Cierto es que, incluso pocos días antes de la publicación, ya circulaban reseñas, notas de prensa y comentarios que anticipaban parte del argumento de la novela y "descubrían" quién era el criminal tan buscado al que se hace referencia en la contraportada. Es lo que tiene la inmediatez de las redes en estos tiempos. Pero, a pesar de todo, creo que eso no empaña el resultado final de la novela, que sabe mantenerte en una constante tensión. Santiago dosifica muy bien esa tensión, como os contaré ahora; para el lector eso es un aliciente. Sí que hay un par de cosas que me han "chirriado" un poquito, aunque estemos hablando de ficción en la que, de una manera u otra, todo puede valer a veces. Es ese "a veces" el que a mí me araña, pero ahora os doy más detalles.
VOLVER A MATAR
Tras todo lo sucedido en la novela anterior, El buen padre, la inspectora Indira Ramos está a punto de terminar su excedencia en un pueblecito extremeño en el que ahora vive con su madre. Han pasado casi tres años y debe reincorporarse a la policía, pero, personalmente, se ve incapaz de volver a tener delante al subinspector Ivan Moreno y más por algo que lleva ocultándole todo este tiempo. Pero casi no habrá tiempo para saludos: los dos deberán trabajar codo con codo para resolver el mayor rompecabezas criminal de la historia más reciente de España. Y es que, en una gasolinera, y casi por azar, aparecen las huellas dactilares del que, durante muchos años, fue el hombre más buscado del país. Su crimen, atroz y muy mediático, según las leyes ya ha prescrito y la policía sabe que no tiene razones para mantenerle detenido. Él lleva años viviendo bajo una identidad falsa, parece un ciudadano normal y corriente, pero Indira Ramos tiene la certeza de que un asesino como él tuvo que volver a matar en algún momento. Comienza una febril cuenta atrás para encontrar el crimen que impida que el monstruo quede libre.
Esta es la vuelta de tuerca de la que os hablaba: tenemos al criminal, ahora hay que encontrar el crimen. Un crimen que, realmente, no se sabe si sucedió, ni dónde, ni cómo. Indira, Ivan y todo su equipo van a tener que hacer encaje de bolillos para ir hacia atrás en el tiempo, reconstruir una vida inventada y encontrar algo que les marque el camino a seguir. Y no es tarea fácil. Por si esta trama no fuese suficiente, también habrán de investigar el asesinato de un arquitecto, con un escenario del crimen impoluto y sin ninguna prueba, que va a afectar de forma inesperada a la agente Lucía Navarro.
La premisa de partida me pareció francamente original. Os decía al principio que Santiago ha sido valiente por meterse en ese "avispero" que aún colea y que no ha terminado de cerrarse, con todo el ruido mediático que causó y que aún, cuando se habla de él, causa. Creo que ponernos ante los ojos a un criminal que se ha convertido casi en un mito de la encarnación del mal y que veamos que ha llevado una vida aparentemente tranquila y bastante normal, nos hace plantearnos muchas cuestiones. ¿Un asesino puede amar, puede convertirse en otra persona? Incluso yendo más allá: ¿puede haber cambiado?
Santiago Díaz se mueve con soltura en la narración. Su trabajo como guionista para cine y televisión aporta al ritmo y a la alternancia de escenarios una fluidez especial. Dosifica la tensión, como ya os comentaba, realmente bien, creando constantes "picos de sierra" a lo largo de las páginas, provocando en el lector la necesidad de seguir avanzando, de querer saber qué va a pasar a continuación. Sabe introducir, en ocasiones, pequeños destellos de humor, sobre todo respecto a las manías de Indira, procurando, eso sí, que nunca resulten demasiado caricaturescos. Y aquí es donde aparece mi primer "pero", con Indira. Es verdad que es un personaje potente, lo ha venido demostrando desde las entregas anteriores. Está perfilada con originalidad y es de todos sabido que padece un trastorno obsesivo compulsivo muy fuerte con una causa probada y cierta. Es una gran policía y, al parecer, la mantienen en su puesto por su pericia, su buen trabajo y su instinto. Pero, en mi opinión, son demasiadas "manías". La escena con la alfombra de su superior, de alguna manera, fue como si hubiesen arañado una pizarra a mi lado. Tengo la suerte de conocer tanto a policías como guardias civiles en activo y, hablando de esto con uno de ellos en concreto, me aseguraba que por una simple crisis de ansiedad puedes verte abocado a dejar el cuerpo o que te jubilen anticipadamente. Por muy buena hoja de servicios que tengas. Más que nada porque van armados y cualquier inestabilidad emocional es un riesgo. Estamos ante una novela y una ficción e Indira puede funcionar bien ahí, pero dudo mucho que en la vida real siguiese en activo.
No lo puedo evitar, a pesar de todo no acabo de cogerle el punto a Indira. Ya no son solo sus obsesiones, es su carácter en general. Incluso con los que más quiere, a veces, más que hablar, suelta auténticas bofetadas. Siento decirlo así, pero no me cae simpática, qué le voy a hacer. Supongo que es de ese tipo de personajes a los que amas u odias, pero no dejan indiferente a nadie y eso sí que se lo reconozco a Santiago. Ha hecho de ella un referente y eso hay que aplaudirlo, aunque a mí la inspectora Ramos se me atragante mucho.
El otro aspecto que no me ha convencido es el de la niña que aparece en la novela. Tiene dos años, por edad se la consideraría prácticamente un bebé aún. Y, aún siendo cierto que hay crios que con esa edad son loritos y no paran de hablar (los míos por ejemplo, sobre todo la pequeña, que desde que arrancó con sus primeras palabras, y lo hizo muy pronto, todavía no se ha callado) lo de utilizar la lógica o el razonamiento casi adulto, como demuestra esta pequeña, no es normal. Pueden repetir frases elaboradas que han escuchado a sus padres o abuelos, a sus hermanos, pero usar hasta el chantaje emocional con solo dos añitos no me resulta muy real. Se comporta más como una cría de seis o siete años. Santiago, en el encuentro que tuvimos con el club de lectura para hablar del libro, nos decía que, al no tener hijos, había preguntado a amigos por el tema. E insisto: como en el caso de Indira, estamos en una ficción. Pero me gustaría mucho contrastar con vosotros estos extremos.
Salvando estos dos detalles, que son exclusivamente opinión mía y no un dogma de fe, la novela es un puro entretenimiento de los buenos. Un ejercicio muy original para ir a esos "primeros principios" de los que hablaban en El silencio de los corderos y para sentir un escalofrío muy real ante lo que es la maldad humana con nombre y apellidos. Y creo que, a todos los que lo hemos leído, ahora nos ha quedado un pequeño posito de inquietud. ¿Seríamos capaces de darnos cuenta de que a nuestro lado vive un asesino?
Aunque se desvelan datos no pierde su fuerza. Gran novela
ResponderEliminarTodos me tentáis con lo entretenidísimo de este libro. Yo lo dejé pasar porque la primera novela del autor no me convenció, pero parece que tendré que darle una nueva oportunidad.
ResponderEliminarBesos.