miércoles, 6 de abril de 2022

YO NO MATÉ A FEDERICO de Carlos Mayoral

Jorge Guillén decía que "cuando estás con Federico no hace ni frío, ni calor, hace Federico". Y de Federico jamás es necesario ya decir sus apellidos. No hace falta. Todos sabemos quién es, todos creemos conocerle, a él y a su historia de vida y de muerte. Pero siempre parece rodeado de la aureola de los mitos, como si nos perteneciera a todos sin ser de nadie y que, al mismo tiempo, hay muchos aspectos de su existencia, de su poesía y de su obra en general que se nos escapan. Como esa melodía que nos viene a la cabeza y de la que somos incapaces de recordar la letra. Carlos Mayoral me fascinó con su novela anterior, Un episodio nacional, en el que, al hilo del misterioso crimen de Fuencarral, nos ponía delante a Benito Pérez Galdós en una faceta diferente: investigando el caso y sacando conclusiones. 

En Yo no maté a Federico su protagonista principal es el poeta, incluso cuando no está presente en la acción. Partiendo de hechos reales y de los últimos días de su vida, Carlos ha creado una hermosa ficción utilizando a Germán Monteverde, un niño al que Federico da clases de piano en la casa de la Huerta de San Vicente y con el que acaba teniendo una gran complicidad, para contar el entonces y el después. El entonces, en la Granada de antes de la Guerra Civil. El después, en la posguerra, con todas las heridas abiertas. Una novela que recuerda y reivindica y que se lee con ese poso de nostalgia que deja lo que pudo ser y no fue. 

QUE AL AMANECER DEN DOS CLAMORES DE CAMPANAS

Corre el verano de 1935 y el joven Germán Monteverde acompaña a su padre en su habitual visita a los terratenientes para quienes recoge el tabaco en la Vega de Granada. Cuando llegan a la Huerta de San Vicente, les recibe don Federico García para abonar los pagos pertinentes y Germán queda embelesado por la música de piano que se escucha. Don Federico da permiso al chico para que se acerque a un salón en el que su hijo, Federico García Lorca, está tocando y el poeta, al ver el interés del jovencito, se ofrecerá para darle clases de piano. Al poco, Federico irá descubriendo en Germán un talento innato y tremendo, talento que le abrirá las puertas a un mundo nuevo, lleno de promesas y completamente inesperado.

Unos años después, en plena posguerra, Germán malvive en la escasa trastienda del estanco en el que ha conseguido trabajo gracias a su madre. La música ya no forma parte de su vida y la ausencia de Federico en su vida le duele como una llaga. Por un azar del destino, un militar, el capitán Nestares, de quien se dice que participó en la muerte del poeta, detiene a Germán por un delito de estraperlo. Germán no lo conoce, pero Nestares sí sabe quién es él y el talento que Federico supo ver será el que salve a Germán de la cárcel.

A estas alturas supongo que todos tenemos una idea formada sobre Federico. No ya solo por esa categoría de mito de la que os hablaba antes, sino por su obra, por todo lo que se ha hablado sobre su evolución literaria, por su marcada personalidad y, sobre todo, por la crueldad de su muerte. Lo que Carlos Mayoral hace en esta novela es sacar a Federico de la categoría de mito y humanizarle. Porque Federico fue niño, fue hombre, fue alguien físico, con alegrías y penas. Alguien que marcó mucho a quienes le conocieron y que tenía fama de buena gente, de disfrutar de un gran sentido del humor y con un talento inmenso, del que era consciente y del que disfrutaba mostrándolo a los demás. Curiosamente, no sé si por una mal entendida conciencia de clase (Lorca no dejaba de ser un "señorito bien" de Granada), a quien no soportaba era al pobre Miguel Hernández, con quien procuraba no coincidir nunca.

En Yo no maté a Federico se narra la curiosa y fructífera relación que Germán Monteverde y Lorca afianzan a través de la música y el piano, pero también nos lleva a los últimos días de la vida del poeta y a conocer a José María Nestares, un hombre de fama terrible en Granada. Cómo Germán va desarrollando su talento bajo la atenta mirada de Federico, que hace lo que sea para que mejore y para lanzarle adelante. Incluso le lleva a casa de Manuel de Falla para que lo conozca. Un pigmalión que grabará a fuego las lecciones de música y de vida en su discípulo y con quien mantendrá una relación llena de cariño y complicidad. 

La otra cara de la moneda sería José María Nestares, militar que estaba al mando de la La Colonia, un centro de detención del bando nacional recién sublevado en Viznar, y en el que se fusilaron a cientos de "disidentes". Allí fue llevado Federico García Lorca antes de ser asesinado. El Nestares de Yo no maté a Federico tenía cierto poder en 1936, pero en 1942 lo ha aumentado. Han pasado seis años de aquel fatídico verano y el nuevo régimen se ha enseñoreado de todo. Pero también guarda una historia personal que le corroe.

En capítulos muy cortos, a veces de una sola página, Carlos Mayoral nos va llevando a 1935, 1936 y 1942. Sigo, como siempre, sintiendo escalofríos en esas horas previas a la muerte de Federico, esa crónica de una muerte anunciada que hoy hemos interiorizado pero que, en aquel momento, nadie se esperaba. Porque más que un tema político (Federico tenía amigos en ambos bandos), quienes llevaron a la muerte a Lorca pertenecían a su familia y hubo más de venganza en su asesinato que ninguna otra motivación. Y desde hace unos años se trata de "descargar" de algún modo a Nestares de la decisión final, que ya estaba tomada cuando a él le llegó la orden. Él la cumplió, como con tantos otros, pero no lo decidió. Sobre esto hay mucha tela que cortar y como os he dicho otras veces: investigad, investigad.

La maestría de Carlos Mayoral con la ambientación consigue que nos parezca que los paisajes y las calles se vayan tiñendo de gris a medida que avanzamos en la lectura. Al principio conseguimos ver los colores, aspirar el olor de los jazmines y el calor del verano, pero hay algo frío y acerado que se va colando por todos los rincones. Más que descripciones, Carlos nos brinda sensaciones. El paisaje y la ciudad las vemos a través de los personajes, que, a su vez, nos los presenta llenos de matices y aristas, profundamente humanos, adaptándose al tiempo que les toca vivir. 

Yo no maté a Federico merece, a pesar del ritmo que el autor le da, una lectura pausada. Quizá un poco de introspección y de mirar algo más allá en el horizonte. Federico jamás perderá su aureola de mito, pero esta novela nos aclara ciertos porqués y algunos quiénes. De muchos de ellos ya os hablé AQUÍ, pero creo que merece la pena ir descubriéndolos. Hay mucho de poesía en esta novela. Mucho de nostalgia, de oportunidades perdidas, de esperanza, de redención. Disfrutadla y, como escribió Federico en Mariana Pineda, "No interrumpas la lectura. Un corazón necesita lo que pide en la escritura".

3 comentarios:

  1. Lo dices muy bien expresado , más que descripciones, nos muestra sensaciones

    ResponderEliminar
  2. Tenía ya claro que quiero leer esta novela, pero si no lo hubiera tenido con esta magnífica reseña se habrían despejado las dudas. Lorca, para mí y como para tantos otros, es muy especial, aunque en mi caso me sienta más cercana a su faceta de dramaturgo que de poeta que es un género que siempre me cuesta más.
    Besos.

    ResponderEliminar