Aquellas primeras páginas me dejaron con cierta ansiedad lectora. Como cuando te apetece mucho comer algo en concreto, en la nevera no tienes nada ni siquiera parecido y tratas de sustituirlo con una fruta, un yogur o un trocito de jamón. También es verdad, y lo confieso, que cuando la novela llegó a mis manos no me lancé a leerla; la llevé a la mesilla y esperé a la noche, cuando el silencio permite escuchar hasta tus propios pensamientos. Porque eso pasaba con Los ingratos y pasa con Los incomprendidos: lees y escuchas a los protagonistas, pero al tiempo te escuchas a ti misma recordando. O apostillando algo. Y eso es lo que quiero compartir con vosotros.
CUÁL SERÍA EL PRECIO DE UN ABRAZO
Javier y Celia son un matrimonio a los que la vida parece tratarle bien. Tienen profesiones que les gustan, una vida más o menos plena y dos hijos a los que adoran. Él trabaja para una editorial y Celia es neumóloga en un hospital. Viven en un piso en Carabanchel que se les ha quedado pequeño y deciden buscar algo más grande, prosperar, como tantas familias. Hasta que todo da un vuelco cuando, para celebrar las buenas notas de Inés, la hija mayor, organizan una excursión a Pirineos. Un viaje que les cambiará la vida para siempre y el inicio de otro viaje mucho más doloroso y complejo. El de la infancia a la adolescencia. El de los gritos y juegos en el salón al silencio de la puerta del dormitorio cerrada. El de la culpa. El de los recuerdos. El del pasado que no nos deja caminar como antes.
Y aquí estoy de nuevo, conmovida, sientiendo que buena parte de lo que Pedro Simón cuenta en esta novela podría contarlo yo. Quizá no igual; seguramente con muchos matices diferentes, pero sí con esa sensación que solemos tener los padres de estar equivocándonos constantemente, de no encontrar, en muchas ocasiones, la llave que abra esa puerta cerrada de un portazo tras el enésimo choque con tu hijo. Claro, yo también fui adolescente e hija, y también puedo sentir como propios los pensamientos de Inés, sus inseguridades, sus traumas. Nuestras vidas son diametralmente opuestas, pero la he entendido muy bien.
Los imcomprendidos se articula con dos voces narrativas: las de Javier e Inés, padre e hija, que nos hablan directamente y en primera persona. Javier trata de lidiar con la incomprensión, con los silencios, con las preguntas que solo reciben un monosílabo como respuesta y con la culpa, una culpa que le va carcomiendo. Inés, la adolescente, que se comporta de forma muy distinta a lo que de verdad siente, que lucha también con sus complejos, sus dudas y su culpa. Ella también. Y también la está devorando. A Celia, la madre, la vemos desde los ojos de Javier y de Inés. Y la descubrimos tan desbordada como al padre, pero intentando una y otra vez demoler el muro callado y hostil de su hija. En realidad, eso es algo que hacen los dos, aunque con tácticas diferentes.
La tía Clara, la hermana de Javier, es el contrapunto a la situación familiar. Soltera, sin hijos y con una extraordinaria capacidad para el optimismo, es el refugio de Inés. Ella parece comprenderla bien, la acoge cuando se desatan las tormentas y le cubre las espaldas cuando la jovencita quiere salir de fiesta con sus amigos sin que se enteren sus padres. Pero es también su paño de lágrimas y la que, de algún modo, trata de mediar. Mujeres como ella son fundamentales en una familia porque tienen las mejores cosas de una madre ahorrándose lo malo de serlo. Generosa, sabia, alegre... la tía Clara siempre está para Inés y eso, para ella, es impagable.
Y por otro lado tenemos a los padres de Javier, que forjaron su propia historia en un piso diminuto, pasando penurias económicas, levantando la familia como pudieron, con sus errores y sus pequeñas alegrías. Ellos también están siempre ahí. Hay capítulos en los que Javier recuerda su infancia y su propia adolescencia, la vida en aquel pisito con sus hermanos, las estrecheces de cada día, los buenos ratos, la Navidad con la caja del Belén que su madre, aún hoy, saca religiosamente y al que nadie ya ayuda a montar. Ellos son el bastión, la fortaleza en la que refugiarse si todo va mal.
Los incomprendidos habla precisamente de eso, de la incomprensión entre padres e hijos especialmente, la que pasa de generación en generación pero de diferente manera. Nos hace ver como hoy día, anque parezca mentira, los adolescentes lo tienen mucho más complicado. Nuestros padres venían de una generación muy diferente, de la posguerra, en la que hablar o hacer grandes demostraciones de cariño no era lo habitual. Como nos dijo Pedro Simón en el encuentro que mantuvimos con el Club de Lectura, los silencios entre padres e hijos de entonces tenían que ver con lo humano, con esa educación diferente. Los silencios de hoy tienen que ver con lo tecnológico, con la búsqueda de una felicidad ficticia por creer que a los demás les va muy bien y a ti no.
Esta novela es más dura que Los ingratos, nos araña más, nos duele más. Pero, como la anterior, deja un poso innegable y duradero. Es para los padres, pero también para los hijos, para intentar comprender, para tener claro que cuando hablamos, cuando ponemos voz a los problemas, a los miedos o a los traumas, conseguimos que estos dejen de crecer o que, al menos, aprendamos a enfrentarlos. Que el silencio, aunque creamos que sirve para proteger, se puede convertir en frío resentimiento. Y que hay que levantarse cada día y seguir intentándolo. Siempre.
Gracias Yolanda, la verdad que suena interesante. Besos
ResponderEliminarAims, ha usado una palabra que yo también usé en la intro a la entrevista con Pedro Simón. La palabra "tatuaje". Y es que en aquella charla con el autor, dijo cosas que encajan perfectamente en esas frases lapidarias que algunos se ponen en la piel. Los ingratos no la he leído pero Los incomprendidos me ha dejado Ko. Muy de acuerdo con tus impresiones, y eso que no tengo hijos. Besos y Feliz Navidad, bonita.
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