decide que ya está bien de estar casado pero no hacer uso del matrimonio y se lleva la puerta del dormitorio de Jimena por delante. Me acordé muchísimo de una escena similar de la gran película El hombre tranquilo, de John Ford, aun cuando haya algunas diferencias. O esa imagen de Diego Ordóñez con un collar de orejas cortadas a los enemigos, igual que el que luce el personaje interpretado por Dolph Lundgren en Soldado universal.
Sidi me ha hecho pasar unas cuantas horas de lectura de absoluta burbuja feliz. He disfrutado, me he emocionado, he vivido junto a las huestes de Ruy Díaz, he sufrido y he gozado. Y hasta ganas he tenido a veces de dar saltos en mi butaca con gritos tan poco políticamente correctos como "¡¡dales caña, Sidi!!" No puedo pedirle más a un libro. Gracias, don Arturo, por volver a darme tanta felicidad.
En casa lo ha leído mi marido. Le gustó. Quizá no mostró tanto entusiasmo como tú pero no me transmitió que fuera un mal libro, a su juicio (claro), ni decepcionante. No te diré si lo voy a leer o no. Aún no lo sé, aunque tu reseña empuja a ello. Reconozco que lo último de Reverte dejó de seducirme. Besos
ResponderEliminarPues estaba decidida a volver a leer a este hombre cuando vi esta novela la primera vez pero igual leía una opinión positiva que negativa, total que se quedó en el olvido, La verdad es que leerte contagia tu entusiasmo así es que lo vuelvo a apuntar.
ResponderEliminarBesos
Yo también disfruté mucho con su lectura. Me la merendé como se suele decir. Besos.
ResponderEliminarMe alegro de que lo hayas disfrutado, yo tengo abandonada la novela histórica y aunque me apetece volver a leer al autor, este género últimamente me da pereza, de momento lo dejo pasar.
ResponderEliminarUn beso
No lo he leído porque Reverte es un autor que no termina de convencerme, sin embargo mi marido y suegro si que lo han hecho, obteniendo impresiones muy dispares. Me alegro que tu lo hayas disfrutado tanto. Besos
ResponderEliminarEsta vez no me convences, la verdad es que el autor no me gusta. De acuerdo que solo he leído un libro suyo que no me convenció y otro que no pude terminar y abandoné, pero ¿otra oportunidad? No me apetece ¿para qué voy a decir otra cosa?
ResponderEliminarBesos.
Hola,
ResponderEliminarhace mucho que no leo a Reverte y eso que casi todo lo que he leído escrito por él me ha gustado. Este me genera muchas dudas así que no sé si al final me decidiré; desde luego, es el que más llama mi atención de los últimos que ha publicado el autor.
Un beso
Personalmente me encanta cómo escribe y retrata este hombre. Muchas gracias por la reseña!!!
ResponderEliminar